martes, 29 de julio de 2008

HE VUELTO HASTA EL QUIJOTE

Hace ya varios años que mis amplias vacaciones me llevan a las páginas de Don Quijote de la Mancha. Lo leo, lo releo, me detengo, me animo, vuelvo al día siguiente, me enzarzo, me engolfo, me entretengo… Y ahí me tengo durante muchos días siguiendo las andanzas, pero sobre todo las consideraciones, de estos dos ilusos que me convierten a mí en un tercero en discordia por montes y llanuras.
A veces tengo la impresión de que todo está ya en esta inmortal obra, que, desde entonces, no hay demasiadas cosas nuevas. Y, cuanto más lo releo, más me complace y me divierte. ¿Qué más le puedo pedir a un libro que la satisfacción de que me sirva de entretenimiento y a la vez de saco de enseñanzas? En nada excluye esto que haya personas a las que el texto no les haga ni pizca de gracia. Allá ellos con sus gustos. No es mi caso. Así como encuentro los esquemas repetidos en noventa y nueve de cada cien libros que leo -sobre todo si son de creación y son novelas-, en el Quijote, cada capítulo se me hace un mundo nuevo, la escala de valores en conjunto, la filosofía de la vida en sus consejos, no siempre compartidos, por supuesto, la desmitificación a ras de tierra, la ilusión por montera, la buena voluntad como programa, la mala leche como experiencia vital, la envidia y el amor a manos llenas, la ironía a raudales, la elegancia lingüística y la viveza y naturalidad de lo inmediato, la sabiduría popular en las refranes, la risa y el sarcasmo desde la buena cara… Todo, todo está en sus páginas. Tan solo me rechina, que no es poco, ese recato inmenso con la religión y con la iglesia. Es verdad que la época no era propicia, pero ahí están otros textos que supieron saltarse a la torera tantas imposiciones.
O sea, que estoy en ello. Me ayuda a sonreír, a pasar buenos ratos, a pensar muchas cosas, a afirmarme en algunas, a dudar aún más de casi todas, a sentir lo provisional que es todo y la sensatez de conformarse con poco después de aspirar a mucho. Y a olvidarme de muchas otras ocupaciones, que están ahí, sin duda, pero que no me llaman como me llama el don de esta lectura. Nunca un héroe-antihéroe dio tanto juego a todos. Qué pinta de payaso, con esas armas rotas de cartón, mirando con descaro al infinito. No está mal en los tiempos que vivimos, en los que se paga a millón cada kilo de héroe de balón o de música. Luego resultan tantos con inyección en vena, que tiran al contenedor de la mentira cualquier valoración. Pero así está la vida.

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