domingo, 16 de agosto de 2009

GREDOS (y IV)





Cargados con imágenes y anegados de las cumbres de Gredos, seguimos el descenso charlando de lo propio y de lo ajeno, templando el cuerpo con el paso y con la mejor temperatura, sintiendo que la vuelta no es la ida, pues vienes y no vas y eso no es solo una perogrullada, dando rodeo a las peñas para encontrar donde poner el pie, mirando y contemplando que cada poco rato todo se va quedando más arriba, anotando los nombres de todos los picos pues Eloy y Manolo se los conocen todos palmo a palmo.

Hasta llegar por fin al Refugio, que conserva nombres de falanges o movimientos de otras épocas. Allí nos encontramos con una pareja que nos estaba aguardando inquieta pues se habían olvidado en la cumbre una cartera y la traíamos nosotros (el buen hombre había vuelto a ascender para buscarla pero le avisaron de que nosotros la habíamos cogido y la traíamos, por más que bajáramos por otra pendiente).
Y, casi sin descanso, vuelta a coger la ruta de regreso bordeando la laguna. A lo lejos veíamos descender a toda la cuadrilla de muchachas que habíamos visto ascender por la mañana.

Adiós a la laguna, adiós al agua de Gredos, adiós a aquel rincón tan escondido, adiós a aquel silencio.

Y mi cuerpo cansado, cada vez más rendido y menos seguro de sí mismo, pues si cansa la subida, la bajada se queja mucho más en las piernas y en las rodillas.

El ascenso de los Barrerones se nos fue en dilucidar si el método deductivo es mejor que el inductivo o al revés. Fui yo quien propuso la discusión. Como si mi mente estuviera en condiciones de hurgar en tales cosas. Qué le vamos a hacer. Menos mal que Manolo volvió al tema de los blogs en internet. La fuente que hay en la parte más alta de la ladera nos sirvió de descanso, de alivio para la sed y de atalaya desde la que mirar de nuevo a la laguna y a todo el circo.

La tarde declinaba. Íbamos a perder pronto la perspectiva de la montaña para dejarla en el recuerdo. Mejor con unas fotos. Son las últimas. O casi las últimas. Las últimas esquinas de la foto de fondo se van perdiendo. La vista ahora se marcha en otras direcciones, hacia el este, hacia los Galayos y la Mira, hacia las tierras de Ávila, hacia todo el valle del Tormes, hacia el puerto del Pico, tras el que adivinamos el pavoroso incendio de hace tan solo unos días, hacia el infinito en horizontal.

Otra vez la Fuente de los Cavadores nos sirve de descanso y de reparación de fuerzas. Manolo prefiere no parar y proseguir camino sin descanso. ¿Y Eloy? Eloy se ha despistado. ¿Qué está haciendo? Es que no se ha dicho nada de las cabras de Gredos. En realidad, en esta ocasión, apenas si ha aparecido a nuestra vista una decena de ellas. Pero cerca de la fuente, a la llamada de la hierba y al cobijo de las matas de escobas, ha aparecido un atajo de machos en todo el atardecer. Eloy se ha ido a sacar fotos. Lo veo entre las escobas buscando perspectivas y lo contemplo acercándose sin que los machos se espanten. Como él es buen fotógrafo, prefiero dejarlo en sus tareas y yo sigo camino en el descenso después de beber unos vasos de agua.

Ahora camino solo durante tal vez un par de kilómetros. Repaso imágenes e impresiones del día, dejo perder mi vista en el paisaje, en el amplio paisaje de Castilla, del centro de esta Iberia, tan reseca en estos días de agosto; y me pierdo en la historia y un poco en su intrahistoria, en ese día a día de todas estas gentes que la pueblan y que la poblaron en los pasados tiempos. Ellos son también Gredos, son macizo hacia el suelo y anhelo hacia los altos de estas sierras; y veo bajar el Tormes casi exhausto por el valle y perderse en la llanura para encontrarse casi mar en el pantano de la Maya o saciando la sed de Salamanca; y sueño con las sierras de Béjar, antesalas de todo este macizo, pero también eternas.

Al cabo de un buen trecho, Eloy y las muchachas del ascenso nos han dado plantón por algún atajo y caminan delante. Son los últimos tramos antes de llegar de nuevo a la plataforma, donde aguarda mi coche y hasta donde llega mi cuerpo fatigado, lento y vacilante.

Todavía hay un ratito para charlar con todas estas chicas, tan risueñas y alegres, tan dogmatizadas desde tan temprana edad, pero que dejan siempre en mí esa duda perenne de lo inútil de su teoría y de lo gratificante de su práctica. Este asunto me llama y me provoca, pero estamos en Gredos y es ya tarde.

El regato desciende con un ruido continuo. La tarde se hace noche. La luz se va apagando. Con el motor en marcha, nos sumergimos en la carretera del valle. Ya nos aguarda Béjar. Yo me llevo de Gredos muchas cosas.

Fotos Eloy Hernández.

Para Manolo Casadiego y Eloy Hernández, que me acompañaron en el camino; y para Jesús Tiedra, que me acompaña otras muchas veces.

1 comentario:

Caminante dijo...

Por lo narrado veo que no parece interesante ir a Gredos en Agosto, parece el mes de la virgen... ¡es el mes de la virgen! la fiesta de la patrona de todos los pueblos de la península y os fuísteis a encontrar con bastantes de sus discípul@s ¡qué pena.. penita, pena! adoctrinar a la gente de pequeño los lleva al fanatismo de adulto salvo que sean rebeldes, cosa harto difícil, al menos escaso.

Ha sido un gusto leerte. Besos: PAQUITA