miércoles, 23 de enero de 2008

C´EST LA VIE

Tengo una profesión cuando menos desconcertante. Esto de educar jóvenes abarca tantas variables, y casi todas tan interesantes... Pero algunas, sin embargo, con las que me estrello día a día no lo son tanto. Se trata de la evaluación de sus aprendizajes y de los contrastes que observo entre mis colegas, o al menos entre varios (¿pocos, muchos?) de los que trabajan conmigo, a la hora de encararla. Existe la costumbre -me parece sana pero ya no sé si debo decirlo- de evaluar sus conocimientos y sus actividades. Parece que en un proceso de aprendizaje es elemental. Cuando los datos se someten al análisis, por si hubiera alguna sugerencia que hacer o alguna variable que corregir, se levanta un torbellino que asusta más que una tormenta de arena. Cuando no se niega la bondad del análisis -de cualquier análisis-, se reduce todo a repetir que el alumno es vago, que sus capacidades son escásas y que muchos no debían estar en el nivel educativo en el que se encuentran. Como si eso fuera algún análisis. No hay más variantes que las del alumno y todas son negativas. De este modo, las proposiciones de cambio son siempre las mismas: que cambie la actitud del alumno y mejorará su rendimiento.
Naturalmente, a mí me parece que esto es simplificar de una manera muy sospechosa ese mundo, porque, por más que la variable alumno sea fundamental, las otras partes implicadas (padres, administración, sociedad y profesorado) no dejan de resultar importantes. Como, en la práctica, si un alumno "sale bueno", por mucho que se empeñen las otras partes va a tirar para adelante, y si no funciona, los demás lo van a tener complicado, los colegas reduccionistas se encuentran como pez en el agua defendiendo sus pobres tesis.
El profesor es una parte importante, y un tanto por ciento depende de él, en su transimisón de conocimientos, en sus transmisión de valores, en la motivación.... Negarse a su propia evaluación significa empobrecerse y anquilosarse, reducirse a una máquina que transmite conocimientos y hacerse un elemento prescindible en el sistema. Y no hay tal.
Creo que en este tema, como en todos, aparece pronto una ideología determinada según lo que defiende cada uno. Y es verdad que el profesor es el camarero y, como tal, no es el primero que deba reivindicar la calidad del filete, pero de ahí a retirarse del restaurante media un abismo.
De modo que en estas andamos. En esas hemos andado esta tarde. O sea, como siempre, como cada día y como en cada hora. C´est la vie.

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