lunes, 21 de julio de 2008

HUIR PARA VOLVER AL MISMO SITIO


Ahí va otro aforismo comendador que me atrae: “Huir es también correr hacia algún sitio”. Y me vale en la concepción física y en la concepción moral, aunque me interesa más en esta última. El hombre está sumergido en un espacio y en un tiempo del que es imposible salir, y cualquier movimiento que realice no le proporciona otra cosa que tiempo y espacio: a un día le sucede otro día, a un mes otro mes, a un horizonte otro horizonte y a un planeta otro planeta, sin que realmente se perfile nunca el horizonte, pues este no es otra cosa que un simulacro de lo infinito, una verja que da paso a otro jardín inmenso, un acantilado que se desploma en otro océano insondable. Todo es espacio y tiempo, aunque el hombre no haga otra cosa que intentar dominarlo y ponerle límites en un proceso inútil en el que siempre termina fracasando.

El ser occidental huye de su territorio de referencia durante unas fechas con la intención popular de “cambiar de aires”, y se afana durante mucho tiempo para eso. De ello hace una obligación y un triunfo. Al cabo de un tiempo, vuelve al redil, al territorio acotado por la costumbre, al horizonte hollado todo el año. Lo mismo ocurre con el tiempo. Uno puede desear el fin de la semana laboral pero se encuentra con otros días que amanecen y anochecen de igual modo, que ven pasar el tiempo y contemplan el espacio; o desear que llegue una fecha señalada en el calendario para darse cuenta de que el día siguiente está ahí, a vuelta de página, y de que todo continúa inevitable y como sin sentido. Hay procesos de tiempo y división de espacios, ilusiones que permiten vivir como si fuéramos capaces de dominar lo inevitable.

Un resultado similar ofrece el plano moral. Huir de una situación pongamos poco placentera no nos asegura que nos vayamos a topar con nada mejor, solamente asegura que con otra cosa sí nos vamos a dar de bruces. Porque todo es un continuum, no hay espacios vacíos ni se detiene el tiempo. La idea de la huida, además, parece imponer que somos nosotros los que aceleramos las situaciones, como para no dejarlas que se desarrollen a su aire, en un empeño loco por cambiar lo que nos supera y nos domina.

¿Para qué, entonces, la huida si el resultado es impreciso y puede resultarnos negativo? Tal vez necesitemos ahondar en el sentido de lo que nos sucede para poder gozar de cada instante y no forzar el ritmo de la vida tratando de acelerar lo inevitable. Gocémonos por tanto, sepamos sacar jugo a lo que depende de nosotros y no nos mortifiquemos con todo lo que nos supera. Y volvamos a aquel “No pasa nada si a mí no me pasa nada”. Es un decir.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

La vida siempre es insatisfactoria, disfrutamos solamente instantes, es más feliz quien sabe valorar el disfrute de su tiempo y espacio.