domingo, 27 de enero de 2008

DESDE EL ENTRESUELO


Ir al teatro en Béjar supone darse de bruces con una de las mejores representaciones sociológicas de la ciudad. Acaba de celebrarse un certamen de teatro para aficionados que ha llenado el teatro durante varias semanas. La organización ha resultado un pequeño desastre (horarios, lentitud en la venta de entradas, cambios de obras...) y la calidad creo que ha dejado bastante que desear, pero hoy eso no entra en el examen, por más que apunte claramente al suspenso.
Existe en Béjar un teatro magnífico aunque de reducidas dimensiones, y más teniendo en cuenta que algunas partes resultan ciegas y no se pueden utilizar. La tradición y la gratuidad (un euro la entrada)llenan las butacas cada tarde.
Cuando uno se acerca al teatro se suele encontrar con un grupo de personas de edad avanzada prestas para reír las salidas de tono más inmediatas e instintivas. Si, además, se acercan a la procacidad, entonces la carcajada está asegurada. Pero antes de que esto ocurra ya se han producido los saludos a voz en grito, los corrillos en los que se nombra a todo quisque, las esperas interminables hasta que comienza la función, la sociología de la vestimenta, la situación de cada cual en el patio de butacas, el pelaje social y económico de cada uno en un pueblo en el que casi todo el mundo se conoce. Hay grupos sociales que nunca aparecen por allí; suelen ser los de los extremos, cada uno por una razón bien distinta. ¿Por qué los jóvenes apenas hacen acto de presencia? ¿Por qué asisten tantas marujonas que chistean, ríen a mandíbula batiente y molestan sin pudor a los vecinos de asiento? Y eso que el teatro exige alguna selección cultural porque no deja de ser una representación. Por eso, cuando se levanta el telón y en la obra -como suele ocurrir casi siempre- quedan las miserias humanas al aire y las diferencias y las críticas se suceden, siempre me pregunto qué pensarán las gentes de derecha que asientan su culo en las butacas. ¿Acaso no se sentirán aludidos por lo que allí se dice y se resalta? ¿El pudor no les dejará un poco avergonzados y con ganas de cambiar? Da toda la impresión de que no porque aplauden al final hasta romperse las manos. Tal vez la catarsis se produzca en otros lugares; o tal vez todo sea, una vez más, una pantomima.
Si uno tiene la oportunidad de sentarse en el primer piso, observará desde allí cómo alguna fila de butacas está semivacía pues tendría que estar ocupada por representantes municipales, con señora y señor incluidos, que no siempre acuden aunque se hayan ocupado de recoger las mejores entradas. Y siempre con mayoría de los que gobiernan pues se sienten algo más obligados mientras que los de la oposción apenas aparecen por allí, turnándose en este uso a medida que van cambiando los gobiernos. De hecho, he visto a gente que seguramente nunca antes había asistido a una representación y he dejado de ver a algunos que antes acudían casi siempre. Ya se ve que prima la presencia social y la representación sobre la calidad o el amor al teatro. Así estamos.
Cuando se baja el telón y los abrigos vuelven a los hombros, se repite la ceremonia del principio. Después todo el mundo se diluye por las estrechas calles de esta ciudad estrecha camino de la noche. Y el teatro sigue allí aguardando una nueva representación encima del escenario, pero también en su patio de butacas, al menos tan interesante como el que ponen en pie los actores. Es el gran teatro de cada día.

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