Estas son palabras de Marx: “…En su trabajo el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; …mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cundo trabaja no está en lo suyo. Por eso (el trabajo) no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste.”
En días de vacaciones -o de imitación de vacaciones- tal vez no venga mal pararse un momento a pensar en la maldad o en la bondad de estas afirmaciones. Es verdad que sobre ellas se han echado ya muchas reflexiones pues ha pasado mucho tiempo; es evidente que la economía ha cambiado sus parámetros, sobre todo en la aparente participación de más población en sus movimientos (eso de la bolsa, las acciones y el mundo de las finanzas -en el fondo es todo mentira porque deciden cuatro por todos los demás, pero lo disimulan-); me parece honrado reconocer que alguna otra variable tendría que tenerse en cuenta en este asunto, sobre todo la sublimación de los esfuerzos personales en asuntos familiares y religiosos. Pero en esencia firmo las palabras una a una. El trabajo solo está en la vida del ser humano como necesidad para la supervivencia. El resto es sublimar los esfuerzos en las apariencias, en la escala de valores que nos imponen, en unos objetivos que difícilmente pueden justificarse y que nos arrastran cada día con más fuerza hasta dejarnos exhaustos y sin tiempo para nada que no sea la propia consecución de los objetivos, nunca para su disfrute. Por eso nos pasamos al año ahorrando par dejarnos la piel unos días en el asfalto y en la playa, no vemos la forma de llegar a fin de mes con tal de poder arrancar por la mañana un coche, o nos negamos un rato de tiempo con el fin de poder comprar objetos de todo punto innecesarios.
Pero nos hemos sometido a un esquema social que nos empuja cada hora un poco más, a un modelo de crecimiento que no tiene fin teórico si no es en el absurdo, y a una inercia cada vez más poderosa y veloz. A ver quién es el pequeño héroe que dice no puedo más y aquí me quedo, se aparta del camino y se niega a convertirse en pura mercancía que controla y mueve a su antojo el mercado. El verano no es más que un pequeño aparcamiento para reponer las ruedas del coche humano, para mirarle los pistones y para repostar lo necesario. La máquina es imparable, nos necesita productores y consumidores; sin esas premisas no funcionaría. Así que en septiembre todos al tajo y en forma. “Pero, ¿dónde los hombres?”, ¿dónde el valor del ser humano?, ¿dónde su pensamiento y su sentido? Adentro, coño, adentro. A buscarse y a hallarse. Por si acaso existimos.
N.B. Desconfiaré siempre de aquel que afirme que le gusta el trabajo: conozco afirmaciones de este tipo entre los más vagos del reino.
lunes, 7 de julio de 2008
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