sábado, 31 de mayo de 2008

SÁBADO EN LLUVIA



Tocaba hoy de nuevo desnudarse por ahí, porque era sábado y es el día señalado en las páginas del calendario, porque hacía alguna semana que no se había logrado, porque había que desafiar al cielo y los arroyos.
De nuevo por los montes y las sierras, a divisar collados y a meter por la vista valles y naturaleza. Otra vez por las lomas de La Garganta, en lo alto del valle que ve a sus pies a Hervás y a las llanuras de la alta Extremadura, dejándome empapar por la lluvia que caía serena y gorda como dándose golpes contra el suelo, viendo correr regatos y arroyuelos, como cuna fecunda de las lluvias, mirando el cielo y viendo cómo bajaban las nieblas a cubrirme mientras tomaba un trago y un bocado al amparo de una ermita en el campo, salpicándome de agua, llenándome de agua, empapándome todo, calándome, mojándome, inundándome, duchándome, bautizándome. Y eso que en pleno campo me resguardaba al amparo de un viejo paraguas.
Contemplar primero el valle y la montaña dorados por el sol, y al poco rato ver cómo bajan las nieblas hasta confundirlo todo y no mucho más tarde comprobar de qué manera se empiezan a desprender las primeras gotas entre la niebla, o un poco más tarde observar que todo se convierte en el dominio de la lluvia, supone una experiencia extraordinaria. He visto el pueblo de La Garganta desde lo alto, cubierto por la niebla y en un hueco de luz los tejados de sus casas, he divisado a lo lejos el pueblo de Hervás entre un mar de verdura, he visto cómo, de pronto, todo ha quedado inmerso en otro mar de nieblas, durante una hora larga he sido pasto del reino de la lluvia, sin sitio en el que refugiarme, todo yo a merced de la voluntad de la naturaleza. Las presas, los pantanos, ya rebosan de agua, los caminos rezuman humedad, por cualquier sitio aparece un riachuelo rodando por el monte. ¡Y mañana ya es junio! ¡Cómo será el verano, con esta primavera tan mojada! Algunos colmenares jalonan estas sierras. Los he visto muy cerca del camino. Las abejas estarán deseando que luzca más el sol para poder libar entre las flores. Jamás ha llovido a gusto de todo el mundo y hoy me he acordado de alguno de mis hermanos y de mis sobrinos, pendientes de recoger el fruto del trabajo de las abejas pero también pendientes del sol y de la lluvia. A mí solo me ha faltado un arco iris de estos que con frecuencia coronan mi terraza. No debo pedir tanto. No es poco lo que he visto esta mañana, lo que han visto mis ojos, lo que han saboreado mis sentidos. A pesar de la lluvia y de la niebla.

viernes, 30 de mayo de 2008

GRADUACIÓN



He asistido esta tarde a un acto que se repite en mi centro de trabajo todos los años por estas fechas. Se trata de dar la despedida a los alumnos que finalizan el bachillerato y que abren sus alas a la vida para volar por otros lugares y con otros intereses. En mis lejanos años universitarios aquello de las orlas y de los recuerdos colectivos no se llevaba demasiado bien y había muchos que escurrían el bulto y no se presentaban ni a saludar. Yo ya por entonces tenía claro que lo que supusiera una imagen de aquella gente que había acudido conmigo a clase, o algo así, se merecía un recuerdo, una foto y lo que hiciera falta. Hoy me sigo reafirmando en que las pequeñas cosas, sin aspavientos ni alharacas, merecen mucho la pena. Por eso acudo cada final de curso a decirles adiós y a desearles un buen futuro. Es un buen momento para confirmarme a mí mismo que ellos, mis alumnos, siempre tienen la misma edad, mientras que yo cada año soy un poco más del pasado y menos del futuro. Siempre se repite la misma sensación: unos empiezan, tienen toda la ilusión y el campo por delante, otros -otro- tienen la vista en el retrovisor y contemplan con nostalgia demasiadas cosas.
El acto termina convirtiéndose en una reunión cuasi familiar. Los padres se ilusionan, los hijos se acicalan y se exhiben, todos se animan en un ambiente que no parece de diario y, al final, cada uno vuelve a su sitio, a sus tareas, a su quehacer, a sus intereses, a sus planes, como si nada hubiera pasado.
Dentro de unos días, estos muchachos se enfrentarán al examen -más temido que difícil- de selectividad. Serán -ya lo están siendo- días de nervios y de preocupaciones. En realidad no saben que casi todo el mundo aprueba y que es mucho más el ruido que las nueces. Si lo sabré yo que cada año me toca corregir un buen taco de exámenes. Pero no está mal que por unos días sientan el aire frío en el cogote y que aprendan a andar al límite.
Suelo decirles siempre, allá por octubre, que el curso académico dura tres días. Se ríen todos, pero después comprueban que la hipérbole no es tan grande. Hoy ya han acabado esos tres días. Ahora empieza una nueva etapa, más individual, más personal, más frente al toro de la vida. Que a todos les vaya muy bien.
Me sigo quedando con esa imagen de los alumnos que, como he dicho, siempre tienen la misma edad, frente a mí, que cada año me siento llevado por el viento de la vida a una velocidad cada vez más vertiginosa. Como si ya me hubiera graduado en el cursillo de la experiencia demasiadas veces.

jueves, 29 de mayo de 2008

MODELOS DE ÉXITO




Vivo en una sociedad que exhibe sin pudor a todas horas modelos de éxito. Los medios de comunicación se sostienen en buena medida por la existencia de esos modelos, y algunos los fomentan como único medio para seguir creciendo económicamente. Al ser humano, desde niño, se le educa en el seguimiento de los ídolos, de tal manera que orienta sus actividades en imitarlos y en aparentar que está en alguna medida próximo a ellos. Miro las televisiones y no hay más que modelos cantantes o deportistas, famosotes de tres al cuarto y exhibicionistas sociales de toda laya que sacan producto de todo lo que significa falta de esfuerzo e impudicia. Nada importa, ante nada se detienen con tal de alcanzar su minutito de atención comunitaria, sobre todo si esto les asegura un tiempo de supervivencia económica y de la otra. Y no me importan tanto ellos como sus imitadores, esa especie de legión que pulula por calles y jardines y que orienta sus esfuerzos, sus dineros y sus voluntades a babear ante sus figuras.
¿Qué es, si no, en estos momentos, la selección de fútbol? Pues una pantomima en manos de la televisión Cuatro que la necesita para vender sus productos publicitarios. Poco interesa que gane o deje de ganar -en esto es en lo único que tienen sinceridad, aunque no lo expresen en público, pues ninguna importancia tiene ganar o perder y para ganar uno tiene que haber siempre otro que pierda-, lo que interesa es que siga la representación para alargar la venta del producto. Por eso toda la parafernalia de actos y de exageraciones, tanto despliegue, que no será tal en cuanto deje de ser rentable. Me interesa analizar el seguidismo del espectador ante tanta desmesura. Los jugadores se hacen más dioses por unos días sencillamente porque interesa comercialmente, a ellos y a la cadena de televisión correspondiente. Los medios crean las noticias, las muñen a su antojo, las agrandan y las empequeñecen, las desvían, las acomodan en el espacio y en el tiempo. La realidad primitiva en poco se compadece con la que crean esos medios en su propio interés.
Se trata solo de un ejemplo, pero es que me parece que esta plaga se extiende por todos los niveles de la vida. En casi todas las actividades creo ver una imitación imbécil con escaso o nulo fundamento, una huida de la decisión propia y una invasión del deseo y de la imitación ajena. ¿No son ejemplos de lo que digo tipos como Bush o Berlusconi? Pues ambos han sido elegidos por mayoría en sus respectivas comunidades. El segundo, además, en situación de alevosía y premeditación, pues repite.
¿Qué pasa en esta tribu que puebla el mundo? ¿Es que no hay otra escala de valores? ¿Es que realmente nos interesa que nos dirija la estulticia y hasta la superstición.
¿Y qué pasa entre las gentes de esta ciudad estrecha en la que vivo? ¿Y qué pasa en mí mismo? Hay que hacérselo mirar.
Atacamos ahora una estación, la del calor, que se presta más a la descompresión y al abandono. Sustituiremos estos modelos por los de los deportistas olímpicos y los cantantes, todos ellos puestos en concierto, aunque no sepan reproducir ni una escala musical. Vale.

miércoles, 28 de mayo de 2008

OPTIMISTA A TIEMPO TOTAL



Sé que llevo bastante tiempo rondando el campo de la melancolía, que me asiento con demasiada frecuencia en un tono de tristeza y que me descubro de vez en cuando vislumbrando los predios de la hipocondría. Para mi propia cosecha, lo que tengo que hacer es analizar las causas que provocan estas situaciones. Porque, por perogrullesco que parezca, las cosas suceden por algo y se deben a alguna causa concreta, sea esta explícita o implícita. Creo que alguna razón conozco para explicarme todo esto y entiendo desde ella que mis ánimos se me caigan con alguna frecuencia. Vale. Tendré que dominar las situaciones, reconducir errores o fomentar variables positivas. Habrá que andar al loro del asunto, porque la vida aprieta y el tiempo se marchita sin pausa y sin descanso.
Admiro al optimista, al que siempre anda con la cara hacia arriba, al que sabe beber del vaso medio lleno y nunca lo descubre medio vacío, al que sabe concertar la realidad de la teoría -siempre más fácil- con la de la práctica -siempre más complicada-, al que mira hacia el cielo y se ríe de la lluvia y del sol a partes iguales. Yo soy un poco más de altibajos, de bandazos visibles, de arrechuchos según la hora del día o el interlocutor que me haya correspondido. Supongo que en la configuración de cada personalidad intervienen muchos factores y que el carácter no se cambia muy fácilmente. Habrá que soportarse buenamente, otra vez con la ayuda de la buena voluntad.
Hay dos cosas, no obstante, que quiero apuntar hoy y aquí. La primera hace referencia a la existencia del optimista a tiempo completo. Hay gente que no conoce los predios de la tristeza ni del desaliento. O eso parece. Me pregunto cómo se puede ser optimista a todas horas. Y reconozco que me cuesta entender en positivo a ese optimista recalcitrante, aunque lo admire tanto. No lo encajo en mi sentido común, parece que me molestara que no se sienta enfadado con nada, que no se revuelva contra esto y contra aquello, que no eleve una protesta cualquiera. Supongo que los habrá en distintos grados de conciencia. Acaso los habrá que tengan asimilada la certeza de que la lucha contra lo que no se puede modificar es sencillamente inútil y sin sentido, de que exprimir la vida en sentido positivo es su única misión, y de que tienen que cargarse de paciencia para entender que la vida te lleva y te trae muy a su antojo. ¿No serán estos los mejor informados? A estos los admiro. Me gustaría parecerme a ellos un poquito.
La segunda consideración apela a mi derecho, o a mi falta de derecho, a transmitir a los demás esos sentimientos de pesimismo que pueda experimentar. No tengo demasiado derecho a dar el coñazo con situaciones negativas personales. Y menos si me considero un privilegiado de la vida. A los demás me gustaría transmitirles energías positivas y sé que no puedo demasiadas veces. Tal vez por eso tendría que acudir en más ocasiones al silencio y a la reflexión personal. Me cabe el consuelo de que tal vez por ahí haya también pesimistas como yo que se sientan en el reino de la mayoría y eso les consuele algo, u optimistas que contrasten conmigo y me den esa ayuda a mí con su soporte.
Al fin y al cabo, todo es intercambio y ayuda mutua, querer y dejarse querer, sentir la presencia de los otros y que los otros sientan la tuya en algún momento, vivir en ida y vuelta. No sé qué aplicación puede tener aquello del pesimista bien informado y del optimista sin información. Qué sé yo. Siempre la duda.

martes, 27 de mayo de 2008

JUZGAR Y SENTENCIAR


De nuevo las palabras, otra vez las palabras a la búsqueda de alguna realidad. Me da miedo juzgar a las personas, me asusta confundirme en mis apreciaciones, es algo que noto a diario con más intensidad. ¿Quién soy yo para juzgar a las personas? Y, sin embargo, me paso la vida juzgando y opinando. No hay otra forma de ejercer la convivencia. O yo no la conozco. Desde la mañana hasta la noche, me rozo con la gente, hablo con la gente, intercambio con la gente, recibo de la gente, ofrezco y doy a la gente…, me comunico con la gente. Y en ese roce mutuo van y vienen sentencias, que no son otra cosa que opiniones acerca de las palabras y de los gestos que percibo en ellos.
Quizás debería ser un poco más preciso. Tal vez lo que me aterre sea pronunciar sentencia sobre lo que se me ofrece. Seguramente la primera parte, el acto de juzgar, implique sencillamente el análisis de los datos, la necesidad de describir y de ordenar para poder responder y mejorar. Aparte de inevitable, no parece malo que el ser humano se afane en indagar sobre la importancia y la veracidad de las cosas. La parte de la instrucción no es, por tanto, la que me acongoja. Se trata de la parte final del proceso, del momento en el que tengo que manifestarme sobre esa bondad o sobre esa maldad que yo observo en esas acciones o en esos comportamientos. Ahí es donde está la duda y ahí es donde se suspende el juicio tantas veces. ¿Quién me asegura a mí que la descripción está bien hecha, que la instrucción no es equivocada, que el argumentario es correcto y exhaustivo? Son tantas las variables que intervienen… Son tantos los caminos que desconozco… Son tantos los condicionamientos en el otro que no controlo…Y, aun si todo esto se sustentara, ¿en nombre de qué tengo yo la capacidad de emitir juicio y, sobre todo, de sentenciar, para condenar o para premiar los hechos y las opiniones de los demás?
No escribo esta consideración como ejercicio retórico sino como reflejo de una situación que cada día se me presenta más confusa en los dos lados de la comunicación. Un ejemplo concreto me lo confunde más. Cada cierto tiempo tengo la obligación de dar notas a mis alumnos. En alguna medida, se trata de un juicio y de una sentencia, aprobatoria o condenatoria. ¿Por qué tengo yo que condenar y frenar ese proceso en el que ellos andan metidos? ¿Quién soy yo para ello? ¿Realmente evalúo todas las variables del proceso o solo unas simples muestras azarosas? Solo conozco algunas circunstancias en las que se produce su proceso de aprendizaje. ¿Son suficientes? ¿Qué hacer ante la duda? De verdad que no es fácil. No sé cómo hay tanta gente que se ceba en la poda, que sentencia a destajo, que vive en un mundo maniqueo sin descanso, poniéndose sin falta en el campo de los buenos, no siendo que le toque la condena.
Quizás por eso mismo el dar y el ofrecer es lo más sano, y lo más socorrido, y hasta lo más honrado.
Nada que ver todo esto con el hecho de desistir imbécilmente afirmando que no hay cosas mejores y peores. Enjuiciar, todo el tiempo; sentenciar, pocas veces; condenar, casi nunca. Si pudiera ser, nunca.

lunes, 26 de mayo de 2008

DEAJAR ESCUCHAR


“La música callada, la soledad sonora…” Cuánto dicen los versos si sabe uno escucharlos… Me sigue preocupando el asunto este de la comunicación. Hay sucesos que me actualizan con demasiada frecuencia e importancia lo que significa este hecho, tan consustancial al ser humano, tan mostrenco y a la vez tan complicado. En esta rama del árbol de la vida, la teoría se ve reflejada como fotocopia exacta en la realidad de cada minuto. Todo es ruido y modorra, casi todo es falta de comprensión, demasiado es falta de voluntad. Lo de que las palabras no es más que un simulacro, una aproximación con una tenue linterna a la luz más deslumbrante de la realidad, no es cuestión de destacarlo pues lo hace por sí mismo; lo de que los canales se complican a la menor resulta evidente; lo de que los contextos lo pervierten todo no hay más que mirarlo. Pero como la comunicación es reciprocidad, siempre me ha preocupado, y ahora tal vez un poco más, el tiempo de la respuesta, la codificación y su vuelta a empezar, la decodificación y la comprensión, la buena voluntad como experiencia.
Tengo para mí que pocas cosas resultan tan productivas como saber escuchar, como provocar silencios y pausas, como hacer manar descansos, como irradiar tranquilidad. Conozco a más de uno que deja medio crédito por el camino por no saber pararse a tiempo, a tiempo de que el interlocutor pueda expresarse, por no saber dejar la parte alícuota al de enfrente. Son tipos estupendos, con buena voluntad seguramente, pero con un camino demasiado fijo de dirección única que no ofrece la posibilidad de cambiar de sentido. Una conversación, en esos términos, termina en un monólogo, en conato de enfado y de fastidio, en malos entendidos e interpretaciones erróneas, en malos rollos casi siempre.
Supongo que es un peligro que nos acecha a todos. Habrá que poner tino en el asunto. Dejar hablar al otro, pedir nuestro derecho a expresarnos, confrontar las ideas serenamente, tomar algo de aquí y algo de allá, sentirse complementario y que te dejen serlo y saborear los gozos de la conversación. De verdad que a veces me siento impotente y descorazonado si no puedo sanamente meter baza para exponer mi idea. Me gustaría no provocar lo mismo en otras personas. La vida es convivencia, la convivencia exige las palabras, y estas intercambio, silencios y ganas de escuchar lo que nos digan. Se suavizan tantas cosas, se aclaran tantos conceptos, se arreglan tantos tuertos, que el propio don Quijote se sentiría orgulloso.
Hay una tenue voz en la distancia. Sentémonos a oírla y a escucharla.

domingo, 25 de mayo de 2008

AUTO SACRAMENTAL



Hace algún tiempo que no acudo al festejo que cada año se monta en Béjar tal día como hoy. Quizás desde los años en que estuve ayudando en el Ayuntamiento, años en los que la oficialidad me obligaba a acudir a demasiados sitios con desgana. En esta ciudad estrecha se celebra el día del Corpus, reconvertido a domingo, una procesión que es el más fiel reflejo de los vestigios del pasado. No me interesa tanto el hecho folclórico y vistoso de los hombres de musgo, leyenda hermosa como casi todas, pero falsa de toda falsedad. Lo que realmente quiero sacar del olvido es el espectáculo que cada año se produce con la mezcla de los poderes, sometidos todos ellos al poder religioso.
Béjar posee una hermosa plaza mayor, porticada en tres de sus lados, pero con una iglesia en medio que llena buena parte del lugar y señala la presencia de lo eclesial en el medio de la vida de los habitantes de la ciudad. Lo más interesante es que, en el mismo sitio se hallan edificios que representan el poder civil y el poder de la nobleza. Se trata de la sede del Ayuntamiento y la mole del palacio ducal, hoy destinado a centro de enseñanza. La Historia demuestra la comunión de estos tres poderes, controlados por la nobleza, dirigidos por los clérigos y obedecidos sumisamente por el pueblo llano.
La procesión que este día se celebra es una representación exquisita de esta confluencia de intereses. Lo símbolos religiosos presiden la procesión que recorre las calles; junto a ellos acuden los poderes públicos del Ayuntamiento, y, detrás, el resto de la gente. La nobleza se nos ha quedado por el camino, pero ahí ha estado durante muchos siglos, organizando y presidiendo también. El momento de sometimiento más escandaloso se produce cuando, a la vuelta del recorrido, las banderas civiles, portadas por representantes sociales y políticos rinden vasallaje a los símbolos religiosos. Un acto cuando menos de la Edad Media.
Nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, a separar unas acciones de otras y a poner pies en pared, negándose a ese espectáculo que tendría que ser solo religioso y ocupar solo a los fieles. No es sencillo modificar las costumbres de una comunidad y acaso no es bueno alzarse en armas porque sí, pero habría que empezar teniendo muy clarita la teoría para empezar más tarde por la práctica. Los representantes civiles no pueden someter sus símbolos a elementos religiosos, y mucho menos cuando no se hace con todos. Que acudan como fieles y dejen las banderas y los pendones en sus armarios, que allí están bien. No se acaba de entender, seguramente por estar acostumbrados a los privilegios durante toda la Historia, que no hay mejor manera de respetar la práctica religiosa que separarla de lo que no es religioso, sin confundir la parte por el todo y acostumbrándose a entender que, por más que les parezca mentira, hay personas que nada tienen que ver con eso y también tienen que ser amparados por esos símbolos. El engalanamiento de los balcones con banderas viene a rematar el disparate. Como si el Cristo y las banderas fueran del mismo bando. Así no es fácil desarrollar la convivencia.
Y no será fácil modificar las costumbres, pero hay que ponerse a ello. Procurando no herir, pero sin dejarse pisar por lo que no tiene ningún fundamento.
En mis años de actividad pública siempre me negué a llevar la bandera en este acto. No fue poco a la vista de lo que sigue sucediendo.

sábado, 24 de mayo de 2008

NO ES ASÍ, NO ES ASÍ


Me queda la conciencia, cada vez más nítida, de que me alejo del quehacer diario, de lo que leo y degluto en las páginas de los periódicos y de otras muchas cosas que almaceno inconsciente en mi memoria desde la ventana mágica de la televisión. Antes escribía mucho sobre asuntos sociales y políticos, ahora lo hago mucho menos. Y, a pesar de todo, el fondo es siempre el mismo, el que me ponen otros, el que me dan en gris o en blanco y negro los dueños de los medios cada día.
Llevamos unos meses de descabezamiento del líder del PP. Ahora toca echar por tierra, desde los medios de la derecha política y mediática, lo que solo unos días antes se ensalzaba sin pudor y sin recato. Es la técnica simple que mejores resultados ofrece, que más morbo le pone al asunto y que más clientela arrima al cotarro de la publicidad y de la cuenta de resultados, que es lo que, al fin y al cabo, interesa. Es el capitalismo puro y duro, la aplicación concreta de los tristes principios. Tampoco hay que extrañarse demasiado. Tal vez sí habría que darles una vuelta teórica a los principios que sostienen tales barbaridades. No puede ser que valga todo para el convento, no es moral que la escala de valores no repare en los medios sino solo en los resultados, no es ética una conducta que ensalza y que denigra según las conveniencias. Nunca hay nada tan nítido como para insultar a todo trapo, sin reparar en nada, sin observar que todos somos personas, que no hay nada del todo definitivo ni absoluto. Supongo que, desde una perspectiva de resultados, o sea, de derechas, estas caricias lingüísticas y estos bocados sin piedad se aguantarán mejor, en espera de mejores tiempos y aguardando que las tornas se vuelvan y que las dentelladas cambien de dirección. Yo no pienso lo mismo. No todo vale, ni muchísimo menos. No puede ser que nos pasemos la vida en lucha permanente para que solo sobreviva el mejor, que siempre será sencillamente el que mejor sepa adaptarse a las leyes del mercado. Para eso no hemos venido aquí. Por lo menos tenemos que intentar disimularlo con buenas intenciones.
Como este navajeo se produce en todos los partidos y asociaciones, habrá que sacar conclusiones no solo para acusar sino para aplicar las soluciones cuando toque. Siento que me repito, que digo muchas veces lo mismo en estas líneas. La solución no está en seleccionar a unos para ensalzarlos como jefes y héroes y en olvidar a otros como si nada valieran. Es verdad que hay personas por el medio, pero qué bueno sería si el presidente de un gobierno se creyera como cualquier mortal, como cualquier obrero que trabaja con otros a España, como decía el poeta, y que, al cabo de un tiempo, vuelve sencillamente a su trabajo, a su tarea diaria, a su cocina, a sus niños, a sus cavilaciones, a contemplar la vida cómo pasa, a sentirse pequeño y desvalido, a cumplir sanamente unos horarios, a tener como todos cualquier dificultad, a sentirse igual y no superior a cualquier otra persona que pasa por la vida como tantos. Entonces las puñaladas no tendrían sentido, los empujones tampoco, los héroes y los villanos se difuminarían, y esa moda de vender periódicos y de arengar a fanáticos se perdería en el olvido.
No es así como se arregla esto. No es así. Ni en la derecha ni en cualquier otro partido. Que en todos los sitios cuecen habas.

viernes, 23 de mayo de 2008

SOLO SOMOS INSTANTES

Estamos todos hechos de instantes, de diminutos tiempos que se encadenan sin apenas conocerse, sin tiempo para darse la mano y saludarse, tomar un trago juntos y después despedirse. Todo es continuo atajo, desconcierto, cuando esperas no sabes lo que puede pasar y acaso es mejor que no lo sepas pues, si así fuera, tal vez te llegaría la cruel desesperanza. Así que todo fluye y se derrama, a veces se adelanta y a veces vuelve atrás y se descubre en el sitio de antes. Al final del camino tal vez la belleza habrá estado en todo aquello que, sin decir ni pío, pasó inadvertido, inesperado y súbito.
Qué inconsistente todo, qué falta de certeza, qué descaro. Así resulta difícil asentarse, determinar destinos, hacer un breve plan para mañana, depositar en el suelo la verdad para que dure un rato, asirse con confianza a ningún sitio.
Los niños necesitan de unas manos que sientan con calor y con ternura, se abandonan a ellas y se duermen al contacto con la piel de sus dedos. Los jóvenes esperan de sus maestros la seguridad de algún camino sin darse cuenta, ay, de que la vida anda precisamente en la búsqueda propia y personal. Tal vez la madurez se escape un poco de esa necesidad: en el medio la vida se olvida del valor de los extremos y se siente segura de sí misma. Si la vejez acecha, de nuevo es la inseguridad y la necesidad de la certeza lo que acosa y provoca.
En algún momento de la carrera de la vida, echamos la vista atrás y obtenemos la certeza de la provisionalidad de toda la jornada, nos sentamos a ver pasar el agua y la descubrimos anterior y más consistente que nosotros mismos, observamos el cielo y las nubes se alejan con nosotros, miramos la montaña y allí sigue constante y duradera, mucho más que nosotros, siempre mucho más duradera que nosotros. Todo se nos presenta en un mínimo ruido, en un ruido adecuado a las cosas que pasan y se marchan como sin ser notadas.
Solo quedan los restos de la memoria pobre, oscurecida, las nieblas blanquecinas de la melancolía.

TARDES DE HOSPITAL

Allí la muerte pasa en ambulancias de todos los colores, sin tocar las sirenas pues es su territorio, como quien juega al tute o al mus una tarde cualquiera.
Espacio cada vez más mis viajes a Salamanca y casi siempre me acerco hasta allí por motivos poco saludables. Esta tarde tocó seguir a la ambulancia donde iba tumbado Ángel, con su flojera a cuestas que no le permitía tenerse en pie. Todos pensábamos en algo psicológico y allí anidaba algo más que bien a punto ha estado de convertirse en una obstrucción sanguínea definitiva. El hombre anda que lo tira todo porque no puede mantenerlo en pie y se ha quedado imbécil, o sea, sin apoyo de nada, y se ha escondido en sí mismo como no queriendo salir para nada. Y es que no es sencillo buscarle alicientes a la vida en ciertos contextos.
Y allí pruebas y pruebas mientras nosotros esperábamos al lado de un murmullo de personas, todas acongojadas en urgencias, con los mismos motivos de preocupación y de espera. Al fin parece que no era demasiado y que todo quedará en un susto recuperable con unos días de ingreso en el ambulatorio-hospital de Béjar.
En aquellos recintos la muerte se sienta al lado de la vida, son familiares íntimos, se saludan como si nada, se intercambian regalos, se prestan ayuda y compañía. La muerte es tan real como la vida misma, la exacta continuación de la vida, el ratito posterior al gozo de cualquier momento, la continuación, sin espacios intermedios, de cualquier ocurrencia, el punto y seguido de cualquier palabra, la urdimbre del mismo tejido, el traje que contacta con la misma piel.
Supongo que los que allí trabajan tendrán la piel curtida con las dos caras de la vida y de la muerte. Es mejor que así sea.
Y fuera era la tarde, los cielos nublados de este mayo lluvioso, y dentro eran las caras preocupadas, y fuera eran los coches y los verdes, y dentro eran los seres desvalidos, y fuera era la vida, y dentro era también la vida. Otra vida, la misma vida.
La noche estaba en Béjar y en su hermoso silencio por las calles, y en la planta cuarta del su hospital, donde la vida sigue trampeando con la muerte.

miércoles, 21 de mayo de 2008

NOCHE DE ESCUPIR CERVEZA Y MALDICIONES

Me gustaría escribir siempre a favor y nunca en contra, pero tengo ojos, algún sentimiento, cierta escala de valores y participación en los acontecimientos de la puta calle. Siempre he mirado el mundo de la creación desde cierta distancia, desde mi afición a juntar letras para intentar expresar algún pensamiento, siempre me he declarado un creador ocasional, jamás a tiempo total y en todo momento fuera del sistema que mueve a buena parte de la gente de este ahora no mundo sino mundillo. Por eso hablo de los escritores y afirmo que hacen cosas, que me gustan o disgustan, que los entiendo o que no, que… Pero siempre lo he hecho en tercera persona, desde la salvaguarda, como si no me atreviera a acercarme a la distancia corta ni a usar la primera persona. No se trata de una falsa modestia sino de la constatación de una realidad y, seguramente, de una forma de autodefensa por no estar de acuerdo con muchas de las variables que incorpora su mundo.
He leído en las últimas fechas parte de la correspondencia entre Charles Bukowski y Sheri Martinelli. Y he dicho solo parte porque no tengo ya interés en beberme todo el vaso; me basta con la porción de poco más de un centenar de páginas. El resto repetirá el esquema y sencillamente me añadiría detalles y rumores que poco me interesan. Es la correspondencia una de las mejores formas de descarnar al ser humano, de mostrarse desnudo, a la intemperie, en el escaparate de la vida, a la vista de todos, con todas las ventajas y todas las desventajas, con el trasero al aire. Es una buena fórmula, seguro. La probable confianza en el interlocutor o agranda la pose o desata la franqueza en el discurso. Suele ocurrir esto segundo. Pero ese contexto de confianza da también pie para que se derramen las más tontas miserias de los hombres. Por eso para mí el formato no tiene término medio, o me gusta o me disgusta claramente. Este no fue el caso más positivo.
Nada tengo que decir de aquellos que ordenan sus vidas desde la frecuencia de la noche, los licores, el sexo o los fetiches; también es mi respeto para los que se someten al imperio de los poetas popes como si fueran dioses a los que adoran siempre, en detrimento de los otros a los que despellejan en una división a rajatabla entre buenos y malos. Pero exijo un respeto para aquellos que vieron en sus vidas otras horas, otras ocupaciones, otros deseos, otras ganas de amar de otra manera, sin recurrir a límites que no se justifican en su visión vital, sin justificar los límites a cualquier precio.
Lo he dicho muchas veces: el esnobismo por el esnobismo es la misma tontería que la tradición por la tradición. Y hay gente que se mueve mirándose el ombligo, buscando novedad hasta en la sopa. Con frecuencia les das un raspón y aquello sale limpio de productos, ajeno de ideas y raso de principios.
Hay mucho que cambiar en eso de las modas, también en las modas literarias. Un ejemplo sencillo: no es algo menos malo si viene con la firma de algún americano, ni de la generación beat ni de ninguna. Prefiero conocer mis tradiciones, las de aquellos que tengo aquí más cerca, aunque a veces parezcan más sencillos y menos novedosos. Porque hay mucho fetiche, mucho fantasma suelto, mucho esclavo del libro y de la fama, mucho amigo del mundo del comercio. No se sabe muy bien con qué fines pues, al cabo, cuarenta años más y todos calvos.
Así que Charles Bukowski, mejor en sus poemas que en sus noches de alcohol y de maldiciones, lo prefiero en la paz de sus dominios, no en la niebla de sus errores gráficos, de sus repeticiones, de sus desbarajustes, de sus anhelos últimos de llegar a la gloria despedazando a tantos, de sus deseos de dar un paso al frente pero no a cualquier precio, de su vista de un mundo maniqueo en donde solo alumbran sus modelos.
Hoy era con Buck pero me interesa como esquema que se repite mucho, demasiado, en este mundo hermoso de la creación. Me quedo en los poemas, en sus poemas (no he leído sus novelas), en los de tantos otros. Acaso lo demás es un mal sueño de esta tarde de mayo.

martes, 20 de mayo de 2008

TEO BALAS

Tal vez hoy no tenga muchos momentos que salvar de la quema del paso del tiempo. Mis clases, mi descanso, mi lectura de las cartas de Bukowski a S. Martinelli (diré algo otro día), mi paseo feliz con Nena por el Castañar, mis atascos con las deficiencias repentinas de Ángel y poca cosa más. Aún le quedan horas al día y a la noche y algo raro caerá. Pero no quiero buscarlo. Tal vez necesite una temporada vulgar y sin relieve. Tal vez. Mientras tanto, anotaré un detalle que me cuelga de antesdeayer.
Mi ritmo de lectura ha decaído en los últimos tiempos, ya no es aquella avaricia de dar cuenta de todo lo que caía en mis manos. Selecciono las horas y las obras, y no siempre acierto con las decisiones. A veces echo cuentas de las horas que he pasado gastando mis ojos en las páginas y me sale una cifra muy elevada. Y no siempre ha sido en sentido provechoso. Hay muchos libros que me han aportado muy poco y que me han presentado esquemas repetidos. Siempre se salva algo: alguna imagen, cualquier idea, esta sugerencia o aquella reflexión; pero la relación esfuerzo resultado no siempre ha sido satisfactoria.
Pero basta de preámbulos. Quiero anotar aquí y ahora el tiempo de placer en la lectura de una obra intranscendente y sin más pretensiones que hacer pasar un rato bueno de lectura. En un rato se lee esta novela de Eduardo Mendoza: “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, que ya se ve que tiene nombre de dolor en la vejiga o de dolor en el costado. Este autor se mueve muy cómodamente en los ambientes policiales y aquí viene a repetir el esquema. Pero el esquema es disparatado y eso representa y asegura novedad continua en cada página. Nada menos que un tipo empeñado en encontrar aguas medicinales, tal vez para el arreglo de vejiga, que se va hasta el Oriente Próximo, que allí contacta con Jesús, que se mete de detective para intentar salvar la vida a José, acusado de asesinato, y que mueve toda una pléyade de personajes bíblicos con las funciones alteradas y con los biorritmos dados la vuelta. Todo un jolgorio y una estruendosa desmitificación. De modo que el nivel de la lectura se puede quedar en la sonrisa o puede dar un paso hacia adelante e inferir conclusiones más pesadas. Allá cada cual con sus ideas. Y hay detalles que pueden parecer insignificantes pero que a veces salvan casi todo. En la obra me he encontrado con un Teo Balas, trasunto de Barrabás. Parece un personaje del Oeste, con pistolas al cinto y matando a pistoleros más lentos con el uso de las armas. Qué hallazgo, Teo Balas, parece Billy el Niño disparando. Un rato bien gozoso. Ya era hora.

lunes, 19 de mayo de 2008

NATURALEZA Y JUSTICIA

¿Existe la justicia en la naturaleza o es algo superpuesto por el hombre en su interpretación de la misma? Y, si existe justicia, ¿es la misma que la de los preceptos positivos? Este viejo dilema sigue trayendo de cabeza a muchos pensadores. No son pocos los que se siguen refugiando en los abismos insondables de la naturaleza cuando se pierden en los preceptos positivos. Porque parece evidente que la naturaleza se rige por unas reglas que nos resultan a veces muy claras y casi siempre superiores e inaccesibles a nuestras cortas entendederas. Existen los objetos, llegan las primaveras y veranos, se cumple sin descanso la ley de la gravedad, las montañas se mantienen por los siglos, los océanos siguen siendo inmensos, la luz se sigue propagando…; en fin que todo sigue y sigue sin que haya sido propuesto ni alterado por el hombre. El ser humano únicamente trata de aproximarse a la naturaleza buscando arrancarle sus secretos y, cuando lo consigue parcialmente, echa las campanas al vuelo y se complace con ello. Se diría que esas normas están en un nivel superior por duraderas y universales. Por el contrario, en las ideas del derecho positivo los cambios son continuos, incluso entre los llamados derechos universales. Cada cierto tiempo se van incorporando otros derechos llamados de segunda o de tercera generación, a medida que las sociedades cambian. Pero es que los de rango inferior andan cambiando continuamente según los dirigentes sociales y la visión que de la sociedad aporten. Una Ley de Educación cualquiera ilustra perfectamente esta realidad.
¿Cómo se pueden compadecer las leyes positivas con las reglas fijas de la naturaleza? Hay normas naturales que apenas si se enteran de lo que sucede con aquellas que a la acción de los humanos parecen más justas. Todo el sistema de premios y castigos podría ilustrarnos perfectamente de este desigual camino. La naturaleza se nos muestra fría e implacable cumpliendo sus destinos; la actividad humana se queja y se retuerce cuando sus deseos no se ven cumplidos o entiende que se alteran sus razones normales.
¿Cuál es la solución? El hombre es naturaleza, forma parte de la misma. Las leyes naturales le afectan sin duda, son también las suyas, es siervo de las mismas. Pero las positivas son el producto de su visión del mundo, de la actividad de su razón y de los acuerdos entre los elementos que componen la sociedad. No puede renunciar a ellas si no quiere degradarse y deshumanizarse. Es el ser humano un dios menor que tiene que crear sus propios mundos, que tiene que articular sus propias actividades y que tiene que intentar someter los elementos a sus formas de vida. ¿O acaso tendría que ser al revés?
De nuevo aquí la duda, el desconsuelo, el caminar oscuro e inseguro, la mirada hacia el mundo y la imagen en gris, la búsqueda sin tino, la existencia en el aire, la certeza de nada. ¿Dónde encontrar la luz, la evidencia de algo, la exactitud diáfana? A vivir y a vivir, aunque no estén muy claros los caminos.

domingo, 18 de mayo de 2008

AFORISMOS TRISTES

Vengo de Madrid con el corazón roto, con la certeza de los finales próximos, con la tristeza de quien observa y calla, con el abrazo y el beso pegado a mi cuerpo y a mis mejillas. Mi madre está muy vieja, está arrugada, con sus años a cuestas, con su mirada lenta y espaciada, con los suyos al lado cuidándola y mimándola, viendo pasar el tiempo, llenándose de tiempo más que nadie, fuera y dentro a la vez, en su mundo inconexo, en zona neblinosa. Y yo la quiero tanto, que me abandono al lloro y a la queja sin límite. Apuro la teoría por si me sirve de algo y al momento me vuelvo a ras de tierra, me desplomo y me rompo, siento como un aprieto en las entrañas que me agarra y me tiene comprimido. Aseguran los místicos que hay cosas inefables. Yo no soy místico pero sé muy bien que tienen razón en lo que dicen. Porque sé que hay razones que no las entiende el corazón y sentimientos que no los comprende la razón. Si a todo ello le sumamos la pobreza infinita de la palabra, el resultado más lógico sería el silencio, el sentimiento puro, la sensación escueta, no la divagación ni la glosa.
Diré que hoy estoy triste, que ayer estuve triste. No diré nada más por no saber decirlo.

Y a la vuelta me encuentro con una dedicatoria en forma de reflexión y casi de reto en el blog de Luis Felipe Comendador para que ensaye la fórmula del aforismo y elimine de mis manifestaciones escritas muchos elementos que él entiende superficiales y menos provechosos. Tengo que agradecer, por descontado, la intención, siempre sana y sabia, de quien se anima a proponerme cosas. Hay mucho que decir y mi palabra es escasa en estos momentos, incluso más que en muchos otros. Pero el asunto es hondo y no es sencillo: por motivos de forma y por motivos de fondo también; por eso, en mí y aquí solo cabe el apunte, alguna pincelada de explicación somera.
Verás, colega, amigo, hermano. El asunto viene de lejos y me lo has apuntado en otras ocasiones. Te lo agradezco siempre. Pero mira, verás, yo entrego lo que tengo y no siempre es abundante. Las palabras luchan por acercarse a la realidad, solo por acercarse, que no es poco aunque sea en un intento casi siempre fallido. Así yo necesito muchos términos para dejar siquiera el esquema de una idea. Sobre todo, como me ocurre casi siempre, si esa idea flota en la duda y ofrece “mil aromas al sentido”, varias posibilidades de interpretación incluso al que la propone, o sea, a mí mismo. Por pura mecánica lingüística, resulta pleonasmo casi la mitad de lo que decimos y escribimos; imagínate si esto lo trasladamos al campo de la creación a qué nos exponemos. Yo mismo te he sugerido en alguna ocasión que alguno de tus poemas estaba ya completo con el título, que los versos acaso no añadían nada más ya jugoso a la imagen propuesta como título. En realidad lo que me parece que sucede es que yo no traslado más que dudas y casi nunca certezas porque seguramente no las tengo; tal vez también sea cierto que los apoyos de realidad, los contextos que se hacen visibles tenga que destacarlos en dos dimensiones, la primera por presentar una realidad un poco más soñada o sentida que “real” y la segunda porque esa naturaleza “realzada” es también realidad, acaso la verdadera realidad, o al menos tan realidad como la humana. Sobre esta última parte creo que te he insistido alguna vez, quizás con torpeza y desacierto. Pero es que nuestra sierra, por ejemplo, no es solo recipiente de belleza y de elementos naturales, Felipe, es que es más eterna que todos nosotros juntos, es que es un elemento que está a la misma altura que nosotros, y, si me lo permites, incluso un poco por encima en lo que a naturaleza se refiere. Cuando yo la contemplo, me siento a ras de tierra, pequeñito, zumbón y casi nada; te aseguro que en muchas ocasiones me retira del mundo diario, me sirve de relajo y abandono, es un lugar de huida y de sano placer, me acerca a lo duradero, a lo que veo un poco más duradero. Por eso en mí la naturaleza idealizada no es solo pose, o no quiere serlo, es convencimiento de que allí hay algo más que verde y agua, es la feliz certeza de que hay verdades que duran algo más que un momento -y si solo duraran un momento, al menos se me ofrece gozoso, y lo agradezco-. Lo diré una vez más: no es solo naturaleza lo que se busca en ella, sino sus posibles valores, su duración, su posible significado. El mundo se me niega muchas veces, demasiadas, y huyo y me refugio, y comparo y lo compro; y creo que no renuncio a buscar las verdades que se encierran en ella, sino más bien al contrario, sin ellas esa exaltación no tendría sentido y sonaría a vacío.
Luego están los refugios de la belleza escueta y pasajera, las imágenes mismas, que tienen su momento y su justificación. Las imágenes son puntos de esa vida que tú un día pintaste “punteada de horas”. Y yo me regodeo -déjame hacerlo un poco- en alguna de ellas que me atrapa. Y están también los ritmos en la prosa -no ves qué endecasílabo tan claro- que yo practico tanto, que tú practicas tanto, por puro regusto musical, que también la realidad es oído y gusto musical
Y, en fin, que son entregas sujetas a mi mirada y a la de los demás, no siempre convergentes.
Y, a pesar de lo dicho, encuentro que hay verdad en lo que dices, que, cuando pasa el tiempo, o acaso en el presente, es la verdad escueta lo que queda -o la imagen que apunta a la verdad-, que acaso sobra mucho, que no por muchas líneas se dice más ni menos, que tal vez deberíamos dejar alguna lista de mensajes desnudos y lascivos…, qué sé yo. Soy la duda en persona, me falta diligencia y mucha práctica, no sé decir gran cosa y lo que digo causa malos entendidos con frecuencia, el pudor me atenaza, hay campos que no aro ni cultivo por miedo o por temor.
En fin, que ya veremos, hay que hablarlo, pero serenamente, sin prejuicios, tampoco con la fiel naturaleza, dándole los valores que posee, no solo los aromas que desprende.
Y gracias por pensar en mis palabras: sabes que lo agradezco. un fuerte abrazo.

viernes, 16 de mayo de 2008

EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA, BUENO

“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Palabras del maestro, que quieren definirlo y definirse. He pensado muchas veces en su verdadero significado, en qué pensaba su autor cuando las escribió. En realidad me interesan para mi vida, para mis propios actos. Y quiero subrayarlas y firmarlas, ponerlas en el frontis de mis actividades. Porque bueno se escribe con bondad, con deseos de arreglar los tuertos continuos que presenta la vida, los malos entendidos, las interpretaciones tan diversas. En esta época de relativismos, de posmodernos al uso y al desuso, de dudas sempiternas, de certezas muy claras que avisan de lo oscuro que se presenta todo, la bondad no es más que una excrecencia necesaria de la imposibilidad de esa certeza, es la comprobación de que casi nada es absoluto, de que todo posee muchos matices, de que casi todo depende de los contextos, de que hoy es algo gris y con las circunstancias de mañana tal vez se torne blanco.
Entonces, cuando la razón falla, cuando la miseria de la palabra sube a la superficie, cuando sus interpretaciones se proclaman diversas y distintas, cuando todo se vuelve neblinoso y oscuro, cuando nada se afirma consistente, cuando dudamos todos, cuando…, es cuando aparece la bondad y la persona buena.
Ese quisiera ser para mí el mejor sentido de la palabra “bueno”. Tal vez a esa bondad se llegue por agotamiento, por comprobación de que otros caminos son imposibles, por certeza de que el acuerdo, de otra manera, no hay quien lo consiga, por aceptación de que existe un terreno pantanoso en el que nos movemos y en el que hay que nadar asidos de la mano para que no nos ahoguemos todos y para que, lo que es peor, no empujemos al vecino hacia el abismo. No se trata, por tanto, de crear personas lelas y hasta imbéciles; se trata de dar fe de que los imbéciles lo son por criterio etimológico, o sea, porque no tienen báculo mental, no porque no lo busquen sino porque no lo hallan a pesar de su empeño. Es la bondad un reducto muy hondo, con límites imprecisos, con muchos aspirantes a vivir en su seno, con perfiles muy blandos que admiten a todo el mundo que quiera incorporarse a sus dominios; y no una situación en la que engañar al menos listillo y más modorro.
Y yo quiero ser “bueno” porque me falla todo o casi todo, porque quiero sentirme sin enfrentamientos, salvo los necesarios en la vida, porque quiero entender que hay muchas formas de ver cualquier asunto, porque en esa diversidad habrá riqueza pero nunca verdades absolutas, al menos en formas de vivirlas, porque pienso mi vida y no la justifico como algo único sino dependiente de tantas variables que a mí se me escapan y que no puedo dominar, porque la vida es demasiado caprichosa como para embridarla en normas y conceptos.
Por todo eso, y por mucho más, me gustaría ser “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Solo es debilidad, no es otra cosa, reconocimiento de no poder llegar a lo absoluto, necesidad de comprensión por todos. Eso, tan solo eso.

jueves, 15 de mayo de 2008

ALGUNAS CLASES SIRVEN

Enseñar literatura supone para mí siempre un reto complicado. Por una parte me muevo en un territorio que tanto me complace pues me supone la certeza de que hay otras maneras de dar vista a las cosas que resultan un poco menos mostrencas y groseras que aquellas que se asientan en la monotonía. Pero por otra parte siempre supone una comprobación de la distancia enorme que separa a los receptores de esos mundos, de esas extrañas formas, de esos temas ajenos, de esas fórmulas raras para la vida de los jóvenes. De manera que no son pocas veces las que siento el desaliento y el soplo del fracaso. Cuando noto tales cosas, me siento poco bien pues pongo empeño en ello, sencillamente porque a mí me gusta, porque yo gozo en las lecturas, en las imágenes, en los hallazgos literarios. No hay más mérito en ello. No busco ahora las causas, que son muchas y extensas, tampoco aquellas culpas que a mí me correspondan, que no serán escasas. No. Hoy quiero destacar el lado positivo de algunas de estas clases. Me sobra información por todas partes, no convoco a los chicos a conocer las cosas de memoria, ¿para qué si los datos están en cualquier página del libro?, tampoco siento siempre la cercanía de aquellos autores que en su época dieron algún avance a la creación, aunque sé que son eslabones necesarios para entender lo que se crea hoy. Yo salvo de mis clases aquellas en las que la lectura es la ocupación primera y principal, aquellas en las que cada uno puede sentirse próximo a lo que hay en las líneas del poema.
Pocas veces sucede como cuando llegamos a eso tan manoseado de lo que lleva nombre de “Poesía de la experiencia”. Por ser la más cercana en el tiempo, por ser las más próxima en los temas, por ser la más inmediata en las formas. Y tengo la ventaja de contar con ejemplos muy notables muy cerca de mí mismo. Así que les propongo mandar al cesto el libro, ponerse cómodos en la silla y escuchar a ver qué pasa y si les suena. Y arranco con lecturas de Felipe, de Luis Felipe Comendador (a veces tiro de su propia presencia), y se les abren los ojos como platos, y enseguida sonríen, y entienden los poemas, e imaginan ser protagonistas de los mismos, o al menos muy cercanos a los mismos, y les pregunto entonces si prefieren esta poesía o la de Bécquer por ejemplo, y obtengo respuesta inmediata y unánime -se supone cuál es- y me piden que siga en la lectura, y se nos va la clase en un momento, y siguen con los ojos sorprendidos por algo que les resulta totalmente desconocido, y siento que por hoy no hemos perdido el tiempo. Y en otro rato más pequeño nos arrancamos con Carmelo C. Iribarren (Realismo sucio), y nos pasa lo mismo, y entonces siento ganas de no volver a abrir el libro nunca más, y de dedicar el tiempo que nos queda a leer y a escribir sobre esas lecturas.
Y pienso si sería capaz de evaluar tales trabajos, y me pregunto para qué tengo que evaluar yo nada, y me vienen las imágenes del sistema, que me paga y me ata a unos programas, y mando todo al cuerno y me desdigo, y me rebelo, y me vuelvo a desdecir, y pienso que cualquier día me iré del sistema por pura biología, y me iré con sentimiento de fracaso por no poner en práctica las cosas que me pide el cuerpo y no sé si también la razón.
Hoy hemos leído poesía en clase y no hemos perdido el tiempo, o acaso lo hemos perdido como lo teníamos que perder, con dos cojones. Mis alumnos tienen que reflexionar por escrito sobre lo que han oído con algo de información que trae el libro. También y a mi manera quería dejar aquí estas pocas palabras que apuntan a un fracaso, a una forma de hacer en nuestras clases, y a algún pequeño éxito.

miércoles, 14 de mayo de 2008

MI FUTURO

¿Cuáles son las perspectivas de futuro para este tercio de vida que nos queda? Es una pregunta que me formulaba Jesús Majada en un comentario muy reciente. Y yo qué sé, colega, amigo, compañero. Qué pregunta tan honda y tan difícil. Yo me la formulo de cuando en cuando y siempre lo hago con precaución y miedo. Porque el futuro es todo mientras que el pasado es nada, una pequeña cosa que se inicia el día del nacimiento, o sea, apenas unos años de consciencia, de sentirte seguro por la vida. Pero después, ay después. Es que después es todo, lo que haya de vivir y el tiempo del olvido, o sea, la eternidad, ese silencio denso, fosilizado y pétreo que lo penetra todo, que lo congela todo, que lo mantiene todo. Es verdad que también mi conciencia se suele detener en esos escasos años de los que tenemos noticia, en esa época en la que parece que tenemos autonomía para decidir cosas, o sea, en eso que llamamos esta vida.
Me gusta la sencillez y la plasticidad de la imagen que representa a la vida como una montaña que hay que subir y bajar, como una línea curva punteada de horas, de momentos sencillos, de intrahistoria. Me veo cuesta abajo y noto que mi coche adquiere velocidad acelerada. Y es que el paso del tiempo no es lineal. La medida del tiempo es el único bagaje que el ser humano trae a la vida, y lo hace para ir descubriendo que los acelerones son continuos y que no puede aplicar solo fórmulas matemáticas para medir el paso de los días. La madurez remansa las ideas pero acelera el tiempo, pone en marcha el reflejo de los retrovisores y ya nos amenaza de continuo con imágenes vistas en otros días pasados.
Me da miedo el dolor de la vejez, simplemente me da miedo el dolor, puesto que no conozco su sentido ni a qué cojones viene tanto empeño en que los seres sufran. Me da miedo cargarme de soledad no buscada, pues la verdadera enfermedad del ser humano es la soledad. Ni cánceres ni sida; la soledad del hombre es lo más triste. No tengo nada claro mi acoplamiento a los demás en los momentos de mayor dependencia, pues tengo mi carácter y apenas puedo renunciar a mi visión de la vida y a mi escala de valores. Y, en fin, sigo buscando algún sentido razonable a este asunto que llamamos vida y tengo que reconocer mis escasos progresos en el intento. Acaso porque tenga que quitarle el apellido de racional y conformarme con alguna explicación de tipo sensible y nada más, tal vez tenga que recogerme en los predios del sentimiento y dejar por imposibles los del pensamiento. Pero es que aún sigo atento a aquellas palabras sabias: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”, y me da miedo levantar los cuarteles de invierno y declararme inepto y desvalido, desdibujado y torpe, fracasado en el intento de alzarme como hombre, con la capacidad de echarle un cuarto a espadas a la vida y de seguirla al aire de lo que dicta la conciencia forjada en la fragua de la razón.
Así que mi futuro es todo un lío, un espacio vacío que, opine lo que opine, se ha de llenar de tiempo, de tiempo acelerado, de añoranzas sin tregua del pasado, de dudas sempiternas y de final olvido. Por cierto, ¿será por fin un tercio lo que queda para andar los caminos de la vida? Aquí las matemáticas no sirven, cualquier mal aire estropea las cuentas y se encapricha de lo que amamos tanto, un golpe de fortuna, un arrebato, un capricho del tiempo, un desajuste orgánico, en fin, cualquier motivo. Quién sabe lo que aguarda. “Lo que haya de venir aquí lo espero”. Sin levantar la voz, sin hacer demasiado ruido, pensando que en la esencia de las pequeñas cosas hay una paz sabrosa. Ese es mi territorio, en él me quedo.

martes, 13 de mayo de 2008

A VECES UNO PIENSA Y SE DESGANA


Con alguna frecuencia me pega un agrión que me deja temblando. Pienso en estos momentos en mis hijos y en cómo se organiza mi vida desde ellos, para ellos, pero sin ellos. Organicé mi vida y mi trabajo -cuando me fue posible- pensando en buena parte en mis padres y en los de mi mujer, he estado aquí, a su lado, todo el tiempo, muchos años, muchísimos. No quiero confesarme que es la única razón para asentarme en esta ciudad estrecha, pero sí que fue una causa esencial y poderosa. Ahora me doy cuenta de que tal vez no pensé entonces en mis hijos, en el futuro de ellos, en sus ubicaciones, en que aquí no sería sencillo retenerlos, en que lo más probable sería que cualquier día se marcharan y volaran el cielo, que es muy grande.
Tampoco sé si una persona tiene que pensar en esas cosas porque el futuro nunca está escrito, o al menos esas letras no se ven en el horizonte, incluso hasta quizás sea bueno que no se vean porque cada uno tiene que ir trazando su futuro. Yo no sé lo que tiene que ser, pero sí sé lo que es. Y lo que es es que ahora estoy sin ellos, con su cariño cerca pero con su presencia lejos, con su roce disperso y espaciado, con sus visitas cortas y muy breves.
Dicen que la globalización tiene muchas ventajas y acaso las tendrá. Viajan los capitales, viajan los productos, viajan las personas libremente por ciertos territorios. Pero dejan vacíos otros tantos, con desgarros emocionales que no se curan pronto. Tener un hijo cerca supone un gran alivio, una amplia fuerza, un apoyo continuo, una confianza y una seguridad que no se paga con dinero, una constancia cierta de que tus cosas próximas están siempre a tu lado, te visitan, te cuentan sus miserias y sus glorias, comparten sus anhelos, sus fracasos, reparten buenos ratos en tu casa, prolongan esa línea difusa de la vida y tú la ves crecer y disgregarse. Sé que hay muchos medios para paliar la ausencia, y en ellos nos movemos cada día, también sé que estás líneas son un acto de egoísmo, pero me siento huérfano esta tarde de mis hijos, de su presencia y de su cariño, he hablado con ellos y me parece poco pues los querría más cerca, aquí, a mi lado, para poder decirles lo que siento, lo mucho que me duelen sus ausencias.
Sé que se nace solo, que se muere en silencio y siempre solo, que se vive en lo íntimo completamente solo. Pero yo necesito su presencia, porque ellos son mi vida, casi todo el sentido de mi vida, y por ellos mi mente está ocupada y bastante confusa en esta tarde, que se me ha vuelto gris mirando el horizonte, viéndolos allá lejos, hambriento de sus besos y caricias, desangelado y triste.
Sé que me quieren mucho, casi tanto como yo a ellos, pero hoy los siento ausentes y yo estoy muy vacío. Tengo que procurarme otros oficios. Venga, vamos a ello.

lunes, 12 de mayo de 2008

LLEGAR TARDE A TODO



¿Y cómo iba yo a saber nada de Mayo del 68 si he llegado tarde a casi todas partes? Solo me dio de lleno, y por descubrimiento personal, la caída de la dictadura en el tardofranquismo salmantino. Antes todo fue ignorancia , ausencia y desconocimiento. Primero en aquellas tierras que me vieron nacer y echar a andar, en un ambiente lento y apartado, con el cielo y el tiempo corriendo lentamente. Después fueron los años -por resumirlo mucho- de fes y vocaciones, de ir abriéndome al mundo poco a poco, de mirar asustado, de obedecer sin tregua, de crecer sin marcarme los caminos, siempre al amparo de lo que me indicaban, con pocas decisiones personales, años de horarios largos entre telas, años de estudios largos entre libros, veranos con fresquito y lluvia intensa vendiendo por la calle los helados. Creo que abrí pronto el ojo para observar lo enorme de las desigualdades, pero no supe encauzar mis energías en asuntos sociales, enrolarme en empresas que duraran, fabricarme sucesos de recuerdos futuros. La vida me iba haciendo sin que yo le cantara las cuarenta, dejándome llevar, creciendo a espaldas de lo que sucedía por el mundo. Era el mundo una finca de límites precisos. Y en ella me movía sin rumbos bien fijados.
Salamanca me abrió el mundo al futuro, con mucha lentitud pero ya para siempre. Mis ojos se ensancharon, aunque el rabillo seguía mirando todo lo que quedaba atrás en otras tierras, me llegaban noticias de muchos hechos nuevos, de muchas cosas nuevas, de muchas personas nuevas. Y allí, sin alharacas de partidos políticos, tomé mayor conciencia de lo que era la vida. Pero eran los setenta, los primeros setenta, los años de declive de aquel régimen que ya duraba tanto. Y creo que los viví, o al menos los vi pasar cerca de mí, con tantas asambleas, con tantas noticias y rumores, con manifestaciones a gogó, con cambios de calendarios académicos, con ministros sentenciados en las paredes, con amigos al viento, con jóvenes comiéndose la vida.
Después la vida fue cambiándome y situándome donde le dio la gana. Volví al abrigo cierto del entorno familiar, con mi trabajo listo, con mi familia al lado, con unos límites evidentes en tiempo y en espacio, con limitaciones y con algunas ventajas. Aquí tardaron en forjarse muchas cosas y algunas aventuras en las que todavía me encuentro.
Pero yo nunca estuve en la vanguardia, ni acudí casi nunca al montón de la moda; siempre procuré mirar después de ver y seleccionar mis actividades; siempre procuré la individualidad con todas sus miserias, aunque entendiendo siempre lo esencial de los otros y su necesidad; tal vez por eso tengo la certeza casi absoluta de no haber salido realmente nunca de mi mismo, de no haber superado el yo ni en lo personal, ni en lo laboral, ni en lo social, ni en lo creativo. Por eso la Historia se reduce para mí a aquello que pueda repercutir directamente en mí, por eso el Mayo del 68 no es más que aquel poso del que yo pueda aprovecharme en mí y en mi relación con los demás, por eso el mundo todo irradia en un reflejo permanente hacia el centro y hacia el exterior desde mí mismo.
Y ahí sigo empeñado, en casi nada, en seguir contemplándome y mirando cómo son los demás para ver cómo puedo ser yo, para conmigo mismo y para con todos ellos. No soy más que un simple egoísta, un yoísta o un egotista. O acaso nada de todo ello, qué sé yo.

domingo, 11 de mayo de 2008

ENTRE MAYOS Y MAYAS



La historia va dejando sus hitos y sus marcas que jalonan el camino y van mostrando referencias a las que nos vamos aferrando como si fueran modelos para siempre.
En los últimos días se habla y se escribe sin parar acerca de aquel Mayo del 68 que supuso lo que supuso y vino a dejar el poso que dejó. Se suele producir un deseo irrefrenable de hinchar pechos y de sacar la lengua a paseo cuando se pasa cerca de un incendio, e incluso cuando en la lejanía se ve humo, diciendo que se hizo de bombero y hasta que se evitó cualquier desgracia por nuestra intervención. En lo que a mí respecta, lo único que tendría que decir es que no me alcanzó ni por rumores siquiera, de manera que me aparto de la circulación y dejo que sean los demás los que se apunten las medallas que quieran. Tengo para mí que son muy pocos los españoles que participaron en el movimiento y, por supuesto, casi ninguno en las discusiones y en la toma de decisiones; y los que lo hicieron vinieron a quedar, con el paso de los años, en reconvertidos burguesotes subidos a coches oficiales y plantados cómodamente en el sistema. No me parece extraño que así haya sucedido porque, en realidad, no es realmente que el ser humano cambie el mundo sino que es el devenir del mundo el que realmente cambia al ser humano. Por eso me molestan tanto los que hinchan el pecho revolucionario como los que desprecian lo que sucedió en París, en toda Francia y en otros lugares del mundo.
¿Significó aquello una revolución? Tal vez ni tanto ni tan calvo; acaso técnicamente no, pero los posos son los que se vieron y se ven en los decenios siguientes, que tal vez no habrían sido igual sin estos acontecimientos. Pero la historia habría seguido siendo historia y nadie puede asegurar que el futuro se hubiera escrito de una forma o de otra. Tal vez, si no hubiera existido ese movimiento, habrían surgido otros más fuertes o más comedidos, eso queda para la conjetura y nada más.
El recuerdo sereno y comedido es el mejor regalo, su estudio y su análisis, la aceptación de la duda sobre si las personas hacen las revoluciones o es la revolución la que cambia a las personas. Yo no soy hijo de Mayo del 68, pero acaso sí algún familiar desconocido y lejano. Por eso no le bailo el agua pero le agradezco lo que empujó la imaginación, lo que gritó a favor de la igualdad, lo que quiso decir a todo el mundo, aunque los altavoces se quedaran rotos con el tiempo.
Son las mayas pequeñas piezas literarias que cantan el valor del mes de mayo, el esplendor de la naturaleza. Entre mayos y mayas se nos va todo el tiempo; un poco de aquel mayo, otro tanto de este y un poco del que viene. Al cabo es nuestra historia, la de todos nosotros.

sábado, 10 de mayo de 2008

BAJO LA LLUVIA



Se amontonan los días que destilan la lluvia mansamente desde el cielo. Ese cielo, en estos días tan húmedos, está cerca del suelo, se asoma y se aproxima como llorando a ratos, como partiendo penas, como cediendo lloros. En Béjar llueve hoy, y llovió ayer y lloverá mañana; es una primavera de humedades y es un mayo de lujo en el paisaje.
También esta mañana hemos salido al campo, nos hemos hecho hierba, hemos dejado que la lluvia nos mojara y nos ungiera como pocas veces, nos hemos sometido a su bautismo entre nieblas y nubes.
De nuevo hemos hollado las montañas y el valle del Ambroz y siempre con la lluvia de eterna compañera. Hemos visto el pantano, nuestro pantano, fuerte y engreído, con su vaso colmado, repuesto de su sed de tantos meses, con la niebla envolviéndolo, con las laderas prestas a cederle sus aguas, con el valle infinitamente verde. Y al otro lado, en la misma frontera con Cáceres, el Cancho de la Muela, la Garganta escondida, el Ambroz a lo largo y a lo ancho, el Pinajarro arriba, controlándolo todo como gigante tuerto, y las amplias llanuras extremeñas. Es este un paisaje conocido y frecuentado pero nunca gozado del todo. En estos días de mayo los verdes son intensos, intensísimos, y tiernos como niños en pañales. Todo es monocolor, las flores han dado paso al proyecto de fruto y todo se halla verde, salvo el agua que llena los regatos y torrentes. Hoy, además, es día de niebla, que envuelve entre algodones los paisajes, que nos sumerge a todos entre sus blondas grises, entre sus figuras caprichosas, entre sus bosques densos.
En la mitad del valle hemos parado, hemos andado un trecho para asomarnos al regato Balozano (qué extraña etimología cuando todo pide “valle lozano”) que se precipita lleno y enfadado por las peñas abajo, nos hemos sentido entre la niebla como viejos espectros, como fantasmas ciertos. Y siempre con la lluvia con nosotros, encima, a nuestro lado, en nuestros cuerpos. Hemos sentido el valle como un campo de verdes infinitos, como un proyecto fiel de paraíso, como un lugar donde pararse siempre, donde perderse siempre, donde olvidarse siempre.
Con lentitud y asombro, hemos llegado a Hervás, pueblo también cercado por el verde, sembrado entre los verdes, hundido entre los verdes, perdido en el paisaje todo verde. Allí el barrio judío, su parque bien cuidado, su mercadillo amable, las cerezas, los quesos, los tomates, la primavera toda con sus frutos recientes. Y la lluvia constante entre la gente, como una bendición pausada y solemne. La mirada se marcha sin complejos hacia todas las partes, hacia el puerto de Honduras, hacia los montes todos, hacia el pueblo, hacia las gentes que cambian sus productos en la calle. Es momento oportuno de comprar lo que salta a la vista. En Hervás hay mercado los sábados, y hay polideportivo donde regalan migas las gentes del Ambroz, y se venden cerezas traídas desde el valle cercano, y se enseñan productos de la tierra. Y nosotros compramos, y nos mojamos con el agua, y nos ungimos con el agua, y nos anegamos con el agua, y dejamos que el agua nos empape porque somos del agua, y nos vamos a ver el agua contenida en el pantano de Baños, colmado hasta los topes, y paramos en Puerto para comprar hojaldres, y volvemos a Béjar convencidos nuevamente de que somos también naturaleza, de que ella nos contiene y nos sostiene, de que ella nos habita, de que nosotros somos ella misma.
Fue otro sábado en Béjar, fue otra vez la lujuria del paisaje, fue otra vez la potencia de la naturaleza. Y yo tuve el placer de estar en ella, de sentirla y gozarla, de sentirme uno más en sus dominios, de mirar y ser nada, de ser todo a la vez.

viernes, 9 de mayo de 2008

APARCAR


Hay hechos que parecen de tono menor pero que califican a las personas y hasta condicionan la forma de vida de las comunidades. Algunos de esos hechos, por momentáneos, los soportamos con paciencia estoica y los asumimos como quien tiene unas dioptrías y se ha comprado unas gafas, o sea, como un mal menor fácilmente soportable. Sin embargo, la vida está hecha de estas pequeñas cosas, algunas no tan pequeñas porque afectan a todos y a todas horas.
Uno de estos hechos visibles y que sacan de quicio a más de uno es el del aparcamiento. Béjar es una ciudad estrecha en el sentido mental y moral –con perdón por parte de tanta gente interesante que vive en ella- pero lo es aún más en el sentido físico. Su orografía condiciona el tipo de vivienda, la anchura de las calles, la orientación, la existencia o inexistencia de espacios abiertos, su alargamiento interminable en una especie de lanzadera textil desde el cuartel de la guardia civil hasta La Antigua o Picozos, los lugares de esparcimiento…, en fin, casi todo.
El dudoso -por utilizar un eufemismo- modelo de desarrollo que padecemos y que nos empeñamos en seguir propiciando nos exige cada día más producción y más consumo, más gasto, más movimiento, más usar y tirar, más repuestos y más ocupación física de los espacios internos y externos. Revisar la ocupación interna de una casa, por ejemplo, nos lleva a comprobar el abigarramiento en suelos y paredes, la presencia de elementos innecesarios por todas partes y los carriles estrechos en que hemos concentrado la estancia y los movimientos de las personas. Algo similar sucede en los espacios exteriores. Antes los niños jugaban sin temor en las calles, se detenían e intercambiaban información y roces en cualquier esquina. Hoy ni lo podemos imaginar. Nuestros hijos y nietos solo pueden reunirse en torno de un aparato técnico o fuera de la población. Menos mal que la naturaleza nos salva de tantas cosas en Béjar. Nuestras calles parecen estar construidas para el paso de los vehículos o para su estacionamiento, no queda ni un metro cuadrado libre y a los peatones nos han orillado de manera que no podemos ni cruzarnos sin hacer reverencias obligadas para ceder el paso. Nos hemos acostumbrado a andar entre los coches como si fueran compañeros de paseo, como si fueran dueños del asfalto, como si un vehículo valiera más que una persona. Y, en cuanto hay dudas, la preferencia se la damos al automóvil por si las moscas.
Por si fuera poco lo que ocurre normalmente en cualquier pueblo o ciudad, en esta ciudad de Béjar, la conducción me parece que ha rebajado su calidad hasta el nivel del suspenso. Nuestras calles no están para hacer alardes de velocidad y, a nada que te descuides, te ves enfrente a un loco del volante que acelera como si estuviera preestrenando la autovía que no acaba de llegar. Y si a uno se le ocurre levantarle las manos para afearle la conducta -ayer me sucedió a mí por última vez-, te puedes encontrar con una reacción airada que te lleva cuando menos a pensártelo para la próxima vez. Le sumamos a la mala conducción los aparcamientos en doble fila, los estacionamientos en la calle por tiempo infinito cuando tenemos cochera para guardar los vehículos, las paradas injustificadas en medio de la vía para saludar a cualquier amigo y para contarle todo lo que hicimos el último fin de semana, la misma parada de frente a la cochera, entorpeciendo el paso de los demás, mientras tranquilamente nos bajamos, le miramos los bajos al coche, miramos qué tiempo hace, saludamos al vecino y abrimos calmadamente la puerta, y nos sale un panorama descorazonador .
Vivo en una de las plazas mejor trazadas de Béjar. En ella los niños y menos niños juegan durante todo el año. Por poco tiempo si esto sigue así pues hay quien se ha empeñado en subir sus coches encima de la plaza hasta ocupar todo el espacio que quiere. Nadie les dice nada, nadie los denuncia, nadie los multa, no se conoce la presencia de la policía y cualquier día nos pondrán un taller en medio de la plaza en el que guardar y arreglar sus vehículos. ¡Y tienen sitio en sus cocheras y al lado del bordillo!
Hay asuntos que marcan la capacidad y la elegancia de las comunidades, su grado de convivencia, su escala de valores, su civismo. Una de ellas es esta de la conducción y de los coches. Pronto llegaremos a hacer un hueco antes a un coche que a un apersona. Qué degradación. No sé si andamos ya en esos niveles.
N.B. Como tantas veces, la foto es cesión de Manolo Casadiego. Gracias

jueves, 8 de mayo de 2008

EL FRACASO AJENO

Me sigue desasosegando una evidencia sobre la que creo que he escrito aquí hace escasas fechas. Se trata de ese empeño casi colectivo de vivir a la contra y no a favor de las cosas. Creo que nos afecta a todos y que se practica en todos los niveles de la vida. El más evidente y para mí preocupante es el de la política. Se diría que un representante público es mejor cuanto más sea capaz de dejar en ridículo al contrario, cuanto más despelleje al de enfrente y cuanto más le haga morder la arena. Desde aquellos tiempos del circo romano para acá hemos cambiado poco en este y en otros aspectos. Una parte de la derecha más extrema anda ocupada casi permanentemente en exigir a sus muñecos políticos que disparen con más fuerza y que no reparen en contemplaciones. Y, cuando no lo hacen, ponen el grito en el cielo e inmediatamente exigen su destitución y su cambio por otros más predispuestos a este tipo de pelea. Véase lo que ocurre estas últimas semanas y dedúzcase consecuencia. En otras ocasiones lo podemos ver en el otro extremo del panorama.
Algo similar ocurre en el mundo del deporte. No hace muchos días que un periódico deportivo de la capital de España, después de que un equipo catalán hubiera perdido su eliminatoria en la copa de Europa de fútbol, hacía leña del árbol caído con este titular: “Y todavía les queda hacer el paseíllo”. Hacía referencia a ese paseíllo que he visto hacer educadamente a esos jugadores al Madrid como homenaje al ganador de la liga de fútbol. Naturalmente que todo obedecía al morbo y al intento de vender más periódicos entre todos aquellos que participan de esa forma de regodearse en la desgracia de los demás. Por desgracia es práctica diaria en los titulares de muchos periódicos. Creo que es la primera vez en mi vida que deseé que el equipo catalán le hiciera la vida imposible a ese Madrid y hasta que le ganara la liga. Y eso por no entrar en otras polisemias y posibles interpretaciones vejatorias de hacer el paseíllo.
¿Por qué esa necesidad de humillar a los otros en lugar de ensalzar lo nuestro? ¿Qué beneficios, salvo el asquerosamente económico, se pueden extraer de tales prácticas? ¿A qué viene esa necesidad casi vital de gozar con la servidumbre del que vive con nosotros? Tengo la impresión de que, por desgracia, el asunto se asume como algo normal por frecuente y de que los de enfrente gozan del mismo modo cuando les toca a ellos exhibir su superioridad. Es esto consagrar una práctica perniciosa y degradante que no sé adónde nos puede llevar, pero que sí sé a quién favorece más y en más ocasiones. Acostumbrarse a ella es dar por buenos y por naturales la desigualdad y el sometimiento, renunciar a mejorar la convivencia por desistimiento y favorecer que los más fuertes, que son los que más veces van a verse favorecidos por la situación, pierdan la mala conciencia y vean estos hechos como algo normal y hasta bueno.
Parecen consustanciales con la naturaleza humana el juego y la diversión. Someter lo más sentimental a esos cauces creo que poco o nada tiene que ver con ese juego y con esa diversión.
Desgraciadamente creo que el ejemplo se puede extraer de cualquier ámbito de la vida. Al menos de esta vida en la que nos gastamos todos y en la que deberíamos favorecernos todos porque a todos nos va lo mejor de nosotros en ellos. Jugar a la contra en la vida acaso pueda reportar buenos dividendos, pero es poco plástico, poco ético y escasamente entusiasmador. A la larga lo que provoca es recelo y enfrentamiento y nos lleva más a desear el fracaso del contrario que nuestro propio éxito. ¿Para qué vale semejante despropósito?

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA REALIDAD Y LAS PALABRAS

Los territorios marcan las palabras, aunque las realidades no existan sin las palabras o acaso la única realidad que exista sea la de las palabras. El hombre está marcado por esa parte del léxico que le llega a los labios cuando se lanza al mundo y quiere reconocer cualquier realidad. Y somos pordioseros, mendicantes, del saco interminable de los términos. Las realidades de cada parcela nos marcan con sus palabras propias, con los términos que más se ajustan a su división, a su captación y a nuestro roce continuo con esas realidades.
Yo soy de tierra adentro, pocos asomos tengo de largas convivencias con el azul del mar, nunca “me desenterraron del mar” para traerme a ninguna ciudad, ni “las marejadas me tiran del corazón” si no es para compartirlas con quienes quiero, al amparo de alguna conversación intranscendente. Muy de tarde en tarde tengo consciencia agradable de ello. Por eso mi conciencia se rebela cuando me aproximo al agua de los mares desde la literatura. Me sobrepasan los términos literarios y mi lectura se hace más lenta y premiosa; a veces me resulta casi tediosa y siempre requiere de mí un sobreesfuerzo que me deja baldadas las costillas.
“Los hombres, agrupados todos en el centro de la arrufadura de la nao, sacaban medio cuerpo por la borda y gritaban preguntas a los remeros de los bateles que estos, por estar bogando esforzadamente y entre las salvas de sus propios gritos, no llegaban a contestar. Juanillo y Nicolasillo, inquietos como escurridizas lagartijas, corrían de proa a popa soltando las escalas de cuerda y cerrando los imbornales por no remojar a los que llegaban. Por fin, cuando menos de veinte varas separaban nuestro casco del primer batel…” Es este un ejemplo tomado al azar de un libro que acabo de leer, que narra peripecias marineras y de piratas. Al menos catorce términos marineros. Y “así, tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada”, pero en conjunto marcan perfectamente el territorio, embrean el asfalto y me sumergen en un mundo distinto, ajeno a mis andanzas cotidianas, extraño y misterioso, sorprendente. ¿Qué coño tengo yo que ver con los “imbornales”, por ejemplo?
Yo soy de tierra adentro, lo repito, me da miedo la mar, me parece surgir de lo infinito, me sobrepasa siempre. Aunque a su orilla, con el rumor de fondo, mi conciencia se aquieta y se concentra, se hace más ella misma. Pero es el territorio de la contemplación, no de los roces, del paseo por la arena, de la sombra al amparo de la tumbona, del crepúsculo hermoso, de la amanecida “cuando el sol saca el día de la mar”. Lo demás me acongoja, me sumerge y me ahoga; cuando sobre sus olas doy unas brazadas, bien procuro sentir que la orilla está cerca, que la arena me llama, que puedo hollar sin esfuerzo las dunas de la playa.
Es un ejemplo claro de correspondencia entre la realidad y las palabras, del roce y del olvido, del uso y del abuso, y la ignorancia. Habrá que practicar con la presencia. Una negra circunstancia me privó de probarlo hace bien poco. Hay que sobreponerse y volver a intentarlo. Seguro.

martes, 6 de mayo de 2008

LEY DE VIDA

Durante estos últimos días es una de las sentencias que más vengo oyendo. Con ella se me trataba de expresar la normalidad de que Magdalena hubiera fallecido, teniendo en cuenta su edad y su situación física deteriorada. Y no solo es expresión que yo haya oído sino que también la pronuncio yo mismo con la misma intención de calmar a quien me la escucha.
O sea que significa que la vida tiene sus leyes, que se cumplen muy a su aire y lejos de la voluntad de los seres que la viven, y que nosotros debemos acordar nuestra voluntad con la suya. Pero es algo que damos por bueno cuando esa ley implica lo que está cerca de la normalidad -como frecuente- y no rechina al sentido común. Si no se cumple tal premisa, no entendemos -yo no entiendo- lo que pueda significar ley de vida. ¿Es ley de vida que se muera una persona de treinta años, por ejemplo? ¿O que se case una persona a los veinte años? Y, sin embargo, hay tantas excepciones en eso que llamamos ley de vida… Cuando aplicamos la expresión a la muerte, además, siempre nos rebelamos contra la normalidad y quisiéramos vivir en la excepción, en ese alargamiento especial de la vida, sin considerar que la naturaleza sigue haciendo de las suyas en todas las circunstancias.
Así que esto de la ley de vida nos sirve como consuelo y como poco más. Esto de someterse a lo que le sucede a la mayoría como algo soportable es acaso una línea escapatoria necesaria y, en todo caso, eficaz. Parece como si aquello de que la justicia tuviera que ser comparativa también se cumpliera aquí y cuando uno ve al vecino con achaques acaso los soporta mejor en su persona que cuando ve a todo el mundo a su alrededor sano y con vitalidad. Y eso que la sabiduría popular ya se ha encargado de señalar la maldad de tal costumbre cuando proclama aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Estamos instalados en unos territorios de la normalidad. En ellos descansamos, somos más previsibles, nos asustamos menos, andamos más seguros, compartimos con los que van al lado, estamos un poco menos asustados, cumplimos las leyes de la vida.
Y, sin embargo, también queremos -también quiero- el territorio de la improvisación, el reino de la duda, la mañana inocente y prematura, el segundo siguiente en el que no sé qué me espera, la novedad de hallar mediterráneos personales, la individualidad, la sorpresa continua, el mundo renovado en cada hora, el redescubrimiento de mí mismo buscando en la espesura…, la vida revelada en mi persona.
Acaso también eso es ley de vida, lo mismo que la otra, la que nos arrebata por el tiempo a los seres queridos, la que nos llama al orden y a la norma, la que nos hace exactos e iguales a los otros, la que nos va marcando los caminos para que no nos perdamos, la que da dimensiones a todos nuestros actos, la que nos hace humanos,
sencillamente humanos.

lunes, 5 de mayo de 2008

TODO COMO IGNORÁNDOSE

Cuánta diversidad hay por la vida. Acaso sea la esencia de la misma y no se pueda definir de otra manera. Así mientras unos ríen otros lloran, mientras unos pasean otros se muestran firmemente sedentarios, mientras unos leen otros ignoran el placer de la lectura, mientras unos tienen fiebre otros se sienten fríos, cuando unos corren otros se detienen y cuando unos dan voces otros aman y practican el silencio.
Y todas las infinitas posibilidades se producen al mismo tiempo y como ignorándose, como si fueran hechos superpuestos y no dependieran unos de otros. He visto y he sentido la tristeza por las calles en el mismo momento en el que los que andaban al lado sonreían ajenos a los sentimientos que se cocían a su vera, allí mismito, entre cuatro paredes se encierran tantas cosas ajenas a las que se producen al otro lado del tabicado, que parece como si no se oyeran, como si no se vieran, como si no fueran todas parte del mismo mundo.
Pero es que la misma persona es tan versátil… Sonríe, llora, come, ayuna, se conmueve, vocea, ama el silencio, se afana en parecer buena persona, se enfrenta pero teme, mira al futuro y tiembla, o se lo come entero, como si fuera suyo. No hay nada consistente, o al menos lo parece.
¿Cómo buscar, entonces, una línea de enganche a la que acudir como modelo? El ser humano necesita no sentirse en cada momento provisional y nuevo, aspira a algún modelo, a una línea de conducta por la que encaminar sus pasos, a alguna referencia, a alguna luz, a un foco que le marque el camino.
Acaso somos seres y seres solitarios, ejércitos de hombres que se ignoran, que se saben al lado pero que no intercambian muchos datos. Tal vez se viva solo, siempre se muere solo, siempre se nace solo. Es posible que todo sea mejor así: cualquiera no podría soportar tanto barullo junto, tanta diversidad en el momento, tanto enganche a los otros, tanta pasión y tanto odio juntos, tanto amor repartido por todas las esquinas.
¿Qué sentirá una rosa del geranio que crece a su lado? ¿Y el narciso de la violeta? ¿Se sentirán cercanos? ¿Sabrán de su existencia? ¿Se prestarán aromas? ¿Se cederán colores? Así también el hombre, el ser humano, yo mismo que me vivo y me desvivo entre tantas personas, sin conocer siquiera sus nombres ni sus ansias.
Un ejército de hormigas se pasea sin hormiguero cierto, anda descaminado, sin cauce, desnortado, desparramado todo, sin un plan concebido. Todas vuelven, no obstante, al hormiguero. Hay hormigueros grandes, infinitos. Nadie sabe por qué pero en la primavera y el verano se salen a las calles cada año y se muestran activas, afanosas, emprendedoras todas, almacenan sin tregua y viven sin vivir, o acaso sepan que su trabajo es ese y se conformen. A mí me falta hoy esa conformidad: no soy ni hormiga.

domingo, 4 de mayo de 2008

PRIMERO DE MAYO

N.B. Este apunte lo pensé para el viernes pasado, día primero de mayo. Sucedió lo inesperado y no quedó tiempo para la palabra ni para dejarla aquí, a la intemperie, al cuidado público. Hoy está desfasada la fecha pero no tanto el intento de reflexión, por eso la rescato del olvido.

La amistad me ha traído este fin de semana a los mares del sur. Hoy día uno de mayo echo de menos Béjar, su paisaje y sus gentes. Y eso que estoy a gusto, degustando el placer de la amistad. Durante muchos años, a eso de las doce me acercaba a los Praos, a la plaza Primero de Mayo, para formar cortejo con la gente en la manifestación del primero de mayo. Tampoco éramos tantos, pero la idea siempre fue idéntica: la reivindicación de mejoras para las clases trabajadoras, o sea para los colectivos más desfavorecidos. Las banderas al viento, las pegatinas, los coches abriendo camino, las proclamas, la mezcla de gentes de diverso color político, todo contribuía a dar color al acto. Me encargué muchas veces de darle hechas a Pedro unas proclamas para que desde el coche las lanzara a los cuatro vientos. Siempre lo hizo con fuerza, siempre inventó morcillas, a veces descarnadas. Yo me sentía contento de contribuir, aunque fuera en tan poco, a dar la voz al viento, a proclamar sin tregua que hay gente que camina por la vida con la dificultad en bandolera, con la incertidumbre en la mochila y con el futuro siempre en color gris. La comitiva ascendía, carretera general arriba, hasta llegar al cuartel, para comenzar el descenso por la calle Recreo. Son estas las zonas típicamente obreras de Béjar, aquellas en las que más se nota la presencia de la conciencia social. La gente en los balcones miraba sorprendida, como si no supiera que allí iba la conciencia de su clase. En los últimos años esa conciencia parece que se ha dormido en cualquier parte, que no fluye en conjunto por las calles, que se ha desvanecido. Después de la larga bajada, la subida de la calle Libertad, camino de la Corredera. Era este un territorio más desagradecido, lugar donde las gentes caminan a su bola, sin conciencia de que aquello que ven es un buen grito en pos de la justicia.
Y allí, en la Corredera, los discursos, las palabras lanzadas a los vientos, (siempre con altavoces desiguales), los cantos desgarrados de la Internacional, un rato de charleta y después despedida. Un refrigerio a tiempo en la sede de las centrales sindicales y acaso una comida en cualquier restaurante de la zona.
Es verdad que estos años anda todo más gris y menos cálido. Todos tienen que echar a andar el pensamiento para mejorar lo que esté de su parte. Pero no es menos cierto que el reto sigue en pie, que la justicia tiene que ser comparativa y que las desigualdades apestan nuestras calles y jardines. Acaso hay otras formas de decirlo y acaso también de gritarlo. Yo echo de menos hoy la Corredera, el grito aquel de siempre: “Arriba parias de la tierra…”. Es primero de mayo y es lo mismo en la sierra que en la orilla del mar, lo mismo en las estepas que en las vegas feraces, igual en la oficina que en el campo, lo mismo en la ciudad que en el último pueblo. Hoy como siempre, arriba los obreros, los más necesitados, los que piensan y por pensar se enfrentan con la rutina, los que gritan el grito de igualdad, los campesinos, los que viven zozobras, los que llegan sin luz a fin de mes, todos los que soportan en sus vidas las garras indeseables de la desigualdad, los héroes del silencio en el silencio, todos los revolucionarios de sus vidas, también las que se muestran más calladas.
El mundo se ha hecho todo para que lo viole el hombre y no al revés, la vida ha de ser festejo e igualdad. No eso lo que veo, no es eso, no es eso.

sábado, 3 de mayo de 2008

HA MUERTO MAGDALENA

Siempre ha sido muy débil la palabra, al menos en mis labios y en mis manos. Hoy lo es un poco más porque no sabe dar cauce cierto al pensamiento, y mucho menos hoy al sentimiento. Ayer por la mañana, bajo un cielo gris y entristecido, hemos dado sepultura a Magdalena, mi suegra, la madre de mi Nena. Han sido días muy tristes estos últimos días. Los últimos años de su vida han sido tamizados por un cruel alzheimer que la ha tenido al pairo, desvahída, serena, en otra parte, con la sonrisa incierta, con un gesto tranquilo, como con la resignación a flor de piel y de ojos. Apenas si articulaba alguna sílaba en los últimos meses, su movilidad se fue marchando hasta olvidarse de ella, y ella se fue apagando sin molestar a nadie, al lado de los suyos, de su Ángel, de sus hijas todas, de todos nosotros que la veíamos estar sin ser ya casi.
Los tópicos al uso promocionan reservas para el trato con las suegras. Qué tontería más grande, qué bobada. Magdalena es la madre de mi esposa, a mí me quiso siempre como a un hijo, me cedió tantas cosas…, fue tanto su cariño con mis hijos, la gente la quería por todas partes. Qué puedo yo añadir a tanto aprecio. Yo la quería mucho, aún la quiero y la recordaré siempre con cariño.
Pero es que la vida de mi suegra ha sido en buena parte la vida de mi esposa. Siempre juntas las dos, atenta a cualquier cosa, cada día de visita hacia su casa. Y, mira tú por dónde, el día de despedida nos hallábamos a cientos de kilómetros (un viaje especial nos trajo hasta su lado). Y la vida de Nena es también casi toda mi vida. Por eso tanto amor y tanto roce, por eso tanto lloro, por eso tanta pena.
Ahora toca el futuro, la mirada hacia el frente. La vida se renueva cada hora, y más en primavera. Tengo que sacar fuerzas de flaqueza, estarme más que nunca al lado de mi esposa y de los suyos, saber seleccionar en los recuerdos aquellos positivos, que son todos, de la vida feliz de Magdalena. Tampoco es lo más sano no dejar que el recuerdo se aparezca y afirme su presencia. El roce hace el cariño y la vida se alarga en el recuerdo. ¿Por qué negar que afloren y se sienten un rato con nosotros? Que vengan cuando quieran, porque son agradables todos ellos. Pero iremos haciéndoles hueco a nuevos hechos, a todos esos que van conformando nuestras horas, nuestros días, nuestras vidas. En ellos tendrá un sitio Magdalena, con su carita dulce, con su mirada tierna, con su gesto de amor. Un abrazo muy fuerte y hasta siempre. No puedo más, se niegan las palabras.