El vértigo de la vida tal vez se vea mejor en la quietud que en la acción. Los planos de la descripción y de la explicación nos exigen concentrarnos en la acción o en la reflexión. Cuando se actúa, el pensamiento queda atrás, en la reserva, en la recámara, como olvidado: se está actuando, se está viviendo, se está creando y nada puede distraernos de ello. En cambio, cuando nos movemos en el plano de la reflexión, la actividad se aquieta, se difunima, se concentra y aspira al concepto, a la deducción, al esquema ideológico.
Se suele defender como plano más elevado el de la reflexión frente al de la descripción, como un nivel más elaborado del pensamiento, como un estado más conceptual y más humano. También esta verdad me ofrece dudas. Sobre todo cuando no encuentro justificación para esas ideas y para esas reflexiones. Es verdad que, cuando la realidad y la biología han dejado suficiente pasto en el prado de la vida, lo que pide el cuerpo es la mirada lenta y retrospectiva, la reflexión pausada, la contemplación, el regodeo, la pausa, la síntesis. En cambio, cuando todo queda por delante, no hay necesidad de extraer consecuencias sino solo de vivir, de almacenar hechos, escenas y aventuras. Se trata de vivirlas, no de recordarlas ni de usarlas como pretexto para nada.
La elección de lecturas tal vez tenga que ver con esa idea. ¿Cuál es la edad adecuada para un libro de aventuras? Seguramente la de la niñez y la de la juventud. O al menos esa forma específica de acercarse a ellas, con el interés puesto en los hechos y no en las causas ni en las consecuencias.
He releído de nuevo La Isla del Tesoro. Se trata de un arquetipo de la novela de aventuras, y yo he querido olvidarme de reflexiones para dejarme llevar por los límites de la aventura de Jim y de John Silver, el malvado y adorado pirata con la pata de palo. ¿Qué admiro yo, la acción por la acción? No sé hasta dónde he sido capaz de olvidar el mundo que representan, los fines que persiguen, la estructura formal y significativa de la obra, los niveles de narración, la sociedad que se dibuja... En fin, no sé si no estoy demasiado cargado de prejuicios culturales como para dejar espacio libre a las aventuras por las propias aventuras. Pero, sobre todo, me asalta la duda y casi la angustia de encontrar finalidad y explicación a estos corsés que sujetan y encogen la obra. ¿Para qué valen? Tal vez solo para volver de nuevo a la vida con unos parámetros un poco más retenidos y controlados. Tal vez.
Tal vez cada edad tenga su propia lectura, aunque nos sumerjamos en la misma obra y en los mismos elementos literarios. Falta saber qué podemos y debemos exigir a las personas a las que pedimos que se acerquen a una obra determinada. A esta por ejemplo.
martes, 8 de enero de 2008
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