viernes, 4 de enero de 2008
UN BUEN REGALO
Se desgranan los primeros días del nuevo año entre las diversas caras de la naturaleza que quieren dar fe de su presencia. Agua, nieve, sol, aire, tierra..., ser humano en definitiva. La sierra está cargada y ahora sí es una loba con ubres bien dispuestas para ofrecerse a todos. Mi terraza hoy es más blanca y más pura, y acaso es un belén blanco en medio de la nieve y de los cielos.
¿Por qué esta religión occidental se empeña en mantener en tensión a los fieles? Desde que un mesías vino a salvarlos, los tiene preocupados, desde el nacimiento hasta que suenan las campanas a duelo de muerte, por saber si se están cumpliendo los plazos, si todo está en orden, si los merecimientos y las recompensas nos dan un saldo favorable o hay que invertir en la cartilla de la vida. Coño, siempre anda el personal con temor y con miedo. Los orientales se ríen un poco de los occidentales porque ellos se ponen a orear en la vida el tiempo que les toque y, cuando sienten su ineptitud, se retiran, como quien no quiere molestar, camino de la muerte y del nirvana. Y siempre con la sonrisa puesta, como ajenos a todo lo que no sea vivir, mirar, contemplar, soñar y gozar. Me viene a la memoria la imagen del Dalai Lama, siempre tontorrón en la sonrisa, alegre en el gesto, como despreocupado, desafiante a todo desde su serenidad, acaso porque no sienta nunca mal tiempo y por eso no tiene dificultad para poner buena cara.
Nosotros, los occidentales, siempre vivimos angustiados porque todo nos habla de pecados y de eternidad en llamas. Y cuando no es la religión oficial, lo es la otra religión, la verdadera, la de la práctica diaria, aquella de la que todos somos fieles -espero que no todos talibanes-..., la inigualable fiebre del dinero. También en esa religión laica el ser vive angustiado y pendiente del plazo de la letra; lo demás todo es cumplir los ritmos y dejarse llevar por las costumbres.
Estos últimos días -también mañana- se nos van en carreras por alcanzar la cola de los regalos, el cumplimiento exacto de este postrer precepto, la liturgia exigente del derroche innnecesario.
Yo ofrezco un buen regalo, que no exige temores ni venganzas, que resulta barato, prácticamente gratis, que no exige ni colas ni descuentos, que existe en todas partes. Se trata de un paseo por el campo, de un rato de contacto con todos los elementos de la naturaleza, con esos primeros hermanos y con esos últimos parientes que siempre nos esperan y que ya nos ofrecen lo más limpio de todo. Conocerlos, tratarlos, sentirnos como ellos, reconocer esa hermandad precisa que al final siempre salva, y tratarlos como una cosa nuestra.
No diréis que no es fácil. Aunque solo sea por quitarles trabajo a los Reyes Magos y repartirlo entre los republicanos.
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