miércoles, 30 de junio de 2010

"...DEL ÚLTIMO VIAJE"

Ayer se produjo mi despedida oficial de los colegas. Había programada una reunión final de revisión, análisis y programación de las actividades de septiembre, eso que tradicionalmente se llama un claustro.

Cuando salí de casa era consciente de que lo hacía por última vez en misión “oficial”. La rutina ha presidido los últimos años el trayecto que me llevaba de casa al trabajo. Me gustaba ir siempre caminando pues no tardaba mucho más de diez minutos. Ese espacio de tiempo me servía para ponerme un poco al día física y mentalmente. Casi siempre las mismas caras y los mismos edificios. Me parece totalmente normal.

Ayer no hubo nada distinto y todo fue especial. Atravieso la plaza y miro al cielo. Todo despejado y limpio. Casi nadie en ella. La tienda de la esquina abierta, como casi todas las horas del día, con Rogelio y su mujer, que se van volviendo también viejos con los años y que han dejado todas las horas de su vida y más entre esas cuatro paredes desde que volvieron de no parar de trabajar en Suiza. Cruzo la calle lentamente, en un actividad mental que repito desde casi siempre cuando salgo de casa por la mañana. Son asuntos y modos propios pero que, en resumen, buscan una forma que me conforme y me sitúe en el deseo para ese día de querer y de ser querido como mejor estrategia para hacer de todo esto algo más habitable y un poquito más acogedor.

Hay una cuesta enfrente de la calle que subo lentamente. Miro hacia arriba y todo apunta hacia el horizonte. Pero es la única cuesta que tengo que salvar. Lo hago en mis devaneos, sobre la acera estrecha. Cuando culmino la ascensión, me aguardan el edificio de telefónica a la derecha y la ampliación del Hogar del Buen Pastor. En el Hogar renovado, hay algún anciano asomado a la ventana que lentamente se pone en pie y saluda al día. Me quedo mirándolo y me sobrecoge una sensación especial. No los conozco pero, por alguna razón que se me escapa, me resultan familiares. Mi ayuda en este Hogar tiene que llegar pronto, es una de mis cuentas pendientes para el nuevo tiempo libre. Aquí hay mucho que hacer y gente que lo necesita. No sé por qué me siento con la mirada especial, como si las paredes me quisieran hablar.

La calle se estrecha en la tienda de pinturas que hay a la derecha. Desde hace muchos años, los pintores que van a recoger su materia de trabajo hasta este establecimiento han sido mis compañeros de primera hora del día. Después las sedes del PSOE y de la UGT que tanta historia atesoran y en los que he pasado buenos ratos. Un grupo de obreros parece hacerse viejo arreglando unos metros escasos de calle pues llevan en ella varios meses y no logran darle fin. La lentitud parece que los acuna. En la acera izquierda se alza la casa de Adrián, el bedel amigo que sobrevive sin habla directa y que me emociona cuando lo veo de tarde en tarde.

Unos pasos más allá se yergue la iglesia de San Juan. La contemplan siglos de historia y ahora la veo vieja y grisácea, casi olvidada y silenciosa. Y el economato textil, cerrado también con su historia dentro y con sus pobrezas fuera.

La calle se estrecha aún más cuando me acerco a la Plaza del Mercado. Apenas quedan dos o tres puestos de venta en todo el edificio. En otros tiempos fue el centro comercial de Béjar. Ahora aguarda seguramente su cierre en el olvido. El sol luce ya en lo alto pero yo lo veo hoy todo un poco gris y ajado. Las casas no son nuevas, y las calles tampoco. En verano el silencio se hace más denso y contrasta con la alegría de los vencejos que dibujan alegres sus juegos en el aire.

El cine Castilla sigue derrumbado, la herrería de Cejuela se ha convertido en un edificio nuevo pero está pegado casi literalmente a las casas que le hacen frente y sigue sin habitarse. Las callejuelas siguen solitarias. Hoy ni siquiera he visto la figura de una mujer joven que casi a diario coincidía con mis pasos en dirección desconocida.

Pronto se me abre el horizonte en la plazuela que da sitio al cine Cervantes. Pero una pared entera sigue desconchada y sin visos de ser arreglada. Las cigüeñas de San Gil se han echado a volar y los nidos aparecen solitarios. Cuántas veces he saludado a las cigüeñas en las mañanas primaverales.

Ya no hay muchachos en la plaza de San Gil ni tampoco en los Portales de Pizarro: deben de estar descansando después del fin de curso. Algún despistado sale del café Piel de Toro con dirección indefinida.

De nuevo la calle se hace más angosta y se esconde en el silencio y en la calma. Un señor mayor sube lentamente arrastrando su vida. De repente doy frente a la Plaza Mayor. Me paro y miro hacia el edificio que se alza allá en lo alto. Es mi último día de actividad común. Repaso rápidamente algunas imágenes del pasado y todo se me viene encima como una catarata. También cruzo la plaza lentamente y subo la escalinata contando los pasos: doce hasta el primer descansillo, once hasta el siguiente, diez hasta la explanada. Me los sé de memoria. Hoy no había ningún estudiante sentado al sol en ellos.

He llegado con tiempo conscientemente. Quiero hacerme unas últimas fotos y le pido al bedel José Antonio que me sirva de fotógrafo. Su pericia y prontitud hacen el resto. Fuente, escalinata, patio, puertas… Recuerdos gráficos del último día.
Dentro esperaba un claustro rutinario y también especial para mí. Asuntos administrativos, datos tan necesarios como aburridos, y yo ya muy alejado de todo el contenido aquel.

Al final, despedida cordial y unas palabras de agradecimiento por mi parte. No me pudo la emoción aunque andaba un poco despistadillo. Por entonces procuré olvidar que aquello era el punto final a una trayectoria larga de trabajo. Regalos y aplausos de todo el profesorado y de los trabajadores de las demás secciones: secretaría, limpiadoras, bedeles.

Como no quería que aquello fuera solo protocolario, recordé en público cuatro cosas que, aunque no literalmente, sí en esencia fueron las siguientes:

a)Quiero empezar recordando en público algo obvio, mostrenco y aparentemente banal: el hecho de la jubilación es tal vez el único acto por el que pasamos todos en la vida laboral. Aquí no hay ni divisiones, ni grupos, ni circunstancias personales. Los más veteranos, los más jóvenes, los que comienzan ahora… todos terminarán su vida laboral con este hecho. Aunque pueda parecer un hecho de Perogrullo, me parece que se pueden extraer de esta constatación consecuencias muy importantes. Ese trabajo lo dejo para cada uno de vosotros.

b)Os doy las gracias por los regalos que me ofrecéis. En ellos llevo reglaos físicos pero también los llevo sentimentales. Espero que, cuando use los regalos, vuestro recuerdo esté también presente. Y que ese recuerdo dure más que el uso físico. Espero también que mi recuero perdure en vosotros.

c)Quiero pedir disculpas por los posibles errores que haya podido cometer en desarrollo de mi trabajo. Y lo hago ante vosotros pero también pensando en todos los compañeros que me han acompañado en esta tarea antes de ahora. Según a qué ángulo o a qué colectivo mire, tengo sensaciones diversas: a veces pienso que no deben de haber sido demasiados los errores y otras me parece que pude haber mejorado mi actuación. En todo caso, perdón por esos posibles errores.

d)En un día para mí solemne, pues marca el final de un proceso largo en mi vida, quiero proclamar en voz alta y en este contexto mi fe y mi convicción de que una buena educación es, a pesar de los pesares y de que los pesares pesan mucho, el principal pilar en el que se asientan el logro de cierta justicia social y el progreso de las comunidades. También el económico, aunque soy, ya sabéis cómo pienso, de los que todavía están convencidos de que todo lo que no son cuentas no son cuentos.

Permitidme que, a estas alturas y solo por una vez, os invite a pensar en ello y a que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

Por lo demás, tanto para los que nos marchamos como para los que continuáis, que seamos todos relativamente felices. Muchas gracias a todos por todo.

Y después fue la comida, y otros regalos, y la charla, y la respuesta positiva, mejor de lo esperado, y el discurrir de la tarde en el paraje del Castañar, y el diluirse el tiempo, y las despedidas con el resquicio de ese impreciso nos veremos, y “un no sé qué que quedó balbuciendo”.

Hoy repito las gracias a todos desde esta ventana. A todos.

lunes, 28 de junio de 2010

LA INVENCIÓN DE LA REALIDAD

En pocas ocasiones nos ofrece la literatura un ejemplo más glorioso de dualidad y de percepción desequilibrada como lo hace con don Quijote en el momento glorioso en el que se dirige a dar vista a Dulcinea, “para tomar bendición y licencia”, como paso previo a la cadena de aventuras que después se van a suceder. Su escudero no la ha visto jamás y, para salir del paso, se ha inventado una figura aldeana y contrahecha, fea y maloliente. El caballero, que solo toca de oídas, ha idealizado una figura que rebasa todo estado de perfección.

A medida que se acercan, al escudero le salen sarpullidos pues no ve la forma de salir de ese atolladero. Primero duda y se resiste a inventar la realidad que él sabe inexistente. Se inventa pegas, acude a reconvenciones, señala peligros, propone imágenes de sentido común y hasta consigue salirse con el caballero a la floresta para seguir dándole a la imaginación. Pero esa duda se convierte en necesidad y decide provocar una huida hacia adelante: con el escape de los encantamientos lo tiene un poco más fácil.

Aparece entonces un ejemplo de soliloquio dialogado insuperable por parte de Sancho cuando no tiene otra salida que separarse de don Quijote y hacer el teatrillo de ir hacia el Toboso en busca de Dulcinea:

“-Sepamos ahora, Sancho hermano, adónde va vuestra merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? –No, por cierto. –Pues ¿qué va a buscar? –Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. -¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? -¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso. –Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? –De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre. –Todo esto está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? –Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. -¿Y habeisla visto algún día por ventura? –Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás (…) –No os fiéis en eso, Sancho, que la gente manchega es tan colérica como honrada y no consiente cosquillas de nadie. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura. -¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el diablo me ha metido en esto, que otro no!

Efectivamente, quién le mandaría a él meterse en este fregado. Cómo me recuerda este soliloquio a aquellos que algún personaje de mi pueblo mantenía consigo mismo antes de arrancarse para ir hasta otro pueblo a buscar diariamente alguna medicina.

Y hete aquí que la suerte se alió con él en el asunto de las labradoras montadas en sus hacaneas, o ananeas sanchunas. De repente, todo se transformó y lo que la suerte le concedió él lo transformó en otra realidad que no convenció ni a don Quijote. De tal modo que aquella aldeana elegida de entre las tres fue reconocida por el caballero de esta manera: “Y como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata.”

Solo su nobleza caballeresca y el escape del encantamiento lo someten a una realidad que ni en sueños puede comprender: “...ya que el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío lo ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora.”

Si se puede superar esta deformación de la realidad, ¿qué dificultad se podrá resistir en adelante?

Parece perdonable la aplicación de estas deformidades en el campo del amor. Me llama a voces la imagen de este mismo asunto aplicado a otros mundos. Por ejemplo al de la economía. ¿Es bueno camuflar la realidad? ¿Resulta negativo exagerar en sentido negativo? ¿No es bueno presentar una realidad cargada de fuerza positiva para insuflar ánimos?

De momento, vamos a dejar que el caballero se asenderee con su escudero y veamos qué procede en cada caso.

N.B. Para aclaración testimonial, la expresión “con la iglesia hemos topado” se toma de estas andanzas. La expresión exacta es esta: “Con la iglesia hemos dado, Sancho” (Cap. IX). Responde al hecho real de que la sombra de la iglesia del Toboso -era de noche- les había conducido físicamente hasta las paredes del propio edificio. Esto no evita el sentido de poder casi infinito que se le concede a la Iglesia como institución cuando utilizamos el dicho nosotros. Yo al menos no se lo retiro.

domingo, 27 de junio de 2010

LA ENÉSIMA SALIDA

Pues que entre calores y tormentas, centros de estudios bejaranos y mercados de otros tiempos semivacíos, atenciones y cuidados a mi nieta Sara, se me ha ido este fin de semana último de junio y primero del verano.

Cada vez que viene Sara se produce en mí un alegrón, y un ratito de morriña y de desconsuelo cuando se marcha. Esta vez lo ha hecho con el horizonte de vuelta ahí mismo, a la vuelta de la esquina, y con planes de mayor duración. Puede ser un mes de julio fantástico.

Y, en medio de todo ello, algo azaroso ha sucedido que me ha vuelto a liar en aquello en lo que yo me dejo enmadejar sin oponer resistencia. Sin ninguna intención premeditada, ha vuelto a caer en mis manos el Quijote. Lo he abierto y he caído en la tentación. Mi predisposición es tan favorable, que creo que eso me impide planificar la lectura de este texto irrepetible. Se entiende irrepetible para mí, por supuesto.

Alguna vez he dicho que los libros tal vez siempre se lean como si fuera la primera vez: sigo pensando que cada vez aparecen detalles e interpretaciones nuevas. Como la trama general, a pesar de mi memoria, no se me despinta (son ya muchas lecturas), he abierto al azar y el azar me ha llevado al final de la primera parte. El héroe viene enjaulado y necesitado de toda necesidad, también de las de tipo físico, como un manso león rendido y acobardado. Qué cruel el autor. Solo por esta invitación a la compasión y a la catarsis merecería la gloria este libro. Por si fuera poco, el autor lo hace entrar en el pueblo de esta guisa: “Al cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro con don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venía…” Allí, de hazmerreír de todo el mundo, como si todo el mundo tuviera rienda suelta para soltar su risa y su desprecio. Las generaciones jóvenes no saben lo que significaba un domingo en un pueblo cualquiera. Qué escarnio, qué final, qué humillación, qué pedazo de cabrón este Cervantes para su antihéroe.

Por esto y por un millón de razones más será siempre mi héroe, mi ejemplo, mi guía, mi mentor.

Pero, cuando el corazón es grande y la ilusión mayor, nada puede con ellos. Y la mies es tanta… Por eso no hay treta que valga y, en cuanto el antihéroe se halla mínimamente restablecido, al amparo de las tretas de Sansón Carrasco, de los egoísmos sabrosísimos de Sancho y de las precisiones de todo tipo exigidas por don Quijote, el dúo aventurero se precipita y se marcha a correr nuevas aventuras, seguros ya de la inmortalidad de sus primeras correrías y de la utilidad de las mismas.

Yo doy por perdonados los desajustes evidentes que en la primera parte se hallan, doy por redimidos a los héroes y a sus creadores y me pongo en espera de sacar un billete que me permita seguirlos a distancia en sus nuevas ilusiones. No querría esta vez seguirlos en todo el camino aunque no sé si lo voy a lograr. De momento, ya los he visto y los he seguido en toda la preparación. No me he perdido ningún detalle. Y los tengo preparados para esa nueva salida, vencido ya el séptimo capítulo. Ya daré cuenta del viaje.

viernes, 25 de junio de 2010

AYER Y HOY

Aproveché ayer el día para cumplir obligaciones en Salamanca. Eso me impidió acudir a otros lugares: Ni se puede estar en todos los sitios ni ayer precisamente me apetecía lo mismo estar en un sitio que en otro.

Me marché pronto y comencé mis tareas con un reconocimiento médico general en un lugar al que he acudido en los dos últimos años. Nada especial pero un repaso a los indicadores más generales no viene mal.

Acudí después hasta la Delegación de Educación a completar burocracia para el asunto de la jubilación. Constancia, de nuevo, de lo que ya está siendo a chorros cada día. Creo que me falta un formulario y después… a correr y a otra cosa. Alguna reflexión ante la ventanilla y con Antonio López, el tipo que más sabe en la provincia de estos asuntos. Él mismo me empujó a acudir a la Delegación de Hacienda para aclarar algunas precisiones. Allí me encontré con una señora que me atendió amablemente; para ello dejó encima de la mesa un libro que, sin ningún pudor y a la vista del público, estaba leyendo. Siempre he pensado que queda demasiado que mejorar en el asunto de la productividad.

Me quedó tiempo para pasear a la orilla del Tormes y para sentarme a leer en unos bancos que se acogen a la sombra de los árboles. Qué sensación tan agradable aquella de volver a recordar viejos tiempos allí mismo, al lado del agua, que se remansa y que parece mirarse en las ramas y en las hojas de los árboles. De fondo, los coches pasaban por el puente alineados y lentos, como mirando también al agua.

La vida presenta en ocasiones casualidades que se prestan a ser interpretadas de maneras extrañas. A la vuelta al centro de la ciudad para irme a comer con mi hermana, me topé, casi como por casualidad, con un edificio que me trasladó a otra época, y que, en un momento en el que mi actividad fuera de la universidad estaba en pruebas, me sirvió de refugio para pensar y para darme ánimos. Volví a refugiarme en él por unos minutos. Y volví a recordar. Y a comparar las situaciones, aquella y esta, ambas al comienzo de una etapa nueva en mi vida. El resto me lo guardo para mí. Todo fue de repente, sin buscar nada, como cuando una imagen te sale al encuentro y te hace frente para pedirte que fijes tu mirara en ella. Siempre había estado ahí, pero, a veces, las cosas están sin ser percibidas. La experiencia fue singular y sorprendente.

Comí con mi hermana y con mi sobrino, huyendo de los calores y al fresquito de la conversación, de la confianza y del amor entre familiares.

A media tarde, me acerqué a recoger las notas de selectividad de los alumnos de mi centro. Resultados muy satisfactorios: solo un alumno suspenso de treinta y seis; y eso por la situación de repetición con asignaturas sueltas. Se confirma para mí de nuevo el escaso valor que tiene esta prueba. Sin embargo, los perfiles de notas no presentan un cuadro demasiado brillante en general: hay demasiados alumnos “pegados” al aprobado y en un arco que se mueve no en la brillantez sino en la eficacia del aprobado.

Me habían invitado a otro lugar en Salamanca para festejar otra vez esto de la jubilación. La tarde amenazaba tormenta y no me animé a ir. Pido disculpas por ello. Como no iba a estar yo solo, otros suplieron mi falta. Gracias de todos modos.

Cuando esta mañana he vuelto al centro para dejar las notas a los estudiantes, me encuentro con otra sorpresa muy agradable de parte de los alumnos: otro grupo había llevado para mí en el día de ayer un par de regalos. No reproduzco el contenido de los mismos porque me da pudor. Pero sí quiero darles mis emocionadas gracias y mi deseo de que ellos y ellas sean también muy felices en sus vidas. Otro ratito de emoción al leer sus palabras. Gracias.

Y hoy mi nieta Sara viene a verme. “Hoy la tierra y los cielos me sonríen,(…) ¡hoy creo en Dios!”

miércoles, 23 de junio de 2010

MATAR AL PADRE

Qué extraño es el mundo del arte. Y el de los artistas. Sobre todo el de aquellos que viven físicamente de su producción artística. Esta dependencia les hace crear, en general, una escala de valores en la que el arte ya no ocupa el vértice sino que se supedita al éxito. Ese fin fundamental termina condicionando todas sus actuaciones. Otra vez la medida económica como forma de explicación del mundo.

Y lo que ocurre con el creador directo, que es el que está en primera línea del arte, me parece que le sucede y nos sucede a todos los demás, aunque no estemos en dependencia directa de la creación.

He releído la antología preparada por Enrique Martín Pardo, “Nueva poesía española (1970) y “Antología consolidada (1990). Esta antología fue una de las que sirvió para catapultar a aquella generación de poetas llamados Novísimos, hoy un poco menos valorada.

Como sucede siempre en este mundo de la poesía, lo primero no es crecer sino matar al padre, regodearse en señalar -no siempre con ejemplos ni con causa- la maldad o el agotamiento de todo lo realizado anteriormente. En esta ocasión, el antólogo vuelve a dejarse llevar por la inercia y dedica más de la mitad del esfuerzo en denostar a los poetas del realismo (la generación precedente) en vez de gastar todas sus energías en poner en valor a los poetas de su elección. Así arranca el colega: “…He reunido en esta antología si no los más “representativos” de su generación, si los que a mi juicio se han planteado con más seriedad el propósito de hacer una poesía con todo el bagaje cultural posible que distorsione los pobres y acartonados postulados poéticos que hasta ahora han imperado en nuestro país.” Y se queda tan fresco.

No es lo más importante que tenga o no tenga razón en lo que afirma, asunto muy discutible siempre y aseveración con la que yo no estoy del todo de acuerdo. Lo esencial es que no muestra ni una sola razón que induzca a esa conclusión. De un plumazo y sin un solo argumento, deslegitima a toda una generación de poetas, hoy, por cierto, bastante más frecuentados y reconocidos que algunos de los que él antóloga.

Solo unas líneas más abajo continúa: “Nuestra poesía pasa por uno de sus momentos más difíciles. El desgaste y empobrecimiento de las formas de expresión, que han rayado en el más lamentable prosaísmo, la ausencia de una auténtica proyección cultural, nos han llevado a esa monotonía y falta de rigor que caracteriza a casi todos los poemas publicados estos últimos años.” Pues vale, lo que tú digas. Pero podías argumentar un poquito y, solo después, y con un poquito de humildad, mostrar tus preferencias y tus descartes. Lo que molesta no es una preferencia, que en este campo todo es muy complicado y el gusto es fundamental; lo lamentable es la forma de rechazar todo de una vez como para empezar desde las cenizas. Así cualquiera sale airoso. Pero de boquilla solo.

¿Por qué en el arte siempre hay que matar al padre? El esnobismo por el esnobismo es la misma sandez que la repetición por la repetición. ¿Por qué los valores hay que negarlos por principio en vez de promocionar otros que serenamente se impongan a los anteriores porque nos parezcan mejores, no porque sean diferentes?

¿Es aplicable esto solo al arte? Uffffffffffffffff.

martes, 22 de junio de 2010

UNA DEDICATORIA GENIAL

Ya fuera de las obligaciones de las aulas, esta mañana hemos llevado a un centenar de muchachos a visitar la Zona Arqueológica de Las Cavenes, en El Cabaco. No tenía ninguna gana de ir pero la decisión valió la pena. Por muchas razones pero sobre todo por la que describo aquí.

Era media mañana y nos acabábamos de bajar del autocar. Me llamó un grupo de alumnos y me hicieron retirarme un poco del gran grupo. Me entregaron una caja que contenía un libro firmado, una pluma estilográfica, una foto con los alumnos de su grupo y una pequeña caja de bombones. Y me dedicaron, otra vez, un muy sonoro aplauso.

Todo lo que allí había tenía su simbolismo. La pluma es humilde pero ellos saben lo que me gusta la escritura y aprecian que me guste. El libro es señal de nuestro trabajo y de mi afición por los libros y por la lectura. La fotografía es un recuerdo vivo de todos ellos. Y los bombones, ay los bombones. Cómo conocen lo goloso que soy y las veces que habíamos gastado bromas con los bombones y con mi forma tan democrática de repartirlos: uno para mí, otro para ti y otro para mí; uno para mí, otro para ti y otro para mí… Por desgracia, casi nunca se me había logrado que llevaran dulces a clase para repartirlos.

Nada era demasiado especial ni espléndido ni derrochador. ¿Nada? Bueno, todo, por el simbolismo que encerraba.

Pero faltaba la guinda de este bonito pastel.

“Antonio, abre el libro”. Lo abrí y en la página de guarda estaban escritas estas palabras, en caracteres grandes y claros:

“TE QUEREMOS

GRACIAS POR AYUDARNOS A SER UN POQUITO MÁS FELICES.

Laura Castellano

Paula Bueno

Luis García

Laura Martín

Rebeca González

Kevin Pérez

Marta Sánchez

Dani Sancho

Isabel González

Laura Martín

Lorena Ramos”

Esto sí que es una firma de libros y no lo de la Feria del Libro del Retiro en Madrid. Yo sé muy bien por qué han escrito estás palabras y no otras. ¿A que es una pasada?

Me ruboricé y me puse un poquito tiernecillo. ¿Un poquito?

Ahora mismo también me ruborizo un poco por seguir anotando estas cosas que se refieren a mí mismo. Me pido un poquito de perdón. Pero me siento muy a gusto.

Seguramente me quede aún cualquier otro episodio. Pero ya, después de esta joyita…

lunes, 21 de junio de 2010

OTRO RATITO PARA RECORDAR

Tal vez no debería dedicar demasiadas líneas a estas pequeñas cosas que solo me afectan a mí y que, seguramente, en cuanto amplían su perímetro, pierden intensidad y acaso hasta valor. Pero ¿qué otra cosa es una ventana como esta sino el desnudarse un poco de su conductor? Además, en el futuro, quiero reconocerme en estas pequeñas incidencias y tal vez vanidades.

El caso es que les entregué esta mañana la carta a mis alumnos. La cosa fue más o menos así. Habíamos trabajado un escrito de resumen del año y de despedida que pasaría de forma aleatoria a otro alumno. Era un último ejercicio escrito y la última reflexión. Quedaban como quince minutos cuando terminamos el ejercicio.
Entonces les repartí mi carta y les pedí que la leyeran en silencio. Primero vi caras de curiosidad. En cuanto pasaron los primeros segundos (tal vez habrían leído el primer párrafo), observé alguna cara despistada que miraba con cara de extrañeza para sus compañeros. Pero, de pronto, se produjo un intensísimo silencio que duró varios minutos. Yo miraba a mis alumnos y los veía sin pestañear. Poco a poco me retiré hacia la parte de atrás del aula. El silencio cada vez era más denso.

Cuando consideré que habían tenido tiempo para leer con calma las líneas que les había escrito, les dije simplemente: “Pues eso es todo”. Y, sin saber cómo ni de dónde, estalló un aplauso que se convirtió en un clamor de todos ellos. Menos mal que estaba en la parte de atrás del aula. Pero yo soy muy débil, y entonces… Pues eso. Qué le voy a hacer. No me importa ser tan endeble, sobre todo porque sé que no tengo remedio.

Durante la lectura silenciosa vi cómo se escurría alguna lágrima entre mis alumnos. Después de terminar todo, vi bastantes más.

Con esa sensación tan extraña terminé mi clase y les dije adiós.

Tenía una segunda sesión con otro grupo. Alguien les tuvo que avisar porque estos me la jugaron del todo. Fue llegar al aula y encontrarme con otro recibimiento caluroso y lleno de aplausos. La operación se repitió en buena parte.

Eran mis últimas entradas al aula como profesor regular. Mientras escribían mis alumnos, paseaba la vista por los espacios físicos que me acogían y que me habían acogido durante tantos años: las aulas, el palacio, las laderas del monte, la sierra, el río en lo más hondo del valle… Y las cigüeñas, esas aves que cada año me marcaban parte del calendario.

Ya no hay más formatos de clases regulares. Solo quedan asuntos burocráticos y notas, o sea, eso que tanto me desagrada y de lo que he huido desde siempre.

Me marché del centro a media mañana, solitario, por las calles de Béjar, como un alma en pena, rumiando demasiadas cosas. A mi lado pasaba gente que andaba en sus asuntos, sin saber nada de lo que yo llevaba a cuestas.

Y aproveché para realizar un primer experimento. Con mi E-book en la mano, mi PAPYRE, me fui hasta el Parque para pasear. A ver qué pasaba. Al fin y al cabo, casi estrenaba condición de liberado del empleo. Di un par de vueltas al recinto y me senté a leer. Me acompañaba una brisilla un poco molesta, la que impide que el verano se asiente entre nosotros. Tal vez es que no quiere que me aposente todavía entre sus árboles y al lado de su césped y de su agua.

Me volví a mi terraza, a mi esquina particular, a mi pequeño reino escondido. Miré a la sierra y los piornos aún me indicaban que el verano anda perezoso: la floración no ha llegado hasta lo alto de la montaña, y ese es el mejor termómetro que conozco.

Pero ya lo espero para ir acomodando todas estas nuevas sensaciones.

domingo, 20 de junio de 2010

!!PARA SER UN POQUITO MÁS FELICES!!

UNA NOTA DE DESPEDIDA PARA MIS ÚLTIMOS ALUMNOS

A veces se acumulan hechos en las mismas fechas y se pegan entre ellos para dejarse oír. ¿Sabes que hoy acaba el curso? ¿Sabes que también hoy empieza el verano? Seguro que sí, que esto lo tienes bien presente. Acaso no recuerdes que este es también el último día en el que nos vemos en el aula, la última vez que me vas a ver como profesor. Además, cuando llegue septiembre, tampoco nos veremos en las aulas, ni en octubre, ni en noviembre… ¿Recuerdas ahora que te lo dije hace unos pocos días? ¡Me jubilo! Tú y tus compañeros de clase habéis sido mis últimos alumnos. Créeme si te digo que eso para mí resulta muy importante.

No sabes qué cantidad de jóvenes han pasado por mis clases desde hace ya muchos años. Todos eran parecidos a ti. En todas las clases los había más interesados y más “pasotas”. Ahora andan por ahí, desperdigados, enfrentándose a la vida y aprendiendo cada día a vivir en un mundo que no siempre resulta sencillo. Y a todos procuré darles mis mejores palabras, unas veces con mayor acierto y otras con acierto menor. Seguro que me vas a creer si te aseguro que siempre lo hice -contigo también- con mi mejor intención. Reconocerás que, aunque alguna vez pareciera brusco, siempre nos hemos llevado bien y hemos bromeado desde cierto nivel de confianza. ¿Sabes por qué? Fundamentalmente por dos razones. La primera es porque cumplía con un trabajo que me había encargado la sociedad, es decir tus familiares y todas las personas con las que tú convives. No les podía fallar. Pero había una segunda más importante. Siempre sentí que mi trabajo era un trabajo especial. Te voy a decir por qué.

¿Recuerdas la pequeña cadena que te enseñé a formar en la clase tantas veces? Vamos a recordarla. Estudiamos la lengua porque con ella ciframos nuestros pensamientos; cuando los tenemos cifrados, los podemos comunicar; si los comunicamos bien cifrados, nos pueden entender mejor; si nos pueden entender bien, la comunicación es mejor y más fluida; si la comunicación es más fluida, nos saentiremos más a gusto con los demás; si nos entendemos mejor con los demás, entonces seremos un poquito más felices. ¿A que lo recuerdas? ¡!!Estudiábamos para ser un poquito más felices!!! Qué maravilla, ¿verdad?

Durante todo el curso no nos hemos salido de este esquema. ¿Habremos aprendido algo? ¿Seremos, por tanto, un poquito más felices?

Pero nuestras vidas van a seguir, la tuya y la mía. Cada uno va a seguir su camino y cada cual tendrá sus propias obligaciones. Hay, sin embargo, una que vamos a compartir. ¿Cuál? La del uso de la palabra, la de la comunicación con los demás, la de la relación con nuestros semejantes. Vamos a seguir usando todos y siempre la palabra. ¿Recuerdas que también decíamos en clase que este uso no tiene nunca descanso ni vacaciones? Y el día que lo tenga…

Cada día te mandaba para casa algunas obligaciones en forma de deberes. Hoy, en esta última clase, me vas a permitir que también te marque un deber último. Es largo de ejecución y no sencillo de conseguir, pero confío en ti. Allá va. Te lo he dicho también varias veces: en la vida solo tienes realmente una obligación: SER FELIZ. Ahí tienes el deber que te mando para este verano y para el resto de tu vida. TIENES QUE PROCURAR SER FELIZ.

Enseguida vas a descubrir que no lo puedes conseguir sin una satisfactoria relación con los demás y contigo mismo. Y volvemos a la comunicación. Y volvemos a las palabras. Y regresamos al esquema de nuestra clase, ese que te he recordado hace algunas líneas. No olvides, pues, ni la lengua como instrumento, ni la finalidad y el poder que tiene. Es tarea para toda la vida, ya lo sé, pero seguro que te aficionarás y cada día estarás un poco más contento/a de esta afición.

Cuando me veas por ahí, en el Parque o en la calle, en un espacio cerrado o en el campo (a mí me gustan mucho el campo y la naturaleza), por el día o por la noche, no dudes en acercarte a saludarme. Te preguntaré por tu felicidad y por la lengua que utilizas para conseguirla. Espero que tú también me preguntes a mí por la mía.

Deseo, además, que estas ayudas que te haya podido prestar te sirvan para sembrar en ti la curiosidad, el deseo de sumergirte en las cosas y en sus causas, el gusanillo de preguntarte por qué sucede lo que sucede de una manera y no de otra. Vete formando criterio y así forjarás tu personalidad, la tuya, esa que solo te pertenece a ti y de la que siempre vas a tener que responder. Verás que así la vida te mirará de frente y te respetará, como tú tienes que respetarla a ella.

Que seas feliz.

Tu profesor de Lengua y Literatura.

sábado, 19 de junio de 2010

"Y CUANDO LLEGUE EL DÍA..."

Ayer me entregaron un ejemplar del último número de la revista Torreón. Esta revista, que se edita anualmente en el instituto Ramón Olleros, ha visto en sus páginas muchas palabras mías. Y no solo ha visto palabras, también ha recogido ideas e impulsos que he procurado entre los alumnos. Con perdón, ha tenido mi sello en muchas ocasiones. Y no porque yo lo quisiera sino porque no había manos que empujaran.

Este año dejé de asumir la coordinación aunque cualquiera que mire sabe que buena parte de las páginas siguen siendo impulsos que yo he provocado entre mis alumnos. Me gustaría que el trabajo se continuara en los próximos cursos. Solo se necesita un poco de interés y de creencia en que la palabra posee un gran valor. La revista es muy modesta pero a los alumnos no se les pueden pedir los rendimientos que no van a dar.

Siempre aportaba algo de mi propia cosecha. Este año, el año de mi despedida, no iba a ser menos. Copio aquí la reflexión que, a través de sus páginas, he hecho llegar a quien quiera darse por aludido.

Y CUANDO LLEGUE EL DÍA…

No, esta vez no se trata del primer hemistiquio de un verso sino de una realidad que se asoma, que agiganta su figura y que anuncia su entrada con trompetas y fanfarrias en formato de jubilación.

Llevaba pocos años funcionando el instituto Ramón Olleros cuando alguna razón casi azarosa me trajo hasta sus aulas. Estudié unos años de bachillerato (en dos años hice tres cursos: ¿os imagináis eso ahora?) y me marché a Salamanca. Pero, en cuanto acabé mi primera carrera universitaria y tuve la suerte de aprobar mis oposiciones, senté mis reales entre estos muros y aquí he permanecido durante toda mi trayectoria docente. No ha habido otros destinos, ni traslados ni viajes ni nada de nada. Ha habido otras muchas experiencias profesionales pero siempre combinadas con la de profesor de este centro. Por el medio, mis hijos también se formaron en sus aulas, antes de abrir el vuelo en busca de otros horizontes. Hasta la fecha, al menos numéricamente, el instituto me pertenece y yo le pertenezco; no creo que haya nadie, hasta este momento -perdonad el desahogo-, que pueda presentar una hoja de servicios tan prolongada como la mía. Es solo cuestión de suma y resta. Y de años.

Es fácil imaginar todo un glosario de anécdotas, de estadísticas, de empeños, de éxitos y de fracasos que han ocurrido durante todos estos años y a los que he asistido como espectador o como protagonista. No hay espacio ni tiempo para hacer un resumen y tal vez resultaría un poco nostálgico.

En el fondo pienso que los esquemas se repiten más de lo que parece, que lo que ocurre de las puertas para adentro y para afuera cada año no es muy diferente. Al fin y al cabo, se trata de enfrentarse a una aventura fantástica como es la de la enseñanza. A mí me gusta más hablar de educación, concepto que abarca un mundo mucho más amplio y más rico. Hay unos agentes que actúan durante nueve o diez meses sobre ese concepto tan polivalente y tan extraordinario como es el de la educación. Cuando termina cada curso, algo se tiene que haber movido en ese proceso. Y, si ha sido para bien, el objetivo se habrá cumplido.

El eje de todo ese proceso tiene que ser el alumno. Los demás elementos (profesores, padres, sociedad y administración) tendríamos que tener la humildad de entender que somos simples fámulos, sirvientes necesarios, agitadores constantes, ejemplos diarios… Pero jamás protagonistas, nunca depósitos de verdades extrañas que solo se venden a alto precio, en ningún caso rivales de nadie ni de nada. O sea, poquita cosa.

Pero ser eje y núcleo exige muchas cosas al alumno. Tiene que ser consciente de que la comunidad pone a su alcance muchas posibilidades y no tiene derecho a despreciarlas sino la obligación de devolverlas en forma de esfuerzo y de trabajo. A estas alturas de la fiesta se me podrá permitir algún consejo. A ver si lo describo en muy pocas palabras:

Que el alumno venga a aprender, no a aprobar, pues, si viene a aprobar, corre el peligro de suspender y no aprenderá casi nada; si viene a aprender, corre el sanísimo peligro de aprender y, además, obtendrá muy buenas calificaciones. Que no vea enfrentamientos ni tensiones por todas las esquinas: eso produce solo caras largas, y conduce a un intento de burla continuada de tal modo que, en cuanto se ha conseguido salvar el obstáculo del examen y de la nota, nadie se digna ni a mirar hacia atrás si no es para escupir. Intuyo que este mísero esquema funciona demasiado en todas partes y en todos los niveles. Y que el alumno, desgraciadamente, se presta muy dócilmente a interpretarlo en cuanto se lo presentan como la fórmula más sencilla y repetida. Si existe algún elemento clave en la educación, tal vez sea este que aquí apunto.

Que el profesor sepa que su misión fundamental no es la de exigir sino la de exigirse y la de ofrecer (trabajo, ejemplo, rectitud, sentido común). Que entienda que la vida del alumno no se agota precisamente en su asignatura y que comprenda que se trata de un camino compartido con el alumno y nunca de una lucha imbécil de exámenes y notas.

Que los padres entiendan que la educación es una cosa de todos y que sus hijos se educan par vivir en una sociedad. Que los profesores entiendan también esta verdad.

Que la sociedad comprenda que la base de una comunidad sana y próspera está en una buena educación, que sea generosa en el esfuerzo y rígida en las exigencias.

Que la administración haga suyas estas realidades y que no trabaje solo por la burocracia y por los elementos formales sino por que la aventura sea compartida y animada por todos en las mejores condiciones.

Estoy convencido de que esto no es posible sin una base ideológica determinada (ya está aquí el tipo trasnochado y anacrónico, dirán algunas lenguas), sin un análisis y un convencimiento de que la tarea es de todos y de que esto no es ninguna carrera de obstáculos sino un proyecto ilusionante.

A este proceso renovado he asistido durante muchos cursos. Siempre me he sentido un ser privilegiado pues he prestado mis esfuerzos a algo tan apasionante como es la educación, ese fondo inagotable y confuso que modela la vida de las personas. No puedo decir otra cosa que gracias.

No sería muy honrado si no dijera que siento muchas grietas en todos los caminos, que los ideales y las concepciones educativas son muy diferentes según las personas que los concreten. Y, como ahora importa ya poco y nunca me he callado demasiado, tengo que reconocer que casi siempre me he sentido en minoría. Ojalá que el equivocado haya sido yo.

Pero el camino es largo, los frutos son fecundos y la tierra trabaja lentamente, los años se renuevan, los alumnos también, también los profesores. La vida es un momento aunque nos creamos eternos y por esta última estación de cesar en el trabajo es por la que al fin pasamos todos.

Dicen que el resto es júbilo. Ojalá que así sea. Es tiempo de resumen y de tender las manos. Aquí está la mía para dar un abrazo al que lo acepte.


Hace ya muchos años compuse este poema. Nació entre las paredes de este centro. Era premonitorio y ocupa cualquier página de alguno de mis libros. Hoy lo adopto de nuevo y me acojo a sus versos:


AÚN resuenan los pasos en mi pecho
de estos pasillos hondos donde anduve
detrás de los muchachos. Cada día
fraguaba una batalla en cada esquina:
unas voces al aire, aquel descuido
de no cerrar la puerta en el momento,
o tu boca de fresa
cuando tocaba el timbre de las doce,
o el esfuerzo baldío por resolver
la duda del poema.

Era como subir al cielo cada día,
como entender que hay causa
para vivir sin tregua.

Hoy he vuelto a pasear en el silencio
de la tarde callada.

Apenas oigo el eco debilísimo
de aquellas otras tardes en los claustros.

Nadie sabe mi nombre, desconocen
que sigo suspirando entre las aulas.

¿Dónde están esos años que he vivido
y que apenas resisten
las huellas del futuro?
¿Acaso no he vivido?
Tal vez no lo recuerdo.

Antonio Gutiérrez Turrión (Profesor de Lengua y Literatura)

viernes, 18 de junio de 2010

HA MUERTO JOSÉ SARAMAGO

Ha fallecido Saramago. Descanse en paz. Alguna vez he dejado en esta ventana palabras de admiración por este pensador-escritor o escritor-pensador. Porque me interesan las personas que me hacen pensar con las palabras y con los conceptos, que vienen a ser lo mismo.

El hecho de la muerte en sí no debería tener más importancia: cualquier día se muere cualquiera y cualquier día estaremos muertos todos. Es el legado, son las palabras, es el uso especial que de ellas se haya hecho, es el grado de atracción que sobre el lector hayamos logrado, es la concordancia o la discrepancia que hayamos conseguido, es la agitación que hayamos provocado. Todo eso es lo que importa.

Y a mí Saramago me ha comunicado muchas cosas. Como poeta, como novelista y, sobre todo, como persona que da sustento a todas sus manifestaciones. Ninguna de sus páginas, ninguna de sus entrevistas, ninguna de las acciones que le conocí me dejó indiferente. Creo que las cosas casi nunca son un fin en sí mismas y que adquieren una enorme intensidad si se dirigen a algún fin más alto. Las palabras y las obras de Saramago siempre apuntaban claro hacia objetivos más generales. Y siempre vi al ser humano y su dignidad en el vértice de esa pirámide.

Cuando creo ver esa entrega en un autor, me parece que yo también me entrego con armas y bagajes a su admiración. Su “Ensayo sobre la ceguera” me llenó de luz; su “Caverna” me sacó al sol del mediodía; su “Caín” me refrescó y me dio ánimos para seguir persiguiendo el sentido común; sus entrevistas siempre me animaban y me acompañaban en las ideas que expresaba, su testimonio vital siempre fue un apoyo público para no sentirme demasiado solo y para no verme cada día como un bicho raro.

Leo en algunos medios ciertos comentarios acerca del escritor. No puede uno concebir cómo podemos sobrevivir en medio de tanto odio y de tanta estulticia. ¿Por qué se falsean los datos tan burdamente? ¿Por qué no se defienden las ideas con gallardía en vez de insultar continuamente? Desde los datos, a uno le puede gustar más, menos o nada el escritor, el pensador (ya he dicho que es lo mismo) o hasta el activista social. A mí me gusta, que quede claro. Me siento muy cerca de muchas de las ideas que le he oído y que he leído en sus textos.

Desde hoy quedan en las páginas y en la memoria directa. A ellos habrá que acudir.

jueves, 17 de junio de 2010

LENGUAS EN PELIGRO

Más de la mitad de las alrededor de seis mil lenguas que se hablan en el mundo están amenazadas y pueden desaparecer.

No son afirmaciones personales: las tomo de un estudio. Habrá que tomar el dato con cuidado y pensar lo que se dice.

No es para mí sencillo determinar cómo se concreta eso de “lenguas amenazadas” y en qué cota hay que poner la señal de alarma. Pero como uno se ha pasado media vida, o algo más, dando vueltas a asuntos que rondan esta afirmación, me apetece detenerme treinta líneas para mirar y ver.

La diversidad lingüística, por encima de la valoración de que sea buena o mala, es que sencillamente es inevitable. Cualquiera que eche unos ratos a este asunto sabe que una lengua, por encima de todo, es una manera irrepetible de aprehender y de interpretar el mundo. Y un álbum sirve por definición más que una foto aislada. No debería, entonces, haber demasiadas dudas sobre la bondad de la diversidad de lenguas.

Tampoco parece que sea muestra de extraordinaria capacidad intelectual precisamente la aseveración de que esa diversidad lingüística tiene que tener algún límite que facilite la comunicación y organice de manera económica y clara la comunicación entre los seres humanos.

Por supuesto que el poder lingüístico no es pequeño y que se ejerce como otro cualquiera. En los países en los que existen diversas lenguas se puede reconocer a simple vista que esto es así. Y España no se libra precisamente de esta dificultad.

¿Cómo actuar correctamente? Ni tengo que salvar a nadie ni nadie me ha pedido consejo. Pienso para mí y me basta.

a)No reconocer la importancia del asunto en poco ayuda a valorar y a ordenar esta realidad múltiple.

b)No prestar alguna discriminación positiva favorable a la lengua que se encuentre en peores condiciones es anunciar su defunción.

c)Empeñarse artificialmente en mantener una lengua que no tiene demanda tampoco parece lo más razonable.

d)Asistimos a demasiadas fuerzas -medios de comunicación sobre todo- que empujan en la dirección de eliminar variedades hasta quedarnos con escasísimas estructuras, que tienden a convertirse en universales. El inglés es el caso más evidente en estos momentos.

e)Esta reducción empobrece a todas luces la visión múltiple del mundo.

f)A pesar de estas fuerzas uniformadoras, será imposible que las lenguas no tiendan a la variedad y a la ruptura en otras lenguas, según los territorios y las costumbres.

g)Como siempre que uno se mueve en la duda y en los grados de una escala indefinida, pienso en lo favorable que resulta el uso del sentido común. Para esta realidad indica que no se debe forzar en exceso ni en un sentido ni en otro. Las lenguas deben fluir y remansarse e incluso desaparecer como los demás seres. Ya nacerán más vástagos, que crecerán y se unirán a los de otras tribus para formar nuevas familias.

h)Será bueno que las lenguas estén al servicio de los seres humanos y no estos a su servicio. O al menos que no nos sirvamos de ellas para otras aspiraciones más espurias.

i)Las lenguas son nuestros principales instrumentos para la comunicación, pero también son instrumentos que pueden dificultar y hasta impedir esa comunicación.

j)En un alengua ciframos nuestras ideas, y no existen ideas ni antes ni después del pensamiento, existen a la vez y no se concibe una cosa sin la otra.

Cuántas aplicaciones a partir de estos simples principios. Y cuántas sinrazones y desvaríos entre los fanáticos del asunto.

N.B. MI pueblo, Valero de la Sierra, el pueblo más bonito de la provincia de Salamanca, es un tesoro fonético, léxico y hasta morfosintáctico. Y los tesoros hay que cuidarlos.

miércoles, 16 de junio de 2010

ESTOY LLENO DE COMPLEJOS

He salido de casa con un poco de prisa. Antes había escuchado una tertulia en la que una gran camiseta y una bandera cubría una enorme mesa. No se habló durante un buen rato de otra cosa que no fuera el partido de la selección española de fútbol. Era la cadena que tiene los derechos y tenía que explotar todas las emociones habidas y por haber. Cuentan los anuncios y la cuenta de resultados explica todo. Los principios explicados por Marx se cumplen con extraordinaria precisión: toda la Historia se ajusta a unidades económicas. Con ese molde se explica demasiado bien todo. Lo malo es que hay que disfrazarlo de otros símbolos porque así, a palo seco, no lo aguanta ni el más imbécil del lugar.

El caso es que salí de casa a eso de las cuatro y cuarto de la tarde. Aún me quedaba tarea en ese asunto de la selectividad. No vi más que a tres personas masculinas en un trayecto de unos quinientos metros. Apenas el ruido de algún coche despistado me sacaba del aislamiento. La gente tenía que estar en el ritual del partido de fútbol.
Hasta los alumnos que tenían que acudir al examen desistieron de hacerlo (no tenían obligación: era voluntario en esa asignatura). Pronto abandoné yo también la sede y me volví a casa. Llegué a tiempo para ver una media hora del segundo tiempo.

Y se produjo la catástrofe. Aquello que era pan comido se tornó en atragantamiento; lo que era ambiente favorable se cambió en dudas, y lo que era victoria segura se convirtió en derrota. Vaya por Dios. ¿Y ahora qué? ¿Ya es mentira todo lo anterior?

Me gusta ver los partidos de fútbol, sobre todo los que juegan algunos equipos, pero me empieza a hartar tanto morbo y tanta expectación ante lo que no es más que un juego. ¿De verdad que no hay otras cosas más importantes en la vida? Pero para que uno gane, ¿no es necesario que otro pierda? ¿Pero no pierden al final todos menos el que gana el campeonato? A mí esto me parece tan elemental que no puedo concebir cómo se pierde la cabeza común de esta manera. Será que ando equivocado y soy un ser que no llega a la normalidad. Estoy lleno de complejos. Sigo pensando que, cuanto más se sobrepasan los límites de la normalidad, más se provocan las reacciones contrarias. Por lo menos en mí. He llegado a desear que España pierda cuanto antes y por goleada para que acabe tanto cuento y tanta irrealidad. Me parece que todo esto desfigura lo cotidiano y lo sensato, y lo convierte todo en humo y en fantasía.

No voy a renegar de los símbolos, y menos de aquellos poquitos que nos unen, o al menos que no nos separan, pero de lo sublime a lo ridículo hay una línea divisoria muy delgada, y me parece que la sobrepasamos con demasiada frecuencia.

Y a esta irrealidad contribuimos todos, aunque unos más que otros. Como casi siempre, mi as de bastos va para los medios de comunicación, que obligan al país a dar un perfil de medio tontos y que crean una escala de valores que atonta y que no deja tiempo para pensar un poco en serio.

También de esto le echarán la culpa al Gobierno, porque lo hemos convertido en el pararrayos de cualquier amago de tormenta. Y seguiremos hinchando al zombi y sobreviviendo en la irrealidad. Mientras tanto, que siga la rueda y sálvese el que pueda.

No seleccionar las ilusiones y darles un poco de perspectiva es tan tonto como no intentar perder algún día la cabeza por algo. Los terroristas son muestra de gentes que pierden hasta su vida cargados de ilusión y de heroísmo. Me río yo de ilusiones de esa especie. Las cruzadas de todo tipo también se hacen en ambientes de soflama.
A la porra con esas soflamas y con esos encantamientos.

martes, 15 de junio de 2010

!SERÉ BURRO!

Ya tengo la certeza de que, en lo que se refiere a mi situación laboral, todo se precipita. Cualquier cosa que hago la realizo por última vez, incluso las más pequeñas y mostrencas. Mucho más, por supuesto, las que se repiten con menos frecuencia.

Llevo un par de días en el asunto de la selectividad de los alumnos. Mañana acabaremos. Se mantiene la opinión que sostengo desde hace mucho tiempo. Y no es la mejor. Ahora incluso creo que ha empeorado otro poquito. Existe una variedad casi inabarcable de posibilidades según los deseos del alumno. No entiendo nada. Parece que hemos caído ya todos, y de manera definitiva, en el cepo de las desigualdades.

Hay alumnos que se examinan solo de algunas asignaturas comunes. Eso -teniendo en cuenta el cebo que casi todos les ponemos de examen y nota- empuja sin descanso a centrarse solo en esas asignaturas de las que cada uno se va a examinar. Para el resto, con pasar tenemos bastante. Si existía poca curiosidad y deseos de aprender -y no solo de aprobar-, no entiendo cómo ahora no se van a multiplicar con estos nuevos planes. Se están llenando de razón los que critican el sistema como algo ideado para los poco esforzados. Y mucho más -y esto me resulta aún más doloroso- aquellos que van a seguir exigiendo diferencias de sueldos y de situaciones sociales entre unas profesiones y otras. A ver quién va a tener después fuerzas para decirle a un médico, por ejemplo, que es una persona como otra cualquiera, que tiene que colaborar, como los demás, con su trabajo para la mejora social y que eso no le da derecho a ningún privilegio ni social ni económico.

¿Quién ha pensado este sistema? ¿Cuándo se va a organizar la convivencia social y política partiendo de las personas como seres con los mismos derechos? ¿Hay algo que sea verdad si no se cumple esta salida para correr la carrera de la vida en igualdad de condiciones? ¿Ya no queda nadie por ahí que se rebele un poco contra esto? ¿Cómo estaré yo tan ciego y seré tan torpe que no soy capaz de entender otras posibilidades?

Sigamos, pues, con los mercados; tratemos de instalarnos en ellos de la manera más beneficiosa posible. Para cada uno de nosotros, se entiende. Y el que venga detrás que se espabile o que directamente sucumba y se retire, que se convierta en un ser al margen. Marginado o marginal. Son casos bien distintos, aunque para este asunto, por arriba o por abajo, acaso resulten la misma cosa.

Yo, desde luego, me considero cada día un ser más marginal. No me hace ninguna gracia esta constatación diaria, pero no estoy todavía dispuesto a bajarme los pantalones de mi conciencia. ¡Seré burro!

domingo, 13 de junio de 2010

SUPERPONER IMÁGENES

Cansadito llego de los madriles, del poblachón manchego, del rompeolas de todas las Españas. Hay pocas cosas tan productivas como superponer imágenes para romper todos los esquemas de tiempo y espacio. Yo las he dejado correr este fin de semana y todo se me ha vuelto un poco nuevo aunque todo o casi todo resultaba en la realidad repetido.

Dejé el viernes esta ciudad estrecha a eso del mediodía, paré un buen rato en Ávila para abrazar a Sara y verla tan bonita como siempre. Cómo siente y conoce nuestra presencia. Y cómo le gusta ser el centro de todas las atenciones y tenernos a todos a su alrededor. Luego todo nos lo paga con creces con sonrisas e imitaciones de cualquiera de nuestros gestos. Y entonces nosotros… Ay entonces nosotros.

Pero en medio de un atardecer gris y hasta lluvioso traspasé ese muro granítico de Guadarrama y me desparramé en vista por la llanura poblada en abundancia por todas partes hasta sumergirme en la gran ciudad. Mi hermana, como siempre, nos aguardaba tan amable y cariñosa. Y lo mismo Pedro. Y lo mismo Sergio. Estoy muy orgulloso de ellos.

Después, los almacenes, los mercadillos, el Rastro, los paseos, la conversación y la compañía. Y esta vez, dos novedades especiales. No hubo teatro como en otras ocasiones. Pero sí hubo feria del libro.

Ayer sábado, por la tarde, también lluviosa pero agradable de temperatura, acudimos a la feria del libro. La feria es una amalgama de sensaciones. Libros, muchos libros; casetas, muchas casetas; gente, mucha gente; y hasta lluvia, mucha lluvia. En Madrid, ya se sabe, todo se hace a lo grande. Bastante famoseo en el asunto de las firmas, bastante curioseo por parte de muchos paseantes, anuncios de todos los colores, gentes de toda especie…; en fin, como para contentar a todos y no dejar contento del todo a ninguno.

Me preguntaba en directo qué sentirían los firmantes que no tenían ningún cliente frente a todos aquellos que no conseguían que se acabara su cola. Y me imaginaba a aquellos que en toda la tarde no firmaran ni un solo ejemplar, que alguno habría. Y me imaginaba cuánta gente miraba a los libros y cuánta a las personas.

No estoy muy seguro de que estas ferias tengan un futuro demasiado creciente sino más bien lo contrario; a no ser que se especialicen en textos o radicalmente novedosos o en ejemplares raros. El fenómeno del libro electrónico les va a comer mucho terreno si no saben adaptarse. Algunos autores de los que vi me sonaron a rancio pues bien poco quiero saber ni de ellos ni de sus creaciones. A muchos otros los admiro mucho. En fin, todo muy diverso y todo muy normal. Yo he tenido la ocasión de encontrarme en esa situación (y siempre en lugares muy minoritarios) en un par de ocasiones y no tengo buenas sensaciones de lo que eso acarrea: no me gusta casi nada el fetichismo y creo que esto lo ronda.

Compré, claro que compré, aunque no mucho. Al fin y al cabo, la feria no es más que una muestra más de un intercambio comercial adornado con formas un poco distintas. Todo, también una actividad de este tipo, se acomoda y se explica desde unas estructuras económicas que no son demasiado distintas -acaso un poco más amables- que las que se ejercitan en un banco a diario.

El regreso tuvo de nuevo estación de parada en Ávila, para ver otro ratito a Sara, a Miguel Ángel y a Merce y su madre. Otro ratito de achuchones y de carantoñas.

Cuando el sol se despedía en el horizonte y llenaba las nubes de unos tonos rojizos maravillosos, atravesaba las llanuras de Piedrahíta y me acercaba con rapidez hasta estas montañas de Béjar. Debería haber parado para contemplar el espectáculo natural que se nos ofrecía. Jamás un pintor podrá ni siquiera aproximarse a reproducir el espectáculo del sol y de las nubes. Cualquier creador que hubiera contemplado esos colores habría decidido pasar unos añitos en silencio. Tal vez cualquier poeta debería hacer lo mismo.

jueves, 10 de junio de 2010

UN EJEMPLO SUGERENTE

Me apetece copiar este pequeño texto (era un ensayo elemental de narración) de un alumno de muy corta edad -unos catorce años-. No lo hago -se nota enseguida- por su calidad ni lingüística ni menos literaria precisamente, sino por dejar constancia de las circunstancias en las que se mueven algunas personas desde las primeras edades.
Cuántas cosas me recuerdan estas líneas, y qué guantazo les daría a aquellos que se quejan de vicio. Maquillo solo la ortografía más gruesa. Vamos.

“El sábado me levanté como siempre, me vestí, desayuné. Después se levantaron mis hermanos e hicieron lo mismo. Luego nos montamos todos en el coche y fuimos del pueblo a la finca donde tenemos los animales.

Al llegar, como todos los fines de semana, nos pusimos a ordeñar las cabras y después de dos horas acabamos de ordeñarlas. Mi madre se llevó la leche a casa y yo me quedé con mi hermana mayor. Los dos barrimos el pasillo de la nave y ayudamos a nuestro padre a hacer una pared de bloque en la pajera.

A las tres de la tarde llegó mi padre y mi otra hermana con la comida. A las cinco de la tarde echamos de comer a las cabras y después a las ovejas. A las ocho acabamos de echarles de comer y después nos fuimos al huerto. Allí lo regamos y al regresar nos montamos en el coche y nos fuimos a casa. En esta nos duchamos y cenamos, vimos un rato la tele y nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente hicimos lo mismo que la anterior, pero esta vez nos levantamos todos a la vez. Excepto nuestro padre que, como siempre, se levantó antes para ir echando de comer a las cabras.

Al llegar a la finca, ordeñamos a las cabras e igual que el día anterior ayudamos a nuestra madre mis hermanas y yo a hacer la pared. Luego comimos, echamos de comer a los animales y yo me quedé ayudando a mi padre mientras mis hermanas y mi madre se fueron al huerto.

Mi padre y yo acabamos la pared y luego nos fuimos todos a casa e igual que el día anterior cenamos, nos duchamos, vimos menos la tele, así nos fuimos antes a dormir.”

Juro que se me abren las carnes. Conozco bien el carácter de este alumno. Sé que no miente. Me parece estar escuchando un cuento de hace cincuenta años.

Pues, además, es un alumno ideal: siempre está atento, siempre interviene, jamás deja nada sin hacer, nunca levanta la voz… ¡Y sus hermanos, también alumnos, son igual! A este muchacho, aunque cometiera cien errores por línea, le pondría un sobresaliente a final de curso.

miércoles, 9 de junio de 2010

HUELGA DE FUNCIONARIOS

Hasta el día de hoy y desde hace varios decenios, soy funcionario de carrera en la Administración del Estado. Ayer no hice huelga aunque pertenezco a un sindicato. De clase, por supuesto; no quiero saber casi nada de los corporativos: para eso ya existen los grupos de poder, las patronales y el egoísmo en cada individuo. La causalidad es siempre múltiple, o sea, que hay muy diversas razones para explicar esa postura: más simplemente que el número de aquellas que me habrían empujado a hacer un día de huelga.

Pero eso ahora importa poco porque afecta sobre todo a mi conciencia, y esta está, dentro de mi duda casi metódica, tranquila. Lo que tiene alcance es la repercusión que este hecho pueda tener en los meses siguientes.

Me desconciertan las interpretaciones que escucho y que leo del desarrollo de la misma. Dejaré anotadas algunas de mis impresiones:

a)Negar que, en términos numéricos, la huelga de funcionarios públicos ha sido un fracaso es no querer reconocer la realidad. Ensañarse en ello como hace la derecha, ya no sé si extrema, medio pensionista o simplemente amoral y sin más ideales que la cuenta de resultados de sus medios de comunicación correspondientes es sencillamente un acto vil y asqueroso.

b)Hacer traslado de los resultados de esta huelga al poder de los sindicatos de clase en términos numéricos también me parece una equivocación, cuando no una trampa de nuevo interesada. De otra manera: estoy seguro de que los sindicatos de clase tienen mucho más poder de decisión y mucha más influencia que la que pueden haber demostrado en el día de ayer.

c)Los sindicatos de clase (a los otros no quiero ni nombrarlos) tienen que tentarse las ropas antes de convocar una huelga general. Estoy seguro de que ellos sabrán analizar los hechos y situar los principios en los contextos en los que nos movemos en estos momentos. La huelga general, en estos momentos, o se plantea para provocar un cambio de sistema social y político con todas las consecuencias -algo difícilmente imaginable- o no creo que contribuya a otra cosa que a empobrecer al país.

d)Nada de esto quiere decir que el escaso apoyo al paro de ayer quite la razón teórica a los sindicatos ni que el Gobierno se tenga que sentir por ello con más fuerza ni con más razón. El enfado social existe y se manifiesta de muchas maneras, no solo en las manifestaciones. Mucho se equivocaría el Gobierno si sacara pecho.

e)El ejecutivo tendría que explicar -si es que se puede o quiere hacerlo- que estas medidas que ha tomado son coyunturales y obligadas por una situación excepcional. No tiene los medios -estos los tienen siempre las empresas, o sea, los accionistas, o sea, la derecha- pero tiene que realizar el esfuerzo añadido de hacer llegar a los ciudadanos la realidad cruda del estado de cosas. Para ello tiene que contar con personas ejemplares en su vida, en sus prebendas, en su capacidad teórica y en sus actividades públicas. No siempre es posible encontrar loes mejores ejemplos para ello: a veces hay convocatorias que no son las más edificantes.

f)Ahora, más que nunca, echo en falta a aquellas personas que se visten con alguna prenda ideológica de abrigo y que no responden solo al aire que más sopla.

g)Tampoco ahora se debería tratar de ningún pulso de poder, ni de vencedores y vencidos (eso solo vuelve a ser carne mórbida para medios de comunicación y para grupos de poder con intereses y no con ideales) sino de verdades y de mentiras, de bondades y de maldades, de beneficios sociales y de justicia distributiva.

h)Hay muchas cosas que repensar. La más importante, según pienso, es la de repensar el propio sistema como tal. Si no es para cambiarlo, por falta de posibilidades, al menos para exhibir sus contradicciones y sus miserias, que nos traen como nos traen. Y, si hay que morir políticamente en el intento de explicarlo, pues se muere y se queda uno más ancho que largo. Salvo que aún sigan primando más los intereses y las vanidades particulares.

Veremos.

VA DE GREGUERÍAS

Voy rematando algunos de mis quehaceres, aunque todavía miro hacia final de mes y me veo en un montón de actividades. Good bye.

Mañana quiero trabajar con mis alumnos en esta creación: las greguerías. Me parecen un género que raya lo sublime y lo insignificante a la vez, pero que se ajusta a su creatividad por la extensión, por la chispa y por la sorpresa.
Copio aquí algunas de Gómez de la Serna. Todas son de su primera época. Me quedo con las más visuales.

. Los que se desperezan son como salvajes que disparan su flecha al aire.

. Las gallinas blancas están en paños menores.

. La S es el anzuelo del abecedario.

. ¡Qué dura le ha salido la barba al erizo!

. El grillo mide las pulsaciones de la noche.

. El hielo se derrite porque llora de frío.

. El beso es una nada entre paréntesis.

. La chicharra es el timbre despertador de la siesta.

. El reloj que atrasa es un reloj ahorrativo.

. El camello tiene la nuez en la joroba.

. El cráneo es la bóveda alta del corazón.

. El cacahuete tiene algo atravesado en la garganta.

. Las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen adiós en los puertos.

. El rayo es una especie de sacacorchos encolerizado.

. En el rebuzno, el burro se suena sin pañuelo.

. Los cigarros son los dedos del tiempo que se convierten en ceniza.

. La gaita es una especie de bota de vino musical.

. La espina dorsal es el bastón que nos tragamos al nacer.

. Los hongos y las setas vienen del mundo de los gnomos.

. Los perros nos enseñan la lengua como si nos hubiesen tomado por el doctor.

. La T es el martillo del abecedario.

. En la veleta, el viento monta en bicicleta.

. La A es la tienda de campaña del alfabeto.


¿Qué capacidad de producción tendrán ellos? Ya veremos.

domingo, 6 de junio de 2010

SEÑALES DE HUMO PARA MÍ MISMO

Estoy que no estoy, y supongo que hasta que no pasen dos o tres días no daré con mi propio control. Alguna ocupación me tiene comido el tiempo y me quita las horas. El calor también ayuda lo suyo y me deja a la intemperie. Escribo solo unas líneas para dejar constancia ante mí mismo de que sigo vivo y de que necesito un poquito más de serenidad y de sosiego.

Ayer eché casi toda la mañana en el campo. Vino Antonio desde Cáceres un poco asustado, pensando que por los parajes serranos lo íbamos a llevar a matacaballo y enseguida comprobó que era él el que más prisa tenía y el que echaba los pasos más seguidos. Seguramente así se animará y nos acompañará en más ocasiones. Anduvimos haciendo arabescos en torno del río, subiendo y bajando, cruzándolo y descruzándolo y oyendo el rumor de su agua durante bastante rato. Los campos por aquí siguen aún del todo lujuriosos y la temperatura nos dio un respiro en el camino. Esta vez abusamos poco del reposo y del buen yantar, aunque lo hicimos a la orilla de uno de los regatos que rinden tributo a la toma de agua de la presa. Llegamos a comer y a charlar un rato de lo que había que charlar, aunque se me esfumó la siesta. Esta vez estaba todo muy bien justificado. La vida es la vida y seguirá su curso de cualquier manera. Ojalá sea por la mejor senda para todos.

El resto de las horas del fin de semana las he gastado entre papeles y expresiones, salvo el rato que reservé ayer por la tarde-noche para escuchar al Golden Appel Quartet en el Cervantes. Menos interesante para mí que lo que me ofrecieron los Mayalde el día anterior pero muy positivo también.

Por lo demás, dicen que ha sido hoy la fiesta del Corpus. Y que ha habido festejo con procesión y toros en Béjar. Será verdad si ellos lo dicen. Ahora, como además es fiesta de interés nacional, supongo que las calles habrán estado abarrotadas de gente. Y los bares habrán adelantado su agosto. Será verdad.

viernes, 4 de junio de 2010

GRACIAS A TODOS

Es casi media noche cuando por fin puedo sentarme un ratito. Vaya jornada. Creo que he cumplido todo el programa que se me echaba encima y alguna actividad ha supuesto para mí una satisfacción de esas que se producen muy de tarde en tarde.

Hoy celebraban los alumnos que terminan el bachillerato su graduación. Es este un festejo que gana adeptos año a año y que a mí me parece que repite demasiado costumbres americanas. No me gusta demasiado la pomposidad ni los arreglos exagerados de los alumnos y, sobre todo, de las alumnas, pero todo importa poco al lado de lo que para ellos significa y lo bien que se lo pasan. Acudí, como suelo hacer cada curso, para rendirles ese pequeño homenaje y para desearles suerte en el futuro de sus vidas. Me parece que también forma parte de mi trabajo y lo hago con gusto. Creo que todo el profesorado debería hacer lo mismo, sin estridencias pero con aplicación, pero no es así. No quiero glosar este asunto ahora.

Cuando el acto hacía poco que se estaba desarrollando -apenas se habían expresado algunos agradecimientos- la asociación de padres quiso darme públicamente las gracias por mi labor docente de tantos años. Pero lo hizo de una manera especial. Una alumna de hace al menos veinte cursos leyó un poema mío, después leyó unas líneas que ella misma había preparado y remató con otro poema mío. Me hicieron subir y respondí con unas brevísimas palabras de agradecimiento. Y a todo esto, todos los presentes respondieron con una ovación que me descompuso y me hizo venirme abajo.

Hoy era el día de los alumnos y, de ninguna manera, el mío. Y, por supuesto, lo sigue siendo. No sabía nada de nada. Todo fue una agradabilísima sorpresa. Y venía de los padres. Y de los alumnos de hace mucho tiempo. Y a todo se sumaron con entusiasmo los presentes, todos los alumnos, según el volumen con el que sonaba todo aquello. Qué gozada. Seguramente haya en ello buena parte de vanidad, pero creo que hay algo más que resulta un poquito más duradero. En esta profesión de la educación, nadie puede esperar éxitos económicos y acaso tampoco sociales de relumbrón. Pero, cuando te sucede algo como esto, te entra un relámpago dentro que no es fácil de describir ni de cuantificar. Repito que venía de los padres y de los alumnos. Y en un día en el que lo que se presentaba tenía que ver con ellos, no conmigo.

Hoy confieso de nuevo -no podría ser de otra manera, a pesar de lo que hoy me ha sucedido- que, a pesar de demasiados pesares, la profesión de educador sigue siendo un privilegio. Contribuir a que otras personas puedan indagar un poquito más en estos asuntos de la vida es tarea maravillosa. Que a uno le reconozcan que realiza sus tareas no solo como obligación sino que han visto también algo distinto, eso que llamamos vocación, es algo extraordinario.

Aunque solo sea a través de esta ventanita, quiero dar las gracias a todas las generaciones de bejaranos y comarcanos que me han permitido desarrollar una labor en la que siempre he creído, un trabajo que siempre me ha parecido importante para el desarrollo social y una actividad de cuya utilidad nunca he dudado. Hoy me siento un poquito más privilegiado. Si además esa actividad recibe algún reconocimiento público, aunque no sea precisamente lo más importante, mejor que mejor. Gracias a todos por haberme permitido estar a vuestro lado y por aguantarme.

Para rematar la faena y salir por la puerta grande, acudí al teatro Cervantes, a escuchar al grupo Mayalde. Y fue para mí como si me regalaran el arte en estado puro. Por favor, que vengan más veces, aunque sea para actuar para mí solo. Voy a dormir feliz. Mañana me aguardan el campo y el calor.

jueves, 3 de junio de 2010

ESTOY CANSADO

No sirven para mucho los lamentos, pero, a veces, describen realidades. Estoy cansado. Lo noto, por ejemplo, en las últimas sesiones de las clases de inglés. Me siento poco ágil y discurro con lentitud. Seguramente, el calor tiene mucho que decir en todo esto. Echo la vista hacia el sur y pienso qué pueden hacer los alumnos –y los no alumnos- en fechas tan sofocantes como estas. Y allí deben de sufrir la calorina todos los años. Menos mal que están más acostumbrados. Me pienso y los pienso, me veo y los veo, me compadezco y los compadezco.

Pero hay días que no me dan respiro y todo se me presenta en el lado positivo. Ayer fue el cumpleaños de Sara. En cuanto pude nos escapamos a Ávila para estar con ella unas horas. Comimos juntos, la besé mucho, le cante alguna canción, jugué con ella, me sonrió mucho y yo me puse más contento de lo que ya estaba. Un año y muchos sentimientos por el medio. Creo que todos positivos. Y la conciencia de que, también para ella, el tiempo no se detiene. A ver si va soltándose en sus pasos y empieza a decir algo mi niña Sara. Le dejé una nana para que vaya guardando algunos recuerdos, en palabras, de sus primeros años, de esos de los que ninguno puede tener constancia si no es por elementos gráficos. Una estrofa y el estribillo decían así:

Vengo a despertarte

del sueño profundo

y a llevarte, Sara,

por la luz del mundo.


Te ofrezco la risa,

te traigo los besos,

te ofrezco caricias,

mis manos te ofrezco.

Y miro hacia mañana y casi me asusto: dos exámenes, una comida social, un par de horas de clase, una graduación, una actividad en el Cervantes, dos reuniones a las que ya he renunciado… No tengo el don de la ubicuidad. Y estoy cansado.

martes, 1 de junio de 2010

MALAS SENSACIONES

Qué malas sensaciones cuando termino un curso y tengo que juzgar a los que han estado conmigo. Es casi proverbial mi empeño en suspender al menor número posible de alumnos. A pesar de todo, siempre se me escapa un pequeño número que no sé por dónde agarrarlo y que, en términos numéricos, terminan fracasando, o sea, suspendiendo. Con ellos fracaso yo también. Y fracaso en todos los sentidos. Por no alcanzar los objetivos esperados, porque no creo en este sistema de clasificación y sin embargo, aunque sea de aquella manera, lo aplico, porque tal vez yo no me evalúo como los evalúo a ellos, en fin, por muchas cosas.

Hoy me ha vuelto a suceder lo mismo. Sé que si contara cuál es el porcentaje de suspensos la gente se reiría de mí. Pues, a pesar de todo, me siento un poco desazonado y con sentimiento agridulce.

Como además me noto bastante cansado y poco ágil de mente, pues creo que estoy un poco saturado de asuntos pendientes, se me encoge la sesera y voy dejando pasar el tiempo esperando que escampe y me vuelvan las fuerzas. Tal vez será mañana mismo. Ojalá.