lunes, 24 de agosto de 2009

¿DERECHO NATRUAL O DERECHO POSITIVO?

“Al que tiene en mayor estima a un amigo que a su propia patria no lo considero digno de nada.” Son palabras de Creonte en la obra de Esquilo “Antígona”. Así se las gasta el tirano. Y así se las gastan algunos que tienen una concepción de la patria que acongoja.

Antígona, la heroína, llevada por el amor a su hermano Polinices, se salta a la torera las leyes positivas y se somete a otras de carácter sobrehumano: “No fue Zeus el que las ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno.”

Tradicionalmente, Antígona se ha llevado todas las simpatías. Pienso que, sin embargo, repasando fríamente, el asunto no se puede despachar de un plumazo. Es verdad que las normas, dictadas por un tirano, pierden toda virtualidad y defensa, pero lo que aquí se dilucida es algo un poco más denso, creo: nada menos que el enfrentamiento entre derecho positivo y derecho natural. Menudo papelón. La disputa es vieja, casi eterna, y dura hasta nuestros días. Hay juristas que no se apean del derecho natural y otros procuran ignorarlo para dar empuje al derecho positivo, nacido de la razón y del consenso de los hombres. Desde ahí, los usos pueden ser tan diversos y disparatados, que hay que tener ojo con lo que se hace. A las religiones, por ejemplo, les interesa sobremanera la primacía del derecho natural. Es su forma de asirse con fuerza a un creador exterior, que se sitúa por encima de la razón y que deja la creación y la interpretación de la cosas a juicio de los sátrapas correspondientes. De ahí al abuso social y político hay menos de un paso.

Parece, no obstante, que una postura prudente es la de reconocer que no toda la realidad se puede someter a las leyes escritas, y que, además, la interpretación de estas leyes escritas también se somete al abuso de interpretación que de ellas hacen los poderosos a través de sus legiones de abogados. La vida es algo más que los preceptos, es más rica, es más amplia, es más densa, es menos fría, es más variada.
Pero negarse el hombre a perseguirla con la razón y con el razonamiento y el consenso es rendirse y presentar bandera blanca ante el enemigo de la mente, de la convivencia y de los avances sociales.

He pasado unos ratos esta tarde, escondido en la bodega de mi cuñada Julia, huyendo de los calores sofocantes y al fresquito, en las páginas de Antígona y en las consideraciones de lo que puede representar el derecho positivo y el derecho natural. Y no sé si no me he calentado aún más la cabeza, porque no me resulta el asunto nada sencillo, sobre todo cuando intento imaginar la práctica. Y juro que lo repaso con frecuencia.

Fijar en la mente de cada individuo unas normas generales de conducta, que acaso estén más diluidas que los preceptos particulares y cuyo asentamiento mental no es fácil de rastrear termina por resultar de lo menos negativo. Tal vez por eso Antígona replica en cierto momento: “Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino para el amor.” Y el propio hijo de Creonte, Hemón, le espeta a su padre: “Tú gobernarías bien, en solitario, en un país desierto.”.

Antígona nos enseña el valor de la misericordia y de la compasión, la necesidad vital de dar gusto al corazón por encima de cualquier norma positiva, y el sentimiento del deber cumplido, aunque haya que arrostrar consecuencias fatales para el que actúa.

El Corifeo termina con estas palabras: “La cordura es con mucho el primer paso de la felicidad.” Para los que, por vía negativa y por exclusión, terminamos por creer solo en el sentido común y en la buena voluntad, estas palabras nos sirven de consuelo.

No hay comentarios: