sábado, 15 de agosto de 2009

GREDOS (III)







Mis amigos Eloy y Manolo habían pensado una ruta que tenía como destino la cresta de los Cuchillares para volver hacia el camino y la ladera de los Barrerones. Seguramente lo habían ideado pensando en mí y en previsión de que no terminara demasiado agotado. Pero alzar la vista y ver majestuoso al Almanzor allí en la cumbre fue todo un desafío. Les obligué a cambiar la ruta y a poner rumbo a la cima. Estábamos en Gredos y la cumbre más alta se presentaba irresistible.

Entre rocas inmensas, bajadas a empujones desde el cielo, bordeando la pequeña corriente que escurría aún de las entrañas de las piedras, fuimos plantando cara a una ascensión tan placentera para el ánimo como sudorosa, ardua, cansada y agotadora al fin para el cuerpo. Cada metro de ascenso era un triunfo y cada parada obligada una mezcla de sorpresa por la nueva perspectiva que se ofrecía a la vista y la dureza de ver la cuesta empinadísima que se venía sobre nuestras cabezas.

Había montañeros en ascenso y montañeros que volvían satisfechos y sudorosos después de haber hecho cumbre. Casi todos me regalaban alguna palabra de ánimo, tal vez porque veían que mi cuerpo andaba ya muy fatigado y que ascendía muy lentamente.
Como a media ladera, comenzaron a sonar unas voces de mujeres jóvenes que parecían mostrar no cansancio sino alegría y casi jolgorio. Aquello suponía para mi cuerpo exhausto casi una provocación. Pronto las vimos cerca de nosotros. Efectivamente, eran jóvenes de unos veinte años que ascendían como cabras monteses y a un paso más propio de un paseo por un parque que de una ascensión por aquel muro de piedra. ¡!!Y venían todas con una falda que les cubría ampliamente las rodillas y casi les llegaba a los tobillos!!! ¡!Allí, en plena sierra, gateando hacia el cielo!! De nuevo la sospecha. Las saludamos y las dejamos subir y abrirnos senda. Ya hablaríamos arriba. Mi cuerpo seguía lento, muy cansado, con la fatiga a cuestas, con el ánimo continuo de Manolo y de Eloy.

En mis anteriores ascensiones, había hecho camino por la Portilla Bermeja, pero hoy lo hacemos por la Portilla del Crampón, por el camino más recto, pero más empinado, por el más costoso, por el más agotador. Comencé controlando un poco el tiempo de subida pero terminé perdiendo la noción y solo me ocupaba de ir ascendiendo unos metros, de descansar un poco y de volver a iniciar la escalada, pues escalada debería ser subir por una escalera que apenas si tenía algún paso en el que apoyar los pies. ¡Cien pasos más y otro descansito!, me animaba Eloy. Y mi cuerpo se animaba a realizar otro nuevo esfuerzo. ¡Venga, que ya llegamos!

!!!Y llegamos al fin!!! Llegamos para dar vista a la vertiente sur que mira la Tiétar, ahora vacío y secano, solo hilera seca en medio de la mole y de la falda. El aire era otro aire. Y el cielo era otro cielo pues las nubes se habían hecho más negras y todo amenazaba lluvia.

Nos quedan unos metros, ahora ya de escalada y de gateo, de subir por los riscos y de encogerse entre las últimas rocas. Dejamos las mochilas para que no estorbaran y solo llevamos la cámara de Eloy. Había que hacer cumbre como fuera. Y yo no sé cómo fue pero la hicimos. ¡!!Hice cumbre en el Almanzor, en Gredos!!! Me sujeté a la cruz que hay allí plantada, giré mi vista en todas direcciones, Eloy me hizo unas fotos y comenzó a llover. ¡!!Lloviendo y en la cumbre de Gredos!!! Aquello me parecía una unción sagrada, como un regalo hermoso de los dioses, como una estampa única, como un placer intenso. Fue muy poco el tiempo que allí estuve pero qué panorama y qué sensaciones tan densas. Todo era perspectiva descendente; allí arriba, solo el cielo, el agua y el aire; lo demás, todo lejos y distante.

Enseguida la vuelta hasta un refugio debajo de una roca. ¡Cómo pude bajar aquellos cincuenta metros, destrepando las rocas! Prefiero no pensarlo. Al cobijo del una roca vi llover mansamente, contemplé cómo se mojaban las mochilas un poco más abajo, oí cantar a aquellas jóvenes que nos habían acompañado un ratito en la escalada una canción de iglesia, me atreví a cantar una estrofa del “Veni, Creator” y por un momento deseé que siguiera lloviendo mucho tiempo. Las muchachas nos informaron de que pertenecían a una agrupación religiosa que se llama Regnum Christi. No era difícil adivinar algo parecido. Hicimos alguna chanza con los rezos, con la vida y con el infierno y las dejamos allí en lo alto mientras nosotros comenzábamos el descenso lentamente.

Manolo y Eloy decidieron que la bajada la hiciéramos por la parte noreste, visitando la Galana y el Ameal de Pablo. ¡Qué feliz ocurrencia! ¿Cómo hubiera yo podido bajar por aquel pedregal inmenso por el que había ascendido tan penosamente? Tenía por bien cierto que el descenso sería más suave por cualquier otra parte. Y qué bien que la práctica me demostrara que tenía razón.

Con precaución y calma, fuimos dando rodeo a la base del pico y fuimos faldeando hacia la Galana. A cada pocos metros me giraba para medir la altura del coloso, de la cumbre y del pico en el que había estado un rato antes. El cielo seguía gris y encapotado. Amenazaba nueva lluvia y dejó caer gotas pero con menos fuerza que en la cumbre. ¡!Había estado allí arriba!! ¡!En aquel picuruto!! ¡!En el mismito cielo!!

Tal vez las tres y media. La Galana. El Ameal de Pablo. Qué coloso de roca casi negra este último muro. A su altura leímos y recordamos a Unamuno, ese ser egotista, amante de las cumbres, que había subido a Gredos, exactamente hasta aquel punto, para sentir la entraña de su España, el ideal sublime y quijotesco, sus ansias infinitas de inmortalidad. Yo me sentí un poquito también Unamuno pues acaso algunas de mis comezones íntimas no andan lejanas de las suyas. Algunas, que no todas.

Comimos compartiendo lo que había en nuestras mochilas, mirando a todo el circo, y viéndolo de frente, porque la altura así nos lo mostraba. El frío de la lluvia me dejó tiritando pero mi cuerpo agradeció el descanso. Había dormido muy pocas horas la noche antes y mi cuerpo no estaba para bailes.

N.B. Fotos de Gredos II y III de Eloy Hernández.