sábado, 29 de agosto de 2009

"DIEZ ATEOS CAMBIAN DE AUTOBÚS"

Es el título de un libro escrito por José Ramón Ayllón. Lo compré ayer en Salamanca. Y lo hice sin fijarme demasiado. De hecho, creí que la dirección que tomaría sería exactamente la contraria de la que en realidad ha seguido. Pero me sirve perfectamente.

Hay quien tiene olfato de mercado y lo aprovecha. La sociedad de libre mercado le aplaudirá. El asunto de la publicidad en los autobuses incitando a la reflexión sobre la existencia de Dios y publicitando esta frase: “Probablemente Dios no existe…” le ha servido como reclamo para el título y para la intención del texto.
Viene a describir diez casos de personas conocidas que, desde el ateísmo o el agnosticismo, se convirtieron a una proclamación entusiasta del cristianismo y, mira tú qué casualidad, exactamente al catolicismo. Parece como si se quisiera contrarrestar la propaganda de los autobuses o incluso el autor quisiera dar testimonio de sus propias creencias.

He dedicado unas horas hoy a su lectura. Siempre que leo páginas de este tipo me encuentro con elementos comunes que me dejan en la confusión: en todos ellos se trata de una experiencia personal que se vive, no tanto desde la inteligencia como desde los sentimientos.

Enseguida se me vienen a la mente algunas preguntas. Por ejemplo: Si se trata de experiencias personales, ¿cómo se pueden trasladar a los demás desde esa particularidad? Si la experiencia es interna y sensitiva solo, ¿de qué manera podremos cifrarla en elementos de razón para que pueda ser entendida e imitada por las demás personas, y para que todos tengamos un patrón al que atenernos en nuestras conductas?

Tengo que defender, a pesar de todo, que a la experiencia personal, si es sincera y no es ningún subproducto de la tontería y de la imbecilidad, hay que concederle mucha importancia. ¿Quién puede desistir de lo que siente dentro de sí? Pero ya nos estamos moviendo de nuevo en el esoterismo y en la oscuridad, en la sumisión y en la interpretación de algo que no controlamos. He suscrito numerosas veces que la vida es muy variada y no puede cifrarse solo en los preceptos escritos, y que hay elementos de razón que el corazón no entiende y al revés. Pero, si no aspiramos a la curiosidad de descifrar todo, corremos el peligro del todo vale y de la imposición del poderoso y de aquel que tenga una situación privilegiada para interpretar los otros elementos no racionales. Y aun lo que es peor, la de esclavizarnos a ese Dios que inventamos.

Así que, ¿la experiencia con ese Dios posible tiene que ser individual solamente? No me cuadra en el sentido común, ese contra el que ayer mismo Unamuno despotricaba tanto y que yo ahora reclamo. ¿Qué soledad es la mía si no puedo relacionarme con mis semejantes y no puedo contarles mis experiencias de todo tipo? ¿O acaso hay privilegios de ese Dios para con según qué seres humanos? Esto es un juego demasiado macabro ¿Por qué no todo más clarito y lleno de energías positivas? Porque, para más inri, muchas de estas personas, nuevos conversos, explican la existencia del mal como algo necesario para que se justifiquen la salvación, la cruz y el advenimiento del Cristo. ¿De verdad que no es esto un juego demasiado simplista y hasta miserable? O sea que ahora resulta que nosotros somos realidad negativa necesaria para que se cumpla la recuperación espiritual posterior. En ese caso, va a resultar que los redimidores somos nosotros y precisamente desde el soporte del dolor y del mal. Qué diarrea mental resulta todo esto. Suplico una explicación algo más sencilla para mi mente sencilla y deseosa de luces y no de sombras ni de sustos y amenazas.
Ese posible Dios no puede haberse tomado esto como un juego en el que actúa de gato y nosotros de ratones. Conmigo por lo menos no. Esto es algo más serio. Y Él mismo, si es, también lo tiene que ser.

Y luego ya hablaremos de cómo se manifiesta este Dios a los hombres, porque para estos tipos tampoco existen otras posibilidades que las del Dios del Nuevo Testamento.

No hay comentarios: