martes, 29 de abril de 2008

EL EXTRAÑO PODER DE LA PALABRA

Javier Marías es el último de los próceres que ha pronunciado su discurso de entrada en la RAE. Lo hizo el domingo pasado. He tenido acceso a la lectura del mismo y encara en él un asunto enjundioso que tiene que ver con el mundo de la creación literaria. En tono a ratos jocoso, proclama primero con falsa humildad la imperfección absoluta de la palabra en la creación para terminar adjudicando al novelista, poeta y creador en general, la única posibilidad de adueñarse del mundo a través de la palabra.
No es Javier Marías un novelista que me entusiasme, aunque me gusta, porque creo que su educación y su mundo de referencia están muy distantes de los míos, pero es, sin duda, un creador con raza, que domina como pocos el oficio y que ya forma parte de la elite de los narradores actuales en lengua castellana. Pero vamos al asunto del discurso.
Que la palabra es pobre, que apenas alcanza a atisbar en el horizonte la realidad, que tiene que conformarse –y nosotros con ella- en los aledaños y en los arrabales de aquello que realmente queremos transmitir, es algo que está bien que lo diga quien la domina y la ata cada día. Tal vez si la palabra fuera capaz del traslado exacto de la realidad, sobraría en buena parte la literatura y la creación; solo nos moveríamos en el nivel de la traslación y de la traducción automática. Pero es que entre la realidad y la creación se entrometen las palabras, la realidad y las circunstancias del hablador o del escribidor, los distintos sistemas lingüísticos, los contextos, los ruidos de todo tipo que desvían la exactitud para sumergirla en el mundo de la niebla y de la interpretación personal. En tales circunstancias, la realidad lingüística se hace pobre, personal, desvanecida. Solo nos queda para la supervivencia el mundo de la buena voluntad, pues el menudeo de la mala interpretación y de los malos entendidos está siempre acechando. En este plan, los biógrafos, los autobiógrafos, los historiadores, los cronistas… están tocados del ala y condenados al fracaso y a la superación por la realidad.
¿En qué consiste, entonces, la labor del novelista o del poeta? Pues, a pesar de todo, afirma JM, y yo con él, hay una vía de escape, un achique de agua, una mirada al frente, una luz a lo lejos, una esperanza cierta. ¿Cuál? Siendo así que el mundo de la creación es, por definición, un mundo inventado, reelaborado y clasificado según la voluntad del creador, sus palabras son las que más se aproximan a esa realidad, las que mejor la atisban, las que terminan siendo un poco menos pobres. Por eso al fabulador es al único que aparentemente le está permitido “equivocarse” según las leyes al uso, él es el único que se forja sus propias normas porque la realidad, en sus escritos, está sometida a las palabras. De hecho, la realidad poetizada o novelada hace surgir personajes que solo existen en esa realidad, las palabras preceden y sostienen esa realidad. Los entes de ficción que defendía Unamuno, aquel Augusto Pérez de su novela, o nivola, Niebla solo se justifica desde la existencia de las palabras, y hasta la realidad del creador, como altaneramente defendía el personaje, debe su permanencia a la presencia del ser de ficción, sustentado en las palabras.
Habría que indagar en el dilema de la realidad creada frente a la realidad descrita. ¿Cuál de las dos es más “real”? La realidad externa se empobrece en cuanto la trasladamos al mundo de la palabra; la realidad de ficción adquiere fuerza desde el sustentamiento en la palabra. La realidad Quijote le debe su existencia a la palabra; la realidad Cervantes se ha desvanecido con la presencia de su palabra y hoy se le recuerda no en su realidad vital sino en la ficción de sus personajes y de su palabra.
En fin, que la palabra nos limita pero también nos ensalza, nos muestra la pobreza y el mundo de miseria cuando de trasladar la realidad se trata. Pero es hermosa cuando andamos en el mundo de la creación, pues que sustenta mundos de otro modo, un poco más exactos y más personalizados.
Y, a pesar de todo, la comunicación es un milagro que se cumple en cada minuto. Con todas las limitaciones, con todos los perfiles, con todos los malos entendidos. Qué haríamos sin el poder explosivo de la palabra.

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