martes, 15 de enero de 2008

LA FE DE LO PERENNE




La idea, como siempre, me la ha dado la vida; la imagen me la ha prestado Alfonso Rodríguez: en la figura de El Pensador y un cualquiera sentado frente a un ordenador se resume toda la cultura humana. Desde que el ser humano se bajó del árbol y pudo oponer su dedo más gordo a todos los demás, se irguió y empezó a mirar de frente, todo se le ha ido en asombrarse por no saber dar cuenta de qué coños hace aquí ni qué sentido tienen sus acciones. Uno visualiza a un simio con la mano apoyada en la rodilla y en su frente, y a un humano en posición similar, y no sabe con cuál quedarse.
¿Qué hace en realidad el ser humano?, ¿qué busca realmente?, y, sobre todo, ¿qué encuentra? Salvo ideas de nuevos creacionistas americanos y neocons de toda laya, eso del origen parece que se va aceptando, pero con saltos muy difusos y con estampas que te dejan literalmente alucinado, al contemplar, por ejemplo, la complejidad del cerebro humano. (Y eso que mi teoría es precisamente la contraria: una buena parte de los seres humanos, cansados de tanta tontería, se marchó al árbol de por vida, y en él sigue con el nombre de simio). Pero el hombre es una flecha tal vez, como dijo un poeta, con necesidad de encuentro. Pero flecha ¿hacia dónde?, y necesidad de encuentro ¿con qué o con quién?.
Y ahí seguimos, arrojados y perdidos, casi todos engañados y adormilados acallando (o atizando continuamente aunque de manera clandestina, por falta de valentía) una conciencia que no nos deja en paz. No sabemos muy bien cómo desligarnos de aspectos teleológicos y extrahumanos. Tal vez la vida secillamente tenga solo el sentido de la vida por sí misma, el placer de vivir por haber vivido y la certeza de morir como sencillo fin alejado de todo dramatismo. Si es correcto el principio físico de que ninguna realidad desaparece sino que se transforma, la eternidad está ahí, en esas otras formas. Por eso me siento cada vez más tributario de la naturaleza, admiro su firmeza, me recreo en su soledad y aspiro serenamente a formar parte de ella para siempre. Siempre es mayor que yo, siempre más duradera, yo mismo ya soy ella y ella es mi persona.
El simio mira al hombre, el hombre mira al simio y todos nos miramos como imbéciles, sin saber hasta cuándo, sin saber desde dónde, sin saber hacia dónde, sin saber que no hay nada detrás de la cortina pues todo es la cortina.

¿Qué buscas con tus ojos desplegados
en pos del horizonte? Los sonidos
del rito de la tarde son susurros
que vienen a dejarte la certeza
de un sol que gime y canta, de unas sombras
que buscan lo redondo, la presencia
del mundo en las aceras, unos ritos
vividos con la fe de lo perenne.

Duérmete lentamente, no molestes
este ritmo constante de la vida,
asómate al abismo, bebe a sorbos
la dulce melodía del silencio.

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