miércoles, 30 de julio de 2008

CÓDIGO CIVIL Y CÓDIGO MORAL

Leo muchos comentarios que tienen que ver con una condena dictada contra un locutor de la cadena de los obispos católicos españoles, por injurias e insultos continuados. El locutor es Federico Jiménez Losantos; la sentencia condenatoria no es la primera ni seguramente será la última. Los comentarios me parecen apasionados tanto en un sentido como en el otro. Ahí va el mío.

Los derechos tienen sus limitaciones pues, si no, las libertades se convierten en libertinaje. Parece una perogrullada pero hay que jerarquizar y partir de principios generales. De modo que la libertad de mercado no vale para siempre, ni el derecho a educar es absoluto, ni nada que se le parezca. En un llamado Estado de Derecho, esas limitaciones suelen estar reguladas por la ley, de manera que, quien sienta vulnerado ese derecho puede acudir a los tribunales. Es lo que se ha producido es estos casos. No se entiende, por tanto, que se quejen, a no ser que lo hagan porque la sentencia les ha resultado desfavorable. A pesar de todo, regular y juzgar los valores y las intenciones de las palabras no resulta nada sencillo; los contextos, los paradigmas, las relaciones personales y mil variantes más convierten en jocoso o inocente lo que, en otras circunstancias podría pensarse como insultante. Los filólogos y los poetas saben muy bien lo que digo. A mí no me extrañaría nada que, en otras instancias, estas sentencias fueran revocadas. Juzgar las intenciones y las palabras tiene que resultar siempre muy dificultoso y muy claro lo tiene que haber visto el juez para sentenciar de este modo.

Ya lo he dicho más veces: la vida es algo mucho más rico que lo que encierra un código civil o penal. Así que no deberíamos quedarnos en la literalidad expuesta y yo quiero añadir mis convicciones. Mi opinión acerca de este predicador mañanero -leo con frecuencia sus columnas en El Mundo y alguna vez he oído la radio hace bastante tiempo- es peor que negativa. Nunca he entendido que criticar al poder tenga que hacerse con el insulto, con el desprecio, con la vejación y con la risita puesta. Más bien eso me parece propio de la chulería, del matonismo y de la intolerancia, cuando no de la grosería y de la inanición intelectual. Tampoco comprendo por qué hay que hacer de todo cuestión personal (es táctica que practica su colega El Mundo a diario también) y no cuestión de ideas y de principios. Me escandaliza que una confesión religiosa mantenga en su cadena de emisoras toda una programación que no hace otra cosa que fomentar la crispación, el enfrentamiento y la intolerancia. La jerarquía, o parte de ella, tendrá que responder algún día de ello, o acaso ya lo está haciendo pues las iglesias se quedan vacías a ojos vistas y su clientela se nutre casi exclusivamente de personas de edad provecta. La verdad hay que cantarla aunque duela, pero no es bueno escudarse en ese principio precisamente para cizañear con medias verdades o con insinuaciones que alimentan el hígado de los fundamentalistas, entretienen las conciencias de la comunidad laxas y pendulonas ante otras injusticias y llenan de dinero las arcas sin mirar medios.

Ya no me alegran ni estas noticias que, en otros tiempos, me hubieran hecho soltar algún respingo de satisfacción. No me alegra el mal de nadie, aunque a este ya le han forrado bien en concesiones de emisoras como para que no se resienta su bolsillo y él hasta sigue ufanándose ante las sentencias que lo condenan. Al fin y al cabo, lo que importa es la publicidad para el negocio. Y los escándalos la alimentan. Y las grandes marcas están al lado de quien están y han estado siempre. En fin, que todo sirve para el convento. Es más, acaso esto les sirva de tarta para día de fiesta. En fin.

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