viernes, 11 de abril de 2008

TODOS RICOS

Este jodido mundo se articula en anhelos de amor y de justicia, pero siempre se anda lavando la cara con el jabón de la caridad. La practican los bancos cuando conceden préstamos, o eso les parece; la conceden las beatas el día de cualquier fiesta o en la misa de doce para salvar su conciencia; la realzan las mismas y los mismos cualquier jueves de Corpus con las mesas expuestas en las calles; la practican los dueños con alguna limosna a sus criados; la miran bien las fábricas con la cesta de marras en días de Navidades... En fin, es cosa seria para quien tiene pasta. Los otros, los de abajo, los que apenas vislumbran con sosiego los últimos días del mes apenas la practican. Son unos descreídos, no les alcanza el título del bien caritativo, practican con ahínco el egoísmo, hay que llamarlos muy seriamente al orden.
Fuera ya de coñitas, también en este asunto me confundo. Parece evidente que la caridad se practica como sustituto de la falta de justicia, pues un mundo en justicia no necesita de los caritativos. Hasta ahí todos de acuerdo. O casi. ¿Y mientras esto llega? ¿Qué hacemos esperando? Y un eterna pregunta: ¿Quién sabe articular esa justicia para que nada quede al albur de las conciencias? La ley es poca cosa, abarca solo parte de la vida, es pobre y desvalida, se deja mucho fuera de sus artículos, no hay forma de atrapar la realidad diaria. Y es ahí donde aparecen esos otros conceptos, peligrosos porque son la certeza de la desigualdad, pero acaso necesarios para seguir viviendo, aunque sea malamente y al amparo de atracones de mala conciencia que se aplaca con dádivas de la bolsa de sobras. Este juego perverso que defiende las desigualdades desde las capacidades diferentes de los seres, cuando no se parte de igualdad de oportunidades -y eso no se cumple nunca-, nos trae estas desdichas y estas dudas.
Por eso me resbala la caridad en la teoría pero la entiendo en la práctica, como actitud diaria, como signo de buena voluntad, como forma discreta de sustituir tantas desigualdades inmediatas, como disposición de ayuda,como forma de acallar la conciencia.
Y hay caridad con tintes económicos, pero también con tintes literarios, religiosos, sociales, de palabras. Una conversación ofrecida con buena voluntad a quien la necesita no es mala caridad. Y esto no está en las leyes, sí en los actos diarios de buena práctica. Y no hay que sacar pecho para hacerla. Hoy prefiero quedarme con esta variante de la caridad. Esta me sirve. Qué curioso que de esta liberalidad puede presumir también el pobre frente al rico. Quizá por eso aquel anónimo: "La caridad del pobre consiste en querer bien al rico". No para ser esclavo agradecido, por supuesto, sino para sentirse bien con uno mismo y para descubrir que entre todos podemos ofrecernos un buen intercambio caritativo. Porque hay ricos que no tienen más que dinero pero hay otros más ricos en un sin fin de cosas. Es hasta muy posible que todos seamos ricos.

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