miércoles, 9 de enero de 2008

PERO NO LA DISTANCIA

Me pregunto, cada vez con más frecuencia, cuál es la función que desempeño en este mundo, sobre todo en lo que a la relación con los demás se refiere. A la realidad inevitable de los otros a mi lado y de mí mismo al lado suyo, se suman mis momentos frecuentes en los que constato lo apartado que ando de las costumbres, de los gustos y de los valores que mantienen en pie a esta sociedad. De modo que, tanto como necesito la presencia de los demás, necesito a la vez la soledad y compruebo, para mi desgracia, lo lejos que me hallo de tantas prácticas. La soledad la busco con frecuencia, pero no la distancia de ideas de los demás; esta no solo no la busco sino que me gustaría que no existiera para sentir cercanos los arañazos de los otros, las palabras de los otros, las acciones de los otros. Pero no puedo traicionarme y constato día a día que la distancia que me separa es demasiado grande, y hasta pienso que crece a cada hora. Mi hambre no es de fama ni de prebendas públicas, creo que no; a estas alturas me sentiría ya un fracasado si anduviera en esas conquistas que ya nunca podrán ser (ni falta que hace), y no porque a cualquiera le amargue un dulce sino por la imposibilidad y por la constatación de lo fútil e inconstante de todo esto.
¿Qué me queda, pues? Tal vez el refugio en mí mismo y en mis pequeñas cosas, en mi pensamiento y en mis acciones personales. Pero me sangra la herida pública. Me duele lo que veo, lo que leo y lo que siento. Nihil mihi alienum puto. Qué le voy a hacer.
Así las cosas, la solución está difícil porque no quiero ser ni un eremita que convive en el mundo, ni un fisgón al que, por contra, le gustan los ratos de soledad.
De nuevo me instalo en la duda y en ella vivo y hasta intento convivir.

Yo he de coger la rosa esta mañana
sin saber si me ofrece su perfume
o solo me refugio en las espinas.

Tengo un huerto plantado de unas flores
que esperan otras manos y otros ojos.
Voy a abrir la cancela. Los caminos
apuntan a mi huerto todos ellos.

Ven conmigo y podemos los rosales,
cojamos las manzanas, desbrocemos
de hierba los senderos. No me niegues
tus manos y la fuerza de tus besos.

Será más dulce el sol, más azulado,
tendrán sentido el tiempo y el espacio,
nada será ya ciego y solitario.

2 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Como sin quererlo relacioné dos entradas de tu blog, ambas recientes, una dedicada a la familia cristiana, y la otra a la lista de los cien españoles más influyentes. La primera concordancia que me saltó fue la de Rouco, presente en ambas.
No es Rouco persona que se arredre: tiene carácter, es ambicioso de poder personal y da la batalla sin reserva en los campos que le interesan. Tampoco rehúye el protagonismo.
En dos actuaciones estelares suyas ha tratado el tema de la familia, en ambas con el Gobierno de España como trasfondo. Él ha sido quien promovió, lideró y personalizó la reciente concentración en defensa de la familia cristiana: no se recató en mal-decir al Gobierno socialista como promotor de contubernios “contra natura” en el ámbito familiar.
Su otra actuación es bastante más lejana: hay que retrotraerse hasta septiembre de 2002. Rouco presidía la ceremonia religiosa en que contraía matrimonio la hija de José María Aznar. Era en el Escorial, y allí se encontraba el Gobierno de España en pleno, junto a los cien, los doscientos, los trescientos españoles más influyentes. No es difícil recordar detalles –para eso están las hemerotecas digitales-. Así informaba “El Mundo”, y cito textualmente, aunque los paréntesis son míos: “De los representantes de los medios de comunicación destacó… (y viene una larga lista). Del mundo empresarial no faltaron… (otra lista más larga, y continúa:) Hubo pocos representantes del mundo de la cultura, entre ellos, Raphael y Julio Iglesias; José Luis Garci; Eduardo Arroyo; Mario Vargas Llosa y Fernando Sánchez Dragó, y la actriz Tina Sáinz”. Vamos, que Aznar se rodeó allí de la flor y nata de la creación, el pensamiento y la ciencia internacional.
En tu entrada sobre la lista de los cien, hablabas de Pedro J. Ramírez y Exuperancia Rapú. En la boda se encontraba Pedro J. -acompañado de su cristiana esposa-, pero sin Exuperancia, que no había sido invitada. Porque las mujeres invitadas a aquella boda eran de otra clase. Me llamó poderosamente la atención un grupo de ellas, todas galanas y lozanas, todas jóvenes –alguna casi muchacha-, cristianas y “naturales” esposas de hombres bien maduros -alguno viejo casi carcamal-, todos ellos de la lista de los cien y forrados de billetes. No recuerdo haber visto nunca en una ceremonia católico-religiosa tanta mujer de esta clase por metro cuadrado. Pero allí estaban ellas, en el monasterio desde el que Felipe II gobernaba el mundo, en la basílica en que los reyes de España dan sepultura a los primogénitos de su estirpe, en el templo escogido por Aznar para instaurar su dinastía: la china Wendy Deng acompañaba a su esposo Rupert Murdohc, 38 años más viejo; Elena Cué a Alberto Cortina (un marido 26 años mayor); Nuria González iba con Fernando Fernández Tapias (30 años más); una veinteañera anónima era la acompañante-no esposa del cincuentón Flavio Briatore…
Y Rouco hablaba y a todos bendecía. Bendecía al Gobierno del PP allí presente en pleno, y bendecía a todas aquellas familias, porque toda familia cristiana se cimenta en el amor y tiene su fundamento en una relación “natural”. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Antonio Gutiérrez Turrión dijo...

Nada que añadir a tu extraordinario comentario. Solo asentir y decir Amén. Un abrazo.