¿Qué pensaría la gente si se le volviera con la cantinela de que el ser humano es un microcosmos y que todo lo que posee el gran cosmos está encerrado en él? La afirmación tiene un tufillo religioso que no se puede aguantar. Pero es que repasar la historia de nuestra literatura, de nuestro pensamiento y de nuestro quehacer nos demuestra que ha sido esta afirmación algo que ha sustentado la vida de los que nos han precedido. Y es que la religión lo ha impregnado todo, lo ha guiado todo y ha tratado de explicar todo.
Leo estos días un libro que lo confirma y lo demuestra con numerosos ejemplos, “El pequeño mundo del hombre”, de Francisco Rico. Desde Alfonso el Sabio hasta Quevedo, Gracián o Calderón, pasando por Lope y muchos renacentistas -más los barrocos-, todos se dejaron llevar por la superestructura de la religión y por el afán de llevar todo al terreno de la creación y del dios único y creador. Tuvo que ser el S XVIII y su racionalismo el que contribuyera a la ampliación de explicaciones acerca de este minúsculo ser como es el ser humano, para salirse del mundo de la metáfora y para descubrir y entronizar el mundo de la contigüidad y de la transversalidad. Desde entonces tal vez seamos algo menos, pero somos algo más nosotros mismos. “Micro cosmos”, reflejo del gran cosmos, sustitutos divinos, representantes de la divinidad. Qué ilusos. En tal caso, tendríamos que ser microcosmos para lo bueno y para lo malo. Y, al menos en los aspectos negativos, es difícil mantener tales verdades. Porque anda el mundo que para qué.
Y, sin embargo, seguimos pensando sin descanso en las bases que den consistencia al ser humano, en las razones que lo expliquen, en las ilusiones y proyectos que lo mantengan vivo. ¡Adentro!, ¡A por el hombre!, ¡A descubrir sus glorias y miserias!, ¡A sentirse capaz de casi nada, hermano de los seres, de todos los que pueblan esta tierra! Y que resulte lo que tenga que resultar. Hablaba Quevedo de lo racional, lo sensitivo y lo vegetativo y trataba de colocar en la cúspide lo racional: “Vuelve, pues, a desandar tu ser y tu vida, desde este estado en que dominas, con solo tu entendimiento y la alma, aves, peces, animales, tierra, agua, fuego y aire, a lo que fuiste antes que la alma racional te ennobleciese: hallaraste una masa vergonzosa de asco y horror, sazonada con veneno”. Desde entonces para acá, el desarrollo de esa inteligencia nos ha puesto un poco más en lugar adecuado, o al menos real. Qué realidad compleja esta la nuestra.
Para la reflexión, estos versos de Quevedo:
“Está la ave en el aire con sosiego,
en el agua el pez, la salamandra en fuego.
y el hombre en cuyo ser todo se encierra,
está solo en la tierra”.
martes, 8 de julio de 2008
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