sábado, 26 de abril de 2008

LUJURIA EN EL PAISAJE


Quizás sean demasiados los ratos que rescato del olvido pensando en el paisaje. Alguna razón habrá y no me opongo a ello. Ya lo he dicho más veces: en el paisaje me achico y me engrandezco, me reconozco parte de las cosas, siento que la quietud es el mejor sonido y que el silencio me suena como la mejor melodía¸ allí charlo, respiro, suspendo los sentidos o siento con más fuerza que el tiempo se desliza en línea descendente.
Hoy me ha llevado el día hasta las llanuras del Sangusín. Béjar es lujuriosa en el paisaje y en toda la comarca se repite el pálpito constante de la vida. Qué verde tan intenso por todos los caminos. En coche hemos llegado hasta el cruce de la Calzada de la Plata con la carretera que mira hacia la Sierra de Francia. Y desde allí, paso a paso, por la misma senda por la que tantos siglos se desplazaron hombres y animales. Veinte siglos contemplan esta ruta, o acaso varios más. Camino natural para el paso de la meseta sur a la meseta norte, senda donde las haya empedrada con mimo, a veces mal cuidada pero en estos parajes muy abierta. El valle es una verde plataforma, un ara gigante con alfombra verde, rodeada de sierras, hoy con la nieve en lo alto, más blanca que en los meses del invierno. Enseguida los árboles mancebos, jovenzuelos en hojas, los fresnos renacidos, como sucede siempre en estas fechas, y muy cerca de ellos las encinas, perennes testigos de lo que allí sucede. Hay fresnos centenarios, recortados y desmochados muchas veces, pero siempre testigos del claro renacer de cada primavera. Me gustan demasiado los campos de encinas con su alfombra verde, sus corros de margaritas blancas en el suelo y su sombra continua. Hay charcas repletas por doquier y riachuelos que fluyen por cualquier descampado; hasta del agua surgen las flores que ya lo llenan todo.
La música de fondo es especial, sin duda. El cuco no descansa, ¡y es abril!, las cigarras denuncian su presencia con claros golpes rotos, y un murmullo infinito de pájaros cantores alegra todo el cielo. Parece que quieren quitarse la vez para dejarse oír, para gritarle al mundo que es otra vez la vida. Ahora se ven más cerca, pareciera que no les da vergüenza acercarse a la senda por la que el caminante camina sorprendido. Una luz muy intensa domina todo el cielo; el sol alumbra y eleva del suelo una marea humeante que se convierte en nube allá en lo alto. Todo canta, también el silencio de los verdes vegetales.
El río se ha crecido y ofrece densas aguas que caminan por toda la llanura. No hubiéramos podido vadear por su cauce. De modo que nos hemos detenido a su rumor, para tomar un dulce refrigerio. Con el rumor del agua a nuestro lado, la sombra de unos álamos, el sol en lo alto del cielo, el canto de los pájaros en constante sinfonía, una sauceda verde, una mesa de pan bien guarnecida, una charla agradable, una mirada azul y agradecida, la consideración del mundo y sus miserias, el fondo del paisaje gritando vida por todas partes y una pizca de voluntad predispuesta para pasarlo bien, nos hemos detenido y hemos saboreado a nuestras anchas, sin prisas, con premura, lo que nos pedía el cuerpo. Hubiéramos pedido tres tiendas a la orilla para quedarnos tiempo, para sentir el curso de la vida, para tomar aliento en medio del camino. Hubo que regresar. La misma senda, ahora la sierra de frente, las vacas a su antojo por los prados, y el agua siempre andando a la deriva, la misma melodía, el mismo verde, la misma sensación.
Hay días en los que tendría que estar prohibido entrar de nuevo en casa hasta el ocaso. Hoy era un día de esos. Quien lo gozó lo sabe.

2 comentarios:

Sinda dijo...

Magnífica descripción de un día, de un paisaje, tan tan rebién hecha que a medida que avanzaba en la lectura, yo misma tenía la sensación de estar "escuchando a filomena sobre el chopo de la fuente". ¡¡¡Qué invidia te tengo!!!
Ni un beso te mando.

Sinda dijo...

Vaya foto! Acabo de robártela y de aprisionarla para fondo de escritorio.