Se emplean ríos de tinta en adjetivar al nuevo Gobierno. Naturalmente, hay opiniones para todos los gustos y para todos los malos gustos. Algunas expresiones y hasta mares de fondo en algunos comentaristas y columnistas no resisten ni un pase, articulan tal cantidad de mal gusto y zafiedad que uno no sabe muy bien cómo tomarlas ni a qué carta quedarse. La convivencia así, con estos mimbres, resulta muy difícil. ¿Cuál es la reacción más adecuada? ¿Acaso es el silencio? ¿Conviene responder en igual tono? ¿Es mejor ignorarlos? Confieso que no sé cómo se acierta. Porque los que así opinan son personas que viven al lado de los otros, que pasan por la calle, que, en nombre de la libertad de expresión, despotrican y disparan a todo lo que se mueve sin encomendarse ni a nada ni a nadie, dando fe bien cumplida de que lo que interesa es disparar al bulto, aunque no se conozca si la pieza es sabrosa o acaso no es ni pieza.
Me sigo preguntando cada día por qué tanto odio y en tanta gente, por qué las dos Españas tan al vivo, por qué este enfrentamiento. Hay gente que se ampara en algo que parece un paraguas universal y que se denomina libertad de expresión. Parece que tuviera una espita por donde sale el agua a borbotones y anega cualquier campo, y parece que lo que importa es disparar, disparar y disparar. Expresar opiniones resulta saludable, incluso aquellas que choquen con las verdades más establecidas. No siempre la comunidad tiene razón y a veces se equivoca y sostiene costumbres trasnochadas y muy poco fundadas. Criticar al poder también es refrescante porque espabila a todos y no deja dormirse en los laureles. Pero supurar odio, dejarse la patita al descubierto por debajo de la puerta, echar la cabra al monte en cuanto le dan paso, no es señal de salud sino de grave enfermedad de convivencia. Y las enfermedades no se curan con mala voluntad, ni sanan las heridas atizándolas siempre. De ese modo solo crecen las postillas, se suceden castillos en el aire llenos de malos entendidos, se suscitan los enfrentamientos personales y se velan las posibilidades de la serena discusión y del contraste de pareceres y opiniones. A mí ya me da miedo casi todo, no entiendo casi nada, me acomplejo y evito la pelea, suspiro por la buena voluntad, no me apetece nada describir vencedores ni vencidos. En fin, que yo alucino leyendo y escuchando ciertas cosas. Y no sé cómo huirlas o darles esquinazo, pues también forman parte de mi vida, de mi vida diaria.
Este ambiente de locos lo he visto en el asunto del cambio de gobierno, pero creo verlo cada día en demasiadas esquinas. Hay en algún otro sitio vertidas opiniones sobre el sabido cambio de Caldera que supuran la hiel y expresan la barbarie también contra un paisano. Ni siquiera respetan la ley de educación con un vecino. Qué pena da leerlas. Y no es la diferencia de criterios, tan saludable siempre, sino sencillamente la evacuación forzada de todo disparate, el insulto a destajo, el improperio. ¿Cómo se puede vivir con tanta hiel adentro?
Tal vez pensar en estas cosas, para mandarlas todas al olvido, me haya salvado un poco en esta tarde. Es suficiente. Con eso solo basta.
jueves, 17 de abril de 2008
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1 comentario:
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