martes, 1 de enero de 2008

AÑO NUEVO



Cualquier hora es temprana para levantarse en este primer día del año. Seguramente es este el día más pequeño pues buena parte de su luz se ve velada por el sueño de los trasnochadores. Es como si quisiéramos comenzar negándonos al sol y a la luz, en una carrera desenfrenada en la que precisamente caminamos hacia el triunfo de esa luz.
Cuando eran un poco más de la nueve, el día andaba ensayando guiños desde lo alto de la montaña, entre unas nubes grises que casi negaban sus rayos. Desde allí, desde la montaña, han sacado a su manera el día del abismo y lo han puesto a lucir en todo el valle. Lentamente, a mi terraza han ido llegando los rayos que aclaraban las calles y las casas, el río y los paisajes. Por el Puente Viejo he conseguido ver sin ruedas el asfalto, y las aceras se estiraban solitarias calle arriba y calle abajo, sin paseantes. El silencio era un poco más denso y solitario.
Me gusta imaginar, también para estos casos, otras formas de celebrar esto que llamamos Noche Vieja. El tópico mostrenco nos lleva a los ruidos, a las aglomeraciones y a los matasuegras, como si el mundo se redujera a imbéciles sin cuento. !Y hay tanto por ahí con otros pensamientos...! Pienso, por ejemplo, en gentes solitarias, ajenas al bullicio y a los ruidos, serenas por naturaleza o por obligación; pienso en tantas personas como esa noche sencillamente trabajan para que otras digan que se divierten o algo así; pienso en las personas que poco o nada se dan por aludidas en esto del cambio de año; reconozco a los que sufren y no pueden estar; entiendo a los que están pero no quieren estar; me siento solidario con todos los que ven estas horas con otros ojos y recrean imágenes diferentes.
Desde hace bastantes años cultivo una costumbre que me convierte en raro, una vez más. Cuando los relojes oficiales han dado las campanadas, cuando los vinos y los parabienes han saludado el nuevo año, cuando tanta gente anda pensando en dejar sus hogares y en comenzar el bullicio de luces y de fiestas, me abrigo y me sumergo en lo oscuro de la noche, desciendo por Olivillas, me acerco hasta la Fuente de Doña Elisa, me quedo contemplando las estrellas, les pregunto por su condición de espectadoras del paso del tiempo, me sonríen burlonas y cómplices, como diciendo "otra vez aquí", paseo por la carretera entre el brillo de las farolas, la oscuridad del cielo y el ruido que crece allá a lo lejos en las calles de la ciudad... Y pienso. Pienso en el paso del tiempo, me sonrío burlonamente de algunas cosas, me siento nada en medio de la noche, doy gracias por seguir viviendo, me reconozco en medio de tanta gente, desconocido y solo casi siempre, y lentamente vuelvo al bullicio de las calles para recogerme con la compañía de la familia que tengo más cerca. Cuando paseo de nuevo por las calles, todo me devuelve a lo grosero, a lo mostrenco, a lo repetido, a lo vulgar, a los excesos, a lo que menos me llama.
Esta mañana me he levantado con el silencio puesto en el paisaje, he mirado a lo lejos; enfrente, como siempre, la montaña, sus faldas y sus lomas, como cada día, como cada hora. Mis primeros minutos han sido, como cada día, para estirar mis músculos, después me he detenido en la lectura de páginas de los diarios de Miguel Torga, un portugués auténtico de no hace muchos años; un breve desayuno y estas líneas de saludo al nuevo año. Lentamente, empiezo a percibir ruidos diarios. El día, el primer día de este año, aunque muy lentamente, se despereza y echa a andar. También yo con él. Y todos vosotros. Que el camino sea leve y sus huellas gozosas.

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