viernes, 25 de enero de 2008

LA LEY Y LA VIDA

Las relaciones humanas se mueven en niveles diversos y establecer una buena comunicación no resulta sencillo, ni en el plano teórico ni en el de la buena voluntad, que tendría que cubrir las deficiencias de la propia teoría. Cuando intercambiamos información lo solemos hacer con unos niveles de seguridad que casi nunca responden a la realidad. Y hay apartados en los que esto se cumple con más claridad. Es, creo, el caso del mundo de la justicia, tan de moda estos días y siempre. Me parece que el ser humano, para su bien y para su mal, no ha sido capaz -ni está en el horizonte que lo consiga- de someter la vida al papel, de regular todas las actividades y manifestaciones en artículos y versículos. Por eso las divergencias y las interpretaciones. Y por eso la necesidad ineludible de la buena voluntad para cubrir huecos y goteras.
Pero, a pesar de todo, existen leyes. Y, es más, tengo para mí que la derecha social se agarra a ellas más que los demás, sobre todo porque puede pagarse toda una legión de abogados que defiendan su interpretación y sus intereses. De hecho, buena parte de sus vástagos se embarcan en el estudio de las leyes y en oposiciones civiles que los colocan en buenos puestos de los que presumen ya para siempre. Otra cosa es la práctica social y la exigencia que hacen de las mismas. Cuando les conviene socialmente, dan por buenas las suposiciones, y, cuando andan en la práctica jurídica, defienden la necesidad de que solo sirve lo probado con uñas y dientes. O sea, siempre cerca del beneficio personal.
Habría que recordarles a estos profesionales del código que existen niveles bien diferentes, al menos en estos tres peldaños: a) Lo que se cree saber; b) Lo que realmente se sabe; c) Lo que se puede demostrar de lo que se sabe. En tribunales solo sirve el tercero de estos niveles, no los primeros. En los primeros se mueven los periodistas, que viven de la conjetura y del morbo -algunos periódicos son amarillos de la primera a la última página, y qué bien les va-, y la opinión pública, tan maleable desde los medios de comunicación. Un buen dirigente social tendría que aspirar a templar gaitas y a no excitar a las masas más de lo necesario y, desde luego, desde el abecé del derecho, ese que dicen defender y del que sacan tan buenos beneficios.
Aplicar esta reflexión al asunto de la ilegalización de cualquier partido político -asunto realmente espinoso y discutible en una democracia- significaría huir de la demagogia y del aplauso fácil que tanto se ve estos días. El nivel jurídico es el que es, con sus deficiencias estructurales, y las cosas no son lo que queremos que sean sino lo que realmente son.
Asunto bien diferente es el del uso electoral que se haga o se promueva desde la actividad jurídica. Parece mentira que yo tenga que escribir estas líneas, siendo así que apenas creo de verdad solo en el sentido común y en la buena voluntad como motores de la vida. Ay, juristas sesudos. O acaso aprovechados al uso.

2 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Vuelvo a tu reflexión “¿POR QUÉ NO SE VAN?” de la semana pasada en la que señalabas que la presencia de la derecha en política no tiene razón lógica de ser.
Algunos dicen que eso de derechas y de izquierdas es un debate trasnochado, pues las diferencias entre los de un lado y los de otro no son sustanciales. Y es verdad que a veces los diferentes gobiernos se ven con poco margen de maniobra para aplicar unas políticas u otras: es seguro que la bonanza económica de los últimos años y la crisis que ahora se barrunta hubieran sido las mismas con gobiernos de uno u otro color, a pesar de la leña con que algunos ahora están atizando el fuego.
Pero en otros planos de la actuación política claro que hay diferencias. Y hay diferencias de actuación porque los planteamientos teóricos son diametralmente opuestos. Por ello, estoy contigo en lo de la incongruencia de la actuación política de la derecha. Pero voy más allá: no sólo en política; tampoco en otros ámbitos de la vida, a no ser que se parta del principio de que “a mí sólo me interesa lo mío”. En consecuencia, la misma existencia de la derecha como tal me parece que entra en el territorio de lo amoral, al menos en el nivel de la teoría.
La derecha defiende -a capa y espada- algunos derechos individuales, pero son derechos que se escriben con minúscula, porque le resulta difícil alzar la vista más allá del propio yo, de la propia familia, de la propia nación o de la propia cultura. “Cada uno a lo suyo” es el lema que –a mi entender- define y defiende el pensamiento de derechas.
Por el contrario, el pensamiento de izquierdas–al menos en principio- creo que alcanza con la mirada hasta más lejos. Tanto es así, que con frecuencia sus teorizaciones llegan más allá del horizonte, y entran en el inseguro campo de la utopía: desde la hermandad del cristianismo hasta la sociedad igualitaria del marxismo. Es verdad que uno está arruinado y el otro prostituido, pero no es verdad que sus utopías hayan resultado estériles: la semana de cuarenta horas, las vacaciones de un mes, el derecho a la huelga y otros derechos de los trabajadores son logros de alguna utopía inconclusa.
Un ejemplo claro de lo diferentes que son una y otra política es su actitud ante el terrorismo : la derecha española alza la voz más que nadie –aunque no lo siente más que el resto de ciudadanos- ante los ataques que sufrimos en nuestro país: tanto, que defiende excluir de la vida pública a quienes no lo condenan. Sin embargo, no tiene ningún empacho en justificar, en apoyar y en defender la práctica generalizada del terror en otros países. Ya son ciento cincuenta mil los civiles iraquíes muertos desde que comenzó el terror de aquella guerra insensata, caprichosa y repugnante. La vida de un español es mu valiosa; pero, ¿cuánto vale para la derecha la de un iraquí?
Y es que aunque en la teoría muchos coincidimos, luego viene la práctica y a todos nos pone a ras de tierra. Y si no, piénsese en lo que les sucede a los socialistas: a pesar de que ninguno de los responsables se encuentre ahora gobernando, muchos españoles todavía no les perdonan aquellos descomunales casos de corrupción de gobiernos anteriores. Sin embargo, esos mismos españoles votarán a favor de listas llenas de nombres que alentaron y defendieron los bombardeos sobre los ciudadanos de un país en el que -todos lo sabíamos- no había terroristas ni armas de destrucción masiva.
Ante la urna a veces tienes que escoger entre la bolsa o la vida.

Antonio Gutiérrez Turrión dijo...

No sabes en qué medida estoy de acuerdo con lo que dices. Por cierto, echo de menos tus comentarios sabrosos, que me gustarían más frecuentes. Es esta una ventana común de la que yo no soy más que el que la abre cada día.