miércoles, 30 de septiembre de 2009

MORITURI TE SALUTANT

Ya todo navega a velocidad de crucero, a la velocidad que permite la práctica rutinaria de dos semanas de trabajo en el aula. Llegó el momento de enfrentarse a la elección de libros de lectura. ¿Qué actividad se puede presentar más provechosa que esta si uno sabe orientarla y cultiva algunas normas que ayuden a sacar jugo de las páginas? Pues en ello andamos.

Cuando el nivel de lectores se sitúa en la adolescencia, no resulta nada sencilla esa elección y los resultados son, con frecuencia, imprevisibles y hasta contradictorios. Nos solemos empeñar en elegir libros con protagonistas jóvenes, y pensados y redactados por personas que se han especializado en eso que se llama literatura juvenil. Nada asegura nada, por desgracia. En todo caso, hay unos esquemas de concepción y de escritura que son los que funcionan menos mal y por eso se repiten tanto. A mí también me parece correcto que la trama y los protagonistas tengan proximidad con los lectores: su implicación tendría que resultar siempre más sencilla.

En ese esquema se suele repetir la presencia de un ramaje que a mí no me parece que dé frutos demasiado jugosos. Se trata del enfrentamiento que, de manera casi inevitable, se desarrolla entre los alumnos y los profesores: es casi imposible encontrar un libro de este tipo en el que no se glose un enfrentamiento entre estos dos tipos de personajes.

Seguramente en la realidad más inmediata se trate de una foto real, pero me parece que esta foto anda tocada por el fotoshop.

Es claro que el adolescente anda en período de ajuste y de individualización, de rechazo y de personalización, de enfrentamiento con sus padres y de aceptación borreguil de modas y colegas…, en fin, de todas esas cosas. Pero, ¿por qué tiene que implicar esa situación poco menos que la guerra declarada desde el primer día con el profesorado y el sentimiento de que las clases son una tortura y de que lo único que importa es saltar un obstáculo que te han puesto en el camino por medio de un aprobado, conseguido con el menor esfuerzo y con cualquier subterfugio? Por si fuera poco, los profesores aparecen también como ogros que aceptan esa lucha sin cuartel, o, como mucho, se selecciona a alguno entre ellos para que ejerza de salvador, trayendo a los alumnos al redil, que no va más allá del estudio un poco más consistente pero siempre pensando en las notas finales.

Este esquema, repetido hasta la saciedad, no hace otra cosa que dar por bueno un cuadro que, si se analiza despacio, no indica más que una concepción de la enseñanza conservadora y rácana, de esfuerzos mínimos y de rechazo de todo en cuanto se ha saltado la valla burocrática del examen y del aprobado. Sospecho, además, que no son solo muchos escritores, cuya experiencia juvenil en las aulas tal vez sea de este pobrísimo tenor, sino también muchos profesores los que dan por bueno este esquema tan pobre.

No debería tratarse de presentar profesores con vocación de misioneros ni de mártires de la causa. Este grupo de profesionales no es diferente a los demás colectivos y trabaja a cambio de un salario, y está compuesto por individuos muy diversos. Debería quedar claro que el estudio es un esfuerzo en el que merece la pena embarcarse no porque sea necesario conseguir un aprobado (esto termina siendo una bobada), sino para conseguir ir dando satisfacción a las curiosidades que se tienen que ir despertando día a día. ¿Por qué, entonces, el enfrentamiento entre unos y otros? ¿Por qué este circo imbécil en el que los domadores (profesores)andan siempre con el látigo sobre los leones (alumnos) y estos parece que tienen como única misión buscar la forma de burlarse del domador? Y, sobre todo, ¿por qué hay que dar esto como algo generalizado y normal, sin sopesar estas otras posibilidades tan ricas y tan positivas? Con eso estamos incluyendo en la escala de valores de la normalidad lo que no tendría que ser otra cosa que una anormalidad negativa. A ver quién puede luego luchar contra los principios que se dan por buenos sin analizar. Así parece andar la vida, llena de tópicos imbéciles.

¿Cuántas veces habré anotado este esquema en estas mis hojas de apuntes? Hoy me he descubierto en un libro de este tipo por el que ya había pasado alguna otra vez. En alguna página había anotado una corrección: Así decía el texto: “Puella, morituri te salutam”. Por supuesto, corregí: “Puella, morituri te salutant”. Así andamos. ¡Y no es mala la colega!

Puella, por supuesto, es el apelativo de una profesora de Latín.
No sé si será solo domadora de leones. A la autora del libro tendría que darle unos cuantos latigazos.

martes, 29 de septiembre de 2009

EVIDENTE, POR SUPUESTO

A veces llego tarde a las conversaciones, a veces las provoco y a veces ni siquiera llego porque sencillamente no van conmigo. En raras ocasiones, me llegan pequeños ecos de lo que a mi alrededor se dice, sin que pueda terciar en el asunto.
Hoy alguien que se gana el pan formalmente con asuntos que tienen que ver con enseñar criterios de verdad, silogismos y todas esas cosas (ya no seré más explícito pero es fácil deducir a qué tipo de profesional me estoy refiriendo) defendía algo tan apabullante como lo siguiente: no tener fe de ninguna manera impide la existencia de Dios.

Evidente, claro, pensé yo.

Enseguida me contesté: ni no creer en la existencia de un pedrusco impide la existencia del mismo.

Y en esta estación detuvieron el tren y se callaron. Y yo me quedé pensando en las aplicaciones a las que llegarían los interlocutores de la conversación de la que me llegaron los ecos. Y entendí los contextos. Y supe que habían razonado con torpeza.
Sencillamente apliqué la analogía de esta manera: Tener fe en nada impide, por la misma razón, la no existencia ni de Dios ni del pedrusco.

Con esta sencillez me hubiera gustado echar mi cuarto a espadas, pero ya era tarde. Así que seguí pensando y deduciendo que eso de la fe, entonces, nada tiene que ver con la naturaleza de Dios y que, si acaso, solo queda para la posible relación del ser humano con Él.

Pero es que la fe (doctrina de los sátrapas interpretadores y pillados en renuncio) solo depende de la voluntad divina, que se la da a quien quiere. O sea, como un regalo o como un juego de ratón y gato.

Y entonces traté de imaginarme en qué lugar quedan los no creyentes en todo este fregado: no depende de ellos ni la existencia de Dios, ni la realidad de la fe, ni el reparto de la misma. ¿Qué pueden hacer estos pobrecillos arrinconados y excluidos?
¿Hay mejor prueba que esta de que los asuntos de Dios no se pueden confiar a niveles tan inconsistentes como este de la fe? ¿Por qué vamos a tener en cuenta la primera formulación (no creer no significa no existir) y no vamos a tener en la misma consideración la segunda (creer no significa existir)? ¿Qué intereses se esconden en estas contradicciones tan elementales?

¿Y si invertimos el orden y partimos del ser humano en busca racional de ese Dios? ¿Y si lo pensamos como creación del ser humano? ¿Y si lo sentimos como eco del universo y de sus leyes, tras de las cuales anda el hombre?

Tal vez entonces algunas doctrinas, y algunos profesionales, tendrían alguna dificultad mayor para llegar a fin de mes.

N.B. Y todo esto haciendo igualdad automática entre el dios general y el dios cristiano, porque por estas civilizaciones parece que no hay otras posibilidades…

lunes, 28 de septiembre de 2009

PALABRAS PARA LA LIBERTAD

Excmo. Señor alcalde de Béjar, representantes públicos, amigos todos.

Es para mí un honor haber sido invitado a dirigiros unas palabras. Y lo es, sobre todo, por la ocasión que las acoge, por el sentido del acto que estamos celebrando.

Nos hemos reunido hoy aquí para conmemorar, creo que es la tercera vez que se realiza en este escenario, un hecho histórico para esta ciudad. Porque un hecho histórico es, sin duda, que un nutrido ramillete de ciudadanos, de manera consciente y no azarosa, dieran por su comunidad lo más valioso de ellos mismos, su propia vida.

Los hechos históricos deberían ser bien conocidos y no me parece esencial volver sobre ellos; pero permitidme que anote al menos que la fecha de 1868 supone para Béjar uno de los hitos más visibles y nobles de su historia. Hay fuentes diversas en las que beber y conocer los detalles de todo lo que estos hechos supusieron en el discurrir de la historia de España y de Béjar en particular. Los hay incluso directos, de alguno de los que los vivieron y los sufrieron en sus propias carnes y en sus propios sentimientos. A ellos podemos acudir, aunque se sugiere hacerlo con la serenidad que da la distancia en el tiempo y el desapasionamiento de los que quieren reflexionar sobre los hechos con serenidad y firmeza.

Sean cuales sean los antecedentes que justificaran el levantamiento -y existían muchos para ello, algunos absolutamente esclarecedores-, lo cierto es que Béjar se proclamó en la revolución antes de que se levantara Madrid, que los datos apuntan a que fue una acción colectiva en la que intervino buena parte de la población bejarana, incluidas muchas mujeres, que no fue hasta un día después de los enfrentamientos en Béjar cuando se produjo la revolución definitiva en Madrid, que son estos hechos los que sustentan la concesión a Béjar de los títulos de “Liberal y Heroica”, y que todo trae como consecuencia la promulgación de una nueva constitución en España que proclamaba, entre otras cosas, nada menos que el sufragio universal masculino.

Para Béjar, además, supone un corte en su historia particular pues pasa de depender, en casi todas sus variables de personas y bienes, de los duques para convertirse en ciudad libre y moderna y a transformar a sus vecinos de siervos (y he medido bien la palabra) en ciudadanos libres. ¡Menudo hito para la historia de Béjar! Cuando nuestros historiadores pasen sin temores de la descripción de legajos a la búsqueda de causas y consecuencias de esos hechos que se describen, nos darán un cuadro histórico para Béjar realmente sombrío y tenebroso. Solo entonces seremos conscientes de hasta qué punto nuestros antepasados estuvieron sometidos, y de qué manera, a la voluntad de la casa ducal y en qué medida sus vidas transcurrieron lejos de los parámetros elementales de la dignidad y de la libertad humanas. Algún historiador de nuestro pasado (José Luis Majada sobre todo) ya se atrevió a considerar toda la historia de la casa ducal como un período de esclavitud; otros muchos, de bastante menor consistencia, siguen en la adulación y en la ñoñería. El tiempo está de nuestra parte y todo lo iremos conociendo. A nadie le puede extrañar que, con esos antecedentes, Béjar se levantara apasionadamente contra los privilegios sociales y de clases.

A la cabeza de todas esas gentes figura la lista de los que entregaron su vida para que todo esto se consiguiera. Son los que conforman esta lista que se puede leer en nuestra Puerta de la Villa. Pero tras ellos, como he dicho, está casi toda una ciudad, comprometida con los mismos ideales. Mi recuerdo, por tanto, será para todos ellos, para los que hicieron la historia más visible y para los que tejieron también la intrahistoria, esa que sale menos a la luz pública pero que termina siendo la más densa y evidente.


Nosotros llamamos a todas estas personas héroes de la libertad o mártires de la libertad. Y decimos bien, porque lo son. Lo son porque ofrecieron sus impulsos, y muchos hasta sus propias vidas, por el ideal de la libertad y todo lo que esto pudiera suponer.

Yo no tengo derecho a suplantar sus ideas acerca de lo que para ellos pudiera significar la libertad, pero creo que sí tengo derecho a imaginar en qué podían pensar cuando entregaban sus esfuerzos y sus vidas para conseguirla. Y quiero imaginarme con vosotros qué legado nos han dejado a nosotros, seres del siglo veintiuno, que también amamos la libertad. Porque los hechos históricos realmente tienen sentido si somos capaces de trasladarlos al presente, si conseguimos hacernos cargo de qué podríamos hacer nosotros ahora mismo si nos pusiéramos en su lugar, si sabemos sacar las enseñanzas oportunas y no nos conformamos con los datos fríos que solo conducen a ejercicios inútiles de memoria y a mantener en semiolvido los verdaderos significados de las cosas. Y eso ya deberíamos saber a quién beneficia siempre.

Esa revolución de 1868, llamada la Gloriosa, está tejida por levantamientos sobre todo de corte militar. Y por el camino crecen especies e intereses de todo tipo que aquí y ahora no se van a detallar. Pero en Béjar el levantamiento fue ante todo popular y afecta a la forma de pensar de casi toda la colectividad.

Será bueno recordar, por una vez y en público, que conviene no jugar con las palabras y menos engañar a los ciudadanos con sus significados. Se ha dicho -y es verdad- que esta revolución fue una revolución “liberal” y, desde entonces, y ya desde 1808, hay grupos que se arropan con esta bandera subvirtiendo los valores y acomodando los contextos históricos a sus conveniencias. De modo que, ojo con el uso de palabras como libertad, liberal, liberalismo y todas las de su familia. A esta denominación también nos apuntaríamos muchos si realmente se concretara en los ideales que tanto en 1808 como en 1868 se defendieron, actualizados, por supuesto a los comienzos del siglo veintiuno. Un análisis más calmado y racional nos ofrece otros resultados bien distintos.

Nuestros héroes de la libertad lo fueron porque sentían el empujón de ser libres, porque sus razonamientos les conminaban a defender su dignidad como hombres y como seres humanos iguales a los demás, porque estaban hartos de la situación en la que se encontraban, ellos y sus vecinos. Y para nuestros héroes de la libertad, ser libres tenía que significar sacudirse el yugo de la dependencia ducal, por ejemplo, tenía que significar aspirar a una sociedad en la que valieran los esfuerzos y no los privilegios sociales ni las herencias familiares, tenía que significar la posibilidad de pensar y organizar sus vidas en igualdad de condiciones con las demás personas, tenía que significar posibilidades reales de sentirse partícipes de la sociedad por el hecho de ser hombres. Es muy fácil imaginar el plus de emoción y de impulso revolucionario en la Béjar de 1868. No es casualidad que aquí la revolución se produjera en los primeros momentos y con casi toda la población participando en ella.


Pero ya dije antes que la historia debería interesarnos solo en tanto que pueda servirnos como ejemplo para ser trasladada a nuestros días, como espejo de actuación para nosotros mismos.

Y ahora, aquí y en voz alta, es cuando me atrevo a imaginar qué pensarían de nosotros todos estos héroes, qué nos pedirían a nosotros si queremos también alzar la bandera de la libertad, si realmente aspiramos a ser libres y ayudar a que nuestros semejantes también lo sean. Lo haré solo en términos generales, pero con el deseo de que cada uno de nosotros se dé por aludido en alguna de las peticiones que aquí se describan.

Lo primero que sospecho es que nos pedirían alguna precisión entre la libertad teórica y la libertad real, nos reclamarían no dejarnos llevar por definiciones vacías de contenidos reales y aproximarnos a la defensa de una libertad que se pueda ver y oler en la calle, en los sueldos, en las casas, en las pertenencias, en el reparto de los trabajos y en el acaparamiento de cargos, en la distribución de derechos y deberes, en las posibilidades de formación, en los accesos similares a la sanidad, en tantas cosas que nos muestran a diario que una cosa es la libertad en derecho escrito y otra diferente la que hay que ganarse cada día en nuestras vidas.

Supongo que pedirían a nuestros representantes públicos y a todos nosotros en particular que defendiéramos en nuestras actuaciones todo aquello que haga real la libertad. Y la libertad ahora -principios del siglo veintiuno- no tiene que ver con el sufragio universal ni con la dependencia servil de una casa ducal. Pero acaso ahora sí tiene que ver con afrontar serenamente pero sin complejos el análisis de la bondad o maldad del sistema social en el que estamos viviendo, tal vez tendrá que ver con dar voz también a aquellos que razonablemente proponen cambios en las estructuras y no con marginarlos en medios y en consideraciones. Tiene que ver tal vez con arrimar esfuerzos en la defensa de políticas realmente sociales y que lleven aparejada la cimentación de una buena enseñanza y una buena educación como bases de la convivencia. Tiene que ver acaso con la supresión de costumbres y ritos que poco o nada tienen que ver con el desarrollo de la razón. Tiene que ver con una estricta separación entre lo que es común y lo que es particular y en no dejar que nadie se apropie de lo que es de todos, en símbolos, costumbres y ritos. Tiene que ver con el apoyo sin complejos a las actividades que más contribuyan a la formación y al desarrollo de los usos sociales. Tiene que ver con la reprensión de los malos usos, aunque eso nos cueste alguna desconfianza popular. Tiene que ver con facilitar los medios para que alguien nos enseñe que no todo se puede reducir a cuentas y resultados, y mucho menos a pensar por repetición que “todo lo que no son cuentas son cuentos”. Tiene que ver con comprender y apoyar la idea de que el ser humano es mucho más que producto interior bruto y resultados finales de empresa. Tiene que ver con la búsqueda de las bases que expliquen la convivencia y el sentido real de la vida de las personas. Tiene que ver con la comprensión de que la convivencia es un equilibrio sano entre derechos y deberes. Tiene que ver con auspiciar un sistema de valores equilibrado entre el ser humano y los demás elementos de la naturaleza. Tiene que ver con el respeto absoluto por las personas y con el rechazo de las ideas que no respetan a las personas (¿quién fue el imbécil que dijo que hay que respetar todas las ideas?). Tiene que ver con el reconocimiento de que la vida tal vez sea una carrera en la que llega más lejos quien anda más deprisa, pero que no salir todos del mismo sitio ni contar en todo momento todos con los mismos medios convierte el camino de esa vida en una espantosa mentira. Tiene que ver con favorecer en cualquier ser humano la confianza en sus propias posibilidades y en ayudarle a apartarse de dependencias irracionales que lo someten y lo anulan. Tiene que ver con entender que cada tramo de la vida tiene sus condicionamientos y que las situaciones desiguales tenemos que tratarlas de manera desigual hasta hacer real aquel principio de dar más a quien más lo necesita y pedir más a quien más puede dar porque más tiene. Tiene que ver con coger por el cuello a la vida y entender que la aventura de vivirla con intensidad es la mejor de todas las aventuras. Y tiene que ver con trabajar con la confianza de que el futuro nos aguarda a todos para conquistarlo en común.

Cada uno de nosotros puede penar de qué manera pude concretar algunos de estos aspectos que acabo de enumerar en su propia vida. En ese sentido tal vez sería un buen sucesor de aquellos héroes de la libertad cuyo recuerdo proclamamos hoy.

Porque luchar cada día por la libertad no es entregar la vida física heroicamente. Ojalá nunca tuviera que producirse tal cosa. Luchar cada día por la libertad es prepararse para ser un ciudadano crítico consigo mismo y con los demás, es arrimar el hombro para conseguir aquello que pregonaba el cantautor: “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”.

Merece mucho la pena esforzarse en ello porque, como decía Cervantes, por boca de don Quijote, “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”

O suspiraba Rabindranath Tagore: “Dadme la libertad o dadme la muerte”.

O recogía más recientemente, ese código del sentido común, la Declaración Universal de Derechos Humanos en su Artículo 1º: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…


Y, para terminar, un último ejemplo más de modelo de libertad. Aplíquense a cualquier ser estos versos de Agustín García Calvo:

Libre te quiero / como arroyo que brinca / de peña en peña, / pero no mía. // Grande te quiero / como monte preñado / de primavera, / pero no mía. // Buena te quiero / como pan que no sabe / su masa buena, / pero no mía. // Alta te quiero / como chopo que al cielo / se despereza, / pero no mía. // Blanca te quiero / como flor de azahares / sobre la tierra, / pero no mía. // Pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera.


Nuestros héroes de la libertad supieron interpretar este significado hasta el punto de entregar sus vidas. Nosotros, yo al menos, aspiramos a no tener que dar testimonio de esta manera nunca. Pero sí lo podemos dar día a día y en cualquier lugar en el que nos encontremos.

A ello os invito desde el recuerdo emocionado a nuestros héroes de la libertad. Muchas gracias.

Béjar, veintiocho de septiembre de dos mil nueve.

domingo, 27 de septiembre de 2009

C´EST LA VIE

Otra vez Juan de Mairena: “Claro es que en el campo de la acción política, el más superficial y aparente, solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela.”

Hoy tocará ponerle alguna pega al maestro. Veamos. Si el campo de la acción política es el más superficial y aparente, ¿qué de especial tiene que el actuante ponga la vela donde sopla el aire? Al fin, le espera el triunfo. Y, si por analogía extiendo la imagen, en cualquier ámbito de la vida, estaría justificado este uso tan sospechoso de poner la vela donde sopla, o se prevea, que va a soplar el aire.

¿Es en verdad “el campo de la acción política” el más superficial y aparente? No entiendo las razones para esta consideración. Más bien me inclino a pensar que se trata de una de las actividades más nobles y hondas pues, no en vano, se trata de organizar razonable y justamente la vida de la polis y de los ciudadanos que la componen. Y bastante más superficial me parece la actividad individual que, por impulso y egoísmo, trata de las ventajas que cada ser particular puede adquirir al obrar de una forma o de otra.

Quiero pensar que Juan de Mairena, hombre sabio y prudente en todo momento, piensa en las servidumbres que la acción política de cada día parece exigir a los políticos: siempre hay que oponerse al Gobierno si se está en la oposición y hay que alabar al Gobierno si se está en el poder. Da la impresión de que todo lo que se separe de estas dos actitudes no encaja en ningún esquema. En ese sentido sí se le exige al político una vida de apariencia, de representación y de careta. ¡!Pero es esta la política que también hemos creado nosotros, los no representantes políticos!! ¿Por qué no silbamos hasta hacer desaparecer de la escena a todo el que se viste de lagarterana cuando con esa vestimenta no es otra cosa que un adefesio? ¿Por qué no le sacamos los colores a todo el que no es siempre como es en su pensamiento y le obligamos a hacer el ridículo poniéndole en situaciones absurdas? Somos nosotros mismos los que, como imbéciles de tres al cuarto, nos complacemos con este carnaval continuo.

¿Cuándo vamos a empezar a premiar a quien razona y, si es necesario, nos saca los colores, o sea, “a quien pretende que sople el aire donde pone la vela”? Y añado: y, si no tiene éxito, no ceja en el empeño de seguir pensando y exponiendo lo que cree que se acerca a la verdad, aunque sea reconociendo y aceptando su minoría. La mayoría no asegura nunca la verdad.

Hay mucho Groucho Marx por el mundo, dispuesto a cambiar de principios cuando observa que los que tiene no gustan a sus oyentes. Y hay mucho personal incitando a que siga este carnaval.

El sistema democrático, este que formalmente nos hemos dado por aquí, exige como paso inicial ganar las elecciones; solo después se puede empezar a actuar. Tengo la impresión -ya lo he escrito más veces- de que se nos va prácticamente toda la fuerza en esta primera parte, tan necesaria como inútil por sí sola, tan formal pero tan agotadora y tan imbécil, tan “aparente y tan superficial” vista solo desde esta perspectiva.

Pero quisiera ser un poco menos pesimista que Mairena y confiar en que quede algún rescoldo de dignidad y de honradez en el interior de las cenizas. Es verdad que a sus portadores no les auguro demasiados éxitos personales. C ´est la vie.

N.B. Mañana tengo invitación para hablar en público y en espacio público (fiesta de los Mártires de la Libertad en Béjar). Quizás tendría que decir algo de esto.

sábado, 26 de septiembre de 2009

COMENTARIO BIS

A Luis se le olvidó el compromiso del comentario de texto y concentró su atención en el poema. Al fin y al cabo, era la primera vez que alguien le dedicaba unos versos. Se le veía contento y satisfecho y, como muestra de su agradecimiento, había apuntado algunas notas en su cuaderno:

a)El primer verso ya da cuenta de la implicación del autor y del carácter autobiográfico de todo el poema, pues poco importa que las imágenes respondan a la realidad, con tal de que puedan responder, es suficiente. Expresa, además, el desdoblamiento de su personalidad frente al espejo y anota la idea del tiempo como motor de toda la composición.

b)La elección del espejo como elemento físico de desdoblamiento no me parece demasiado original, y el tema del tiempo, en cambio, sí me complace, aunque conozco bastantes más poemas del autor que tratan esa obsesión: sin duda tiene que ser uno de sus temas favoritos. Sería bueno, entonces, indagar si en este poema se observa algo novedoso.

b)La explicación del segundo verso cojea un poco. Esos “oseas” siempre son muestra de que no se consiguió lo que se buscaba en el primer intento y hubo que repetir.

c)No es corriente que un poema incluya, en todos sus versos y en la parte final, la palabra tiempo. Solo puede estar justificado este uso por la obsesión que demuestra el autor con este concepto. Pero anota también Luis: Justificación oportuna, hallazgo formal.

d)Se juega con dos modalidades del concepto tiempo: el tiempo universal y el tiempo dividido en fracciones (días, horas…).

e)El autor parece que aspira a salir de los moldes del tiempo dividido para alcanzar como la esencia del tiempo, ese otro tiempo que no tiene límites. Pero fracasa en el intento pues se declara incapaz (“Y no sé conjugar esos dos tiempos…).

f)En sus deseos, el poeta aspira a que ese tiempo parcial de los días y de las horas contenga también algo de la esencia del tiempo “intemporal”: solo así se mantendría la posibilidad de un solo concepto y cada sección de tiempo tendría realmente valor y merecería la pena vivirlo con intensidad. La tercera estrofa parece dedicada a expresar este deseo.

g)Este autor parece muy desalentado pues confiesa su absoluto fracaso en esta tentativa. Quizás porque sus capacidades humanas no llegan más allá de la sección temporal que le ha tocado vivir y es, en consecuencia, “Un hombre contra el tiempo”.

h)Ese verso solo y solitario del final es un refugio en la voz y en el problema del tiempo. Parece querer decir que seguirá indagando hasta conseguir algún resultado más positivo.

i)Me gustaría haber visto los versos diez y once situados al final del poema.

j)Voy a pensar yo también en esta idea del tiempo y de mi tiempo.

El profesor leyó las notas con sosiego, alzó la vista al frente y comunicó a la clase lo siguiente: Luis será nombrado hoy alumno más aventajado de la clase. Debéis saber todos que este puesto es solo honorífico y que no es permanente: cualquiera puede ocuparlo cuando quiera.

viernes, 25 de septiembre de 2009

LOS TIEMPOS Y EL TIEMPO

A la mañana siguiente, el alumno estaba sentado ya en su silla cuando el profesor cruzó la puerta de entrada.
-Buenos días.
-Buenos días, respondieron todos los alumnos a coro. Todos menos Luis.
-¿Qué pasa, Luis?
-Que no he logrado realizar el ejercicio que se me encargó ayer.
-Tú dirás.
-Es que…, es que…
-Arranca, hombre.
-Es que… en el texto no hay ideas.
(Gesto general de admiración)
-Concreta más eso.
-Es que en este texto solo hay palabras.
-¿Y las palabras no comportan significado?
-Sí, pero una cosa es que tengan significado y otra es que signifiquen.
(Más gestos de admiración general)
-Pues ya tienes trabajo para mañana: ordénalas de tal manera que signifiquen y que sean capaces de transmitirnos alguna idea.
-No sé si seré capaz.
-Ya te dije que requería un ejercicio continuado y costoso. Medita también acerca de cuál es la recompensa que te espera.
Para el descanso de tu esfuerzo, te regalo estos versos. Acaso tampoco encuentres en ellos más que palabras. Medítalas y dime qué te sugieren:

DE AMBOS TIEMPOS

Me miro cara a cara desde el tiempo
presente, o sea, desde mi tiempo,
para intentar salirme de este tiempo
y llevarme a otro tiempo que sea el tiempo
de no sentir los límites del tiempo
que me hacen caminar en todo tiempo
a la zaga del pálpito del tiempo.

Y no sé conjugar esos dos tiempos:
el tiempo de mi voz con la voz de mi tiempo.
Un hombre contra el tiempo
desde el eco especial de cada tiempo.

Si supiera entender que cada tiempo
guarda secretos íntimos del tiempo,
revela las verdades en su tiempo
y juega a ser intérprete del tiempo…

El hombre es solo voz y solo tiempo,
un diálogo absurdo con el tiempo,
división en partículas del tiempo
y universal explícito del tiempo.

Mi voz es solo tiempo, tiempo, tiempo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

COMENTANDO UN TEXTO

El profesor al alumno: Haga un comentario crítico del contenido del texto.

El alumno, asustado: ¿Y cuál es el camino que tengo que seguir?

El profesor: Describe la ideas que expresa el autor, señala la tesis que defiende, apunta los argumentos que utiliza para esa defensa, comenta la importancia y actualidad de esas ideas y señala una opinión personal que resuma tu pensamiento acerca de lo que se dice en el texto.

El alumno: ¿Y qué se consigue con esto?

El profesor: Embarcarte en un camino apasionante, apoderarte del texto hasta convertirlo en un pretexto para tu pensamiento.

El alumno: ¿Y qué me dirá si lo hago bien?

El profesor: te felicitaré, te daré un abrazo y te mandaré a buscarte la vida por el mundo, porque ya sabrás hacerlo solo y tendrás recursos para actuar razonablemente en cualquier situación dificultosa.
Pero no te ilusiones demasiado porque esto requiere un ejercicio continuado y costoso. La recompensa serás tú mismo: menudo tesoro.

El alumno: ¿…?

El profesor: Piénsalo y mañana me comentas.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

VA POR ÉL

No deberías soltarte tan temprano, tendrías que controlarte con más fuerza, no dejar que te puedan los primeros sentimientos. Hoy, a media mañana, te has encontrado con Adrián, aquel bedel que te dejó hace tiempo con la entrada diaria vacía en portería y sin sonrisa en el centro de trabajo, aquel que te repetía tantas veces, como si estuviera realizando algún milagro y sin que tú se lo demandaras, el nombre del toro que mató a Manolete o el del que quitó la vida a Paquirri, quien recordaba el nombre de la ciudad en la que el diestro había abierto sus ojos a la vida, y siempre con la precisión de la categoría: “en Córdoba capital”, el que se sinceraba siempre y descargaba en tus espaldas el saco de púas verbales que había recogido de boca de los alumnos, pues tan bien le tenían cogida la medida, el que reducía su vida a unos escasos datos que repetía siempre, aquel al que, desde su pequeño mundo, le quedaba un resquicio de protesta social y de conciencia sobre lo que veía y oía, aquel que se arrancaba en cánticos cuando la fiesta se templaba un poco, aquel que…

Hoy lo has visto en la Plaza de esta ciudad estrecha. Lo descubriste de frente, casi te diste de bruces con su cuerpo. Y viste enseguida que su garganta andaba tapada con un apósito blanco. Y quisiste saludarlo con unas palabras y te diste cuenta de que no te podía responder si no era con gestos. Y viste cómo sacó una libretita del bolsillo por si la necesitaba para apuntar cualquier respuesta. Y comprobaste que no la necesitó pues sus gestos y tus palabras fueron suficientes para certificar su estado de salud y la postración en la que se encontraba. Y le hiciste saber que seguías el curso de su enfermedad preguntando a sus hijos. Y en sus gestos entendiste que bien lo sabía y que te lo agradecía. Y le dijiste unas muy cortas frases de aliento. Y él, desde el interior de su chándal, empequeñecido y flaco, te miró con sus ojos vidriosos y llenos de humedad para decirte gracias. Y te añadió con su mirada y con sus manos que se había asomado a la plaza para contemplar la fachada de aquel centro en el que él y tú habíais pasado tantos días. Y tú lo miraste de nuevo y, al ver sus ojos llenos de lágrimas, te viniste abajo y también te pusiste tristón y lloroso. Y, sin saber qué decir ni qué hacer, te arrancaste y le diste un abrazo muy fuerte. Y, sin otro recurso que echarte a la mano, lo dejaste en la esquina mientras iniciabas la cuesta de la calle Mayor. Y caminabas rumiando sobre el paso del tiempo y el olvido, sobre lo desagradecido que anda todo y sobre el cambio sin fin de la fortuna.

Y te metiste en casa con una piel temblona y como una mantita mojada. Porque te faltan fuerzas y enseguida te caes y te desplomas, como si te faltara la sonrisa para el resto del día.

Y eso que venías contento porque habías albergado la sospecha de que habías conseguido presentar a unos jóvenes la bondad de Platero y creías haber conseguido que lo hicieran su amigo y que pensaran en mantenerlo durante todo el curso como animal de compañía.

Tienes que venirte arriba y brindarle el toro de este día al diestro Adrián Rodilla, aunque sea con muleta blanca de pañuelo mojado y de apósito blanco disimulando heridas. Va por él.

martes, 22 de septiembre de 2009

COMO UN AFICIONADO

Con alguna frecuencia me cuestiono la bondad o la maldad de aquel lema de “aprendiz de mucho y maestro de nada”. A estas alturas de la vida, para mi caso ya no tiene aplicación real pues ni tendría tiempo ni acaso capacidad, y tengo claro que tal vez sea aprendiz de todo pero seguro que no soy maestro de nada. Alguna ventaja se le puede buscar: si fuera aprendiz de todo, me quedarían todos los caminos abiertos y todo por aprender; y acaso también la seguridad de que no debería tener la tentación de pontificar de nada ni por nada.

Pero las asociaciones a veces no solo se hacen de manera tan general; de vez en cuando es bueno fijar atención en apartados un poco más particulares. Por ejemplo, he dejado por escrito en más de una ocasión mi deseo de ser aprendiz en estos tres campos: algo de filosofía, algo de creación literaria y todo esto adornado en su base con unas gotitas de licor de humanismo razonador y razonable. Por ahí me gustaría moverme.

Yo querría moverme en unos predios de humanismo razonable que basara su salida, su camino y su meta en el ser humano, y que lo hiciera desde sus cualidades y desde sus miserias. Sin estridencias porque tengo más o menos claro que la razón es tan fantástica como poca cosa y que se le escapan demasiadas posibilidades, pero sin dejarme llevar por cualquier alucinación que me degrade y me sitúe en las manos de cualquier bruja o de cualquier ensalmo idiotizador esparcido en el aire por cualquier sátrapa del montón.

Me gustaría moverme como un aficionado más hacia las alturas de la verdad lógica, o acaso mejor hacia los humedales de la verdad ética, donde se pasta a gusto y no hace falta andar con el rabillo del ojo vigilando si los demás te roban la hierba.

Y me sentiría satisfecho si tuviera la posibilidad de acercarme a la recreación de alguna realidad desde los parámetros de la imaginación y desde el poder de ordenar ese mundillo nuevo desde mis apetencias.

Sé que, así enumerados, parecen tres mundos sencillos de ensayar, o al menos de esbozar; pero no se me oculta que cada uno de ellos implica demasiadas variables. Por eso me conformaría con hacerme mi composición de lugar y con salir a dar un paseo a ver qué pasa por ahí por esos mundos, sin grandes pretensiones, solo con la afición a cuestas y a lomos del sentido común y poco más.

La base humanista me llama cada día y me espera en cada esquina; para afirmarla o para negarla, me persigue y no puedo ni quiero darle la espalda. Con los otros dos apartados me las tengo que ver con menos insistencia, aunque me ha dado el arreón de hacerles un guiño cada día: lecturas, estas líneas, pensamientos, algún poema… Será inevitable que se me sirvan muchas veces en la misma copa y que creyendo andar en una me descubra en otra sin notarme extraño.

Acaso en estos pobres tanteos se me mezclen a veces los principios con los asombros y las formas ordenadas con los esbozos de verdad, o se me morirá el mar en brazos de la tarde pensando en las cadencias de las repeticiones, o tal vez se cruzarán la esencia y la existencia en un campo de humildes amapolas que dejan sus simientes en el suelo mientras se marchitan mirando con descaro hacia los cielos.

Y en esa mezcla rara me iré yo diluyendo y marchitando también, buscando algún apoyo en cualquier parte con algo de belleza entre las manos, si es posible.

lunes, 21 de septiembre de 2009

¿ME CAGO EN QUÉ?

Llevo al menos tres semanas como alejado de la villa y corte (quiero decir de los asuntos de la muy noble, muy leal y liberal ciudad estrecha en la que vivo). En realidad estoy descubriendo que ando como apartado y en mis ocupaciones desde hace tal vez demasiado tiempo.

Me habían llegado algunos comentarios verbales acerca del “incidente” del poema de Escarpa en el libro que se editó con motivo del Encuentro de Escritores de comienzos julio. No les había hecho ningún caso pensando que serían -otra vez- rabietas de indocumentados que no me tenían que hacer perder el tiempo.

Hoy leo la entrada del blog de Luis Felipe (hace más de quince días que no hablo con él) y me entero de que el asunto está tomando derroteros indeseables. Coincide también con que alguien me llama y me pone al corriente de los comentarios que han aparecido en béjar.biz, periódico digital en el que colaboré y espero volver a hacerlo algún día, y que yo no leía desde hacía tal vez meses (lo siento). Y decido ponerme al día en lo que a los comentarios se refiere.

No me resulta fácil responder a todo esto porque tendría que ocupar bastantes líneas y demasiado tiempo, pues el asunto posee muchas variables, pero me veo en la necesidad de escribir al menos algunas palabras. Veré de hacerlo con serenidad:

1.- Mi participación en el Encuentro tiene que ver con mi disposición a ayudar en cualquier actividad que se relacione con la cultura en Béjar. No tengo que hacer lista de ellas para no alargarme.

2.- Que yo recuerde, he recibido como recompensa de todo el proceso una invitación a una comida para preparar todas las actividades. Oye, que, si hace falta, me pago el cubierto.

3.- Mi trabajo consistió sobre todo en la corrección y orden de los textos que aparecen en el libro, en la aportación de ideas para la distribución de actividades en el Encuentro, y en la ayuda de todo aquello que se me fue pidiendo, pues quise ponerme en disposición de ayudar desde el primer día.

4.- Durante los días del Encuentro mi dedicación fue a tiempo completo. Y aquí tiempo completo quiere decir muchas horas durante el día y la noche.

5.- Los contenidos del libro me parecen desiguales y cada autor responde -¿de qué otra forma podía ser?- de su aportación.

6.- Que el Ayuntamiento dedique estos dineros a un acontecimiento cultural como este no puede recibir de mi parte más que mi apoyo y mi aplauso. Por la importancia, por la diversidad, por comparación con cualquier otro evento de este tipo, por la línea que se apunta… Por todo. Mejor es no abrir comparación con otros semejantes para no hacer sonrojar a nadie.

7.- En alguna medida (no sé en cuál, pero pequeña en todo caso -ahora estoy un poco más confuso en este apartado, a la vista de lo que leo-), me siento un poco responsable de todo lo que esos días ocurrió. Y me siento muy orgulloso de haber aportado mi esfuerzo.

8.- El trabajo de Luis Felipe Comendador antes, durante y después del Encuentro solo puede ser pagado con un fuerte abrazo y con un montón de gracias. Explicar ese trabajo a quien no te va a escuchar no merece ni el intento.

9.- Convendría actuar con un poquito de seriedad en todo y no manifestarse sobre hechos que no se conocen quizá del todo (quiero ser benévolo). Estoy seguro de que cualquiera que haya pasado el abecé de la creación literaria andará escandalizado con este revuelo y, en el fondo, un ratito se reirá y otro sentirá vergüenza por vivir cerca de sujetos tan analfabetos.

10.- Todo en la vida se puede comentar y la expresión es libre. También son libres aquellas manifestaciones que se hacen desde el analfabetismo. Pero la libre expresión no asegura precisamente que se tenga razón. Y, además, a ver si aprendemos: ¡!Hay que respetar a todas las personas, pero no todas las ideas!! Cualquier día podemos abrir despacho para explicar esta afirmación. Si alguno de los comentarios vertidos en estos medios citados perteneciera a alguna persona próxima a la literatura (es solo un suponer, como se dice por aquí), aunque no haya dado un palo al agua en su vida ni haya aportado ni una mala página, entonces el asunto se habría convertido en pecado mortal y tendría más delito. Pero este asunto no se puede tratar en unas líneas, solo apuntarlo, por si hubiera ocurrido, y compadecerlo.

11.- Me gustaría que el Ayuntamiento no se acongojara con estas disputas y que siguiera favoreciendo la celebración de más Encuentros de este tipo. Yo seguiré dispuesto a ayudar en lo que pueda.

12.- Por cierto, estas personas habrán leído el libro. Qué bien, un libro de creación poética en manos de mis paisanos. ¿Por qué no lo comentamos en algún salón público? Propongo el Convento de San Francisco. Yo acudiría. Y vosotros también, ¿verdad?

13.- No tengo interés en entrar en asuntos que me conciernen personalmente, pero, si alguien piensa que mi labor como profesor se puede resentir por haber participado en esta actividad, que me deje decirle sencillamente que se equivoca totalmente pues me siento muy orgulloso de haber ayudado y ya ofrezco de nuevo mi aportación para algo semejante. Me pareció un trabajo espléndido. Eso sí, poco pagado, porque lo hice gratis, coño -como tantas veces-.

14.- En fin, que me siento avergonzado por casi todo de lo que voy conociendo de este asunto y de las personas que sustentan estas opiniones. Qué le vamos a hacer, uno que es así.

15.- Por lo demás, por favor, sepárense los hechos reales de las opiniones. Más que nada para no decir tantas mentiras.

16.- Es cada día más evidente que necesitamos más escuelas para alfabetización.

17.- Y que nada, que, si no os gusta todo esto, pues a propiciar más corridas de toros, más días de musgo y similares, más hileras por las calles, plazas, parques y arboledas (¿lo vais pillando?). Y a seguir con la prédica de que todo lo que no son cuentas son cuentos. Qué le vamos a hacer: nunca se sacó agua de ningún pozo vacío.

Pero conmigo no contéis para eso, por favor.

domingo, 20 de septiembre de 2009

UN TORNILLO Y GUIOMAR (¿?)

Despido el verano colgado de un clavo, o más bien atado a un tornillo, dando vueltas y enroscando hacia adentro y hacia afuera. Por desgracia no es ni metáfora de nada ni hipérbole para pasar el rato. Ser un “manitas” conlleva estas cosas. Y comprar en Leroy Merlín lo que después tienes que desempaquetar, mirar, montar, y colgar tiene estas consecuencias. Si yo describiera aquí todo el proceso mañanero para colgar en una pared un armario fabricado con una materia parecida al plástico, estaría de nuevo en aquellos recordados artículos del carpintero que me arregló la terraza y del fontanero que me cambió los radiadores de la calefacción. No tengo ganas de volver a ello.

¡!Toda la mañana pegado a un tornillo!! Y a sus alrededores: enchufe colindante, medidas entre tacos, berbiquí y brocas, rotura de casi todo, hasta de las brocas, mierda al por mayor, enfado general, cuentas del tiempo perdido… Esto sí que no es salvar un momento del día; es perder toda una mañana en casi nada. Como un día se me desclave, tiro por la ventana el mueble con todo lo que tenga dentro.



Después de la lectura de esa especie de biografía espiritual de Antonio Machado, sigo inmerso en él y en todo lo que representa. Y he vuelto a la lectura de su obra. Ahora interesándome más por la prosa que por la poesía, si es que se puede separar, que para mí no está nada claro.

Me resulta un personaje inagotable y de él puedo beber en todo tiempo y ocasión.
Uno de los aspectos que me sugiere es el de la rectitud en la trayectoria vital y los posibles “despistes” que se puedan tener.

En este autor no es fácil buscar una espita por la que se hayan podido colar fallos, aunque conviene no mitificar nunca. Sin embargo, también en Machado algunos han buscado posibles huecos por los que hacer colar agua y no siempre limpia. Tal ha sido el caso de sus relaciones amorosas, fundamentalmente en esa relación de madurez con Pilar Valderrama, mujer de posición política, social y religiosa muy conservadora y totalmente diferente a la del poeta.

Siempre me ha parecido algo extraño lo que concierne a sus relaciones amorosas, incluidas las relativas a su joven esposa Leonor, sobre todo por la diferencia de edad y por los muy pocos años de Leonor para un noviazgo y para una boda. Pero los datos son los datos, la voluntad de cada uno es sagrada y todo apunta en sus poemas a un amor denso y conmovedor entre ambos. ¿Quién soy yo para meterme en su vida y en sus voluntades?

El caso de Pilar Valderrama parece como un retoño de lluvias tardías, en un momento en el que Machado estaba embarcado en una trayectoria vital, poética y social bien marcada. Las mismas consideraciones anteriores me sirven para este caso.

Se le ha achacado alguna cesión en el terreno religioso, social y político, con el fin de conseguir los favores amorosos de Pilar Valderrama. Ni siquiera hay pruebas definitivas de la naturaleza y mantenimiento de este enamoramiento. Desde luego, hay pruebas inequívocas de su posicionamiento radical a favor de los ideales sociales y republicanos y de que su postura religiosa, entre la duda constante y cierto poso cristiano, se mantuvo constante.

¿Pero el bueno de don Antonio no habría podido tener ni un pequeño respiro ante un nuevo brote, ante una rama verdecida, ante una florecilla que se asoma en medio de las eras?

No es el caso y por ello me sirve de ejemplo también para los que hayan querido oler esa flor nueva. ¡Pero es que aunque lo fuera! ¿Cómo se puede analizar toda una trayectoria vital por los resultados de una temporada?

Hay gente que anda con la pistola al cinto, aguardando cualquier descuido para disparar. Tal vez sin darse cuenta de que ellos están expuestos, como todos, a errar en cualquier sitio y de que andan casi siempre a la intemperie.

Se aplica a la poesía y a la vida, a la política y al trabajo, a la palabra y al silencio. Alguien dictó aquello de que “el que esté libre de pecado…”

Yo creo que Machado no anda ni en pecado venial, el buen hombre, el hombre bueno. Pero, coño, es que, aunque anduviera, habría que mirarlo con admiración, alzar la vista al frente y ver el panorama con la profundidad con la que él lo veía.

Entre el tornillo y Guiomar, se me marchó el verano. Otoño es la estación de la luz en estos pagos. Veremos si nos mira.

MI BAUTISMO PARA SARA

Día contradictorio pero feliz para mí. Hemos bautizado a Sara. ¡!Y yo he sido el padrino!! Sus padres saben que yo no puedo negar nada de lo que me pidan para Sara, ni padrinazgo, ni madrinazgo ni nada de nada, pero conocen también que no es lo más coherente que yo aparezca públicamente como persona que promete ayudar en una educación basada en algo de lo que tanto dudo.

Mi verdadera promesa, aquella a la que me comprometo, como intención personal y libre es la que le he dejado escrita en un papel para que la conserve y me la reclame cuando le parezca oportuno. Sé que es un poco solemne, pero la ocasión lo merece. Es esta:

EN EL BAUTIZO DE SARA

En esta tarde de septiembre, 19 y 2009, en Ávila, lugar en el que nos hemos reunido en torno a Sara, este nuevo ser que ha venido a enriquecer y a alegrar la vida de toda la familia, sin ser solicitado por nadie, consciente de la solemnidad del momento y de la obligación que adquiero y atendiendo solo a mis propias intenciones

Quiero proclamar públicamente mi voluntad, como padrino de Sara, de ayudarla y educarla, en lo que de mí dependa, en los valores cívicos y sociales que mejor correspondan a su desarrollo como persona. En tal sentido, me comprometo públicamente a ayudarla

Para que sea una persona independiente, crítica, justa y solidaria,

Para que base su actuación vital en la razón, en el sentido común y en la buena voluntad,

Para que acierte a definirse como un ser que solo adquiere su plenitud si comparte sus posibilidades con los demás,

Para que siempre entienda que su mejor cualidad es precisamente la de ser persona y que ninguna otra cualidad adquirida puede ser superior,

Para que respete a los demás y sea tolerante con las personas,

Para que defienda sus convicciones sin complejos pero con educación,

Para que pase por la vida siendo, sobre todo, una persona buena.

A todo ello me comprometo, aunque desde mis escasas fuerzas, y por ello os invito a que os suméis a ese mismo esfuerzo y a que compartáis conmigo un brindis.

POR SARA SIEMPRE.

Antonio Gutiérrez Turrión

Estas son mis intenciones. Ojalá que las realidades no estén demasiado alejadas.

viernes, 18 de septiembre de 2009

UN CRÍTICO MENOR

Con frecuencia me corresponde ejercer la labor de crítico literario en mis clases. Y cada vez me cuesta más y me resulta más penosa esta labor. Pero si no la ejerciera me correspondería otro trabajo aún más penoso, el de enfusar elementos en la memoria de las personas y someterlas a una tortura que no se justifica ni en la peor esclavitud. Tengo la impresión de que, por desgracia, tenemos muchos verdugos por ahí, comiendo pan y sacando pecho, que se mueven en este nivel de embutir, como si de matanza se tratara, datos y más datos, siempre tomados y mal copiados de cualquier página y mal trasladados a una hojas manuscritas penosamente y sustitutas de una fotocopia de cinco céntimos de euro.

Me veo en esta tesitura cada vez que abro un libro o leo un texto con otras personas. Y repito que no me resulta fácil ejercer de crítico en cuanto traspaso los límites de mis sensaciones y de mis percepciones en simple aproximación.

En este país sobrevive toda una camarilla de comentaristas, clasificadores, expendedores de cédulas y cartones, firmantes de certificados de buena conducta literaria y articuladores de pandillas pseudoacadémicas, librescas y culturales, que pontifica con una seguridad rayana en la insolencia y en el desprecio. No me gusta demasiado la crítica que aparece en suplementos de periódicos y de revistas. La de algunos profesionales de la enseñanza ni me la imagino siquiera.

Me gustaría seguir salvando la distinta capacidad de los diferentes críticos y también la diferente intención con la que se manifiestan. De todo hay, como en todos los colectivos. Pero pienso en la dificultad que supone concretar una buena crítica de un libro, por ejemplo.

A un crítico se supone que le corresponde sacar a la luz las virtudes y señalar los defectos más notables que encuentre en el texto para así orientar posteriores lecturas. Hay muchos que se regodean en los elementos negativos, como si en ello le fueran la felicidad y el descanso eterno. Entre estos, el que consigue sobrevivir aguantando en la crítica negativa se termina protegiendo en un forro polar que aumenta el calor cuanto más frío haga, o sea, que ya todo se le va en poner a caer de un burro al creador y con ello no hace más que seguir ganando fama, o acaso sumisos por el temor. Otros se desgastan en elogio al libro, sobre todo si el que lo firma es amigo suyo o puede propiciar algún favor posterior al que suscribe la crítica. Y otros ejercen sanamente su trabajo, con humildad y sencillez.

Pero es que, incluso entre los componentes de este último grupo, ejercer la crítica literaria me parece un oficio extremadamente difícil. Esos subrayados de aciertos y de desaciertos, de logros y de fracasos, hay que hacerlos de acuerdo con algún parámetro. ¿Cuál? ¿El de la concepción que tenga el crítico del mundo literario? Eso supondría claramente una prostitución pues, antes que su concepción, está la del creador, y el propósito que lo condujo a la creación. Si no se mueve en ese camino, ¿cómo puede afirmar o negar que el creador ha triunfado o ha fracasado? En ese caso, quien realmente ha fracasado es el propio crítico. Y si solo atiende a las intenciones del creador, ¿tiene que olvidarse de sus propias concepciones acerca del arte literario y de la creación? También me parece empobrecedor porque eliminaría la apropiación que de la obra hace cualquier lector, y se entiende que un buen crítico tiene que ser un lector aventajado.

A mí me gustaría que no se renunciara a ninguna de las dos partes, pero que se supieran diferenciar muy claramente. Ambas vendrían a complementar algo tan evidente como es la concreción del arte, el valor del canon, su evolución y todo lo que arrastra de subjetivo el mundo de la creación y del arte.

Actuar en el mundo de la opinión crítica es una labor que tiene que moverse en los parámetros de la humildad, de las aproximaciones, de la buena voluntad y de la formación como bases.

Y, a pesar de todo, hay muchas creaciones que tienen que ser retiradas de la aprobación: hay un conjunto de reglas no muy bien definidas en las que todos tendríamos que estar de acuerdo. Cuando se supera ese nivel, ya cambia todo, todo empieza a volar por su cuenta y no se somete fácilmente al yugo de una valoración unificada.

jueves, 17 de septiembre de 2009

HOY SOLO SÉ FIRMAR LO QUE ME ENSEÑAN

Como ando en período acomodaticio de eso que llaman curso, vuelvo a apoyarme en alguien que me sirve de ayuda y que me da compañía y ánimos en los ratos de soledad anímica y de desconcierto, que no son pocos. Es de nuevo el maestro, don Antonio Machado. Me sumo a sus palabras y las suscribo por completo.

En boca de su alias Juan de Mairena, pone estas palabras, dirigidas a sus alumnos: “Vosotros debéis amar y respetar a vuestros maestros, a cuantos de buena fe se interesan por vuestra formación espiritual. Pero para juzgar si su labor fue más o menos acertada, debéis esperar mucho tiempo, acaso toda la vida, y dejar que el juicio lo formulen vuestros descendientes. Yo os confieso que he sido ingrato alguna vez -y harto me pesa- con mis maestros, por no tener presente que en nuestro mundo interior hay algo de ruleta en movimiento, indiferente a las posturas del paño, y que mientras gira la rueda, y rueda la bola que nuestros maestros lanzaron en ella un poco al azar, nada sabemos de pérdida o ganancia, de éxito o de fracaso”.

Buena prédica para animar a sus alumnos y para pedirles buena disposición de ánimo a la hora de enfrentar las clases. Pero, como no es muy honrado pedir sin ofrecer, ahí van otras palabras del mismo Mairena (Machado), ahora como profesor:

“Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que, a mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero esta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante unas pocas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo, y que, aunque pretenda educaros no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo –no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí solo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos”.

No puedo quitar ni poner nada. Hoy me ha servido el texto de reflexión en alguna clase. Tenía la impresión de que alguna mella hacía en los alumnos. Les pedí que reflexionaran acerca de las palabras que estaban escuchando. No tengo ninguna seguridad de que lo hayan hecho en cuanto han traspasado las puertas de la calle. Ahí fuera les aguarda otra cosa bien distinta. Una lucha feroz por el instinto, la carrera veloz de las imágenes, la certeza de la lucha sin tregua por superar al prójimo a costa de su caída, la vaciedad del mundo, la desigualdad rondando por todas las esquinas, la placidez del sueño en la inercia. E incluso miro adentro y me doy de bruces con un sistema y unas instituciones pedagógicas burocratizadas hasta lo más absurdo, incapaces de despertar en los alumnos sus fuerzas ocultas, sujetas a los formulismos de las fábricas de títulos y a todas las variantes de una sociedad alienante y castradora de las reflexiones personales.

Y yo en ese sistema, cobrando a fin de mes y sin saber qué hacer con todo esto. Y ellos sacando pecho con normas infantiles y sin atacar con calma los principios. Doy gracias a Machado y me callo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

DE UNAS SIMPLES COINCIDENCIAS

Recojo aquí unas palabras del maestro don Antonio Machado: “Mi gran pasión son los viajes. Creo conocer algo algunas regiones de la Alta Castilla, Aragón y Andalucía. No soy muy sociable, pero conservo afecto a las personas. He hecho vida desordenada en mi juventud y he sido algo bebedor, sin llegar al alcoholismo. Hace cuatro años (cuando declara esto tiene 38) que rompí radicalmente con todo vicio. No he sido nunca mujeriego y me repugna toda pornografía. Tuve adoración a mi mujer y no quiero volver a casarme… En general me agrada más lo popular que lo aristocrático social y más el campo que la ciudad… La fe en la vida y el dogma de la utilidad me parecen peligrosos y absurdos. Estimo oportuno combatir a la Iglesia católica y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y estoy convencido de que España morirá por asfixia espiritual si no rompe ese lazo de hierro… Esta no es una cuestión de cultura -se puede ser muy culto y respetar lo ficticio y lo inmoral- sino de conciencia. La conciencia es anterior al alfabeto y al pan. Admiro a Costa, pero mi maestro es Unamuno.”

No sé muy bien cuál es la razón por la que anoto aquí esta larga cita del maestro, que tomo de la obra de Juan José Coy, un peculiar profesor de la Universidad de Salamanca del que siempre me habló muy bien Ana, y que ya andaba en las aulas cuando yo era alumno. La obra se llama “Antonio Machado: fragmentos de biografía espiritual”, que me ha tomado de la mano y de la cabeza esta mañana y que ya no me abandonará hasta que me canse y me pueda el sueño por la noche. Todo lo que lleve el sello de Antonio Machado me sigue llamando con poderosa voz y me pilla dispuesto al vasallaje.

Seguramente lo habré copiado por el resumen de vida que supone, aunque sea muy parcial y fragmentario. Hay pocos autores que asuman en una misma carpeta su obra y su vida con tanta coherencia, honradez y bondad. Tal vez por eso me siga reclamando.
Y desde estos datos tan parciales, me subo a mi terraza y vuelvo atrás la vista para hacer un ramillete de caracteres de mi vida, y hasta intento algún paralelismo con el poeta sevillano. Ya sé que no tiene demasiado sentido, pero me apetece. Y no me atrevo a hacer siquiera esquema en treinta líneas, pero al menos guardo un rato para mirar atrás y seleccionar en mi memoria algunos rasgos.

“Mi gran pasión son los viajes”. Hoy nos moriríamos de la risa al reconocer en Machado a un viajero que conoce (solo) algunas regiones de Castilla y de Andalucía. Y, sin embargo, esto implica muchísimas cosas que a mí me reclaman. La más importante tiene que ver con la relación entre la persona y la naturaleza, entre el viajero y las gentes del campo, entre la inteligencia y los saberes populares… Y tantísimas otras cosas. Conocidas a pie, naturalmente.

“No soy muy sociable”, dice Machado. Mira que yo tampoco, que no me encuentro bien en todas partes, que me alejo enseguida de demasiados sitios, que me retiro por desistimiento, por pudor o por alguna sensación mal entendida de demasiadas peleas, que con harta frecuencia no descorro los velos de la explicación porque considero que, si lo hiciera, se provocarían más males que bienes, que me trago más quina de la que sería conveniente para la buena salud, y que acaso les doy muchas vueltas a demasiadas cosas que tal vez no tengan tanta importancia. Y eso me lleva a demasiados paréntesis, a muchos ratos de silencio, a apariencias de alguna seriedad mal entendida, hasta hacer musitar el “qué te pasa” cuando yo aguardo que una deducción lógica y con un poquitín de relación de sucesos debería dar la clave al preguntante y evitar su pregunta y mi segura mala cara mascullando entre dientes cualquier mala palabra.

Aunque tal vez esto de ser más o menos sociable no se pueda despachar con tanta sencillez. Porque, si ser sociable se limita a reír cualquier gracieta nacida de la ocurrencia inmediata, no me veo con demasiadas ganas, aunque los réditos no sean los más jugosos ni los más espontáneos.

Imagino a Machado, a don Antonio, también un poco en este plan. Qué le vamos a hacer. Ya me gustaría encajar en otros moldes de más éxito.

Por lo demás, qué guasa lo de “ser algo bebedor” y lo de “no he sido nunca mujeriego y me repugna la pornografía”, por ejemplo. Tal vez para otro día.

martes, 15 de septiembre de 2009

OTRA VEZ EN EL TAJO

Hoy es fecha de tema obligatorio, de conexión a la red del curso, de caras nuevas y de sensaciones diferentes, o acaso no tan nuevas. He comenzado el nuevo curso.

La primera sensación se repite cada año: los alumnos siempre tienen la misma edad y yo soy un año más viejo. Esto provoca en mí toda una cascada de deducciones que tienen que ver con el paso del tiempo sobre todo. Si el tiempo son los otros, parecería que el tiempo no se mueve, que se niega a moverse, que afirma su presencia con caracteres que aguantan el paso de los días. Y algo de eso sucede porque ellos me mantienen un poquito más vivo. Son sus cuerpos al viento los que me gritan el soplo de la vida y son sus mentes formándose las que se me rebelan atrevidas y audaces, y se me revelan en dimensiones que tal vez a mí ya no me correspondan. Todo eso que tengo que agradecerles, que no es precisamente poco.

Pero bien sé que mis reflejos ya no son los mismos, que mis puntos de vista se muestran diferentes de los suyos en demasiadas cosas, que tengo que luchar por dar cabida a sus trayectos al lado de los míos, y que estos no tienen por qué ser convergentes, que cada uno anda un trayecto del camino y no es precisamente el mismo.

Me gusta, sin embargo, esta profesión que un día me tocó en suerte, esta lucha continua por hacer que otras gentes piensen aunque no estén de acuerdo con mis ideas, este sentimiento de que, a pesar de demasiados pesares, merece la pena invertir algún esfuerzo en ese genérico que se llama persona a través de su formación y de su razonamiento, ese descubrimiento continuo y ese intercambio que fluye, a pesar de que muchas veces me apeste la corriente.

Me hubiera gustado trabajar en alguna institución educativa con menos cortapisas y menos sometida a los anclajes tontos del sistema, que hubiera prescindido por principio de la liturgia absurda de las calificaciones y de las clasificaciones en tontos y menos tontos, que hubiera olvidado ese chantaje inútil de yo estudio porque si no no me aprueban y en cuanto apruebo no vuelvo a estudiar porque ya he cumplido el esfuerzo mínimo del aprobado, que se hubiera dedicado a atender a aquel que quisiera aprender y a dejar estar a aquel que no tuviera tal interés. Sé desde hace mucho tiempo que esto no es posible y que solo se me ha permitido interpretar desde mis clases algo de esta teoría, pero muy suavizada y sometida a las presiones de todo tipo que se reciben desde el sistema, y acaso también por mi falta de coraje. Será mi espina siempre.

Se prodigan estos días, como fruta de temporada, las opiniones acerca de las claves para mejorar la enseñanza. Siempre tópicos y más tópicos. Y el más repetido es el de la falta de autoridad del profesor. ¿Pero qué gaita es esta? ¿Y cómo se concreta? ¿Estos inútiles se creen que la “autoridad” (¿cómo definirán ellos esto de “autoridad”?) se legisla y se consigue a golpe de decreto? Qué simplones y qué ilusos. Si quieren aplicar la teoría del libre mercado, que doblen los sueldos. Bienvenidos. Y comprobarán que con eso no arreglan casi nada. Y, si quieren encontrar alguna solución sólida y duradera, que analicen las escalas de valores que les están ofreciendo a los jóvenes los mismos que luego reclaman autoridad para el profesor. ¡Qué atajo de indecentes, de analfabetos y de fariseos…! Mientras yo les enseño la mecánica de la metáfora o del símbolo, y se los ejemplifico en un texto de Machado, por ejemplo, ellos traducen la vida en una metáfora de contradicciones continuas, de consumo sin tino como ejemplo de éxito, de estar y nunca de ser, de cifrar los esfuerzos en la primera capa de la cebolla en pasarelas múltiples, de aspirar a las leyes del mercado como último objetivo, de desdeñar las vías de la sociabilidad, de practicar con gusto aquello del hombre como lobo para el hombre sin ninguna cortapisa, de tantas imbecilidades que no hay cómo contarlas.

¿Por qué no se preocupan, por ejemplo, de dar tantos por ciento de alumnos que no han cogido un libro desde junio y que no se han vuelto a preocupar de curiosear por ahí a ver si descubren algo nuevo que los vaya formando y haciendo crecer en su pensamiento y en su espíritu crítico? Si alguien se pusiera a la tarea, le suplico que incluya entre los encuestados a los profesores también. ¿Para qué buscan datos de otro tipo? Con este nos bastaría para encontrar algo de luz y dar con el martillo en otros clavos bien distintos. Que no se esfuercen en disfraces tontos. No harán más que alargar esta triste agonía de mentes sometidas a un sistema con poca base sólida. No lo harán; son los mismos que alaban el conjunto de las fiestas de un verano infinito, que cifran sus objetivos en algún metro cuadrado de playa al lado de infinitos culos, o que se afanan por activar el consumo mientras piden gimnasios para guardar la línea. Esos, esos mismitos son, los muy…

Aquí anda uno perplejo ante tanta opinión y tanto salvavidas.

lunes, 14 de septiembre de 2009

BUSCANDO TRES PIES AL GATO

Me gustaría construir alguna fórmula sencilla con la que poder seguir tirando en este aquí y ahora. No quiero esta tarde principios especiales ni silogismos abstrusos con derivadas múltiples; quiero solo un frontispicio que me alegre la vista cuando mire y lo halle dispuesto para mí.

He aquí una vía de facilidad y agradecida que sueño en este instante de juego y de trasteo con las teclas. Es, además, bien corta: Tener hijos, ver la televisión y creer en Dios.

Tener hijos evita que la senda de enfrentamiento con uno mismo dure toda la vida: hay que gastar esfuerzos, inmolarse con ellos, seguir sus pasos siempre, fracasar casi siempre, pero también con ellos, velar en sus desvelos, sentir de vez en cuando la fuerza del orgullo y tener que retirarte a tiempo pues el éxito es suyo, notar tras las orejas el aliento del tiempo. Y, si llegan los nietos, todo se hace más denso y el hombre se despega de sí mismo con más facilidad y hasta con sentimiento de hacer las cosas bien.

Aplicarse a la tele es la mejor manera de embaucar nuestras mentes, de negarles su uso, de prohibirnos hacer cualquier proyecto que tenga como base el criterio personal y que acaso nos exija demasiados esfuerzos. Todo nos lo presenta para seguir sentado en el sillón, en hojas de colores o en blanco y negro según sus intereses. Pero no hay que preocuparse demasiado: la realidad es la suya y nada más y, cuando la dosis de veneno es demasiado fuerte para inyectarla en vena, llega la contradosis para que nadie decaiga ni abandone. La publicidad, las noticias y las películas forman esa trilogía imbatible, esa cámara trifocal que nos organiza, si somos manejables. En su mundo no existe nuestro tiempo, solo vale su tiempo, y el mundo es su mundo solamente. Y todo a nuestro alcance por el precio módico de ese rosario laico que significa un mando.

Y Dios en el horizonte, con la vara en la mano pero advirtiendo siempre que nuestros ratos de placer se pueden alargar después de la vida y de la muerte, evitando en nosotros la conciencia, robándonos la voz de la protesta, alargando con ínfulas de eterno todo lo que siempre apunta hacia la nada. Por si acaso.

Así, como de un plumazo, como para pasar una tarde de septiembre en este siglo veintiuno, podría valerme. Pero miro y me quedo sin respuesta. Me fallan varios focos. Y he propuesto una lente tan solo trifocal. Tal vez en las otras tardes de mi vida no haya elegido la senda más cómoda. Me lo voy a hacer mirar desde el sillón de mi terraza. En fin, fue solo un juego demasiado sencillo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

CON LA CRUEL CERTEZA

La vida es una guerra en la que combatimos con la cruel certeza de la derrota final. Acopiamos fuerzas cada noche, buscamos fuentes en las que beber y saciar la sed de nuestra mente, curioseamos por todas las esquinas por si hubiera algún refugio en el que escondernos y combatir el frío y el calor, paseamos por los pasillos con paso desigual y torcemos al final de las esquinas para volver siempre al mismo sitio, rellenamos las calles con nuestros pasos lentos y sencillos hasta observar que las señales nos devuelven siempre a casa y a las mismas horas, a veces hasta sentimos un golpe repentino como si hubiéramos descubierto la luz y sus principios, para quedarnos ciegos nuevamente, cantamos con la voz desafinada y pensamos en divos y en aplausos, pensamos que los otros serán tal vez un poco compasivos y nos devuelven cardos como regalo de cumpleaños, saludamos a la luz cuando se asoma con la aurora y enseguida la repudiamos hartos de que nos saque los colores.

Aguardamos acaso demasiado de la vida y no siempre los flujos son diáfanos ni siguen el camino de ida y vuelta, ponemos cada paso al servicio del gran punto final y olvidamos la fragancia que encanta nuestro ambiente, nos deshacemos sin consideración de lo que nos molesta y nos estorba, damos pábulo al viento si sopla en dirección que nos conviene.

Cuando llega el ocaso, hacemos cuentas y nos salen los saldos negativos con demasiada frecuencia, resumimos en una hoja de cálculo los números del debe y del haber y al fin nada nos duele pues el día siguiente volverá a ser lo mismo de lo mismo, dormimos con el ojo en cabestrillo y con la conciencia en posición de guardia por si acaso.

Y al día siguiente volvemos a morder de nuevo el polvo del fracaso transitando por los mismos caminos.

Entonces una rosa nos redime, un olor que combate en su fragancia con el tedio y la abulia, una mirada alta y generosa, una frugal ración de agua salada en el mar de unos besos.

Y otra vez al combate, sabiendo que, al final de la batalla, seremos prisioneros sin remedio y habrán de sepultarnos en la fosa del tiempo y del olvido.

sábado, 12 de septiembre de 2009

!!HOY HA LLOVIDO EN BÉJAR!!

Por fin llegó la lluvia. Algo de lluvia al menos. Un primer aguacero que me llevó a clavarme en la ventana para ver cómo el suelo se mojaba por primera vez después de mucho tiempo, para ver cómo mi plaza se lavaba, para sentir cómo, por primera vez, me he sentido a gusto por notar calor en el interior de mi casa, donde la temperatura alta ha buscado y encontrado refugio, para desear que siga lloviendo y que este primer amago sirva de heraldo y de adelantado en la conquista del otoño, para mirar al campo y creer que lo veo con otros ojos, para esperar que en pocos días los suelos me muestren otro color y otro sabor, para empezar a pensar en sentir cómo mis ropas se me empiezan a pegar al cuerpo y yo siento el gustillo del contacto, para mirar las hojas y verlas enseguida como redivivas y saciadas en su sed, para mirar al cielo y creerlo mi aliado y no mi enemigo en las horas centrales del día, para tener aún más certeza del cambio en nuestro clima, para apuntar que cada año el verano se alarga más y más, para ungirme de agua, para…

Hoy ha llovido y el cielo se ha quedado como en suspenso, como mirando al suelo y comprobando de qué manera sus gotas han tomado contacto con la tierra, de qué forma las nubes se han apoderado del cielo y hasta qué punto todo la estaba aguardando.

A mí me ha librado de llenarme de lluvia esta mañana, cuando hollaba los caminos que me han llevado de Béjar a Cantagallo (he escrito los caminos: ruta de las fábricas, el Rosal, vía del tren y cruce de carretera) y que me han devuelto por las laderas de la Francesa, el cedro centenario, la Centena, la Fuente del Lobo y el Regajo de los Moros hasta Béjar. No me habría importado llenarme de agua, anegarme de lluvia, llegar con mi cuerpo bien lavado de sudor, hacer cuenco en mis manos para beber del cielo, dar gracias a las fuerzas de la naturaleza en pleno campo.

Si necesita ánimos la lluvia, aquí los tiene. Que venga y que se quede con nosotros, que llene los regatos y las fuentes, que vuelva a hacer crecer la hierba de los prados, que desborden los ríos y regatos, que se llenen los charcos y pantanos, que vuelva todo al reino de las aguas.

Hoy ha llovido en Béjar. Ya era hora.

viernes, 11 de septiembre de 2009

POR DECIR ALGO

A la belleza se le perdona todo, hasta lo más vulgar y menos atractivo. En cambio, lo feo lo tiene mucho más complicado para ir rellenando los días y las horas con un poquito de autoestima y de dignidad. Recuperar aquella teoría platónica de la belleza como centro de atracción irresistible no está de moda porque él hablaba de otro tipo de belleza. No hay más que mirar alrededor y dejarse llevar por la mirada.

Me refiero, por supuesto, a la belleza física, a esa que domina todo lo habido y por haber, a esa epidemia que domina cualquier actividad, a ese panal al que acuden todas las moscas que en el mundo han sido. Y, más en concreto, estoy pensando en la belleza física humana. Todo se somete al canon de medidas redondas que sugieren sobre todo, aunque no concreten nunca o casi nunca. Vender garbanzos en vender curvas y sugerencias sexuales, anunciar un coche no se concibe sin el protagonismo de la representante curvilínea de turno, incitar a comprar una colonia solo es trabajo del galán seleccionado, escribir para el agrado personal y de los demás sostiene con inusitada frecuencia imágenes sensuales acumuladas. En fin, que rematamos con aquello de “que se mueran las feas” y hasta siente uno como una especie de gustino.

Lo malo de este proceso es que está condenado al fracaso desde su propio nacimiento y desde su propia definición. Porque no hay mal que cien años dure ni belleza que se mantenga eternamente. De manera que, o se autoengaña uno, o al cabo de un ratillo se encuentra en el espejo flojo y pendulón. Y entonces sí que será el crujir de dientes real y el sentimiento del fracaso marcado en la cara de tonto que se queda.

Huir de la atracción que provoca esa belleza física, marcada por un canon artificial y siempre cambiante a lo largo de la historia, no está en lo normal de los humanos. A mí que no me busquen para negar lo que me place. Pero someter toda actividad a ese parámetro y no ir reconociendo mansamente los nuevos tiempos y espacios que van ajando nuestra propia realidad hasta ponerla cada día de su manera es hollar un camino que no tiene otra meta que el fracaso.

Claro que habría que hacerlo con cuidado pues sufrirían los grandes almacenes, se resentiría el comercio, la escala de valores se transformaría y las pasarelas caerían en el olvido.

Pero no sé si no rescataríamos para la convivencia y para la satisfacción a tanto fracasado y a tanto aspirante que siempre anda en el camino pero que nunca llegará a la meta.

Tal vez deberían enseñarnos desde niños que la vida es una fiesta pero que es muy diversa y siempre nos conduce hacia la fatalidad y hacia la nada. Tal vez entonces nos llevaríamos alguna decepción inicial pero evitaríamos todas aquellas que vamos descubriendo en el resto de la vida.

En ratos como este, en los que naufragan demasiadas cosas: la cultura, los iconos, las divisiones en clases, las muecas y las sonrisas, los códigos ocultos y los menos escondidos, acaso es cuando uno necesita una pasión espiritual que eleve un pelín los sentidos. Pero entonces tal vez sí estaríamos en los predios del amor platónico. Vale.

jueves, 10 de septiembre de 2009

SERÉ DEL MAR SI DE ÉL SON MIS AMIGOS

Hay un proverbio italiano que aconseja estas tres cosas para conservar a un amigo: “honrarlo cuando está presente, alabarlo cuando esté ausente, y ayudarle cuando lo necesite.”

He pasado casi una semana con mis amigos, a la vera de las playas mediterráneas y creo que estas tres cosas se han cumplido sobradamente, porque sé que nos han honrado cuando hemos estado allí, nos consideran cuando estamos lejos y están dispuestos a ayudarnos en cuanto se lo solicitemos.

Es verdad que tener amigos es tener un tesoro de los más valiosos. Y como no me interesa ser demasiado empalagoso dando las gracias, sirvan al menos estas palabras escuetas para agradecerles todo y para desear que siga nuestra buena relación. Gracias por todo a Antonio, a Mercedes, a Jesús y a Sinda. Aquí sí que el orden no altera el producto. Han sido unos días de descanso en todos los sentidos, de esos que vuelan pero que dejan poso cuando uno se asienta y tiene unos ratos para volver mentalmente a ellos. A repetirlos en cualquier sitio y con la misma disposición de ánimo. Venga.

Y no estoy con buenos ánimos para describir datos ni detalles, aunque estos sean muchos y muy buenos, porque vuelvo al trabajo y me encuentro con la misma rutina, con la misma cicatería por parte de algunas personas, que no tienen agallas (creo que lo que en realidad las recubren son las plumas, que los apelativos bien puestos siempre tienen que ver con los elementos que componen las realidades) nada más que para defender sus beneficios, que no dejan ver ni una pizquita de bonhomía (o de “bonmujería”, vete a saber) de ninguna forma, que se gastan hasta la extenuación solo en proclamar sus apetencias y sus preferencias. ¡!Y además tienen la cara de hacerlo en nombre de la justicia!! Me he dado de bruces con gente que se deja acojonar con la verborrea, sin ejercitar la capacidad mínima de comprometerse con el trabajo ni de tomar decisiones de acuerdo con el bien más general sino diciendo sí a lo que más suena con tal de que no se levante más la voz.

O sea que debería tomar distancia y no soltarme ni desatar la lengua para no caer en posibles excesos. Lo voy a intentar, pero esto tiene el peligro de las venganzas servidas en plato frío y eso puede resultar aún más complicado.

En fin, la vida está llena de vencedores que viven en la medianía, aunque nunca hayan sabido cómo se traduce eso de la “aurea mediocritas”. Y, si se trata de la administración, entonces éxito seguro.

Pues que voy al silencio y actuaré según mi mejor saber y entender. Me acojo de nuevo a la sentencia quijotesca: “Amanecerá Dios y medraremos”.

Qué mezcolanza tan agridulce me ha salido en tan pocas líneas. Que me perdonen mis amigos.

martes, 8 de septiembre de 2009

NO SÉ POR QUÉ

No sé por qué te veo y te descubro
en el preciso instante en que te miro
-siempre me siento cierto en la mirada-
y noto la sorpresa del milagro
que suscribe feliz a fecha y hora
lo que era pasto y fábula del tiempo.

Porque tú ya eras ser sin yo mirarte,
deambulabas sin rumbo las aceras,
rumiabas la tristeza,
te dejabas mecer cuando soñabas
el ritmo de la vida en los cristales.

Pero has de confesarme
que imaginarte mía, por ejemplo,
es darte vida cierta, revivirte,
despertarte del sueño, coronarte
con la palabra exacta
del envite final de la existencia.

También soy un verdugo y responsable
-Imploro tu perdón por tanta pérdida-
de reducir tu voz a mi mirada,
de mutilar tu ser, de hacer contigo
mengua infinita del panel eterno
de posibilidades.

Por eso tú eres yo cuando te miro
y yo soy tú si quiere tu mirada.

sábado, 5 de septiembre de 2009

INTERTEXTUALIDAD

N.B. Desde estas costas de Málaga, que siguen calurosas, pero que guardan con más calor aún las llamas de la amistad. Estoy entre amigos y eso es casi todo.


Dicen que nada existe
si no es antes nombrado,
que el dorso refulgente de una mesa
no da luz ni soporta las palmas de mis manos
sin los cuatro sonidos de la palabra mesa.

Una eme que concita en los labios
una balsa de amor, mientras el aire
aspira a ver el mundo por otras oquedades
y se apoya, amistosa,
en una e que destruye
los diques de la presa y se proclama
vibrante con sus tonos y sus trajes
de juventud sonora.

Silva la ese un fresco que se alivia
con la presencia franca de la a,
abierta al mundo, convencida y cierta
de que todo sonríe en su presencia.

Mesa, amor, golondrina, alondra, vida…
Tú superas las leyes y los usos
pues no puedo nombrarte
sin pedirte que vengas con tu cuerpo
a llenar de certeza las palabras.

¿Qué sería de tu nombre sin tu boca,
que repitiera en ecos cada letra,
que diera fe de tantas vibraciones,
de vocales al viento, de nasales
furtivas y sedientas de tus ecos?

No me dejes tan solo con tu nombre:
es tu nombre sin ti un eco sin rumbo,
una huella en la arena de las playas,
un sueño entre humo y niebla.

Deja que la palabra
navegue libremente por tu cuerpo
y se pierda en las olas de tus mares.

jueves, 3 de septiembre de 2009

EL DISPUTADO VOTO DEL SEÑOR CAYO

La televisión me sirve para casi todo: para perder el tiempo, para matar el tiempo (no es precisamente lo mismo), para recuperar el tiempo, para sentir el tiempo, para hacer tiempo, para… Parece que, como ocurre con todo, depende del uso que se haga de ella.

A veces, zapeo un poco y me encuentro con sorpresas agradables, que, de otra manera, no se me iban a presentar en mi camino.

Esta tarde había terminado la lectura de una novela clásica de aventuras y quería dejar mi mente un rato libre. La opción habría estado en el paseo, pero no fue tal cosa, estuvo en la caja tonta. De repente, me encontré en la parrilla con la proyección de una película que tendrá acaso veinticinco años o más. Era esta: “El disputado voto del señor Cayo”. La pillé muy avanzada y me quedé en ella. La he visto alguna vez más pero hacía bastante tiempo desde la última ocasión. Tuve la suerte de pinchar en la larga escena del pueblo en el que vive el anciano, el señor Cayo. Basta como resumen de la película y es la que le otorga más valor.

En la película se resume el espíritu, ya lejano, de la Transición política de finales de los setenta y principios de los ochenta. Pero la película es mucho más que eso, es una comparación maravillosa entre el mundo rural y el mundo de la ciudad, es la visión reducida y simplista que llevan los partidos políticos (los de izquierda por su ingenuidad y los de derechas por su imposición autoritaria y vengativa) frente a una situación y a una visión más natural y esencial de la vida, representada en el señor Cayo, y es la visión lingüística del ambiente rural frente al habla urbana.

Ya en aquellos comienzos democráticos, algunos podían intuir que los cambios tenían que ser amplios y sensatos, pensando no solo en los votos sino en la realidad sobre la que se quería actuar, abriendo panoramas y no pensando que se iba a redimir lo que acaso tenía mucho que decir y, tal vez, en el fondo, tuviera que redimir a los redentores. El honrado aspirante a diputado (el de la izquierda, porque los de la derecha no aparecen más que para asustar y dejar sus huellas violentas, aquellas que vimos todos los que conocemos esa época) pronuncia literalmente estas palabras: “Hemos ido a redimir al redentor”. Acaso por eso termina fuera de la política y dedicado a otros menesteres.

Porque el señor Cayo no tenía prisa, porque el señor Cayo en lo primero que pensó con la muerte de Franco fue en que le dieran sepultura humanamente, porque no se enteró de ella hasta pasado casi un mes y razonó que para qué necesitaba enterarse antes, porque el señor Cayo conocía los principales trucos de la vida y era autosuficiente, porque el señor Cayo podía vivir sin el diputado Víctor pero este no podía subsistir sin el señor Cayo, porque se estaba creando “la primera generación que no sabe para qué sirve la flor del saúco”, porque él era el resumen de un tipo de vida más austero, más natural y más equilibrado, porque no tenía televisión ni radio pero no sentía necesidad de ellas (acaso pensando que, para lo que hay que ver y oír, tal vez era mejor dejarlo como estaba), porque el señor Cayo era capaz de dejar alucinados a los candidatos hasta dejarlos fuera de juego, porque lo que hay que disputar no es el voto del señor Cayo sino que lo que hay que hacer es analizar sus formas de vida para dejar lo que está bien y aspirar a cambiar solo lo que mejore a todos, porque la vida es algo más que votos y la democracia, por desgracia, si es mal entendida, nos lleva casi todo el esfuerzo en conseguir precisamente esos votos, pensando que eso nos legitima para casi todo después de hecho el recuento, para…

Han pasado casi treinta años desde entonces. Mutatis mutandis, se repiten y se agudizan algunos defectos de los que se presentan en la película. Tal vez muchos, demasiados. Dos ejemplos:

a)La democracia sin recuento de votos y sin expresión de voluntades no es tal. Pero, ¿qué tanto por ciento de esfuerzos se les va a los partidos políticos en conseguir esos votos?, ¿cuántas imbecilidades realizan con tal de conseguir esos votos?, ¿a qué da derecho ese recuento de votos?

b)El tipo de vida urbana, tan apabullante y casi exclusiva en nuestros días, ¿hacia dónde nos está llevando? Y se abre el objetivo de la cámara: desertizaciones, desequilibrios de población, comunicaciones, sanidad, educación, clima, costumbres, crecimientos sostenidos, ritmos de vida…

Hoy quedan pocos votos del señor Cayo por disputar. No sé si no será otro señor Cayo el que tenga que salir por las calles a disputar nuestro voto.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

DE PRONTO, OTRAS SENSACIONES

Estos primeros días de septiembre, en lugar de irme diluyendo las imágenes y las sensaciones del verano, lo que hacen es ir perfilando sensaciones que me sitúan en una realidad absolutamente nueva para mí.

De pronto me doy cuenta de que realizo acciones que tal vez se conviertan en últimas de la serie, en definitivas, en despedida y cierre. Afronto los exámenes de mis alumnos -esas cosas tan raras que tratan de juzgar en un par de hojas los conocimientos que seguramente a lo largo del verano lo único que han hecho ha sido huir de sus mentes hasta perderse en la niebla- y me doy cuenta de que tal vez no los vuelva a realizar ninguna vez más. Hay un convenio firmado según el cual podría decir adiós a la enseñanza cuando finalice el próximo curso.

Y se me abre una reflexión sobre datos que no son soñados sino reales, sobre hechos ante los que tengo que decidir y, sospecho, lo voy a hacer en forma positiva, es decir, aceptando esta situación favorable para mis intereses laborales.

Podría pensarse que la duda es una pedantería o una falta de sinceridad por mi parte (¡es tan fácil pensar de esa manera!), pero, a día de hoy, tengo que decirme que existe y que la duda es real. Tengo tiempo suficiente como para sopesar, para pensar, para pesar pros y contras, y para decidir. Veremos.

Al fin y al cabo, poco importa la decisión que adopte; lo que realmente me agita es comprobar que la serie se agota, que la curva está de capa caída y apunta en descendente y que el tiempo, esa realidad extraña que mis sentidos van tejiendo para mí, se va agrandando y, con alguna frecuencia, mira hacia el abismo. Puedo mirar atrás y hay mucho en el camino; puedo mirar hacia adelante y no veo el muro lejos. Sé que cambiar el ritmo será cambiar un poco el ritmo de la vida, que tendré que adaptarme a otras tensiones y sobre todo a renunciar a ese regustín diario que suponía pensar que uno andaba en una tarea que realmente merecía la pena, a pesar de todas las dificultades, de la pereza y de todas las ganas de tirar la toalla cada día y cada hora.

Quiero decirme que, a pesar de todo, eso de la educación es uno de los escasos agarraderos a los que hay que asirse para mantener la fe en el ser humano, en sus posibilidades para salir a flote, en las esperanzas de no hundirse del todo en la miseria moral, en la certeza de que es acaso el camino que más iguala y ennoblece. Y acaso también angustia un poco.

Por eso, salir del esquema -salvo que se busque alguna sustitución de tareas- no es lo más atractivo, aunque pueda parecer lo contrario y tal vez estas palabras no se entiendan bien.

¡Es que tal vez no haya ya más septiembres, ni octubres, ni noviembres…! ¡Ni principios de curso, ni primeras clases y primeras impresiones, ni más enfados, ni pequeñas sorpresas, ni… nada!

Me asusta un poquitín esta perspectiva. Espero que no llegue a angustiarme. Y que pesen también en la balanza mis ganas de carecer de obligaciones, mis asuntos pendientes en otras actividades, la realidad de que, aunque la ocupación es atractiva, yo no soy más que un peón en una obra tan grande, mi tiempo libre siempre, y tantas, tantas cosas que se me han de ofrecer a manos llenas.

No quiero confundir ni confundirme con lo que significa trabajar. Sigo gritando fuerte que a mí no me gusta trabajar y que descreo de aquellos que realizan esta afirmación. Se trata de otra cosa, creo que un poco más amplia y más compleja.
Pero ya iremos viendo, que andar con estas cuitas, en los tiempos que corren, puede parecer un poco insultante. Y juro que no es eso, que no, que es otra cosa.

martes, 1 de septiembre de 2009

Y VOLVERÁ SEPTIEMBRE

Para Jesús Majada, que me debe un par de paseos a la orilla del mar. Y para Antonio Merino, que me los regalará.


Le gustaban los rayos mortecinos de primera mañana, el camino del paseo marítimo cuando el sol, ocre y somnoliento, parecía sacar el día de lo más hondo del mar, esas primeras horas en las que las olas se dejaban oír un poco más y mandaban sus ecos hasta cerca de la carretera.

Jesús se levantaba temprano, dejaba entre las sábanas cualquier preocupación de esas que se empeñaban en refugiarse en ellas con el sueño y que lo acompañaban durante toda la noche, y se marchaba con su perro, Pipo, que siempre lo aguardaba agazapado cerca de la puerta. El perro enseguida levantaba las orejas, se ponía en pie y empezaba a moverse nerviosamente por el jardín, a pesar de que sus fuerzas empezaban a ser escasas.

Tan solo eran unos breves minutos con el coche. Las calles aparecían solitarias y sombrías, con escaso tráfico y con el recuerdo del tráfago de la noche anterior. En una esquina blanca del puerto deportivo, aparcaba el coche y soltaba al perro, que iba y venía como si quisiera agradecer aquel regalo o se ejercitara en un diario deber de gimnasia.

Eran escasos los caminantes a aquellas horas de la mañana. Jesús rumiaba y entretejía en su mente muchas imágenes a la vez: se fijaba en el mar, en su hondura, en sus espejos grises, en sus espacios amplios, en la vida sumergida en sus fondos, en lo esencial del agua, en el vaivén constante de las olas, en ese empeño inútil de conseguir la orilla, en la arena tendida al retortero y en los siglos pasados hasta convertirse en formas diminutas que se aferraban a sí mismas y se negaban a convertirse en nada, en la calle infinita de la costa, en los establecimientos que se agolpaban para mirar al mar en un alineamiento indescriptible, en los otros espacios edificados que gateaban sin tregua hasta alcanzar ya casi la cima de la montaña, en las barcas de humildes pescadores que volvían de la mar, de recoger la ofrenda de las aguas, en los barcos más grandes que surcaban el piélago más lejos de la costa, en la piscina grande en que se había convertido su mar Mediterráneo, en los rayos del sol que daban vida durante todo el año, en la naturaleza que, agradecida, crecía sin descanso cerca del mar, en los viajeros que habían venido atraídos por los datos del clima y por las leyendas, en los turistas que, desde hacía varios decenios, se habían almacenado en sus orillas, al amparo de otras leyendas y de otras realidades… Y con toda esta carga de sentidos se sumergía en el mar y se daba un buen baño, se ungía con las aguas y, por unos minutos, se sentía otra parte pequeña de aquel inmenso lago.

Jesús hacía camino todas las mañanas, desde el puerto marino, hasta la vuelta de la última playa que miraba a poniente; desde allí, encaraba la vuelta. Como una hora andando. Se encontraba a menudo con las mismas personas y, a veces, pegaba la hebra con alguna de ellas, pero el tiempo se le iba sobre todo en abrir bien sus ojos y en dejar que su mente corriera sin descanso, entre olores de hortensia y buganvillas y los restos de espetos de sardinas de la noche anterior. Después venía el día y con él otras ocupaciones que tenía bien regladas.

Era ya una rutina, pero una rutina buscada y saboreada a la orilla del mar, del mar Mediterráneo, de su mar.

Hacía casi dos meses que no cumplía su rito y su costumbre. Hoy alguien le dijo que era tiempo de volver al paseo. Era temprano. El sol andaba casi oculto. La temperatura invitaba a salir de casa. Miró sin entusiasmo el reloj. En medio de la esfera había una fecha: uno de septiembre.

Jesús pensó que las calles y el paseo marítimo le aguardaban de nuevo y seguían en su sitio para él solo, lejos por fin de la epidemia de todos los veranos. Se levantó deprisa. Llamó a Pipo. No hacía falta: lo estaba aguardando, como cada mañana, a la puerta de casa.