martes, 1 de abril de 2008

UN PRECISO EQUILIBRIO

La eterna realidad tiene mil caras, mil momentos, mil seres, mil caricias, mil manotazos burdos, mil arrugas, mil pecas y mil espejos en que mirarse todos. Y en ese mundo andamos cada tarde. Entregarse en sus brazos, en los dulces arrullos de la naturaleza, no siempre es buena cosa, porque nos deja huérfanos de nosotros mismos, porque nos zarandea a su manera, porque nada podemos en esa oferta nuestra.
Tengo para mí que el ser humano se mueve con dos patas. Una tiene que ver con el dominio que tiene de las cosas, con el control que tiene de su cuerpo, con sus fuerzas físicas, con la autonomía que pueda sesarrollar, con su mecánica biológica. La otra tiene que ver con la inteligencia, con la percepción, con el sentimiento que le sugieren los otros seres y las otras cosas, con la relación que traba con ellos.
Se hace absolutamente necesaria una relación estrecha, una coordinación adecuada entre la dos facultades, la mental y la física, la mecánica y la intelectual, para una vida sana y positiva. Y creo que se cumple en el discurrir normal de la vida. Salvo, ay, en el último tramo. Llega un momento en el que el ser humano se descompensa y pierde el equilibrio, o por defecto físico o por defecto mental. Es el momento en el que empieza la necesidad de la ayuda, de la presencia física, de la compensación.
Sostengo que no es lo mismo el desequilibrio en un sentido que en el otro. Cuando un ser humano mantiene por encima de su desequilibrio físico la capacidad mental, el dolor está garantizado; cuando lo que se resquebraja más es la salud mental, entonces el ser sufre menos pues su consciencia es menor y "no se entera". Serán tal vez sus cuidadores los que tendrán que prestar más esfuerzo, pero no el ser que ha enfermado, que decae, que pierde sus potencias.
Suscita reflexión, en todo caso, ver cómo se resienten las naturalezas, cómo llegan a un punto en el que todo pierde pie y nada se sostiene con mínimas fuerzas, con dignidad humana, con razón de existir. La razón piede apoyo y se derrumba cuando quiere explicar tales contextos. Solo son otras fuerzas las que dan resistencia, las que empujan un poco, las que no desalientan definitivamente.
Yo quisiera marcharme con escasa conciencia -tengo miedo al dolor-, me gustaría saberme sencillo y sin mostrar mis resistencias a entregarme a lo que esté dispuesto en la naturaleza, mejor un poco menos que un exceso penoso, siempre una horita corta mejor que una larga enfermedad. Son solo mis deseos, que no quiero imponer a los demás.
En fin, ¿por qué estas cosas en un día de sol y de primavera?

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Será porque sencillamente nos afecta,la realidad, esta realidad de convivir con la enfermedad y el deterioro,nunca en la vida es igual, lo vivido antes, ese antes en el que pensabamos que la enfermedad era cosa que le ocurria a los demás y no nos afectaba directamente, a padecer, sentir que alguien cercano se te esta yendo de las manos, y la impotencia que sientes por no poder hacer nada por evitarlo.