miércoles, 6 de febrero de 2008

VER PARA CREER


Las palabras encierran nuestras ideas, les sirven de vestido en ese caminar tan tortuoso siempre entre el emisor y el receptor. Pero no hay otra vaina en que mecerlas, ni otra apariencia en que manifestarlas. A ellas nos tenemos que acoger y en ellas tenemos que confiar a pesar de todos los pesares. Tanto nos hemos acostumbrado a su uso y a su contacto, que las manoseamos y les damos un trato de usar y tirar, sin fijarnos en la consistencia y en la miseria que a la vez suelen encerrar.
Por ejemplo, ¿quién anda al acecho de lo importante que es este binomio: "creer para ver o ver para creer"? Encierra toda una filosofía de vida y toda una forma de comportamiento. Una postura más racional antepondría la acción de ver para, desde ella, y según los resultados, creer y confiar en algo comprobable; una postura más ¿"espiritualista"? nos empujaría a forzar la creencia, en el convencimiento de que la fuerza de esa fe nos haría "ver" realmente y de forma más fidedigna.
Una vez más, no me resulta nada sencillo situarme en una de las dos versiones, a pesar de mis reiteradas llamadas a la razón como elemento común en el ser humano y único desde el que ponerse de acuerdo. Se reconoce aquí la poquedad de la razón, la finitud de la experiencia, la escasez del entendimiento, el valor de la intuición como revelador de razón, y, en fin, se rinde uno ante las posibilidades no exploradas por imposibilidad de hacerlo desde los criterios racionales.
No debería tratarse aquí de una fe pánfila, sosa y bobalicona, sino de un impulso en cada acción que me hace llegar un poco más allá de la escasez de mi razón, que me lanza a vivir todo con un poco más de intensidad, que me dispara hacia los límites del entusiasmo y de la vitalidad intensiva.
Y, por supuesto, tampoco de una fe que se confunda con la fe de una religión determinada y menos de una liturgia impuesta por la interpretación obligada de una jerarquía. Cada uno llegará hasta la que llegue, y se sentirá aludido por los elementos que mejor le acomoden y sirvan para dar sentido a su vida.
Tal vez esta fe sirviera para adecentar algo la razón cuando la razón siempre tiene que decir tanto para adecentar la fe, para agrandar al ser humano y para dar consistencia a todas sus actividades.
Vivir para ver, variante de la segunda parte del binomio. Que un escéptico casi de vocación ande aplicándose razones de fe y fe de razones a su vida, que invoque en su auxilio a toda posibilidad con tal de ver un poquito más de luz al final del túnel, si es que el túnel realmente tuviera final. Pero así son las cosas: Tomás de necesidad para meter los dedos en la llaga, y con la fe en la retaguardia también por necesidad. Necesitado y mísero que es uno.
Acaso porque, como decía el poeta, "Piensa el sentimiento, / siente el pensamiento".

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