¿Cuándo se acaba de escribir un libro? NUNCA. ¿Y cuándo se acaba de leer un libro? NUNCA. Estas afirmaciones las tengo bastante claras. En cuanto el autor originario da su labor a la estampa, comienza la labor de los lectores. Cada uno de ellos escribe un nuevo libro; y cada uno de ellos lee un libro nuevo. De la lectura, sea cual sea la intensidad y la concentración de la misma, queda un poso que hace actuar más o menos a la persona lectora más tarde. Por eso creo que ni la lectura de un libro ni su lectura terminan nunca.
A veces el lector se apodera del libro y termina haciendo con él otra obra de arte o de chapuza, según su entender, de acuerdo con sus necesidades y al amparo de sus capacidades. Por eso, un libro es lo que escribió el autor originario -que todos somos un poco sus autores- y lo que de él han ido haciendo después los lectores.
Quizás ningún ejemplo tan luminoso como el de “don Quijote” de Cervantes. ¿De Cervantes? Y nuestro. Por lo menos mío. Y de todos. Yo he terminado su relectura física hace un par de días y, durante ella, he sido coautor del mismo. Pero es que además ha quedado en mí un poso que me servirá para otros muchos momentos de pensamiento y hasta de actividad. Lo dicho: nunca termina ni la escritura ni la lectura de un libro.
He querido añadir una opinión más a la mía, para que me sirva de contraste y para alargar un poquito más mi opinión. Y he ido a tiro seguro. He abierto las páginas de la obra de Unamuno “Vida de don Quijote y Sancho” y me he engolfado en su lectura durante otro par de jornadas. Yo sé muy bien que con don Miguel puedo discutir porque es un provocador y a mí me va la marcha. Y con la interpretación de cada capítulo he discutido, pero me he dejado también anegar de otras posibilidades. Y las de este estupendo loco, también Miguel, son siempre de tronío. Esto sí que es apoderarse de la obra hasta hacerla totalmente suya. Al final, termina siendo Cervantes un pretexto para que este otro don Miguel, de Unamuno, dialogue con el Caballero y con el Escudero, para reñirles, para pedirles encargos, para aplaudirles, para agradecerles… Esto sí que es un comentario de texto. Casi como el de la Coplas Riojanas.
Pero no puedo ser yo el que se queje de esta actitud pues mi empeño no anda lejos del suyo, y, a mi discusión con Cervantes, sumo en esta lectura mi discusión con Unamuno. Qué hermosa sería una discusión a tres bandas. En mi caso sobre todo para escuchar, aunque no sé si me aguantaría demasiado, con lo que a mí me gusta echar mi cuarto a espadas.
De las inagotables ideas que me sugiere Unamuno, copiaré, a modo de muestreo, solo algunas frases:
Cap. XIII: “Hay algo más íntimo que eso que llamamos moral, y no es sino la jurisprudencia que escapa a la policía; hay algo más hondo que el Decálogo, que es una tabla de la ley, ¡tabla, tabla, y de ley!: hay un espíritu de amor.”
“La vida de la vida de los hombres fue eternizar la vida.”
Cap. XVII: “Por un quizá empieza la fe que salva.”
Cap. XXIV: ”La locura, la verdadera locura, nos está haciendo mucha falta, a ver si nos cura de esta peste del sentido común que nos tiene a cada uno ahogado el propio.”
Cap. XXXI: “Si mi fe me lleva a crear o aumentar vida, ¿para qué queréis más prueba de mi fe?”
Cap. XLV: “Sí, todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno su verdad, su fe, y defenderla.”
Segunda parte
Cap. XXIV: “El efecto práctico es el único criterio valedero de la verdad de una visión cualquiera.”
Cap. XLVI: “El héroe es poeta en acción, es el poeta héroe en imaginativa.”
“Lo absolutamente individual es lo absolutamente universal.”
Cap. LVIII: “La creación toda es algo que hemos de perder un día o que un día ha de perdernos, pues ¿qué otra cosa es desvanecernos del mundo sino desvanecerse el mundo de nosotros?”
Cap. LIX: “Nuestra moral corriente está manchada de la abogacía, y nuestro criterio ético estropeado por el jurídico.”
Cap. LXIV: “Y no hay otro infierno que este: el que Dios nos olvide y volvamos a la inconsciencia de que surgimos.”
Cap. LXXIV: “…pero dinos, desventurado don Quijote, tú que despertaste del sueño de tu locura para morir abominando de ella, dinos: ¿no es sueño también la muerte? ¡Ah!, y si fuera sueño eterno y sueño sin ensueños ni despertar, entonces, querido Caballero, ¿en qué más valía la cordura de tu muerte que la locura de tu vida? Si es la muerte sueño, locura y solo honda locura fue tu anhelo de inmortalidad.”
“¿Dio su espíritu (don Quijote)? ¿Y a quién se lo dio? ¿Dónde está hoy?, ¿dónde sueña?, ¿dónde vive?, ¿cuál es el abismo de la cordura en que van a descansar las almas curadas del sueño de la vida, de la locura de no morir? “Oh Dios mío; Tú que diste vida y espíritu a don Quijote en la vida y en el espíritu de su pueblo; Tú que inspiraste a Cervantes esa epopeya profundamente cristiana; Tú, Dios de mi sueño, ¿dónde acoges los espíritus de los que atravesamos este sueño de la vida tocados de la locura de vivir por los siglos de los siglos venideros…?”
“!La vida es sueño! ¿Será acaso también sueño, Dios mío, este tu Universo de que eres la conciencia eterna e infinita?, ¿será un sueño tuyo?, ¿será que nos estás soñando? ¿Seremos sueño, sueño tuyo, nosotros los soñadores de la vida? Y si así fuese, ¿qué será del universo todo, qué será de nosotros, qué será de mí cuando Tú, Dios de mi vida, despiertes? ¡Suéñanos, Señor!”
Qué festín para mi mente. Y para tomar cartas en el asunto, que no estoy, ni mucho menos, en todo de acuerdo y me va la pelea, y mucho más con un ser tan fantástico y tan contradictorio como Unamuno. Pero él tenía centenares de páginas y yo solo tengo estas líneas y muchas limitaciones. Tiempo habrá. Que amanecerá Dios y medraremos.
Me tienta volver a la lectura del texto de Trapiello “Al morir don Quijote” sobre la continuación del Quijote. Qué sé yo… Los demás textos académicos o de estudio de la obra me convocan menos.
jueves, 27 de agosto de 2009
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