viernes, 1 de febrero de 2008

LA IGLESIA Y EL PODER

Hay temas en la vida que se repiten como la guerra y la morcilla; tienen tal pedigrí histórico, que no hay forma de darles esquinazo, que es lo que en realidad se merecen.
La proximidad de una campaña electoral -llevamos varios años en campaña porque lo que sustenta la existencia de la derecha es la consecución del poder cuando no lo detenta y el mantenerlo cuando lo ejerce- nos pone a todos al descubierto y todos enseñamos la patita por el roto de la puerta. Algunos lo hacen impúdicamente y de la manera más escandalosa. Es el caso de la iglesia católica, la única, la inigualable, la perfecta, la increíble, la genuina, la milenaria, la... iglesia católica. Naturalmente, lo ha hecho para apoyar sin tapujos y directamente a la derecha política. Y mucha gente se extraña de ello y pone el grito en el cielo. Yo me extraño de que la gente se extrañe. Pero, tíos, pero si es lo que han hecho toda la vida, pero si es así desde que se convirtió en religión oficial del imperio romano. El conflicto ha existido y existirá siempre. Fue más velado en la Edad Media, época en la que nadie se atrevió a delimitar campos entre fe y razón, sencillamente porque el hombre se había instalado en la animalidad del sometimiento al poder de interpretación de unos pocos, siempre en su conveniencia, y a la desigualdad entre derecho civil, inexistente, y derecho natural, okupa absoluto. En cuanto los criterios racionales empezaron a dejarse ver, la inquisición se alzó como guardiana de los privilegios (el pobre Lutero se enfrentó a cara de perro contra tanto privilegio y así le fue, por ejemplo), pero el esquema de imposición de fe frente a razón se mantuvo. Y se mantiene en sus filas y en su fundamento, como en los otros monoteísmos, por más que la modernidad se vaya abriendo camino a duras penas. Cada día lo van a tener más difícil pues la práctica democrática y el desarrollo de los criterios racionales y científicos los van arrinconando más. Y eso que bien que se defienden pues conservan muchísimos resortes de poder y de influencia en las conciencias de todo tipo.Pero, repito, el esquema que sustenta su existencia sigue siendo el mismo. Por eso sus salidas cada día son más de pata de banco, extemporáneas y ridículas.
No creo que se consiga nada argumentando contra su oportunidad o inoportunidad, o arguyendo contra su exageración o mesura. Habría que someter a debate público sus fundamentos. Alguna vez habrá que dar un paso adelante y decir hasta aquí hemos llegado. Ni concordatos con privilegios, ni exenciones fiscales, ni convenios de ningún tipo, ni costumbres intangibles, ni concesiones educativas, ni mezcla de actos civiles con ceremonias religiosas, ni nada de nada. En una sociedad civil, los criterios que sirven son los civiles, y estos son racionales o no son para todos. La conclusión alguna vez tiene que ser clara y contundente: los señores obispos han hablado; que hablen,: están en su derecho. ¿Qué caso les va a hacer la sociedad civil y la representación política? Sencillamente ninguno. También habla el portero de mi casa (si lo hubiera) y nadie le hace caso. Pues exactamente lo mismo. Ni el más mínimo caso. Cada cosa en su nivel y cada mochuelo a su olivo. Recojo de alguien esta afirmación que en buena medida hago mía: Si dios existe, que pague impuestos. Y añado: Y que se presente a las elecciones, coño.
Yo siempre prefiero una jerarquía eclesiástica así de clarita y tendenciosa. La prefiero para rechazarla sin remilgos. Supongo que, por rechazo desde el sentido común,le hará media campaña electoral al PSOE. No le veo la gracia por ninguna parte: luego se nos crecen y corremos el peligro de que empiecen a sacar pecho y no me arriendo las ganancias. De todos modos, qué cansinos son.

1 comentario:

Er Schú dijo...

Desde hace un mes he andado en otro asunto, ocupado con mi hermana la mayor, a la que pilló un coche y le rompió todos los huesos –en el hospital estuve un rato con Jesús, Sinda y Leticia,- por eso hasta ayer no había leído tu página “La Iglesia y el poder”. De acuerdo. Te quedas corto. No sólo hacer pagar impuesto por los edificios. Yo creo que hay que volver a quemar iglesias que no valen para nada, y por supuesto a expropiar las universidades que regentan que esas sí que nos valen, qué coño. Pero quieto, espera un poco, espera a que Javi y Tito que les han dado trabajo en Universidades de la Iglesia se busquen otra cosa, porque si no, a mis nietines, los veo en la puta calle. Bueno, la verdad, la verdad… es que también estoy un poco agradecido. Y ya que viene a cuento me has hecho recordar una cosa:
Elisa estaba buenísima. Nos dejó perplejos a todos los chavales de Astorga cuando desapareció. Andrés era un viejo mendigo harapiento que se tambaleaba de cantina en cantina por los arrabales culminando sus delirios cagándose en Dios y en todos los ornamentos; lo más chocante: “me cagüen el viril y la custodia”-era durante las vacaciones de Navidad allá por los años sesenta,- hasta que cayó al suelo entre un vómito de sangre y hedor a mugre. Hemoptisis llaman los galenos. Los pocos transeúntes se acercaron sí, pero nadie se atrevía a tocarlo, claro; y al gordo del mandilillo blanco del “Bar la Guitarra” se le ocurrió llamar por teléfono. En unos minutos llegaban corriendo dos chavalas de no más de 25 años, y al verlo en el suelo, sollozantes, pidieron ayuda a los tres o cuatro mozalbetes más forzudos para que les ayudaran a llevarlo hasta el asilo de “Las hermanitas de los Desamparados”. Con los movimientos del moribundo se le desató la cuerda que llevaba por cinto y se cagó y se meó en la faldamenta de Sor Elisa -el santo hábito le llamaba,- y lo desvistieron, lo lavaron con una palangana de agua templada, le pusieron un pijama limpísimo con los pliegues de la plancha marcados, y lo metieron en una cama. Hasta aquí me lo contaron.
Mi madre, que aunque era maestra Republicana era muy religiosa, todas las Navidades, me encomendaba llevar al asilo una cesta con algunas viandas. Y aquel día justo llegué a preguntar por Sor Elisa para darle el obsequio en el momento en el que enjugándole la frente con una mano y con la otra en una palangana recogiéndole el último vómito de sangre, entre un llanto infinito y silencioso, en mi presencia, se le moría Andrés entre sus brazos. ¡Joder, macho; que cada vez que alguien me lo hace recordar se me atraganta la saliva! Dejó a Andres muerto y con la punta del escapulario se enjugaba unas lágrimas a la vez que recogía la cesta de miseria que yo le regalaba reiterándome las gracias efusivas. Salimos del dormitorio corrido por una galería llena de viejitos, y al verla otras compañeras, entendieron el asunto y compungidas no sé a qué coños marcharon a su capilla. Me despidió Elisa sólo con una sonrisa forzada.
En el más absoluto anonimato, sin titulares, sin ir a Calcuta, sin reconocimiento de nadie. Sin más pretensión que colaborar en dar a un tío una muerte más digna. Ahí, en mi pueblo…

Entre la miseria egoísta por ver prosperar a mis nietos, la grandilocuencia filosófico-política de mis amigos y la grandeza inconmensurable, no de Elisa, sino de muchas, muchas personas raras y buenas, sólo me queda permanecer catatónico, sin decir ni pío. ¡Ah! Y otra cosa; creo que todavía no es hora de hacer pagar impuestos a Elisa y a sus amigas, por cómo tienen hoy aquello, por las ampliaciones del edificio, con habitaciones individuales, calefacción, buenas comidas. Menos mal que la mayoría de los viejitos colabora con su pensión mínima. Pues quedan pocas, pero todavía alguna queda; y Soeur Elisa ya va siendo vieja, porque vamos paralelos. Ahí, en el anonimato, sin ir a Calcula y haciendo cosas raras en su capilla.