viernes, 25 de julio de 2008

¿LO QUE FUI AYER?

¿Qué se mantiene en mí de lo que fui ayer, y anteayer, y el otro día? Se me incorporan alimentos, aire y agua, pero también los pierdo. Y con ellos otros componentes que nunca recupero. ¿Cuál es mi identidad entonces? ¿Acaso se mantiene en permanencia? ¿Cómo me ven los otros en días sucesivos? ¿Y yo a ellos? ¿Qué me mantiene en pie para llamarme por el mismo nombre cada día y para responder a las palabras del día anterior como si fueran del mismo instante?
Sin esa solución de continuidad no sabría vivir, no tendría referentes consistentes, no sabría a qué agarrarme, no reconocería a los otros seres ni a la obsesiones que me habitan, nada, tal vez, tendría sentido, ni camino, ni aliento.
Pero no es menos cierto que todo continúa, que cada día amanece con una luz distinta, que hay cosas que se asoman siempre nuevas y yo puedo jugar a conocerlas como si nunca antes las hubiera sentido en mi camino, que la vida, en el fondo, exige renovar las coordenadas muchas veces, que a un tropiezo le sucede un intento de levantarse y de echarse a andar de nuevo y que poco sentido le encuentro a reposar el ánimo en el pasado, pues no deja de ser irremediable.
Mañana es otro día y debería ser nuevo. Lo que me queda de tarde y de noche también ha de ser nuevo por más que se repitan las acciones. Lo viviré sin tregua.

Es más clara la luz,
más densas esas nubes que se aprietan
al costillar brillante de la sierra.
Hoy dibujan escenas por mí no recordadas:
juegan a ser escobas
barriendo las laderas,
son cendales flotantes que revisten
las impúdicas señas de las rocas.

Desde el leve temblor de mi terraza,
miro pasar la tarde lentamente.
Todo es nuevo y es viejo, mi conciencia
sueña que está soñando y se adormece.

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