Las ocho y cuarto de la mañana. Algún día he aprovechado el tirón del coche que me lleva hasta la base de los Pinos y me voy con Nena. Desde allí me doy una vuelta por “el pulmón” de Béjar (así llamaba una persona a este paraje), ya aireado, me vuelvo para darme una ducha reparadora, tomarme el desayuno y comenzar mis asuntos diarios. Hoy no tocaba: el esquema de trabajo me llevaba a otros lugares un rato más tarde.
Desde mi cama, escucho las noticias de Béjar en la Cadena Ser. Son solo unos minutos. La concejala de Medio Ambiente trata de explicar las actuaciones que se están llevando a cabo con los estorninos en el Parque Municipal. Oyéndola, tenía la impresión de que, realmente, no saben cómo quitárselos de encima. Sus explicaciones me parecen imprecisas y poco resolutivas. Es evidente que hay normas que cumplir y que ella tiene que ser una de las personas más cuidadosas con el medio ambiente y con el respeto a los animales. Pero creo que nos equivocamos cuando extremamos el celo, y que gobernar implica tomar decisiones, también con el riesgo de equivocarse (errare humanum est, y más se perdió en Cuba).
Hay una idea que me parece absolutamente fundamental para actuar en la vida: la de jerarquizar actuaciones, la de dar prioridad a unos hechos sobre otros. Si no se actúa así, corremos el riesgo de convertir todo en un caos o el de quedarnos indefensos ante todo por no actuar nunca. Es la mejor fotografía, además, de una escala de valores determinada.
Para este caso concreto, parece evidente que las personas, en su salud y en su distracción y esparcimiento, están por delante del derecho de los estorninos a dormir por la noche. El lugar que ocupan, los árboles que destrozan, la insalubridad que provocan, la imposibilidad de pasar y de pasear bajo esos árboles, la cantidad de agua que hay que gastar cada mañana para limpiar esos lugares, la cantidad de horas de trabajo y el dinero que eso supone… son razones suficientes como para actuar, y para hacerlo con urgencia.
Quede pues servida en crítica Elena, la concejala de Medio Ambiente, persona que, por lo demás, me parece con cabeza suficiente como para “dar salida” a estas dificultades. Y quede clara también mi postura activa ante la necesidad de actuar contra esta plaga de estorninos, aunque se tengan que utilizar métodos no del todo exquisitos.
Pero había una guinda escondida en el pastel que aún no había aparecido en los minutos de la emisión. La oyeron mis oídos y la saborearon mis papilas gustativas. Quiero decir que esta vez no me caben interpretaciones ni conjeturas desconfiando de los periodistas, por si hubieran manipulado la noticia o la hubieran sacado de contexto. La encargada del programa puso un “corte” en el que el antiguo regidor, Alejo Riñones Rico, pronunciaba estas palabras sobre el asunto de los dichosos pájaros: “A nosotros, cuando gobernamos, nos costó mucho echarlos, pero lo conseguimos. SABEMOS CÓMO ECHAR A LOS PÁJAROS, PERO NO SE LO VAMOS A DECIR A ESTOS”. Si alguno leyera estas palabras, por favor, que me crea. Exactamente esto es lo que dijo el exregidor. Este señor, contra el que, como persona, no tengo nada, y de quien me gustaría ser amigo, como de todo el mundo, fue alcalde de la ciudad estrecha en la que vivo DOCE AÑOS y sigue siendo (no sé cuántos años ya) PROCURADOR EN LAS CORTES DE CASTILLA Y LEÓN (aunque mantenga bien ocultas sus posibles dotes parlamentarias).
Me entró la risa floja cuando oí tal memez y semejante tontería. Al poco, me puse triste y me tiré de la cama: me aguardaban la lectura y los parajes de Puente Nueva.
No entré a considerar la verdad o mentira de lo que afirmaba porque sencillamente con preguntar al empleado municipal correspondiente se puede conocer cuál fue la fórmula que dio resultado en otras ocasiones para que se fueran los pájaros; algo tan sencillo y elemental como eso. Me reía y me entristecía a la vez por el nivel ínfimo de capacidad intelectual que demuestran algunos de los representantes públicos. Aún ahora (son las cinco de la tarde), recuerdo sus palabras y no sé cómo reaccionar. Los niños jugando al ratón y al gato no lo harían peor. Así que hay un señor que conoce una fórmula para librar a los vecinos de una molestia grave como es la de la plaga de estorninos y no se la da a conocer a sus adversarios políticos. ¿Qué puede tener este señor en su cabecita política? Lo dijo don Antonio sabiamente: “El mundo en la oquedad de su cabeza”.
Por desgracia, el hecho viene a demostrar, una vez más, la forma en la que algunas ¿ideologías? conciben esto del asunto público: si yo gano, todo para mí y usted váyase a casa; si gana usted, apáñeselas como pueda.
Hay prefijos castellanos que indican en negativo la falta de una cosa o la inferioridad en el nivel alcanzado en la misma: a-, in-, sub-… ¿Alguien quiere aplicarlos a “normal”, “bécil” o “moral”, por ejemplo? ¿No es el caso? ¿Sería un insulto aplicarlos a algunas personas?
Todo el mundo tiene el derecho de representar a sus conciudadanos públicamente. También en las próximas elecciones locales y autonómicas. Hay repeticiones que no deberían producirse. Estoy seguro de que, también en esta estrecha ciudad, hay personas con otra formación y con otra altura de miras. En realidad, sencillamente con miras nos bastaba.
Pensaba Platón que la mejor forma de prepararse para la vida pública era la de curtirse en el mundo de la filosofía. Aristóteles defendía que la política es la continuación y la culminación de la ética. No sé si no tendríamos que abrir alguna academia de rudimentos de filosofía, ética y sentido común para por las tardes. Sugiero empezar por los más necesitados: hay legión.
miércoles, 5 de agosto de 2009
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1 comentario:
Tienes razón,no nos vendrian MAL a todos unas cuantas clases de ética.
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