martes, 1 de julio de 2008

EL MANIFIESTO

Las sociedades occidentales de hoy parecen manifestódromos. Las causas son muchas veces variopintas y pintorescas. Hay quien se manifiesta por el valor de la patata, por el convenio de la pesca o por el orgullo gay, otros lo hacen por una cosa que llaman familia (muchos de los que van no la poseen), o por haber ganado un campeonato o hasta por la necesidad de anillar al pavo real. En la era de las comunicaciones, los medios utilizados son también muy variados: se habilitan espacios, se ponen autobuses, se hacen colectas en la misas, se llenan carreteras, se cuelgan textos en internet, o simplemente se cuelgan papeles en las paredes o se extienden en la mesas.
Circula desde hace unos días un Manifiesto que dice recoger unas peticiones acerca del uso del castellano como lengua común. Con la iglesia hemos topado. Tema recurrente para unos y tabú para otros. Conozco el contenido del manifiesto y tengo que decir que, como me sucede con demasiada frecuencia, hay aspectos que me parecen positivos y otros que no sé por dónde cogerlos. Los más legalistas acuden a los textos constitucionales en su amparo, pero deberían leerlos con calma y aplicarlos en su medida justa. Creo, una vez más, que la realidad supera a la legalidad y que la vida desborda el significado de esas palabras bienintencionadas. En el otro lado de la trinchera se sitúan los que creen que las lenguas se pueden imponer como si se tratara de algo fácilmente manipulable o que se pudiera aplicar por la fuera.
¿Y yo qué pienso de todo esto? Pues tengo la sensación de que todos tienen parte de razón. La tienen los legalistas porque los textos están ahí y regulan la vida de los ciudadanos, y la tienen los de la otra trinchera (los nacionalistas) porque las lenguas también pueden ser impulsadas o pueden ser dejadas “del salón en el ángulo oscuro”, hasta que el polvo las sepulte en el olvido. Todo es verdad. La salvación, otra vez, tiene que venir de la mano del sentido común y de la buena voluntad. ¿Qué sentido tiene obligar a cambiar la lengua a un extremeño de origen o de ascendencia, o a un catalán que habla catalán con su familia y con sus vecinos? No es lo mejor forzar el uso de una lengua, pero tampoco es malo cuidarla y mimarla según la situación en la que se encuentre.
Luego vienen las otras variables, que son muchas y a veces muy importantes. Hay manifiestos con los que se puede estar de acuerdo pero que exigen firmas por separado porque es mejor no confundirse con algunos agitadores profesionales; o manifiestos que obedecen sencillamente a intereses de otro tipo que poco tienen que ver con lo que se promociona; o momentos que parecen elegidos para molestar sencillamente.
Siempre que me toca hablar en público de este tema, apelo a dos coordenadas que me parecen fundamentales: a) La riqueza que supone la existencia de cualquier lengua y lo bueno que resulta cuidarlas a todas; b) La necesidad de la buena voluntad como medio para subsanar todos los vacíos de los textos y las exageraciones de los interesados en otros asuntos y que utilizan las lenguas como pretextos y agitaalmas.
Todo lo demás es exceso, mala leche y enfrentamientos aldeanos. Me parece que en este país seguimos con la vista corta y con el cuchillo afilado. Mala cosa.

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