Pero bueno, ¿qué pasa? Hace muy pocos días anotaba aquí el disgusto que me causaba el hecho de que algunos desaprensivos hubieran encontrado gracia en molestar a una familia que vive en la carretera del Castañar y ponía mis reparos al asunto del botellón y a lo que significa. El asunto ha rodado y se ha convertido en una bola de nieve peligrosa. Esta mañana nos hemos acercado hasta el paraje con la intención de dar un paseo y de beber en la fuente que mana abundante al lado de la carretera. Al llegar, algo nos ha puesto en guardia: un buen número de operarios municipales estaba vallando todo aquello para convertirlo en un recinto controlado e inaccesible. Parece que para mañana estaba anunciado un botellón de esos que se convocan por móvil y a alguien se la ha ocurrido la peregrina idea de impedirlo por la fuerza. Dos concejales supervisaban los trabajos. A ellos les pregunté y me indicaron que había sido el juzgado el que había ordenado todo aquello. Mi sorpresa creció por momentos. Ellos mismos también estaban extrañados por una orden semejante.
¿Qué se puede hacer ante una orden de este tipo? Muy poco o nada. El poder de un juez es tan grande y, sobre todo, es tan inmediato, que lo mejor es obedecer y echarte a temblar, salvo que te quieras enfrentar a cualquier resolución no deseada. ¿Pero qué se han pensado estos tíos? Tal vez consigan eliminar el botellón de mañana, pero ¿y los de los próximos días y los de las próximas semanas? Si consiguen echarlos de allí, se irán a otro sitio y seguramente será peor. No me los imagino de nuevo en el Parque o en la calle Libertad. Pobres vecinos de estas zonas como vuelvan a ellas. Así que allí vi a unos concejales que no daban crédito a sus oídos, obedeciendo a lo que no entendían, a un alcalde que, enseguida, ha publicado un bando, por si acaso, y a algún juez a quien nadie conoce que se escuda en el artículo equis de la ley de no se sabe qué.
Los que hemos escrito contra el botellón lo hemos hecho (yo por lo menos) para que se piense en él como algo que se tiene que mejorar, que no es obligatorio realizar cada semana, que no da derecho nunca a molestar a los demás, que no constituye ningún timbre de gloria social, pero que también recoge una forma de reunión juvenil que no encuentra fácilmente otras posibilidades para su expresión y para su ocio. E invitábamos a la reflexión a todos los estamentos sociales, empezando por los propios jóvenes pero siguiendo por los padres, por los representantes públicos, por los educadores, comerciantes…
Ahora resulta que nos encontramos con el extremo opuesto y yo me noto como en un fuego cruzado, hasta el punto de que podría parecer que donde dije digo digo Diego. Y no es el caso. Hay que expurgar a los tontos, que acaso no sean pocos, ponerlos en ridículo, invitarlos a cambiar de actitud y, en caso contrario, hacerles sentir el disgusto y el rechazo de todos los que sanamente cumplen con el respeto hacia el resto. Lo mismo que tendríamos que hacer con todo en la vida. La orden del juez me parece desmedida y no creo que consiga nada positivo. Es fácil ordenar mirando solo lo que dice el código. La vida es mucho más rica que esa simpleza. Ojalá todos supiéramos verlo. Y los tontos del haba que se marchen, que se sientan aislados, que noten en el cogote el soplo del rechazo, que nadie les ría las gracias, que alguna vez comprendan que hacer el tonto es poco productivo. Veremos lo que pasa.
viernes, 11 de julio de 2008
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