viernes, 25 de abril de 2008

LÍDERES DE CARTÓN PIEDRA

“Sé lo suficientemente fuerte para que te respeten y lo suficientemente débil para que te quieran”. Es una más de esas frases redondas que aspiran a resumir todo un planteamiento de vida y una forma de andar por el mundo. Lo malo es que está pensada, creo yo, con la mirada puesta en los buenos resultados y no en los buenos principios. Porque desde los buenos principios parece una contradicción. Es bueno buscar un equilibrio pero no sé si es bueno repicar y estar en la procesión. Ni siquiera si es posible. A uno se le escapan más las fuerzas por el campo de los arrumacos y siempre anda pendiente de que lo quieran un poco, y no entiende en qué consiste eso de que te respeten, sobre todo si se confunde con que te teman.
La relación humana es complicada casi siempre si no se le añade el plus del sentido común y de la buena voluntad. Y acaso sea verdad que un puñetazo en la mesa a tiempo sea productivo, pero yo cada vez lo entiendo menos. No sé muy bien para qué hay que desnivelar lo que desde ese momento va a quedar en relación desigual ni por qué hay que demostrar algo en lo que ni crees ni va a liberar a tu conciencia de nada positivo. ¿Qué conciencia te puede quedar con ese ratito de supremacía? En cambio, con la cesión siempre te queda el rescoldo de sentir que por ti no ha quedado, que, en lo que ha dependido de ti, no se ha estropeado nada y que, si hay alguna herida que restañar, siempre va a tener que ser en tu favor y no en tu contra.
Nunca han sido demasiado buenos los tiempos para la lírica. Tampoco en estos días de invocación a dar leña y a destacar por encima de los demás. Toda la vida la tenemos ordenada en más y en menos, en ganadores y en perdedores, en líderes y en seguidores fieles, en jefes y en subordinados. Casi en cualquier grupo humano. Todo se nos vuelve en buscar y en encontrar líderes y lideresas. Y estos pobrecitos son capados en sus intenciones y en sus manifestaciones porque no se le permiten ni las dudas ni las vacilaciones. Quizás por eso el liderazgo es -dicen- la antítesis de la duda. El conductor, el líder, el mandamás de una comunidad no tiene el privilegio de situarse en la duda y en la dificultad de decidir, y, cuando se equivoca y lo siente, no tiene la posibilidad de desahogarse ni de rectificar. En esa dinámica, se crea una retahíla de situaciones impostadas, de caras y de palabras fingidas, de actuaciones insinceras, que terminan situando al personaje fuera de la realidad y sin posibilidad de volverse a situar en ella.
Es fácil comprender por qué hay mucha gente que no tiene madera de líder. De líder de este tipo, por supuesto. Hay otro liderazgo que poco tiene que ver con la impostación y la mentira, y mucho con el ejemplo y con la honradez de vida; es un liderazgo lento, de fina lluvia, que va calando y empapando la conciencia de los que lo ven y lo comprueban hasta hacerse adeptos, no tanto a la persona como al ejemplo y a la escala de valores que desprende. No es lo mismo la auctoritas que el mando en plaza, no es lo mismo el palo que la palabra razonada, no es lo mismo la patada que la palmada amistosa. No es lo mismo. No es lo mismo.
El tiempo que vivimos parece que no permite las velocidades lentas pero constantes. Hay tiempo para todo y no hay tiempo para nada. Solo sirve el presente y escasamente se sabe abrir el zoom de la fotografía para que el árbol no nos impida la hermosa estampa del bosque. O sea.

1 comentario:

nada dijo...

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