lunes, 11 de febrero de 2008
¿AMOR A LA NATURALEZA?
Desde hace bastante tiempo prodigo mis palabras de sentimiento positivo hacia la naturaleza. A ello le sumo mis salidas frecuentes y mi inmersión en ella. Debo reconocer una vez más que, cuando vuelvo, regreso satisfecho y contento, con una sensación de cansancio y de deseo por recuperar el gustillo de la ducha y del descanso, cargado de imágenes y de elementos que me impulsan y me animan.
Como sucede siempre, las razones son múltiples. Tendría que sumar en su índice el hecho de haber nacido en un pueblo (el más bonito, con diferencia, de toda la provincia, diría a mis alumnos) todo él campo y cielo, ríos y montes, encinas y jaras. A ello habría que añadir la suma de años que hace que vivo en esta pequeña ciudad cuyo principal activo es la lujuria de su paisaje. Supongo que, además, la influencia temática y formal de las lecturas que frecuento se terminará calando hasta en los huesos y en los usos personales.
Hay algunas consideraciones que me hago al respecto siempre. Por ejemplo: ¿es positiva la relación de todos los habitantes de los pueblos con el campo? La respuesta me sale negativa en demasiados casos. En los más resulta un enemigo al que hay que sacarle los productos para poder subsistir. En el campo, además, la componente de la casualidad y de la dependencia del tiempo atmosférico es tan grande, que casi todo el mundo anda con la mosca detrás de la oreja. Acaso por aquí algo dulcifique el hecho de que mi relación con la naturaleza fue rabiosamente directa (encinas, cisco,jaras y carbón) pero también escasa: a los once años cambié de actividad y de residencia. Cuando evoco mi niñez siempre lo hago de una manera idílica y emocional.
Tal vez en estos pagos me suceda algo parecido. Yo no dependo directamente de la naturaleza (aunque todos dependamos de ella mucho más de lo que pueda parecer) pero bastante de mi entorno sí: la nieve, el turismo...
Pero hay una razón que creo mucho más honda: acaso es que yo huya de mí mismo, o mejor, hacia mí mismo, en busca de otras relaciones que no encuentro fácilmente dentro de los límites de la ciudad. Uno sigue siendo tan vulgar y previsible que continúa hurgando en las preguntas de siempre, sin hallar un jarabe lenitivo que le apacigüe los males. Y juro que no me resulta sencillo hallarlo por aquí cerca, al amparo de las aceras o de la barra de un bar. Y no es la soledad exactamente, tan hermosa a veces si se desea, porque no creo que este sea el estado natural del ser humano, sino otra compañia más pausada, más propia y duradera. Al fin y al cabo, será la compañia definitiva de cualquiera. Es esta una imagen que cada día va calando más hondo en mi mente. El paso por la vida son tres días, el descanso en el campo será eterno.
Así que me debato entre razones y causas variables. Si yo supiera unir la realidad humana con la paz y el sosiego de los campos...
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