Ahora que anda casi todo el mundo en cueros, tumbado al sol y sin tener en cuenta que el sol sin mesura es un buen camino para el cáncer, resulta que un tribunal exculpa a un tal Camps de recibir trajes gratis y proclama que recibir regalos desde un puesto público no es causa suficiente para encausar a este sujeto. Como supongo que hasta la analogía sí llegarán estos magistrados -y, en todo caso, debemos llegar los demás para poder sobrevivir-, debemos entender que todos los funcionarios tenemos vía libre para recibir obsequios desde el ejercicio de nuestra profesión. Y lo mismo los políticos. Vale.
Anda que no tenía yo ganas de darme de bruces con una sentencia como esta. Desgraciadamente, la voy a poder utilizar poco pues mi perspectiva profesional es la que es y la carrera vital me indica que soy ya corredor de fondo, y hasta veo la meta ahí mismo.
Tenía yo por costumbre inveterada arengar a mis alumnos cada poco tiempo, indicándoles mi predisposición a dejarme sobornar con sus regalos. Y se lo ponía bien fácil: una cajita de bombones, unos caramelos finos, unos calvotes bien asados…, en fin, cualquier dádiva sería bienvenida y mejor recibida. Hasta les explicaba el método radicalmente democrático y distributivo que emplearía para que todos fueran partícipes de esos regalos. Este podía ser un ejemplo: Una buena caja de bombones en clase. Reparte el profesor con sus alumnos: uno para mí, otro para ti y otro para mí; uno para mí, otro para ti y otro para mí… Y así hasta que le diéramos buen fin al contenido de la caja. Ya se ve que el reparto no podía ser más equitativo. Pero tengo que reconocer que lo hacía con cierto reparo pues algunos ponían cara como se día de milagro o de aparición del santo advenimiento. Y además, si debo ser sincero, los resultados no han sido lo positivos que a mí me hubiera gustado que fueran. Qué le vamos a hacer.
Pero, desde ahora, y con el camino libre de trabas legales, voy a ir a saco. Extenderé las posibilidades a jamones, mariscos y lentejas de la Armuña. Lo de las joyas y trajes lo dejaré como segundas opciones pues no me llaman mucho la atención y el mercadillo y la prima Flori me ofrecen productos de primera calidad.
Lo malo es que esta sentencia me coge en vacaciones y cuando llegue el curso no sé si no habré olvidado la táctica y se me habrán ido estas fiebres cuartanas que ahora me sitúan abriendo despensa donde almacenar las dádivas.
Qué tíos estos de los trajes y los que conjeturan con sentencias “ajustadas a derecho”. Pobrecitos.
Si yo tuviera que ponerme más en serio (por si no se tiene en cuenta lo que he dicho antes), resumiría algunas de mis impresiones de esta manera:
a)La vida no cabe en los códigos. Menos mal.
b)Es bueno que nos rijamos por los códigos, pero que nadie nos engañe si quiere reducir todo a esa letra.
c)Siempre interpreta a su favor esos códigos el poderoso. La letra nunca es exacta y la legión de abogados que puede pagar el poderoso inclina demasiadas veces la sentencia en su beneficio.
d)No me resulta nada sencillo poner límites a eso de “recibir regalos”. Porque recibirlos es inevitable: una invitación en un bar, un saludo, una conversación más amable, un descuento en un producto…
e)Tal vez ese límite se halle en el indicio de que el donante busca un favor personal con ese regalo. En cuanto se detecte ese indicio, ni la más mínima duda: ningún regalo.
f)Hay que suponer alguna capacidad en el que recibe para no dejarse llevar por lo que el regalo pueda suponer de indicio.
g)El funcionario lo es porque le pagan un sueldo, no porque nadie le regale nada. El representante político, otro tanto y más de lo mismo.
h)Tanto el funcionario como el representante público no han alcanzado nada con su trabajo; son simples contratados que -salvando su dignidad de personas-, representan un cero a la izquierda en el funcionamiento y pueden ser desalojados de su empleo como otro trabajador más.
i)Toda la empresa privada -he dicho toda y no retiro la expresión- se mueve al compás de las dádivas y de los sobornos: cestas, invitaciones, comidas, regalos… Y esto por no hacer lista de otros métodos que no son otra cosa que la Camorra de guante blanco.
j)Mientras que en la empresa privada esto lo aplaudimos, en la pública lo denostamos. Me parece un error mayúsculo. No hay propiedad privada absoluta y eso de que uno puede hacer con lo suyo lo que le dé la gana no es más que una baladronada propia de la subnormalidad mental más profunda.
k)Si estos métodos no se arreglan en la actividad privada, no será sencillo erradicarlos de la actividad pública.
l)Cuando el representante público procede de la actividad empresarial (léase genéricamente los ricos) este trapicheo le debe de sonar como el pan nuestro de cada día. Tal vez por eso ponen cara como de asustadinos cuando se les reprocha.
m)Siempre interesa saber qué había detrás de los trajes más que el hecho de los propios trajes. Ahí anda la clave de la puerta. Y en dos sentidos. En el de las concesiones con las que se forran. Y otra no menos detestable: en la de ostentar los poderes, las clases sociales y las chulerías.
n)Obsérvese que no se trata de cualquier traje. Adónde vas a parar. Cada cual en su nivel, Maribel. ¿O qué se han creído estos andrajosos? La elite es la elite y la cabra tira al monte por tendencia natural. O sea, que son los que son, ya se sabe. Aunque esto de diferenciar ricos y pobres también se sabe que es algo trasnochado y teoría decimonónica. Claro, ya se sabe. Claro, claro.
Así que nada, colegas, a abrir bufete y despensa, y el que quiera peces que se moje el culo. Uno para mí, otro para ti, otro para mí; uno para mí, otro para ti, otro para mí…
martes, 4 de agosto de 2009
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