jueves, 3 de enero de 2008

MIGUEL TORGA


Llevo una semana cumplida engolfado en el conocimiento personal y literario de Miguel Torga, un escritor portugués fallecido hace escasos años de quien yo conocía muy poco. Lo he hecho a través de más de mil apretadas páginas en las que él mismo se ha ido desnudando hasta darse completo en sus diarios y en su larga obra autobiográfica "La creación del mundo". Era una más de mis deficiencias que he visto subsanada con placer.
Miguel Torga es un credador que, en realidad, no sale de sí mismo cuando escribe y que explota como monotema su propia vida y sus preocupaciones personales. Parece como si el mundo comenzase y terminase en su persona y en su pueblo y todo estuviera movido por una potentísima fuerza centrípeta. San Martinho de Anta (Agarez en sus escritos)como pueblo, Coimbra como región, Portugal como nación e Iberia como horizonte. Los paisajes de su pueblo forman la gramática de sus obras, en ellos se recrea y en ellos se explica.
Sus diarios son la nervadura que va dando sangre a todo un pensamiento, a toda una suma de ocupaciones, a todo un sortilegio de ideas. Leerlos es conocer su persona, descubrir un modelo de vida, apasionarse o rechazar unas propuestas. Siempre he defendido que la altura de un creador -de un poeta más en concreto- viene definida por la capacidad de sustentar la obra en la vida del autor. Si hay similitud, entonces se produce el milagro de la confianza y de la verosimilitud; en caso contrario, todo se cae del pedestal y termina en el cesto de la incongruencia y de la falsedad. Toda creación es autobiográfica directa o indirectamente. Cuando la obra y la vida corren en paralelo, todo es más auténtico.
Por eso, en el caso de Miguel Torga, conocer su autobiografía es conocer ya su obra y su pensamiento, porque es lo más genuino que nos pudo dejar, lo más personal e intransferible. Como además está jalonada de poemas, pues todo servido en el mismo plato.
Pienso ahora en lo frecuente que es dar a conocer un autor "desde fuera", desde el conocimiento de una persona teóricamente entendida en la materia. Qué pobreza tan infinita. ¿Qué tengo yo que enseñar de Lorca como creador que no lo enseñe él mismo en su obra? ¿Por qué no ir directamente a la lectura de sus textos para, desde ellos, extaer consecuencias? ¿Alguien quiere acordarse -y avergonzarse- de la forma de enseñar literatura hace no muchos años? ¿Y de ahora mismo? Leer, leer, leer, y, cuando quede un ratito libre, seguir leyendo.
Es Miguel Torga uno de los mejores autores portugueses del siglo veinte. Sospecho que solo es conocido en círculos reducidos. No debería ser así. Como no debería ser el desconocimiento de tantos otros autores portugueses, ahí mismo, a nuestro lado y tan lejos a la vez.
Voy a darle voz a Miguel Torga en mi diario:"Era lo que tenía la edad. Cuando no entorpecía completamente el entendimiento, lo hacía clarividente. ¿Qué había hecho yo de mi vida? Un rosario de contradicciones irremediables. Ese hombre que por fuera parecía un monolito de seguridad, por dentro era una amalgama de dudas. Estaba sediento de absoluto y no había conocido más que el gusto amargo de lo relativo. Era profundamente religioso y nunca había podido doblar mis rodillas ante ningún altar. Era medularmente afectivo y me había grangeado, sin saber por qué, junto a algunas amistades firmes, un sinnúmero de encarnizados enemigos. Afectado por una timidez enfermiza, me había pasado todo el tiempo compensándola con actos de violencia (...) Agarez no era una cuna prometedora. El que allí veía la luz por vez primera estaba atado de por vida de pies y manos (...) Aunque guardase la rica herencia de algunos bienes ancestrales, difícilmente accedería al usufructo de bienes menos sumarios (...) Tendría que empezar a vivir de nuevo, deletreando la cultura, urbanizando sus gestos, adecuando su comportamiento. Ese era precisamente mi caso."
De esta gente es de la que me siento próximo. Este es el tipo de seres que me interesan.

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