Me he confesado muchas veces como un ser cargado de privilegios en la vida, pero con frecuencia aparezco a los ojos de las demás personas como un tipo serio y reservado al que no es sencillo entrarle ni buscarle las cosquillas. Me interesan las opiniones que los otros tengan sobre mí porque creo -también lo he comentado muchas veces- que, hasta en la definición -¡!siete mil millones de personas en este pequeño planeta!!-, el ser humano no se puede apartar de lo que son los demás con los que convive, con los que comparte el espacio y con los que va conformando el tiempo. Pero querría aspirar a ser un pequeño héroe fijándome más en lo que me dicta mi conciencia, aunque sea a costa de la opinión contraria de los demás y de algún que otro pelo que se va dejando en la gatera de los beneplácitos y de la sonrisa floja de los primeros momentos. Tengo muchos ejemplos para imitar, pero, como estos días el tiempo lo ha hecho un poco don Quijote, sea él el que me ampare, que se fue por el mundo contra toda lógica y contra toda opinión políticamente correcta. En mi descargo, o en mi debe, que esto nunca se sabe del todo, confieso también que no tengo interés en ir por el mundo pidiendo perdón, pues algún esfuerzo sí he realizado y no tengo conciencia de que se me hayan regalado demasiadas cosas. Mi vida diaria, por otro lado, apenas plantea exigencias, y cubrirlas con dignidad no supone demasiados dispendios precisamente. Vale.
Pero a veces me siento y lanzo la vista hacia lo lejos. Entonces se me ofrece el panorama en sentido etimológico, y me veo envuelto en una suma de contradicciones que no me las salto ni con el mejor entrenamiento. Y se me viene el cielo encima con un montón de variables que me anegan. Su repaso me lleva mucho tiempo. Hoy solo enumero alguna como ejemplo:
a) Me muevo en una articulación social que me permite llegar a fin de mes con alguna holgura y que me evita andar preocupado durante demasiado tiempo de los elementos inmediatos para la subsistencia. O sea, que vivo del sistema con cierta facilidad.
Y, sin embargo, cada día descreo más de este sistema. Hace algunos días proponía a un familiar esta pregunta: ¿Qué clase de sistema es este que me permite a mí andar relativamente despreocupado y a otros los tiene presos del tiempo y angustiados por la inseguridad del futuro? Mi calificación es muy negativa y cada día tengo más claro que esta formulación social es tan manifiestamente mejorable como lo eran los terrenos del Plan Badajoz.
b) ¿Qué podría yo decir del sistema religioso y de los topicazos en los que se mueve y se sustenta? Y, a pesar de todo, tengo que reconocer que algunos hitos de mi vida y de los que me rodean no se explican sin su presencia.
c) Me muevo profesionalmente en un sistema educativo que, como mucho, clasifica -y con muchísimas deficiencias- a los alumnos en mejores y peores pero no gasta sus mejores energías en descubrir y potenciar las posibilidades de cada individuo. O sea, que en este sistema creo menos, si esto es posible. Pero cobro a fin de mes y me someto a sus horarios y hasta respondo cuando me preguntan con uno de sus títulos como profesión.
Y así podría seguir hasta describir un glosario extenso de asuntos que me llenan de contradicción.
Menos mal que mi ojo derecho se compadece de mí y me da fuerzas para pensar que, a pesar de todo hay elementos positivos que pueden convertir mi vida en una fiesta continua y en un éxtasis permanente. La existencia de la propia vida es ya un milagro continuado del que tengo que aprovecharme hasta rendirme y morir de éxito. Y la vida me ofrece a cada instante la posibilidad de entusiasmarme con mil cosas.
Esta mañana he ido a Salamanca a pasar un rato con mis hijos y con la princesita Sara. Toda la mañana se me convirtió enseguida en un motivo de gozo y de placer. Escuché alguna canción de cantautores por el camino y ellos me dieron la pista -como tantas veces- de lo hermoso de la vida.
Copio aquí algunos versos de la canción de Sabina “Más de cien mentiras” que me pegan un buen empujón:
“Tenemos memoria, tenemos amigos, / tenemos los trenes, la risa, los bares, / tenemos la duda, la fe, sumo y sigo, / tenemos moteles, garitos, altares… // Tenemos un techo con libros y besos, / tenemos el morbo, los celos, la sangre, / tenemos la niebla metida en los huesos, / tenemos el lujo de no tener hambre… // Tenemos el mal de la melancolía, la sed y la rabia, el ruido y las nueces, / tenemos el agua y, dos veces al día, / el santo milagro del pan y los peces… // MÁS DE CIEN PALABRAS, MÁS DE CIEN MOTIVOS / PARA NO CORTARSE DE UN TAJO LAS VENAS, / MÁS DE CIEN PUPILAS DONDE VERNOS VIVOS, / MÁS DE CIEN MENTIRAS QUE VALEN LA PENA.”
miércoles, 26 de agosto de 2009
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1 comentario:
Porque esas mentiras son piadosas con nuestro ánimo.
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