jueves, 31 de enero de 2008

NINGÚN LEGADO SEGURO

En la vida ya me ha tocado pasar por un buen puñado de oficios. Mi lucha con el tiempo es ya larga y el viento ha sonado en muy diversas direcciones. Pero hay tres opciones que destacan sobre todas las demás. Son las de esposo, padre y profesor. La primera es una línea que sigue rayando papel y que se desenvuelve con cierto vigor a pesar de lo largo del camino. La segunda se estira y se distancia,con los hijos rodando por el mundo, aunque siempre en la memoria y menos veces de las que desearía en la presencia. La tercera es de uso y roce diario y es en ella en la que -creo que es de justicia reconocerlo- va uno dejando más surcos y sudores.
A mis más allegados me gustaría ponerlos un poco en guardia para que no se fíen del todo de mí mismo. En los tres sacos he procurado -y sigo procurando- dejar alguna semilla que florecerá y dará frutos en cualquier día cercano o lejano. Siempre he procurado que esa semilla fuera la mejor, pero era sencillamente porque no conocía otra más selecta y fructífera y porque pensaba que también esa era para mí la mejor.
Deberían tener en cuenta, no obstante, que aquello que yo consideraba lo mejor estaba y está expuesto a mil variables que tienen como referente mi propia persona, mi persona que no es ni tiene que ser la de los demás. Como además yo vivo en el territorio de la duda, no sé si acaso lo único que yo puedo transmitir es también el mundo de la duda, los múltiples perfiles, la necesidad de no levantar demasiado la cabeza del suelo pues pienso enseguida en lo poco que le pesa el pensamiento a quien tanto la levanta.
Y hay otra variable que me preocupa. Mi duda me lleva a corregirme siempre, a borrarme y a reescribirme, a descubrirme de nuevo con perfiles distintos, a palparme dudoso, a amanecer con nubes, a mirarme y remirarme siempre un poco desconcertado e inseguro. ¿Cómo puedo entonces transmitir seguridad si no la tengo? ¿Qué escala de valores, si no es la de la duda, puedo enseñar y poner como modelo? ¿A qué se pueden agarrar de mis palabras y de mi persona? Difícilmente podré yo transmitir otra cosa que la idea de desconfiar de sí mismo, de estar siempre un poco alerta, de realitvizar la vida. Y, por ello, de hallar también el gozo en cualquier cosa, de no esperar demasiado de lo que no da agua, de saciarse con todo, de pensar que nada hay superior al hecho de ser hombre, que al fin y al cabo todo es mirar a la vida cara a cara, conscientes de lo poco que valemos, de lo mucho que podemos amar y de lo infinito que podemos anhelar.
No tengo capacidad para prestar a mis hijos, a mi mujer y a mis alumnos otra cosa que mi certeza en la duda, mi poquedad en todo y mi cierta beatitud ante la vida. De nuevo las palabras: el sentido común y la buena voluntad como elementos de juicio y de comportamiento. En fin, ya veis, no hay otra cosa. Qué le vamos a hacer.

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