jueves, 3 de julio de 2008

LA MASA Y LOS INSTINTOS

A veces, como por casualidad, como suceden las cosas que no tienen mucho sentido, se cuelan imágenes que, en reportaje corto, son muestra fidedigna de todo lo que a uno le rodea. Ayer, en un programa de cadena televisiva nacional, veía las manifestaciones despendoladas y cafres ante la casa del señor Servate, en el paraje de El Regajo, por parte de un grupo que gritaba desaforado y como poseído, parece que por una victoria futbolística de la selección. Después, nuestro alcalde se declaraba desanimado ante la imposibilidad de atajar siquiera dichas manifestaciones.


Me habían hablado de ello el día anterior. Apenas podía dar crédito a lo que oía. Las imágenes terminaron por certificarme que la realidad era más dura que las propias palabras. De modo que resulta que, ante un acontecimiento deportivo, nuestros instintos se nos desatan, como si de felinos muertos de hambre se tratara, y vienen a pagar las dentelladas aquellas personas que lo único que solicitan es tranquilidad y respeto, silencio y armonía. El asunto, bien lo conocemos, viene de muy atrás. Resulta que los niñatos trasnochadores de esta nuestra ciudad estrecha exigen su local al aire libre para dar cuenta en común de las noches de los fines de semana. Vale. Parece que nadie les hubiera enseñado ni impuesto que en este pequeño planeta vivimos cerca de 7.000 millones de seres bípedos ( yo creo que muchos de ellos son trípedos: añádase el pedo que frecuentemente se les sube a la cabeza en esas noches), todos con los mismos derechos y con las mismas obligaciones, y que los derechos de uno de esos bípedos implumes sencillamente terminan donde empiezan los de los demás, que son todos menos él o ella. Fijémonos, por favor: uno frente a 7.000 millones.
No le arriendo las ganancias al matrimonio que decidió, vaya usted a saber por qué, irse a vivir a la carretera de El Castañar. Como la turbamulta se empeñe, al final acaso hasta lo hagan desistir de sus intentos y hasta les entre el síndrome de Estocolmo y los veamos invitando a sangría a todo el que se acerque por aquellos parajes.

Conviene no simplificar los hechos demasiado, porque siempre suceden por alguna causa, y casi siempre por causas variadas. Pero una cosa es no simplificar demasiado y otra muy diferente es no jerarquizar ni ordenar las ideas. Y muy por encima del cauce para la expansión juvenil, del tiempo compartido, de las bebidas más baratas que en los locales cerrados, de la necesidad de dar rienda suelta a los sentimientos y hasta a los instintos y de cualquier otra gilipollez que se quiera aducir, está el derecho sagrado a no ser molestado un día y otro día, sin poner remedio a ello. Seguramente en la solución de este conflicto tendremos que implicarnos todos, pero unos más que otros. Los primeros, sin duda, son los jóvenes que los fines de semana convierten el paraje en un sinvivir y no permiten el descanso normal de los vecinos. En las lagunas de la sierra (es un decir) se puede vocear y allí se molesta menos. Ala, mochila y sendero y a por ellas. Y a por ellos. Que cojan las banderas, las litronas y que no empiecen a dar voces hasta que pasen los primeros cortafuegos. ¿A todo este personal nadie le ha enseñado nunca que existe la posibilidad -la ha descubierto un equipo de científicos en la universidad de Harvard- de no salir de vez en cuando y que no se contrae el cáncer por quedarse algún sábado en sus casitas? Los mayores acaso tendríamos que entender que los más jóvenes no tienen las mismas facilidades que nosotros para expresarse, que no poseen locales ni casas bien acondicionadas, que no pueden fácilmente meter a sus amigos en el comedor a cualquier hora y que en algún sitio se tienen que reunir. Querer aplicar la misma moral en circunstancias diferentes es un fraude al sentido común. Los poderes públicos no pueden esconder la cabeza debajo del ala por la impopularidad: hay que actuar, aun con el peligro de equivocarse.
Hasta ahora, las bromitas nos han salido por doce mil euros de multa. Los pagaremos todos en los impuestos. No es lo más importante. Por el camino hemos dejado la sensación de que la convivencia se ha resquebrajado, de que el entendimiento entre generaciones no es la mejor, de que alguna familia sigue sufriendo mucho más de lo que sería necesario, de que la paz social se ha roto, de que una masa sin control es como un rebaño sin guía, de que el sentido común sigue ausente y alejado, de que la escala de valores en la que nos movemos tiene que ser revisada y modificada, de que el modelo de crecimiento económico y moral se mueve en unas contradicciones insufribles y de que todo anda un poco manga por hombro.

De momento reniego de esa masa que sin control gritaba ante la ventana de una familia indefensa y a merced del alboroto, y exijo, como vecino que paga impuestos, que nuestras autoridades se esfuercen en poner las cosas en su sitio y en jerarquizar y priorizar decisiones. Los jóvenes tienen derecho a sus reuniones, claro. Búsquense lugares apropiados, pero respétense los derechos más elementales de todos los vecinos. Los industriales deberían pensar un poco más en la contradicción en que se incurre cuando se promociona cualquier tipo de fiestas (con frecuencia de manera vergonzosa) con tal de que crezca el negocio, y los aspavientos que hacemos cuando el asunto se ha desbordado. Los educadores algo tendrían que decir en sus apreciaciones sobre lo que sucede. Y todos tendríamos que pensar serenamente qué es lo que estamos haciendo para que ocurra todo esto. Yo me siento abochornado de las personas que vociferaban en las imágenes y así lo dejo dicho. Ah, y de muchas más cosas.

3 comentarios:

Soribor dijo...

Los jóvenes tiene que buscar su espacio, y las autoridades competentes tendrían que pensar en proporcionar un sitio que no molesten a nadie, se hace en otras ciudades y se solucionan muchos problemas,otra cosa es que la juventud se deje dirigir y lo admita/fuimos rebeldes todos/ pero realmente habría que buscar una solución, es complicado en Bejar porque la montaña hace de pantalla sonora.
En estos días he oído muchos comentarios de padres apoyando a los jóvenes porque tienen miedo que sus hijos se alejen más y se descontrolen si les proporcionan un sitio para divertirse más alejado, pero me parece una postura egoísta/tendríamos que sufrir un botellón debajo de la ventana de nuestra casa/todos tenemos derechos pero sin perjudicar a nadie.

Al Ayuntamiento le costaría más barato poner un autobús y un bareto con módicos precios, que policía controladora y agentes anti disturbios.

Soribor dijo...

Los jóvenes tiene que buscar su espacio, y las autoridades competentes tendrían que pensar en proporcionar un sitio que no molesten a nadie, se hace en otras ciudades y se solucionan muchos problemas,otra cosa es que la juventud se deje dirigir y lo admita/fuimos rebeldes todos/ pero realmente habría que buscar una solución, es complicado en Bejar porque la montaña hace de pantalla sonora.
En estos días he oído muchos comentarios de padres apoyando a los jóvenes porque tienen miedo que sus hijos se alejen más y se descontrolen si les proporcionan un sitio para divertirse más alejado, pero me parece una postura egoísta/tendríamos que sufrir un botellón debajo de la ventana de nuestra casa/todos tenemos derechos pero sin perjudicar a nadie.

Al Ayuntamiento le costaría más barato poner un autobús y un bareto con módicos precios, que policía controladora y agentes anti disturbios.

Soribor dijo...

buena entrada