miércoles, 23 de abril de 2008

EL DON DE LA LECTURA

Regreso apresuradamente de Ávila, con cargas familiares que atender. Allí comida alegre con mis hijos, con Merce y Miguel Ángel, un exquisito café con pastas con Carmen y Francisco. De fondo el día del libro, la fiesta o semifiesta de la Comunidad, y el Cervantes al frente. Rescato para el caso un texto pensado para este día, titulado "El don de la lectura". Si no es don y placer es que no es nada.
EL DON DE LA LECTURA (Día del libro)
La vida se desplaza en línea curva, por un plano difuso. Nunca sabemos bien si el coche nos anuncia el precipicio o encaramos el fin del horizonte con vista despejada.
A lo largo y a lo ancho de todos nuestros días, se nos ha permitido la palabra, la reflexión serena, que mira sin pasiones el palpitar del ritmo de las cosas, para observar que todos somos sencillo azar en el camino.
Ningún otro don tan amplio y tan profundo como el de la palabra. Todos somos sus dueños y todos la servimos. A todos nos consuela una palabra en tiempo de tristeza o de abandono. Con ella pregonamos nuestros éxitos, regalamos al mundo el don de la amistad y pedimos ayuda cuando nos falla el gozo. A veces el silencio la refrena y la convierte en eco sonoro y sutilísimo que permite escuchar con nitidez precisa la esencia del mensaje. Todos la poseemos, la degustamos todos.
En un círculo estrecho, con vocación de hotel de cinco estrellas, se encierra la mansión de la palabra escrita. Degustar sus placeres es “negocio de particular juicio”, según una sentencia conocida del texto de Fray Luis. El acceso a sus salas es lento e intrincado, pero es tan confortable su sosiego, son tantos los aromas que exhala su fragancia...
En esta sociedad apresurada, con tiempo para todo, sin tiempo para nada, un receso sereno para gozar del don de la lectura es como una comida de los dioses en un día de fiesta. Sentarme lentamente, procurándome un sitio recoleto, acariciar el libro de lectura, extender la mirada por el lomo, sentir la suavidad de su textura, abrir con elegancia sus páginas escritas, determinar que el tiempo se ha parado porque el tiempo lo marca nuestra imaginación, ejercitar la mente en velar las imágenes externas y abrir el horizonte a las escenas del libro que ahora leo, y engolfarme en su escala de valores, y disentir si no estoy convencido de lo que se propone, o alimentar mis ánimos al comprobar que hay alguien suspirando por lo que yo suspiro, y llegar al nivel de la emoción, y prometer también con ese alguien cambiar el mundo -un rato de ilusión nunca es baldío-, y hallarme transportado de repente a un mundo en el que actúo sin trabas ni mandatos cotidianos, y gozar con las formas elegidas para la encarnadura de la historia, y discutir su ajuste o desajuste con el autor del libro, y sentir un momento que tampoco sería descabellado intentarlo yo mismo, y soñarme en autor de otras historias iguales o mejores que las que ahora levanto del olvido...Y descubrir, después de la lectura, la cruda realidad de cada instante, y subrayar entonces la potencia de la imaginación...
Nos podrán regular nuestras miserias, acaso cada día nuestros actos se sometan al control riguroso de las leyes surgidas de otros seres. En medio de ese páramo infinito, dejad correr las alas de la imaginación.
Esta mañana inicio mi paseo -una vez más- con Alonso Quijano, el Bueno, don Quijote, ese pobre payaso de los tiempos, espantajo en caballo -rocín antes-, con morrión y celada acartonados, la ilusión y bondad empapelada en papel reciclado, las bisabuelas armas tomadas del orín, de moho llenas, dispuesto a provocar a los molinos en desigual batalla y a desfacer los tuertos allá donde los haya. Vaya ejemplo, colega, para las multitudes de estos tiempos, que beben en los vientos de la publicidad: deportistas que cobran lo que no está presente en los escritos, cantantes ensalzados por sus casas de discos hasta la excelsitud de las estrellas -su vida son caprichos y ripios absolutos-, y el coro de borregos que bala entusiasmado su estribillo. Si quieres, don Quijote, nos presentamos ambos -seré tu Sancho Panza- a la entrega famosa de los Oscar. ¿Nos dejarían pasar?, ¿tendríamos limusina? ¿Te imaginas tu entrada en un Consejo ilustre de un gran banco? ¿Y en alguna oficina de uso público de las de ocho a tres? Si te animas, nos vamos de la mano a reventar un claustro de ilustres profesores, poniéndolos a caldo, o a expulsar mercaderes de los templos, o mismamente a dar voces de amor por las esquinas. Me viene la sospecha de que el mote que te hace el Caballero de la Triste Figura viene al caso por los muchos avisos de trabajo y el mal cariz que adviertes en la vida.
Alonso, don Quijote, que no decaiga el ánimo, ni siquiera de vuelta hacia la aldea, si no, pasaré aviso a Sancho Panza para que ponga orden y te levante el pulso y el espíritu.
Ahora debo bajar del don de la lectura para acercar mi vista a ras de tierra. No dejes que me olvide de tus ansias de amor y de justicia. Y déjame que pida tu presencia: “Hazme un sitio en tu montura, caballero del honor”.

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