sábado, 26 de enero de 2008
QUE EN EL MUNDO HAN SIDO
Alguna vez he utilizado este título, no sé muy bien para qué, que recuerda aquellas palabras del clásico agustino. Y es que cada día me resultan más evidentes. Sobre todo porque tengo el privilegio de gozarlas en mis carnes, de ver cómo me resbalan por la cara y por el pecho, de notar cómo me traspasan el cuerpo. Y no exagero, de verdad.
Otra vez nos hemos echado al camino esta mañana. Un poco de helada y algo de frío al principio, pero pronto el sol se ha asomado a lo alto de la sierra y nos ha venido a dar certeza de que el día iba a ser como esperábamos y presentíamos. De manera que, de nuevo con Trucho y con Manolo -cuánto les voy debiendo a estos dos buenos colegas-, hemos puesto pie sobre pie y nos hemos plantado en La Calzada, en Horcajo (hasta aquí, para ser exactos, rueda sobre rueda), en una buena pista que acompaña el lento discurrir del río Sangusín, en la primera tumba excavada en la roca, en otras más alejadas, en un hermosísimo molino restaurado, otra vez en el pueblo de Horcajo, en Navalmoral y en una última tumba rocosa, puesta a mirar al sol por casi toda una eternidad. Hemos hecho lo que se podría llamar la ruta de las tumbas y hemos admirado imaginativamente el trabajo lento de los canteros oradando las rocas hasta dejar para el pudiente un descanso mirando al sol, en un alto y en situación de ara permanente. Seguramente habrá esparcidas por ahí muchas más; nosotros hemos contemplado cuatro, dos aisladas y una doble, como si de una habitación doble en hotel pertpetuo se tratara, seguramente para matrimonio pues una de ellas es más grande que la otra. Son muestra de poblaciones dispersas que tienen que haber existido por estos pagos en épocas muy antiguas, de las que no se tienen otros vestigios salvo estos. No sé si la Vía de la Plata tendrá algo que ver con estos seguros asentamientos o qué posible explicación pueden tener.
Pero la mañana ha sido, como cada sábado que nos echamos al camino, mucho más; ha sido sana conversación, han sido fotos, ha sido una comida casi opípara (hornazo, queso, morcilla, carne, torreznos, -Manolo Casadiego, hoy te has pasado-, vino..., y todo bajo el sol hermosísimo y tibio de estos días de enero, ha sido la constatación de que la naturaleza ya empieza a dar muestras de vida (algún fresno está ya para estallar), ha sido el río lento pero seguro en su progreso hacia el Cuerpo de Hombre y hacia el Alagón, ha sido la enorme fresneda que abriga al valle del Sangusín, ha sido la bruma, y han sido los sentimientos personales, como siempre, de la infinitud y de la nada, de lo inmenso y de lo pequeño, de lo racional y de lo sentimental. Y el deseo y la promesa de no tardar en volver.
"Qué descansada vida
la del que huye..."
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