sábado, 19 de abril de 2008

LAS FRONTERAS

No sé si es lo más hondo vivir en la frontera. Vivir en la frontera de las cosas u hollar los territorios interiores. ¿Existen las fronteras? Y, si existen, ¿cuál es su cometido? Vivo en un mundo globalizado en el que circulan a su antojo los capitales pero de manera mucho más restrictiva los seres humanos, siempre al servicio de las grandes cifras, al mando del sistema, que no puede quebrar pues que las crisis no son más que ajustes para acudir en auxilio de esos mamuts gigantes y procurar que no se tambaleen.
Observo que existen grupos humanos numerosos que agitan las fronteras físicas como escudo de todos sus desvelos, como preocupaciones inmediatas. En eso gastan vidas y desvelos, sacrifican las vidas de los otros y no dejan que corra la alegría. No entiendo demasiado esas fronteras con aduanas físicas.
Pero hay otras fronteras morales y económicas, religiosas y humanas, políticas, vitales, que jalonan la vida, que me aguardan todas las mañanas en cuanto salgo al aire. Son fronteras sin cuento, que provocan a todo el que las mira. A mí también, seguro. Porque quiero asomarme al otro lado de la valla, para ver lo que crece y lo que vive, para sentir si es buena la diferencia oculta, para escapar del aire que me ahoga, para sentir el placer de lo prohibido, para sentirme ciudadano de otra parte del mundo.
Vivir en la frontera acaso es necesario y conveniente, al menos en momentos decisivos, sentir el filo de la navaja cómo te pasa por el cuello y la cara, te acaricia la barba y te la lleva, sentir cómo negocia con la piel y la respeta, siempre al borde de un medio disgusto entre ambas. Todos somos fronteras. Primero de nosotros mismos, entre una acción y la siguiente, en su encadenamiento, en el futuro incierto y en el pasado ido. Después están las fronteras con los otros, siempre desconocidos, siempre al acecho desde otras perspectivas diferentes.
El mundo es una realidad de fronteras, de saltos al vacío, de exploraciones múltiples, diarias, momentáneas. Uno se encuentra a gusto recluido en un territorio propio, conocido, el de diario, el de siempre, aquel por el que se hace huella sobre pisadas viejas. No está mal, me encierro muchas veces cuando me siento débil, es como una manera de reconocer lo débil y asustado que me encuentro. Pero tengo que hollar otros caminos, levantar bien la vista, mirar al horizonte con ternura -nunca sacando pecho ni comiéndome el mundo-, pensar que en el futuro me aguardan buenas cosas, y explorar con sorpresa otras posibilidades. El día que renuncie a explorar las fronteras, seré un ser sometido a la repetición. Y ya me habré hecho viejo, previsible, huevón y prescindible.

2 comentarios:

Sinda dijo...

Sabes bien por qué hace tiempo que no te escribo en tu blog, como también sabes que entro diariamente, y que en más de una ocasión te leído dos veces igual que a ton beau frère, que cada día me tiene más enganchada. No sé por qué no conocí mucho antes sus escritos.
Tu poema de ayer me gustó muchísimo, lo mismo que tu entrada de hoy; lo que no me gusta tanto es el estado melancólico¿.? que percibo por tu tono. Me gustaría creer que es pose de poeta. Aprovecha para seguir haciendo buena poesía, porque cuando lleguéis aquí , no te vamos a dejar respiro ni para escribir. ¿Qué día vais a venir?
Un abrazo bien grande

mojadopapel dijo...

Explorar las fronteras, es como descubrir un nuevo paisaje ante nuestros ojos, siempre es enriquecedor y después podemos volver al refugio de nuestro mundo interior.

Me ha gustado también mucho esta entrada.