sábado, 5 de enero de 2008

UN REGALO DE REYES



Pues dicho y hecho, que me regalé un paseo. O mejor, se lo regalé a Manolo Casadiego y él me lo regaló a mí. "¿Hacia dónde tiramos?" "Naturalmente, hacia donde tú digas, que eres el técnico." "El cielo está encapotado y amenaza un poco de lluvia. Por si acaso, iremos hacia la Centena y por allí ya veremos". "De acuerdo, y no se hable más."
Y salimos un pie tras el otro y una palabra detrás de la anterior, sin rumbo definido aunque con un fin bien perseguido: pasar la mañana en el campo, al lado de la naturaleza. Santana nos aguardaba gris y plomiza. "Qué buenos perfiles para el paseo y para las fotos tiene este paseo en primavera", me comenta Manolo. "Pues no te quiero ni contar lo utilizado que está en otoño por tanta gente que se llega hasta aquí dando un simple paseo." Hoy la fuente se oye en la soledad del paraje. Nadie la contempla salvo nosotros.
Cuando llegamos a La Centena, reposamos la vista sobre el paisaje bejarano, sobre esta extensa lanzadera que es la ciudad, desde Picozos hasta Palomares, subida en este cerro oblongo y bordeada por las depresiones del río y de las huertas. Y me vino a la memoria la hermosa leyenda de Los Hombres de Musgo, escondidos allí mismo, en aquellos parajes, pendientes del momento oportuno para el asalto a la ciudad, vestidos con trajes naturales mohosos y mimetizados en el color verde de todo el paisaje. Son estas las leyendas que adormecen el discurrir diario de tantos pueblos y de tantas comunidades, necesitados acaso de algún agarradero difuso con el que seguir soñando. Qué falsedad histórica y qué hermosa la leyenda. Y, en ese fondo difuso e inconsistente, siempre los enfrentamientos, la pelea, las religiones, los enemigos, las conquistas, los poderosos y los vencidos. "De todas las historias de la Historia, la más triste, sin duda..." Ahora andamos empeñados en hacer la fiesta del Corpus (otra que tal baila) de interés regional o nacional, y no la entenderíamos sin el acompañamiento de estos hombres achaparrados y tambaleantes que salieron (adónde coños irían) de estos parajes para dejar la ciudad bajo el nombre de los cristianos. Vaya por Dios.
Pero el paseo continuó y nos llevó, por un sendero estrecho y húmedo, hasta el famoso cedro centenario que señorea en la ladera umbrosa del monte. Este sí que es testigo histórico de idas y venidas, de gozos y de sinsabores, de amores y de desamores, suma y recuelo de andanzas químicas que se han quedado ancladas en el suelo para que nosotros las contemplemos y midamos nuestras fuerzas y nuestras dimensiones. Qué pequeños y qué limitados en todo. Anda que no ha chupado este -que diría un castizo- nevadas y ventiscas, noches oscuras y claros de luna, calores y fríos, besos y caricias, reproches y malos modos. Pues ahí sigue, impasible y altivo, viendo pasar el tiempo. Y no es la calle de Alcalá. Ni falta que hace. Dicen que hacen falta veinte brazos para poder abarcar su tronco. Tal vez. Nosotros lo miramos y nos lo llevamos en la cámara y en la mente.
Después, camino y más camino. Todo en un vergel de hojas de roble y de castaño, rendidas ya ante la humedad y a punto de disolverse en el suelo y de tornarse suelo ellas también. Por aquí se rodaron algunas escenas de la película El Bosque Animado. Esto es el bosque animado, con sus brumas, con sus apariencias de sonidos, con la niebla apuntando en este día gris, con los árboles apuntando al cielo y ahora desnudos. El camino a veces se bifurca y apunta a distintos lugares. El campo es todo para todos.
Nosotros nos acercamos a la Fuente de la Señora, adivinamos la Fuente de la Teja, bebimos agua en varios manantiales, atravesamos por dos veces el Regato de Los Horquitos (a ver quién me desentraña esta etimología) y desembocamos en la Finca de La Francesa. Desde allí se afila una extraordinaria perspectiva de la ciudad de Béjar allá a lo lejos, una vertical de Peña Negra, que se nos viene encima, y otra más amplia que apunta hacia la Peña de Francia. Buen sitio para reponer fuerzas. Por qué no. Vamos a ello. Recreo para el estómago y más para la vista. Tenemos ahora enfrente de nosotros el nuevo viaducto que se construye para la autovía y comprobamos que avanza a marchas forzadas pues ya sus pilares se alzan majestuosos sobre el río.
Pero hay que seguir. Y seguimos. En descenso hacia la vetusta vía del tren y hacia la carretera. Pronto nos desviamos por el camino del Rosal, que nos deja en la base de la Ruta de las Fábricas en sentido oeste-este y a los pies de la muralla más antigua de la ciudad. Del recorrido a la orilla del río ya he hablado en otras ocasiones y no quiero repetir sensaciones. Hoy el río lleva poca agua, pero sigue agotándose en el movimiento de turbinas por aquí y por allí.
Cuando iniciamos el ascenso por la calle Nogalera, nuestro paseo llega a su fin. Ahora nos esperan los Reyes Magos. A mí me pareció verlos por las laderas de la montaña. Al menos a mí me dejaron el mejor regalo en el camino. Quizás les quede algo perdido en las alforjas. Mi ilusión ya está cumplida. Vale.

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