Tiene solo veintidós años y el individuo ya ha completado cuatro carreras universitarias, ha escrito dos tesis doctorales y habla nueve idiomas. ¡Y el gachó no tiene ni siquiera un nombre raro de esos que nos pudieran hacer pensar que procede de algún sitio extraño como para considerarlo quizás extraterreste!
Leo la noticia en un periódico y me deja perplejo. Sé del ejemplo de Pentamarta, mujer a la que conocí personalmente hace ya muchos años y que anda por la carrera veintitantas, me parece (entonces llevaba cinco y por eso la motejábamos así). O sea, que existen los casos, vaya que si existen. Y yo dedicando las mañanas de muchos sábados al paseo por la pista Heidi, como esta mañana, mirando el valle de Hervás a mis pies y obligado a vestirme con manga larga ¡el día doce de julio y en Extremadura! Miro la fotografía del susodicho empollón y me parece como un acólito sonriente de cualquier parroquia o un militante aplicado del PP. Las apariencias, ay las apariencias.
Pero ahora en serio, hay algo que me ocupa con más calma. Cualquier ser humano necesita de los demás en su vida, nadie puede permanecer solo durante mucho tiempo (al menos tiene que conversar consigo mismo), y la enfermedad por excelencia es la soledad, el miedo a que no te dejen participar los demás, el terror a que te excluyan, no importa de qué sino el hecho de que te aparten. Me pregunto en qué medida estos seres superdotados no sentirán la espada de la soledad sobre sus espaldas, cómo se establecerá la comunicación diaria con los demás humanos normalitos, que aspiran a cosas elementales y se conforman con poder comprar en las rebajas y con salir algunos días de vacaciones. Ya me noto yo demasiado extraño, siento que la convivencia se me torna difícil, que encuentro demasiados malos entendidos, que me alejo con demasiada frecuencia de los fregados sociales, que entiendo muy escasamente los valores que marcan la pauta en esta sociedad. Y yo no soy un ser de tanto título ni tan superdotado como estos coleguitas tan extraños. ¿Cómo se las manejarán ellos en el día a día?, ¿cómo verán la vida de los demás? La sabiduría no está en la acumulación de títulos ni en el acopio de lenguas en las que expresarse, eso parece claro, pero nada me niega el hecho de que encima acumulen dosis de verdadera sabiduría. Tiene que ser la monda. Querría saber si esos excesos les favorecen en sus vidas o los convierten en seres repugnantes y encumbrados en púlpitos lejanos. Porque entonces el remedio se nos estaría convirtiendo en algo peor que la enfermedad.
Miro y remiro la cara de este joven. Tiene un no sé qué especial de culto y de maduro. Me gustaría que además, o tal vez por eso precisamente, fuera un tipo normal y accesible, un sabio de verdad. De nuevo es el momento de recordar el espíritu de las palabras del maestro: ninguna cualidad humana puede ser superior a la del hecho de ser hombre. Pues eso.
sábado, 12 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Hasta donde yo alcanzo, he visto en Carlos Blanco (cuatro o cinco encuentros con él hasta la fecha), a un ser inteligente que gestiona su inteligencia de manera inteligente. Y como resultado, una persona razonablemente feliz. Lo que el tiempo depare está por ver. Pero yo también me he interrogado sobre los aspectos de tu interesante inserción. Saludos cordiales:
Miguel Angel Violán
Publicar un comentario