Era en tiempos un joven que vivía
ignorándose siempre. Cada tarde
fraguaba un mundo nuevo en sus deseos.
El campo se agrandaba y en el cuadro
no era más que un sencillo figurante.
Todo era acción, exceso, desvarío.
Pero creció el guión y fue llamado
a un papel principal en la película:
decisiones complejas, hechos, hijos,
algunos formularios personales;
en fin, los requisitos
de la vida diaria.
Fue en aquellos momentos
cuando desde lo hondo del espejo
fue creciendo una imagen solitaria,
con nombres y apellidos, con arrugas
en medio de la frente y en las manos.
Si antes vivía, ahora
se veía vivir: había perdido
la sacrosanta gracia de ignorarse.
Y el tiempo cuajó días y momentos
sujetos a sus ritmos. Los espacios
adquirieron medidas razonables.
Todo pesaba denso y gravitaba
en la esencia feliz de la memoria.
jueves, 10 de enero de 2008
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