sábado, 1 de agosto de 2009
Y OTRAS SANABRIAS, QUE TAMBIÉN SON LAS MÍAS
Para llegar al Lago hay que pensárselo: aquello no es lugar de paso y todo parece que se agota cuando uno se topa con las montañas desde las que se descuelgan las aguas que alimentan el río y el lago. Así que hay que imaginar que la historia se olvidó de estos lugares y solo tuvo acuerdo para que sus sierras se llenaran de glaciares, de hielos y de olvidos.
En estos últimos años da la impresión de que mucha gente se ha acordado de que existe este lugar porque hasta allí acuden desde sitios muy diversos. Alguien, con más sentido comercial, ya pensó hace muchos años que estas sierras podían dar de comer con sus aguas bravías, y la mano del hombre se asentó en ellas para crear una central eléctrica después de horadar la montaña y de hacer caer a plomo desde lo más alto el agua hasta las turbinas. Pero ya se sabe que la mano del hombre, si no es controlada y sometida al sentido social, puede crear monstruos y gigantes con pies de barro.
Algo de esto ocurrió en el fondo de este valle, que da pie a unos enormes cañones que encajonan el agua del Tera en todos sus desfiladeros y gargantas. Precisamente este año se cumple un triste aniversario, el quincuagésimo, del desastre en la presa de Ribadelago. Más de ciento cincuenta personas perdieron la vida en aquella riada. La huella está presente y bien visible. Hay cruces que recuerdan los lugares, monolitos con nombres y espacios acotados para que no los toque nadie y guarden la memoria permanente de los que allí murieron, una iglesia en ruinas, casas semiderruidas, cortes en los peñascos, gentes que se salvaron y guardan la memoria a flor de piel.
Hay que tener cuidado con estos sentimientos y respetarlos siempre. El último testigo es bien moderno, de este mismo año. Una mujer madura sanabresa abraza a un niño y mira al frente, como pidiendo vida y suplicando a todos el recuerdo por todos los que la entregaron en aquel día aciago. Si algún día vais al Lago, entrad hasta el pueblo antiguo, llegaos hasta los pies de las montañas, hasta que os deis con ellas en la frente, atravesad el último puente y enseguida os encontraréis con esta mujer que pide amparo y abraza tiernamente a un niño que comienza su vida. Luego mirad debajo. Allí están todos los nombres, el recuerdo de las vidas de las gentes de aquel pueblo que se perdieron acaso por culpa del egoísmo humano. Quedaos en silencio un momento y pensad en ellos. Es como pensar en vosotros. Lo demás es cosa vuestra. Pero debería haber demás, o sea, consecuencias y actuaciones. Allá cada cual.
Y el Lago y sus montañas son también el silencio, el paisaje tranquilo y olvidado en el que el tiempo se ha perdido un poquito, el paisaje en el que también nosotros nos podemos perder de las prisas, la naturaleza y el agua en su estado más puro, el fresquito nocturno aunque estéis en verano, la sombra y la espesura, los caminos que llevan a todos los rincones si los sabéis andar, o la comida en casa de Jesusa donde comer caldo gallego resulta gratis y solo es producto del continuo buen hacer de Jesús y Sinda y de toda la familia Pino, toda una institución en estos pagos (Sinda, Pili, Elena y todos los hermanos, hasta nueve). Y el agua, siempre el agua, con su reflejo azul del cielo y las laderas, como espejo de todo pues todo se mira en él, como cuna del cielo, como sepulcro infinito de todo lo que lo rodea.
Y es también San Martín de Castañeda, ese pueblo escondido en lo más alto, desde donde mejor se ve el lago y desde donde uno puede sentirse casi en el cielo. Allí arriba quedan restos bien sólidos de la antigua abadía de los Bernardos, de su huerta extensísima, de su otero infinito, de su huida de todo, de su oración sin tregua, de su mirar al cielo y al lago sin descanso. Mi imaginación volvió a Athos y, no sé de qué manera, quise buscar algún parecido entre estas dos realidades, la de aquí solo soñada y la de allí tan actual. Jesús me dio cuenta de la actividad, en San Martín de Castañeda, de aquellas maravillosas Misiones Pedagógicas de los años republicanos. Y me las imaginé casi emocionado. A San Martín tengo que volver porque creo que es la mejor manera de volver al Lago.
Y es el Lago, como cualquier otro lugar que merezca formar parte de la antología de lugares, el sitio de la amistad, la que nos han brindado una vez más Jesús y Sinda, con su Leti y nuestra Leti querida.
Rematamos el último día en El Puente y en Puebla de Sanabria. Puebla es un lugar privilegiado lleno de construcciones solidísimas y muy cuidadas, todas al amparo de su castillo y a los pies de su Tera, allí más remansado y extendido.
El lago y la Sanabria, la Sanabria y el Lago; San Martín y Unamuno, la amistad y la muerte, el eterno susurro del agua y del paisaje, mi pequeñez y el tiempo. Todo en tan poco tiempo…
Anoto de mi memoria las palabras de Claudio Rodríguez: “Bien sé yo cómo luce / la flor por la Sanabria, / cerca de Portugal, en tierras pobres / de producción y de consumo,/ mas de gran calidad de trigo y trino.”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario