domingo, 6 de abril de 2008

DOY FE DE ELLO

Hoy todo lo han llenado la luz de Gredos y mis paseos por su geografía. El Puerto del Pico y su Calzada Romana, la Villas, con Mombeltrán como cabecera y su castillo en medio, Hoyos del Espino, con el Almanzor al fondo, y toda la serranía como barco flotante en el azul de los cielos. El Puerto del Pico viene a certificar la dificultad de paso entre la meseta inferior y la superior en todo este occidente de España. Puerto del Pico, Tornavacas y Calzada de la Plata, por aquí, por las tierras bejaranas, son los únicos resquicios que permiten angostamente el paso entre una zona y la otra. Por eso la acidez de los caminos, su permanencia a lo largo de los siglos, y la incomunicación entre seres tan próximos geográficamente. Bienvenidas sean las nuevas vías, aunque estén tan ridículamente llenas de moteros como estas.
En Hoyos del Espino tengo un poco de tiempo para sentir la hermosura de la casualidad. Por la estrecha carretera veo caminar con firmeza a un anciano. Me acerco, lo saludo y lo invito a que suba a la acera y se aleje del medio de la vía. "No, me dice, me guío por las rayas blancas y además no tengo que subir ni bajar". Lo miro y me sorprende su aspecto. Pregunto por su edad. "Cuántos me echa?". "Ochenta y cinco". "Pronto voy a cumplir los ciento cuatro". Me paro y lo saludo, lo felicito y vuelvo a mirarlo sorprendido. Va él solo hasta el bar a pasar un rato con "los suyos". Camina bien erguido y pega bien la hebra. "Yo he ido muchas veces a Béjar". Y se arranca a cantar la primera estrofa de la Bejarana. Yo ya no sé qué decir al comprobar la firmeza de su memoria. "¿Cómo se llama?" "Julio Chamorro" "Y dígale a cualquier montañero bejarano que presuma de haber subido muchas veces al Almanzor que no habrá subido ni la mitad de las veces que lo he hecho yo". Lo acompaño gozoso hasta la puerta del bar. Parece que el tiempo lo tiene congelado y que la muerte se ha olvidado de él. Yo me pido otro tanto para mí. Qué planta, qué memoria, qué autonomía. En el altar de Gredos, en el fresco de Hoyos del Espino, Julio Chamorro lleva a cuestas sus ciento cuatro años con una dignidad a prueba de bomba. Yo anduve hoy por las sierras y los aires, me cansé y bebí el agua de sus nieves, quedé cansado y alegre. Aquí doy fe de ello. Hasta mañana.

2 comentarios:

Sinda dijo...

Felicidades por esos fines de semana tan gozosos, tan al aire y tan provechosos. Ya sabes cómo te envidio, aunque hoy creo que todos querríamos ser Julio Chamorro.
Besos

altairbejar dijo...

Yo a veces me pregunto que es lo que hacemos para que unos lleguen a esas edades y otros se queden mucho antes.

Pienso que el mundo que estamos haciendo es un mundo de prisas, de competición, de hacer más y sin mirar ni un momento a quien ponemos la bota encima.

Una vida más sencilla, quizá con menos cosas materiales, pero con más ganas de disfrutar lo que tenemos, sin añorar lo que no tenemos, es la solución para llegar a los 104 años. Lo otro, lo que nos empeñamos en hacer en este mundo actual, deja a mucha gente en la cuneta sin cumplir los 70.

Antonio, me alegro que el paseo por esas sierras cercanas fuera fructifuero. Yo ayer me quedé más cerca aunque también estuve pisando caminos.