jueves, 6 de agosto de 2009

CUANDO EL MONTE SE QUEMA...

Mi terraza es polisémica y parece una sinfonía; desde sus asientos, lo mismo toca un oboe que se escuchan las notas de un fagot, a veces suena un violín y de vez en cuando se desafina una guitarra. En numerosas ocasiones es para mí el punto de apoyo que reclamaba Arquímedes para intentar mover el mundo, mi pequeñísimo mundo. La orquesta a veces anda afinada y otras veces chirría un poco.

Ayer anduvo un poco tristona porque los ojos no vieron lo que querían ver y lo que han visto tantas tardes y mañanas. Eran poco más de las cinco de la tarde. De pronto, una columna de humo se elevó hacia el cielo. Y enseguida, las llamas en lo alto. Avisé a los bomberos rápidamente: “Hay fuego en los Pinos” … "¿En qué parte? Los Pinos son muy grandes” … “Coño, si se ve a simple vista, en la ladera que da al río”. Colgué y me puse a esperar cómo evolucionaba todo. Desde mi terraza todo lo contemplaba nervioso.

Los primeros minutos parecen cruciales para el dominio o el descontrol de cualquier fuego. Los bomberos tardaron poco tiempo en llegar y algún helicóptero lo hizo como a los quince o veinte minutos. Desde entonces todo fue una lucha continua por orientar el fuego y tratar de que no se acercara a los sitios edificados.

Con mis prismáticos y mi situación privilegiada, casi me doctoré en el tratamiento de incendios. Vi cómo los helicópteros regaban incansablemente los perímetros, de qué manera las avionetas refrescaban las copas de los árboles, cómo el fuego era atacado teniendo siempre en cuenta la dirección y la fuerza del viento, siempre a su favor y nunca en contra, cómo se atacaba la parte baja y jamás la parte más alta, de qué manera las cuadrillas reforzaban precisamente esos lugares a favor del viento, cómo se alineaban los helicópteros recogiendo agua, primero del pantanito que hay en Riofrío y más tarde en la piscina de la Cerrallana, en qué forma las avionetas descargaban productos ignífugos en las zonas más caldeadas y cómo, en fin, todo se ordenaba para conseguir de la mejor manera dominar la fuerza del fuego, que no es más que una fuerza más de las que muestra la naturaleza.

La tarde me dio para mucho: para visualizar los trabajos, para considerar lo poco que se tarda en consumir lo que luego cuesta muchos años recuperar, para pensar una vez más en la escala de valores que nos estamos dando y que estamos promocionando, en el lugar secundario que ofrecemos a la consideración de la naturaleza como componente de nuestras vidas, en lo efímero y en lo consistente, en lo que significa el monte continuo y el monte con cultivos cortafuegos, en la importancia de prevenir para no tener después que curar tantas heridas, en…

La ciudad se ha levantado hoy comentando los hechos y envuelta en el humo que aún anda suspendido sobre nosotros. El incendio se ha vuelto a producir en el mismo paraje en el que hace años ya había hecho de las suyas.

De mi archivo rescato algunas palabras escritas hace ya nada menos 18 años (cuántos cientos de páginas por el medio!!) que tienen como referencia precisamente los Pinos. Era noviembre de 1991:

“…El camino se divide y nosotros tomamos la dirección de la derecha, quizá por la inercia del circuito deportivo. Los pinos lo ocupan ya todo. Ahí están, saetas inmóviles que apuntan hacia el cielo. El sol apenas encuentra resquicio para llegar hasta el suelo. Las palabras de nuestra conversación suenan aquí con otro eco.

Pero, apenas hemos caminado unos minutos, cuando los árboles se espacian y se hacen menos tupidos. Enfrente se dejan ver las laderas por donde serpentea la carretera de Candelario. Hacia abajo, todo se desploma en vertical hasta el río, que deja llegar un lejano rumor de sus aguas. El verde perenne de las hojas de los pinos se mezcla con lo oscuro de los hermanos secos, ramas peladas al viento, cadáveres en pie… Por ningún sitio se ven señales de replantación de árboles, solo cepas serradas recientemente. Enseguida pensamos que retirar lo inerte está bien, pero no recomponerlo con vida y savia nueva es empeorarlo todo… Monte arriba seguimos admirando la fuerza de los pinos verdes y los claros de los pinos muertos. Una vuelta hacia la derecha nos allana el camino y nos lleva hasta el depósito del agua.

Parada obligatoria en su azotea. El pinar, desde aquí, está a nuestras plantas. Su espesura contrasta con la claridad de la sierra y del valle, que se estira hasta el pantano. Aquí hablamos de nuestras cosas, miramos, admiramos, y respiramos el aroma de los pinos, de estos pinos de Béjar, testigos mudos durante muchos años de paseos y sentires, de ilusiones y desahogos, de secretos compartidos y de consuelos reparadores.”

Han pasado casi veinte años desde entonces. Veremos qué se puede decir del mismo paraje cualquier rato de estos, cuando el humo nos deje volver a hollarlos.

N.B. Creo que es ya el cuarto incendio que veo comenzar desde mi terraza. En todos he avisado rápidamente a los bomberos. Me dan ya ganas de solicitar alguna medalla al mérito civil, o de las artes del fuego, o de la rapidez con el teléfono. ¿No se las dan a esos que dicen realizar todo por la patria cada vez que realizan una maniobra? Pues eso.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, D. Antonio Gutiérrez Turrión:

El sonido del bosque ardiendo es imborrable en la memoria.
Creo que los bomberos que lo han escuchado, y han luchado alguna vez para apagar los incendios de los montes, hacen lo imposible por salvar los árboles, poniendo en riesgo su vida.

Saludos. Gelu