lunes, 28 de abril de 2008

¿EL POEMA?


Primero es un extraño pensamiento,
zozobra de una larga acometida:
siempre precede al verso una alta idea.
Hay un descenso lento a ras de tierra,
al reino de la imagen
que, en una lluvia tierna y delicada
-a veces dolorosa-,
hace crecer contornos y señales
y despeja de luz las hierbas no crecidas.
Ahora el campo es dorado,
los árboles florecen y sus frutos
se ofrecen altaneros al sentido.
El campesino en raras ocasiones
descubre por azar algún fruto sabroso
que salva en su presencia la cosecha.
Alcanza su perfume todo el campo,
su rastro huella el tiempo y permanece.

Aún no ha tomado asiento la palabra
pero suena su hora y ha de ganarse el pan.

Aquí el excelso don del primer verso,
que saca los colores al poema,
las relaciones justas, los avances
a una velocidad proporcionada,
esa subordinada que no encaja,
los adjetivos amplios, las metáforas,
el ingenioso mundo de las comparaciones,
la solidez estrófica, el asalto
al cierre luminoso del poema:
ese acto final resulta siempre
un guiño al porvenir, un apretado
examen de conciencia.

Después vienen las podas,
el aricar los surcos, el placer
de dejarse llevar por el aroma
de una lenta lectura,
esa vida distinta de artesano
que ve crecer el barro
hasta alzarse en la forma apetecida.

Y ese quedarse en jarras, pensativo,
viendo volar el fruto del poema,
ya súbdito del tiempo y del olvido

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