Pasé ayer el día con buena parte de mis hermanos en la casa que Leopoldo tiene en el pueblecito de Valdemierque, cerca de Cuatro Calzadas. Había empeño por parte de algunos en volver a reunirnos sencillamente para sentir la proximidad de los familiares y para tratar de dar continuidad a esa relación después del fallecimiento de mi madre.
Pertenecer a una familia numerosa tiene ventajas e inconvenientes muy claros. Se manifiestan enseguida en estas reuniones. Es muy difícil conseguir que acudan todos, incluso en estas fechas veraniegas, se notan las relaciones más fluidas y también las más espesas… Pero también se eliminan las barreras que uno podría pensar que se han ido creando por razones diversas: distancias, preferencias, formación… Termina siendo todo esto un pequeño museo en el que se exponen cuadros muy distintos.
Pero me gusta el conjunto, a pesar de todos los pesares. Sigo pensando que, por encima de todo, la relación familiar es una de las tramas más inmediatas, y que puedes acudir a su apoyo sin mirar demasiado las razones. Cultivar lo que se tiene más cerca, en lo físico y en lo afectivo, no me parece mal camino. Conozco a demasiada gente que dedica -me parece- demasiadas complacencias con personas o personajes alejados en el espacio y en el tiempo y, en cambio, pone demasiados reparos a todos aquellos que andan por ahí cerca. Creo que no es ni natural ni justo. Al fin y al cabo, el ser humano se conforma cada día y cada hora con los seres de al lado: con la familia, con los vecinos, con los amigos, con los compañeros de trabajo.
Y reivindico a la vez la necesidad de la abstracción, de la soledad, del nivel en el que el ser humano quiere perderse en sí mismo o quiere hacerlo mentalmente en compañía de aquellos otros que, por las razones que sea, le aportan más elementos de reflexión o de complacencia, o acaso de vanidad. Si en este nivel aparece alguna de las personas más próximas, miel sobre hojuelas y, sin atosigar, a no desaprovechar todas sus posibilidades.
Una familia es una suma de posibilidades que da un conjunto heterogéneo, pero que se mantiene en una trama de lazos invisibles pero consistentes. Alcanzar un grado de confianza en ella no implica tener que ir rompiendo barreras hasta conseguir asentarte en el bienestar. La relación familiar da por allanado el camino desde el primer momento y promueve un intercambio inmediato. Nunca he entendido toda esa relación de tópicos que dan por hecha la mala comunicación entre familiares o que suponen que no hay mayor careta que la de los familiares en Navidad. Sí creo, en cambio, que no se deben forzar demasiado las cosas cuando el sustrato en el que cada uno se asienta es muy distinto. La buena voluntad y el sentido común vuelven a cobrar una función importante.
En la reunión de ayer se me alargaba el tiempo pues sentía la presencia de mi madre, como causa inmediata, a pesar de que ya se han cumplido tres meses y medio desde su fallecimiento, veía la presencia de mis hermanos y echaba de menos la asistencia de mi nieta, de esa niña que me hace visualizar la continuación en el tiempo de toda una familia. Así que recordé, sentí, charlé, comí, reí, canté, toqué al tamboril y hasta hice amagos gestuales de tocar la gaita. Dejé correr el tiempo sanamente, me sentí acompañado por los que creo que me quieren y me pueden ayudar, creo que les hice sentir la misma sensación y agoté los recuerdos de todos los más próximos.
Que sí, coño, que sí, que la familia, sea cual sea y en las condiciones que sea, merece la pena. Sin atosigar y sin ñoñerías, pero sin buscar el rechazo de lo que por naturaleza anda un poquito más junto. Vale.
lunes, 3 de agosto de 2009
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